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LA MALAHORA (PARTE VII)
“... como si aquel instante fuera a ser el primero del resto de sus vidas, días de borrasca, víspera de resplandores...”


...¿Soñaste algo?...
Me parece que le escucho y noto que resuena como un eco insolente.
Bruscamente en ese instante parece ser que entre nosotros se eleva una barrera invisible; se alza y nos envuelve, nos ciñe con cierto afán expectativo, nos aparta mutuamente el uno del otro.
Trato de decirle que no he soñado nada. Mi voz se quiebra antes de poder siquiera pronunciar una palabra. El estupor y el espanto me recorren la espina dorsal. No tengo fuerzas para gritarle que me socorra, que me salve del trance. Es tarde para ambos.
Nos encontramos en dimensiones ubicuas, distantes... distintas. Del mismo modo que alguien escucha como el barullo del mundo se va convirtiendo en simples murmullos mientras yace hundiendose lenta e irremediablemente en el mar.

Parpadeo, quiero decir, trato de sacudir las visiones que asaltan contra mí, como quien espanta malos pensamientos.
Reparo en la oscuridad de la habitación, nuestra mesita al lado de la cama, nuestra fotografía de recién casados, en las flores del jardín, en el árbol placaminero al desamparo del sol. Y sí, demasiado y constantemente en ella.

Lo recuerdo, no sé porqué, pero me da por evocar los fantasmas del pasado. Aunque yo era muy niño, lo recuerdo muy bien; hacia frió, más de lo común que solía hacer en aquella región del mundo, pero él ya no lo sentía, es mas ya ni le dolía como a los demás que le contemplaban recostado en el sillón de tela oscura.
Recostado con el rostro hacia el sur, le recuerdan los que estuvimos allí, con la barbilla cana y su piel morena, le recuerdo en su mano izquierda el reloj de cuarzo que mas tarde poseería ...
Recuerdo entonces que la madre de mi prima (porque no era mi tía) entraba sollozando, y le arreglaba el moño del vestido gris a mi prima Verónica, creo que yo no entendía bien del todo los motivos de aquellos, pero estaba seguro de que algo impreciso estaba por ocurrir.
Y entonces fue cuando comenzó todo. Cuando un fuerte escalofrío recorrió cada uno de mis huesos advirtiendo la fatalidad sin reposo que aún recorre mi cuerpo.
Recuerdo que los tíos y mi padre lo recostaron en su cama, aquella que parecía de porcelana. Mi padre le quito la chaqueta azul que tanto el quería, me la dió; yo, como un reflejo apenas la tuve en mis manos me la puse... recuerdo no recordar que me llegara mas alla de las rodillas.
Fue en el desayuno, al día siguiente, cuando mi padre volvió hacer la observación de lo que ya había augurado. La tarde anterior los tíos habían comenzado a pelear por la posesión de los bienes del abuelo y la casa de aquel era lo que mas reñían. Recuerdo a mi padre molesto y ofendido por eso... yo también.
Esa mañana mi padre entro a la cocina a servirse una taza de té sin azúcar y comenzó a caminar de un lado a otro, luego regresaba; lo recuerdo con sus zapatos de regalo navideño, negros, y la camisa de seda blanca... lo que la ausencia nos hace recordar; él miraba al jardín, en un árbol de corteza roída y ceniza(que recordaba al de nuestra casa), en una rama lisa, el lazo sucio y carcomido por los siglos que dan los intervalos de separación entre el mentor y el pupilo. Le recuerdo querer entrecortar un suspiro.
Mamá me llevo a la ducha.
- Porqué te duele el dolor de papá- le pregunte
-Por el amor que hay entre tu papá y yo-
-qué es eso del amor-
-algo que no entenderás hasta que lo sientas-
-y cuando crees que lo sienta-
tal vez pronto, tal vez tarde-
-porque tiene que medirse con tiempo la instrucción-
-porque esa es la condición del aprendizaje y no tienes que quebrantarla-
-mamá...-
-Sí... -
-el dolor de una persona puede sentirla otra por igual-
-depende de la unión que haya entre esas dos personas... porqué tantas preguntas-
-mamá, yo recuerdo a mi papá jugando en el columpio del jardín con el abuelo-
Mamá sonrió. Me llevo la toalla y me cargo hasta la cama, me seco y dejo que me vistiera, obviamente lo primero que busque fue la chaqueta del abuelo.

Mi memoria sigue aún viva; la tarde de ese día me acerque a mi padre...
- Te tengo una sorpresa - le dije y él me miro apartando sus pensamientos de las preocupaciones.
- Ah, sí - respondió mirandome a los ojos y al saco del abuelo.
- Ven sigueme - y le dí mi mano para que la tomara. El la tomó y salimos al jardín. Lo lleve al viejo árbol donde el columpio los esperaba.
Me pareció ver en su rostro la impresión de haberse encontrado con un recuerdo o con un fantasma.
- Si no me equivoco, el abuelo ya te lo dijo- mencione-:
“lo primero que hay que hacer es tomar impulso, balanceando el cuerpo de arriba hacia abajo, para tomar velocidad. Luego se toma aire y se cierran los ojos; luego se piensa en aire, uno se vuelve aire y de pronto se está volando...”
Su mirada fija en el columpio y las palabras que yo sabía porque las había escuchado en algún lugar, le resonaron en los oídos, sonrió por un momento, quizá pensó en aire, y por un momento fue aire; pero tan pronto reparó en las siluetas del columpio, me miró con cierto de aire de horror. ¿Había aprendido lo que hace tiempo había olvidado?.
- El abuelo te lo dijo, ¿verdad?...
- No - dije mientras le tomaba la mano y lo dirigía a casa - fue mi padre.
Y él no volvió hacer mas preguntas. Pero sabía que nunca me lo había dicho .

Esa tarde el abuelo lo había planeado todo, el frío, la lluvia, y hasta el apagón antes de que llegara el notario.
Trate de explicarselo a mamá. Desde aquella mañana me había sentido raro, recordaba cosas que nunca antes había visto y veía sucesos que aún no habían pasado. Por supuesto no me creyó. Me dijo que era demasiado pequeño para entender esa clase de cosas, que quizá estaba así por la tristeza o el miedo que tenía. Me abrazó y me dio un beso, tan calido como el último. Le recuerdo sus labios carmín en mi frente su blanca piel y sus ojos verdes.
Al principio me molesto el hecho de que no me creyera; pero esa molestia se suavizo al ver bien al techo, medio gusto saber que el sillón de terciopelo y el escritorio de caoba, seguían en su lugar. Ver el bolígrafo negro, la vista al jardín que ofrece en la ventana en el estudio. Sonreí.
Supe que el abuelo lo había planeado todo.
Tan pronto como los segundos comenzaron a avanzar, supe de mi necesidad a correr a un costado del corredor izquierdo que lleva al despacho del abuelo. Y lo hice...

Creo que reconozco el vidrio translucido de la ventana, la amenaza instintiva de las puertas de caoba, el silencio sepulcral. Todo de nuevo. Algunas veces mas brumoso otras mas vivo. Como los preparativos para una absurda fiesta, sin invitados ni anfitriones.

Recuerdo unas cuantas palabras del anciano notario, creo que amigo del abuelo.
Atravieso una puerta tras otra; y como en el fondo de un sueño, sigo escuchando esas palabras del viejo anciano. Una frase subrayada con el énfasis fatalista de cualquier sentencia irónica del destino:
“... y a mi único nieto varón, dejo todos mis bienes, en especial esta casa, dejo la cuenta cero noventa y siete guión siete del banco Trasatlantic Network; dejo mi auto, mis fotografías y el delantal bordado que perteneció a mi esposa Magdalena por ser el recuerdo que mas quiero en el mundo.
Sin mas condición que aguardar hasta cumplir la mayoría de edad para disfrutar personalmente de los bienes, que por el momento administraran sus padres...”
Y recuerdo. Entro, la habitación esta helada, los tíos y sus caras largas.

- Es todo - dice el anciano y en el fondo de la habitación los quejidos, quejas y arrebatos comienzan a surgir.
Me recuerdo reclinado en el umbral de la estancia. Después de todo no es tan grandioso como lo esperaba.
El notario (creo que amigo del abuelo) recoge sus cosas y entrega ciertas hojas a mi padre. Mi padre que se encuentra en medio de gritos y palabras sucias, las recibe sin quitar su mirada de mí.
El notario avanza y me despide, o se despide, con una sonrisa mientras, me alborota el cabello con sus manos arrugadas. Antes de marcharse alcanzo a distinguir tras las gafas transparentes sus ojos grises. El sonríe. Y se marcha.

Oigo las mismas voces, gritando. Volteo a ver a mi madre avanzando hacía mí y mi padre también avanzando sin quitarme la vista, seguido de esa jauría de tíos.

A veces algo se hace claro, a veces se hace borroso en esta parte...

...¿Soñaste algo?...
Me vuelve a preguntar ella, y levanto mi mano, la miro tras el reflejo de la luz que se proyecta en el espejo. Mientras esa luz algalia, de la bombilla en la calle, se cuela por la ventana.
Creo que estoy sudando. Ella se sienta en la cama y me mira con ternura y tristeza por la visiones que atormentan mi cabeza. Porque sabe de ellas.
Me arrastra hacia su regazo con la invitación de sus manos, sin embargo yo me abrazo a sus piernas.
Su suave mano recorre de arriba hacia abajo mi brazo izquierdo y lugo hace lo mismo con mi cuello.
- Sí creo que sólo era un sueño - le respondo, aunque sabemos que no es cierto.
Veo como su mano recorre mi brazo, mi visión se hace borrosa y vuelvo a mirar mi mano con nostalgia, cierro los ojos y me interno en mis recuerdos...

Vuelvo a mirar a mi madre sonriendo con acordes de lluvia sobre la acera. Mi padre está en el auto. Me mira y luego voltea al frente y sé que ya jamás nuestros ojos se encontraran.
Mi madre me da ese último beso en la mejilla, luego toma su bolso café y avanza y voltea a mirar por última vez. Ella avanza.

Introduzco la mano en el bolsillo del pantalón y mi corazón se vuelve a detener, se detiene y se oprime con violencia al palpar las piezas del reloj del abuelo que destroce. Agacho la mirada.
Y de pronto el auto avanza. Mi padre sigue molesto y no volteara para vernos por última vez...

- Estás sudando - me dice ella. Y yo busco sus ojos, busco sus manos, su espalda desnuda y me abrazo a ella. Tengo ganas de llorar, creo que ella quiere llorar por mí. Ahora le beso el cuello y abro los ojos, miro en la mesita, a un lado de nuestra fotografía, el viejo reloj del abuelo. Cierro de nueva cuenta los ojos y ahora le beso la boca, le vuelvo a tomar las manos.

Ella encoge la mirada y veo su desnudez, su bella desnudez.

Sé que tal vez no merecía a esta virgen que ilumina mis mañanas, por el simple hecho de haberme amado desde siempre.
Me abalanzo sobre de ella y comienzo a besarle el cuello y en mí algo me grita que ya no podre volver hacerlo. Aprieto los ojos en contra de mis visiones. Luego hacemos el amor, como si esta fuera la primera... o la última vez.
Ella sonríe. Terminamos.
Luego, pasados algunos minutos, me levanto y la veo con infinita ternura, porque creo que he aprendido a no dejar nada para después, porque aunque en realidad se sepa cuando el cielo se puede abrir, se puede vivir con cierta indiferencia hacia ese momento fatal.

Y de pronto escucho el mismo grito que me despierta por las noches...
Miro con cierto terror la calle por la ventana, en seguida busco mis árboles y mis enredaderas.
- Tengo que salir a caminar a la calle- digo. He aceptado la invitación del destino.
- ¿A esta hora?, es tarde puede ocurrirte algo - ella sabe de mis dolores corporales, albergados cerca del pecho y por esa razón no descuida ni uno de mis movimientos
- No lo creo, ahora vuelvo.
- No te dejaré ir. Si quieres salir sera conmigo.
- Sólo quiero aclarar mi mente. Ya no puedo con estas “pesadillas”... imploro con cierto aire de desafecto.
Ella se acuesta y se envuelve en sus cobijas. Yo trato de buscar su mirada en sus ojos abiertos, no lo consigo. Le acaricio la espalda, ella no cambia, y no cambiara. Lo sé.
Me levanto, tomo mi zapato que esta bajo la mesita. Me golpeo con ella. Algo cae al suelo haciendo un ruido hueco. No reparo mucho en ello, pues creo que tengo prisa, tomo mi sudadera. Avanzo, bajo las escaleras, abro lentamente la puerta y el viento sopla con fuerza desgarradora, se cuela y me hiela el rostro. La cierro de igual manera. Ahora estoy en la calle. Con sus detalles y sus cosas.

Respiro el aire fresco de mi barrio carcomido y olvidado por los años, por los escritores y por uno que otro bebido poeta.
No presto atención a la hora en mi reloj, creo que lo he olvidado. Miro al cielo; quizá lo miro por aquello de que el cielo es sólo para los que se olvidaron de recordar.

Avanzo lento o a prisa, sin reparar en lo que se queda, sólo al frente están mis ojos. Un auto pasa junto a mí a gran velocidad provocando un estrepitoso ruido y no se detiene, sigue avanzando. Avanza.

Y entonces lo recuerdo, el abuelo lo había preparado todo.

Lo recuerdo bien, he movido la mesita, algo ha caído y no he reparado en ello.
Y volteo, para buscar, aun en contra de la distancia lo que mas he amado en la vida, la única razón que me mantuvo en desvelo y calma, la única persona que provocó en mi vació pecho devoción y tristeza... Ella.

Creo que a la distancia las cortinas de mi casa se abren violentamente, creo que es ella en la ventana y trata, a señas, de decirme algo.
Entonces lo recuerdo, un ruido estruendoso de llantas. Me palpo la muñeca izquierda y mi corazón se vuelve a detener, se detiene y se oprime con violencia.
Yo parpadeo con cierta resignación.
Ella, después de todo, si ha reparado en ese asunto.
El reloj está en el suelo, destrozado.

Texto agregado el 20-06-2003, y leído por 199 visitantes. (0 votos)


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