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Si hubiésemos que encontrarnos en la penosa, pero no por eso, bochornosa necesidad de otorgarle un inicio a las cosas, es justo pues, que nos remontemos a los febriles otoñales que nos representa la primera infancia. A diferencia de los demás, a éste relato el final se le ha extraviado, por lo que si por azares providenciales lo reconocieren deambulando por las callezuelas de los vecindarios excéntricos, favor de hacerlo llegar a su destino más próximo, se los agradecería sinceramente.

Pero bueno, como les iba diciendo, luego de un arduo y quirúrgico desmarañamiento de los sucesos, para luego proceder, como marca el dogma, a la congregación con cola del universo rompecabezas, el cual, fue extraído, pieza por pieza, desde el mismo séptimo sombrero ( por lo que en el camino algunas de éstas piezas desaparecieron, otras perecieron y otras más nunca fueron encontradas), hemos podido al fin, en medida de lo posible, llegar a lo que creemos el inicio de la historia, la cual, se presenta ante nosotros como sigue:


Solo ocurrió. Así nada más. Sucedió sin la menor reacción. Culpa alguna hubo de tener el amigo y menos aún el niño. La verdad, se trato tan solo, de un simple trueque entre amiguitos--como dijo él, cuyo nombre no nos viene al caso exponer--. El trueque en si mismo, resultaba del todo ventajoso y, a demás, nadie tendría que conocerlo, lo que lo hacía mas ventajoso aún.

Así fue como, sin más que decir, se dispusieron a finiquitar el trato y, fue así también como a la corta edad de siete, ocho o quizás nueve, el pequeño Fando se hizo de la cuantiosa y prestigiosa cantidad de trescientas de las mejores y más apreciables canicas del vecindario: rojas, verde azules, amarillas, en fin, una extensa gama de abigarradas esféricas, hábilmente introducidas en el nada fino, pero si adecuado, galón de leche. ¿Y por que? ¿En que consistió tan ventajoso trueque entre amiguitos?, bueno…, se los contare, solo si prometen no divulgarlo: a contra esquina del sitió donde solían darse cita los infantiles rostros para jugar al tan famoso deporte nacional: la rueda. Se localizaba un baldío, tan solo tapado a la vista del público por una sucia y oscura estructura de ladrillos que se reconocía así misma como pared. Por lo que Fando tan solo tuvo que ceder unos cuantos minutos de su tiempo y aceptar dirigirse de forma sigilosa y sin ser visto, al tenebroso sitió acompañando a su amiguito, por cierto, mayor que él por lo menos cuatro años; para posteriormente cerrar el trato.

La feliz infancia transcurrió sin mayores miramientos. Días felices e instantes perfectos. De vez en vez una que otra mala noche producto de aquellas imágenes grotescas de un tercero que, al enterarse de lo ocurrido en el baldío, se acercaba a su puerta amenazándolo con contarlo todo, si Fando no accedía a devolver el favor de su silencio; en fin, nada de real importancia. La verdad es que aquellas pinturas, imágenes y video clips que se le precipitaban esporádicamente en aquellas noches interminables y que tanto provocaban insomnio en Fando, carecían del todo, de su carácter doloso, por lo que no provocaban en Fando, la menor afectación.

Al paso de los años, el recuerdo de aquellos febriles otoñales, solo habían sido eso, recuerdos que, al paso justo de las estaciones, se convirtieron en pequeños extractos de sueños en lejanía, de los cuales, hoy se especula de la veracidad de los mismos.

--Elijo a Luis, Eusebio y a…mmm… a Chávez, elijo a Chávez.
-- ¡Esta bien!, entonces yo escojo a Carlos, Gutierritos y a Andrés.
--¡Vale!
--¡Órale, pues!

La verdad el pequeño Gutierritos no tuvo la culpa, aunque como era habitual fue a él, precisamente, al que se le cargo con la cruz de la derrota. Lo cierto es que el equipo de Fando era por mucho, superior al otro; por lo que el marcador final fue del todo abultado: un contundente diez a dos. Con seis goles de Fando que lo ponían hasta la fecha como el goleador del vecindario.

La mañana era fresca y el cielo se mostraba complaciente y del todo bien despejado. Las callezuelas se encontraban vacías. Tan solo los diminutos charquillos; impronta intrínseca de los mínimos chubascos de noches anteriores, dominaban el exterior de la vecindad. Mochila en mano, sus libros dentro y con tan solo algunos trozos duros de pan y algunas barras de chocolate debidamente envueltas en un paño azul, el cual, sostenía afanoso con su mano derecha, Fando se dispuso al fin, después de noches de meditación intensa, a emprender la ida.

Como tramontana, Fando recorrió por varios trechos y veredas en busca de lo que consideraba su destino, el cual consistía, según se le había oído decir en el vecindario, en escapar de su destino. Fando, quien contaba ya con la edad de veintiún años, atravesó valles y pueblos, ríos y peñascos; pero como suele pasar con la debilidad del cuerpo humano luego de varias semanas sin la alimentación debida, Fando comenzó a desvanecer, producto de aquellos retorcijones, los cuales habían aumentado la ultima semana.
-- ¿Se encuentra bien, joven?
--¿Desea que lo lleve al médico? Hay un consultorio aquí mismo a la vuelta.
-- No, gracias. –contestó Fando solo entre dientes, y con la frente baja y la mirada hacia el suelo aguantándose lo mas que le era posible el dolor. (Lo que en realidad Fando necesitaba era tan simple como lejano: un buen plato con caldo de pollo y un vaso de agua de horchata con mucho hielo) —Se decía para sus adentros, mientras a paso lento seguía su camino--.

Al poco tiempo y cuando los calambres en su estomago parecían que lo fundirían del dolor (aquellos que han sufrido del dolor del hambre saben bien de que hablo), Fando callo desvanecido en la exacta orilla de un cruce de tres caminos. Poco antes de perder la conciencia, Fando pudo percibir el feliz graznido de un ave, que, sin la menor intención, se le acerco.

¿Dónde me encuentro?... ¡Ah!, ahora ya recuerdo, caí inconsciente. --La verdad era que Fando se encontraba exactamente, en el mismo sitio de su desvanecimiento, en el justo cruce de los tres caminos--. Fando no tardo mucho tiempo, “por razones obvias”, en detectar ese suave y envolvedor aroma que solo es capaz de desprender un buen plato de caldo de pollo. Efectivamente, a tan solo un par de metros de él, se encontraba calentándose en una diminuta fogarata un recipiente azul metálico, cuyo contenido era el tan deseado caldo de pollo. Pero, lo verdaderamente extraño, era que, junto a un mediano vaso con horchata y mucho hielo, se encontraba una nota que decía:

“Para Fando, esperó y sea de tu agrado y te guste, sin más por el momento me despido.”

P.D. si por tu camino llegases a encontrar una paloma blanca con un collarín que a la letra dice mi nombre, por favor dile que la he estado buscando.
Josefina.



--Claveles, Alcatraces y Rosas.
-- ¿Claveles, Alcatraces o Rosas?—Repetía Fando una y otra vez los nombres de los tres caminos que se presentaban ante él, escritos en tres tablones mal clavados sobre un roble viejo y lánguido--. ¿Claveles, Alcatraces o Rosas?—. ¿Cuál tomaré? ¿Izquierda, derecha o centro?. Así pudieron haber pasado varias horas sin solución, si no es que, de la lontananza, Fando observó venir, lo que a lo lejos parecía una diminuta paloma blanca. Esta imagen no hubiera tenido el impacto que tuvo, salvo que, a diferencia de otras aves, ésta en particular contaba con una peculiaridad especial, ya que, en lugar de venir flotando por los aires, se acercaba caminando; lo que fue natural al percatarse de que la paloma blanca carecía de una de sus extremidades, para ser menos inexacto, del ala izquierda.

--Ya veo… mmm…, por lo visto no logras decidir que camino seguir. ¿A donde te diriges? No lo sé. A cualquier parte supongo. ¿Entonces, a que se debe la indecisión? Si no vas a ninguna parte, entonces que importa el camino que tomes, todos te servirán de igual manera, no lo crees así. Viéndolo así creo que tienes toda la razón. ¿Te puedo preguntar algo? Si, claro, adelante. ¿Qué camino me sugieres que tome? Ya te dije que no importa. ¡Si, si, ya lo sé!, pero de todos modos quisiera escuchar tu opinión al respecto, sabes, es que soy nuevo por estos lugares, por lo que desconozco por completo los pueblos de este lado del país. Siendo así, toma el camino de Las Rosas. Oh, ya veo, es menos riesgoso que los otros dos. No. Entonces es mas corto. Tampoco, incluso es el más largo de los tres caminos. ¿Entonces, por que me lo recomiendas, por que no los Claveles o los Alcatraces?. Ya te lo dije antes, no importa cual sea el camino que tomes, si no te diriges a ninguna parte cualquiera te puede llevar, confía en mí. Fando había empezado a molestarse con aquellas respuestas, pero antes de decir algo, se percato de que aquella paloma blanca llevaba consigo, colgado sobre su esbelto pescuezo, un diminuto collarín con el nombre de j-o-s-e-f-i-n-a-. Por lo que recordó aquella curiosa nota al lado del vaso.

--¿Por casualidad, conoces a Josefina? ¡Claro que la conozco! ¿Por que lo preguntas? No, es solo que me dejo una nota pidiéndome que si veía a una paloma blanca con un collarín con su nombre le digiera que la ha estado buscando.
--¡Josefina!... ¿Dónde la viste? ¿Qué camino tomo?
-- No, no, a decir verdad no la conozco, nunca la he visto. Como te dije, tan solo una nota es lo que conozco de ella.
--¡Oh!… ya veo. (Después de unos tantos silentes, la paloma blanca, que se encontraba caminando describiendo en la arena pequeños círculos perfectos, alzo el pico y señalo solemnemente:
--Entonces, creo que eso nos convierte en iguales, no lo crees así.
--¿iguales, no comprendo?. Sí, iguales—explicó la paloma--, tú deseas ir a ninguna parte, mientras que yo deseo encontrar a Josefina y como no se donde buscar, ninguna parte es el sitio perfecto para empezar mi búsqueda. ¿No lo crees?. Ya veo. Tienes razón, nos convierte en iguales: dos melancolías sin brújula alguna. Exacto.

Así fue como Fando y la paloma blanca a la cual llamaría Josefina como la de la nota (debido al epitafio de su collarín) emprendieron el vuelo por el mundo: Fando, buscando escapar de su destino, mientras que Josefina iba en busca del suyo. Días calurosos, noches lánguidas, veranos febriles. Crepúsculo y alba les encontraría en su largo camino. Seguramente, no fueron ellos quienes tomaron el camino sino el camino mismo fue quien los escogió cubriéndolo en su calido manto de claveles.

Fando y Josefina nunca más seguían caminos ni veredas, pues ellos mismos eran los caminos y las veredas, las cuales, se transmutaban mientras los ayeres se desbordaban en la lejanía y los amaneceres crecían tal frescos como suave brisa primaveral. Risas, sueños y pláticas interminables en tardes memorables llenas de añoranzas y deseos de antaño pasto de esperanza y juventud.

--¿Si quieres, puedes preguntar?
--Eh…
--¿Qué si lo deseas, puedes preguntar, no me molesta, de verdad?
--Oh…, lo lamento, no era mi intención incomodarte con la mirada?
--No te preocupes, hace mucho tiempo que paso, que ya ni lo recuerdo, si lo deseas puedes tocar, ya ni siquiera siento dolor alguno. Fando inclino su delgado cuerpo al tiempo que depositaba su rodilla izquierda sobre la tierra; luego, alargo su brazo tembloroso y deslizó suavemente sus dedos pequeños entre la suavidad del hermoso plumaje de Josefina. Fando acaricio amorosamente, titubeó unos momentos y luego pregunto:
--¿Cómo paso? ¿Cómo fue que ocurrió? (acariciando el costado donde debiera de existir un plumaje igual de magnifico y calido que el del costado derecho).
-- Fue por amor. ¿Amor? ¿Cómo es posible perder un plumaje tan esplendoroso por amor?
--¿Has estado enamorado Fando?. Bueno… amo mis libros y la literatura y…
-- No, no me refiero a eso Fando, AMOR, ¿Te has enamorado realmente, alguna vez lo has sentido Fando?
--…No, no lo creo, así como tu lo describes no. (Agachando la sien apenado por no comprender lo que Josefina decía). Es una lástima Fando, si no lo has sentido no podrías comprenderlo.
--…Pero…
--Sigamos adelante Fando, ya casi oscurece y no es bueno que la noche nos alcance en el camino, a demás, más delante hay un pequeño pueblecillo, lo leí en un cartel cuando cruzamos el puente de los veintiún claveles. (Fando asintió con una seña, mientras siguió su camino meditabundo sobre el tema).

Noches, insomnios y desvelos de scherezada, eran las quimeras que asomaban por los poros de la razón en Fando. Haciendo gran alarde de de su destreza, conocimientos e ingenio, Fando dedicó su tiempo a la creación de innumerables artefactos sintéticos y artilugios plásticos que sirvieran como prótesis exactas. En lo único que Fando podía pensar era en la posibilidad de que Josefina pudiera volver a emprender el vuelo y surcar de nuevo alegremente por las nubes. Pues, es esa la naturaleza toda paloma.

En realidad los artefactos no eran el problema. No es que fueran pesados ni que no fueran bonitos. La verdad, cada uno de ellos eran perfectos y sin lugar a duda, todos igual de funcionales. Pero Josefina nunca accedió a utilizarlos, ni siquiera a probarlos. ¿Pero por que, no entiendo? ¿Acaso el color azul no es de tu agrado, puedo cambiarlo si me lo pides? ¿No es el color, entonces es molesto, por que si es así, puedo acondicionarlo?. Hay, Fando… entiendo que tus intenciones son nobles y sinceras, es solo que… (Josefina suspiro como queriendo tragarse todo el aire del lugar de manera melancólica y pausada)… No lo entenderías, pero gracias, de verás, gracias por intentarlo.
--¿Es que acaso no deseas volver a volar y atravesar los cielos como las demás palomas, es eso Josefina, por que de ser así no puedo entenderlo, de verás que no puedo?
--…No es justo Fando, de verás que no eres justo.
--¡Justo! ¡Acaso no es justo que desee lo mejor para ti Josefina, no es justo que desee que logres ser lo que puedes llegar a ser!
--Hay Fando… no conoces cuanto daño me hacen tus palabras, por favor sigamos el camino, te lo pido por favor.


Ahí estaban. Varados. Sin poder siquiera verse a los ojos. Ante ellos, la disyuntiva: la Razón o el Séptimo sombrero. ¿Qué es lo que había pasado? Ninguno lo sabía. Los otoñales febriles habían pasado y ambos así lo entendían. (Silencio). Después de un suspiro desgarrador, Fando fue quien pronunció:
--Cre… (Titubeante)... creo que ha sido todo. Así parece. No creo que haya mucho que decir. Yo tampoco (dejando ver un hilo de cristal deslizarse por su rostro emplumado). Te voy a extrañar Fando. Yo también te extrañaré Josefina. Ni siquiera un tenue abrazo se dieron. Tanto Fando como Josefina sabían lo difícil que les sería no fundirse el uno en el cuerpo del otro, así que simplemente paso. Sin palabra alguna. Solo un simple a dios y ya. Así fue entonces como Fando tomo el camino a la Razón mientras Josefina desaparecía a paso lento pero firme, al Séptimo sombrero, dejando caer una pequeña nota en su camino:

Nota: Si por azares alguien llegara a ver a Fando en su camino hacía la Razón (del cual estoy segura llegará), por favor comuníquenle que no era que no añorara volar, ni que no deseara en mis sueños recuperar mi ala izquierda. Es solo que su finalidad desde un principio nunca fue el brindarme la oportunidad de volar, eso fue solo algo pasajero (yo lo sabía), pero el nunca lo entendió. El propósito de que yo hubiera tenido desde un principio dos alas, fue solo para poder servirle a él: un buen plato de caldo de pollo, para que fuera él, quién pudiera volar.
Josefina.

Texto agregado el 18-11-2004, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-06-2007 MUY LARGO. OTRO DIA LO LEO! sinfuturo
 
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