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El Ojo

¿Qué sucede cuando al tomar conciencia de nuestras limitaciones
encontramos que una de ellas consiste,
precisamente, en que no nos resignamos a tenerlas?
Se dice sabiamente que todo tiene su límite,
Pero entonces las limitaciones ¿no tendrían que tenerlo también?

El cielo y el mar se confundían en un horizonte azul profundo, oscilante con la suavidad de la calma chicha, sobre la soleada borda de aquel magnífico barco de pasajeros. La tripulación hormigueaba por la descomunal estructura cumpliendo con su deber mientras los pasajeros disfrutaban nerviosamente de la paz de aquel viaje sin trastornos. El barco era tan grande que, al verlo, a uno le costaba creer que pudiera flotar y moverse, y dentro de aquel mundo de hierro y de aire, un hombre grande sentía que el barco del cual tenía el honor de ser el Capitán, le quedaba pequeño, asfixiante, como un gran ataúd.

Mientras se acariciaba involuntariamente la barba, mirando sin ver a la límpida inmensidad del cielo, y su rostro, ya algo envejecido, se reflejaba fantasmal en el parabrisas de la nave, pensaba en aquella canción de Pink Floyd con la que le gustaría ser enterrado: “Brilla tú diamante loco” se llamaba y comenzaba así:

“Recuerdo cuando eras joven, brillabas como el sol,
ahora echa una mirada a tus ojos,
son como agujeros negros en el cielo.
¡Brilla tú, diamante loco!...”

Su boca madura exhaló un suspiro a modo de válvula, liberando algo de la presión de un corazón oprimido en su jaula de hueso, por su propio tamaño y calor. El parabrisas se empañó... como sus ojos, meneó violentamente la cabeza como queriendo orearlos y decidió subir a cubierta para distraerse un poco con los pasajeros, y su tan querida tripulación.
Su entrada siempre impresionaba: porte seguro, traje de capitán, su barba nevada y sus cejas tupidas transmitían a los demás una sensación de seguridad y de sabiduría mucho más grande de la que en realidad tenía. Bromeaba con la tripulación casi como un amigo, se presentaba ante los pasajeros como todo un caballero, y estos le abrían con gusto su círculo social, al juzgarlo un hombre de una vida interesante por lo distinta… por lo distintiva. Se imaginaban que llevaba una vida como la que él, mucho tiempo atrás, había soñado también: Una vida de aventurero, de nómade. Pero era su barco y no él el que la vivía.
En realidad, sentía que estaba prisionero en una descomunal jaula, lujosa y rutinaria, y lo peor de todo es que era plenamente consciente de ello, se había dado cuenta de que él mismo había deseado, diseñado y construido su propia trampa, y parecía que ya era demasiado tarde para encontrar otra salida que no sea la de morir así, sin siquiera merecer la canción elegida para su funeral.

"Quedaste atrapado en el juego cruzado,
entre la niñez y el estrellato.
¡Brilla tú, diamante loco!..."


Varios amigos de verdad compartían el viaje con él, filosofaban gratamente durante la cena en la mesa del Capitán y narraban viejas vivencias que provocaban siempre el deleite y la admiración de los pasajeros, para terminar algo ebrios, riéndose con la pizca de felicidad que lograban rescatar milagrosamente de un extinto pasado en el que habían brillado como pequeños soles. Pero las risas engañaban a todos, a ellos mismos... a todos menos a él: estaban muertos, ya no podían vivir, ahora sólo les quedaba recordar.

"Allí donde vayas te iré a buscar,
y juntos nos tumbaremos
a la sombra de los triunfos de ayer,
cabalgaremos juntos en la acerada brisa.
¡Brilla tú, diamante loco!...”

Eran como sonrientes cadáveres tomando fresco a la sombra de sus propias lápidas, para no descomponerse ante el calor del sol, lápidas en la que estaban labradas, en forma poética y exagerada, algunas de las hazañas diminutamente grandes que habían realizado en el pasado, cuando la sangre les corría por las venas aún. Las flores imaginarias que los pasajeros arrojaban con su adoración, apenas lograba disimular el olor rancio de su mortal descomposición. Estos viejos héroes, simplemente aguardaban entreteniéndose a que la tierra los tragase de una buena vez, para terminar con el mediocre show del cual formaban hoy, más que nunca... parte. Pero eso sí... tenían una gracia extraordinaria para leer esas lápidas.

"Amenazado por las sombras de la noche
y expuesto por tu luz.
¡Brilla tú, diamante loco!..."

El capitán arrastró pesadamente su propio cuerpo hasta el camarote, abrió el ojo del barco y entonces penetró una brisa tan salobre como sus lágrimas. Reanimándose un poco, inspiró profundamente llenándose el pecho con la cósmica energía de las estrellas, titilantes en los ojos del barco y del hombre, enviando con luz su eterno mensaje y esperando pacientemente una respuesta que casi nunca llegaba.

Su esposa dormía profundamente, porque hacía rato que había pasado la hora de irse a dormir, que seguía a la hora de comer. Manejar la administración de semejante barco no era broma... era agotador. Ella, pobrecita, estaba muerta también... ¿La habría matado él?. Recordó la etapa feliz, con ella y su primera lancha de paseos. Ella cobraba los boletos y él siempre al timón. Al final de la jornada, tomaban algo juntos contemplando el atardecer, festejando el dinerillo que habían ganado para luego cenar románticamente en algún bodegón de la costa. Ahora eran ricos, pero...

Recostado en su litera, mientras la música elegida para su funeral jugueteaba con su alma como queriendo demostrarle que aún moraba dentro de su moribundo envase, contemplaba el universo con la silenciosa desesperación del que vive equivocado y no sabe muy bien cómo evitarlo. Y la luna y las estrellas continuaban esperando esa respuesta que casi nunca llegaba, cuando interrogaban al Hombre con la más sencilla y afilada de las preguntas: "Qué es lo que estás esperando".


“Tú alcanzaste el secreto demasiado pronto,
atrapaste la luna,
soplado por la acerada brisa,
cabalgaste en ella.
¡Brilla tú, diamante loco!...”

Pero lo que este hombre esperaba de las estrellas no era una pregunta, era una respuesta... y la tuvo.

Un relámpago con su luz partió en dos el ojo del barco, penetrando por los ojos del capitán, llegando a su alma directamente a través de las ventanas, a su Espíritu de Diamante Loco opacado por el polvo acumulado en todos aquellos años en que no se usó.

Nadie sabe dónde estás,
si cerca o si lejos,
sigue acumulando capa tras capa,
estrato tras estrato,
allí donde estés te iré a buscar
y cabalgaremos juntos en la acerada brisa...

"Una tormenta..." —pensó— "...una tormenta es lo que me hace falta", y sus ojos relampaguearon armonizando con el mismo cielo, como dos joyas en un sueño, emitiendo aquella desafiante respuesta que las estrellas tanto aguardaban.
Era una locura, pero valía la pena... ¿Qué otra cosa más podía ya valer la pena? Su esposa, su tripulación, los pasajeros, ¿qué pensarían de un Capitán que deseaba apasionadamente enfrentarse a una tormenta?, una tempestad que lo estremezca, que lo sacuda, que ponga a prueba su temple, que lo hunda y ahogue incluso, pero que lo haga sentir un hombre de verdad, vivo otra vez aunque más no sea por un instante para a lo sumo luego, morir dignamente. Con suerte algún amigo lo comprendería sin llegar a entenderlo del todo... como siempre. Sí... estaba loco, volvía a estarlo... era un buen síntoma. Estaba loco... y vivo.

Ven tú extraño, tú poeta, tú visionario,
tú, blanco certero de las risas lejanas,
¡...y brilla!

El Capitán cambió, sus ojos habían atrapado el Relámpago y no estaban dispuestos a dejarlo escapar. Las tareas y problemas cotidianos parecían no hacer la menor mella en él, resbalaban deshaciéndose, como las olas en la quilla del barco, engendrando tan solo un poco de espuma como único y efímero rastro de su paso.
Comenzó a notar que tenía más lucidez que nunca, como si la distancia que había tomado con la realidad cotidiana hubiese ampliado su visión. Además, influía en la gente con mayor fuerza que antes, bastaba con mirarlos a los ojos y entonces el Relámpago ejercía todo su encanto y poder. Sin embargo, dedicaba la mayor parte de su tiempo a contemplar en soledad el horizonte en la ansiosa búsqueda de su tormenta, pero la bóveda del cielo estaba en paz, como una bóveda de cementerio.
Pero ¿y qué pasaría si la encontraba?, su barco estaba lleno de gente, no quería ponerlos en peligro, no se lo merecían. Pero él se merecía su tormenta, de eso estaba seguro. Los dejaría antes en la seguridad del puerto de destino.
Comenzó a elaborar el trayecto más corto hacia ese puerto y a exigirle a su
barco una rapidez inaudita. El jefe de máquinas y toda la tripulación creían que se había vuelto loco... y tenían razón... ¡Y estaban tan equivocados!



Sus amigos le preguntaron qué le pasaba, porque lo encontraban mejor que nunca.
Su esposa le preguntó qué le pasaba, porque lo encontraba peor que siempre.
La tripulación no se animaba a preguntarle qué le pasaba.
Los pasajeros se preguntaban qué pasaba con el Capitán, porque ya no lo encontraban nunca.
Faltaba muy poco para la respuesta... y para el puerto.

El cielo se fue colmando de nubes y el corazón del capitán, de una esperanza oscura. El viento azotó el barco e hinchió de vida los pulmones del soñador como si fuesen velas. Las olas sacudieron al pequeño mundo flotante como a una hoja, pero el alma de aquel hombre se sacudió con más violencia aún. El trueno irrumpió con potencia, pero no logró sepultar el "todos a sus puestos". Y el techo del mundo explotó en una miríada de pesadas gotas, el Capitán lloró también, hermanándose con el mismo cielo. Era la magia de la tormenta.

La tripulación estaba asustada, los pasajeros intuyeron el temor y entraron en pánico. No merecían la tormenta, no eran capaces siquiera de gozarla un poco... estaban muertos, pensó el Diamante Loco, y su brillo y su ánimo crecían a medida que la lluvia y las lágrimas le barrían el polvo del alma.
Sus amigos estaban tranquilos, porque lo conocían.
Su mujer estaba aterrada, también porque lo conocía.
Fue en ese instante, cuando el ojo de la tormenta lo miró, que el Capitán de aquel magnífico barco decidió dejar de serlo, sus ojos enfrentaron al Ojo, respondiendo a su reto con honorable súplica: "Esperame sólo un poco más, un poquito más, dejo a toda esta gente en buen puerto, y ya vas a ver lo que es bueno...". El Ojo accedió, quizás como señal de respeto a la nobleza del hombre, o con el azar que desde nuestra limitante humanidad, creemos contemplar en el comportamiento de los fenómenos de la naturaleza y del cielo.

El Capitán demostró ser un verdadero piloto de tormentas, y cuando llegaron al puerto, un excitante alivio se adueñó de todos, menos de él. Decidieron organizar una fiesta a bordo. Fue entonces cuando les comunicó que cedería el mando del barco a parte de su tripulación. El barco continuaría su camino.
"Está loco”, “Está viejo”, “ Está cansado”, “Es un imbécil”... fueron los insulsamente apasionados comentarios de su gente. El los escuchaba con tierna paciencia y como toda respuesta a la única pregunta esgrimida de mil diferentes formas, les contestaba que él sólo quería comenzar a Vivir, libre y fuera del barco. Sólo uno de sus amigos intuyó lo que realmente sucedía en el alma conmocionada de aquel hombre y lo invitó a ver algo muy especial.

Ven tú, blanco certero de las risas lejanas,
¡...y brilla!


Caminaron juntos por el puerto, comunicándose profundamente en un silencio que todo lo decía, como los ojos, ...como el Ojo. Fue cuando la figura del barco, otro barco, un pequeño y bonito velero, inundó de emoción a aquellos ojos.
Había sido uno de sus primeros barcos, se lo había confiado para ayudarlo cuando aquel velero y su amigo estaban bastante estropeados, y ahora estaba mucho mejor que cuando se lo había dejado, al igual que su querido amigo. Estaba hermoso. Su amigo le dijo "Siempre fue tuyo, ahora... usalo". Realmente lo había comprendido.

...cabalgaremos juntos en la acerada brisa.

En la despedida, el pequeño velero se recortaba luminoso contra un cielo de plomo, el fondo tormentoso le daba un toque fúnebre al momento, perceptible hasta por las almas más insensibles allí presentes. La anormalidad de la decisión tomada por aquel loco había logrado contagiar a personas y cosas por igual, generando un clima irreal, casi de sueño. Una vez más, la conmoción del cielo coincidía con la del Capitán que abandonaba el timón de su gran barco, para tomar de una vez por todas las riendas de su pequeña vida. El ojo de la tormenta observaba... lo buscaba a él.

Ese día, el don que tenía el loco para explorar en los ojos de los demás estaba exacerbado, y lo que leía era asombroso y conmovedor: La gente que más lo había combatido, era la que más lamentaba su partida, como su jefe de máquinas, que al estrechar su mano, le pidió que vuelva ... "para tener a quién maldecir", él era el que más había padecido las exigencias del Capitán para con su barco y lo extrañaría más que ningún otro miembro de la tripulación, ahora quizás, el barco dejaría de hacer maravillas, sería un barco… común.
Los ojos de su esposa se despidieron para siempre con un cariño, una comprensión, una nobleza e integridad que le partieron el corazón, una mujer extraordinaria, cuya desgracia había sido la de amar y seguir amando a un loco y tratar futilmente de volverlo a la cordura. Pero al romperse, el corazón de aquel hombre le estaba dando la razón a su determinación: Si sangraba, ¡Era porque estaba vivo de nuevo!. A ella, quizás le pasaría lo mismo, pensó.

El amigo, luego de abrazarlo, mientras lo ayudaba a desatar la amarra, le hizo la pregunta obvia: "¿Adónde?".
El ex Capitán, el nuevo Capitán, señaló al torbellino que, como un montruuo descomunal y oscuro, se erguía en serpenteante movimiento sobre la superficie del agua. Entonces los ojos del amigo relampaguearon, como los del capitán, como el ojo del monstruo.
Con una pluviosa mirada, el loco entregó el timón del pequeño barco a su corazón de niño, y fijó el rumbo directamente hacia el ojo de la tormenta “cabalgando en la acerada brisa”.

El pequeño velero se fue achicando aún más a la vista de todos, hasta confundirse en el siniestro torbellino surcado por iridiscentes rayos. Algunos de los que quedaron en el puerto creyeron ver que descendía un ángel, pero pensaron que podía ser efecto del viento helado que azotaba a los ojos, pero no fueron pocos los que pudieron distinguir, entre el acerado soplido del vendaval, a la guitarra espacial de Gilmour, entonando los acordes de "Brilla tú diamante loco".


Vamos tú muchachito,
tú niño, a la vez ganador y perdedor,
vamos tú minero de la verdad y de la ilusión,
...ven, y simplemente… ¡Brilla!


Alejandro Racedo “El Loco”

Texto agregado el 24-11-2004, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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