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Hallábame camino a casa después de la nocturna y obligada visita a mi novia. Como siempre, la despedida fue muy difícil de concretarse y se había postergado en incontable número de veces que me es imposible recordar.
A eso se debía mi presencia en la calle a altas horas de la noche.
El reloj marcaba pocos minutos después de las cero horas, cuando caminaba tranquilamente sobre una acera que pasa justo a un lado del cementerio de la ciudad. El miedo no tenía cabida en mi conciencia, pues ésta no sería la primera ni la última vez que realizaba el mismo recorrido durante la noche.
Sin embargo, aquella vez ocurrió algo que no he podido olvidar: la luna brillaba como nunca y todo era tan claro que parecía ser de día, incluso podía ver la hora de mi reloj sin tener que activar su luz integrada. Mis pasos se frenaron cuando encontré un enorme y amarillo nance; sus características eran tan extraordinarias que de inmediato lo recogí del suelo, y lo froté contra mi pantalón para limpiarlo y arremeterle con una mordida. Pero al instante me asaltó una duda que me hizo desistir de mi propósito. Me preguntaba a qué se debía las proporciones fuera de lo común del nance; lo examiné: era más o menos del tamaño de una ciruela y su color amarillo y su brillo lo habrían hecho pasar por uno de cristal. Después hice por buscar el árbol del cual se había desprendido.
A mi alrededor no se encontraba uno solo, únicamente el alto muro del panteón; levanté la vista y descubrí que por encima de éste salían unas frondosas ramas de un árbol de nance. Entonces entendí que tenía sus raíces enclavadas en lo más profundo de la tierra del Campo santo.
Me pregunté si a caso las proporciones del nance se debían a los nutrientes del particular suelo del cementerio, ¿o quizá a algo más que eso? No me considero una persona supersticiosa, pero en ese momento me invadieron un sin fin de posibles causas que hasta hoy –con toda honestidad– no las considero absurdas en lo absoluto, pero que será mejor callar. La fuerza de mi convicción no decae, porque sé que quien ha leído estas líneas formulará –sin temor a equivocarme– las mismas hipótesis que yo sobre esta pregunta: ¿se debía las características extraordinarias del nance a que sus raíces se adentraban en el panteón?

Texto agregado el 24-11-2004, y leído por 146 visitantes. (0 votos)


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