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Tengo un serio problema con la definición de la amistad y las responsabilidades que conlleva. La verdad nunca he sido muy bueno para ‘alimentar la plantita’, y por lo tanto tengo el sentimiento de no tener derecho a reclamo. Pero las relaciones humanas son algo más complejas, y los acuerdos tácitos que normalmente hay en ellas establecen los parámetros por los cuales se rigen. Conceptos como fidelidad, confianza, lealtad, sinceridad, están asociados en forma natural a la ‘amistad’. Sin embargo muchas veces estos temas son transgredidos y se ve amenazada la estabilidad de esa amistad. Claro, va a depender de la gravedad de esa trasgresión el efecto de detrimento que pueda causar. Pero es parte de la cotidianeidad. Es con lo que nos toca lidiar todos los días. Al no llamar por teléfono. Al no responder el mail. Al hablar de más o de menos del otro. Es decir, por acción u omisión, por anga o por manga, todos los días ponemos a prueba nuestros lazos afectivos. Y es parte de la vida. Es que el ser humanos y tener no se si el derecho o la condena de cometer errores es que debemos aceptarlo como la realidad que se nos presenta. No trato de ser conformista, sino simplemente hablo de los ‘hechos de la vida’. Algo con lo que no se puede luchar y sin embargo el plantearlo hace saltar hasta al más distraído en defensa de lo que se debiera esperar. La constante lucha entre lo que es y lo que debiera ser. La amistad. Una palabra que consta de 7 letras y miles de aristas. ¿Por qué? Por que uno se hace amigo de una persona y el saco que trae en su espalda, portando tanto a su gente cercana, su historia, sus alegrías y frustraciones. Es el paquete completo. Y aquí es donde me detengo un momento. De todas las vivencias que a uno le toca vivir con sus amigos hay algunas que nos ponen en situaciones delicadas. Nos piden buscar en nuestro saco personal y sacar a relucir las cosas en las que creemos, lo que pensamos que es ‘lo correcto’, ‘lo justo’, o ‘lo apropiado’. Sacamos la balanza que mide el bien en contraposición al mal. Y claro, esa balanza nadie nos la entrega al llegar al mundo. Es un asunto abstracto que en lo más recóndito de nuestra mente guía nuestros pasos. Bueno, sin más ni más tenemos que poner en esa pequeña balanza de cristal un container de situaciones. Y claro, con un instrumento así de frágil quien no comete errores. Errores de precisión, errores de tacto, de medir nuestras palabras, de reflexionar antes de actuar, de tomar partido ante las cosas. ¿De qué estoy hablando? Estoy hablando de qué hacer con nuestras personas más cercanas. ¿Ser pasivos o ser activos? Aceptar como son sin más ni más o inmiscuirnos y plantear lo que nos parece poco correcto. Porque seamos concretos y el que no lo haya vivido que me lance una piedra ya y me tape la boca. ¿Cuántas veces nos vemos hablando del resto? ¿Cuántas veces hemos criticado algo que no nos parece correcto? Y ¿cuántas de esas veces lo discutimos con el involucrado principal? Creo que las cifras serían bastante reveladoras. Pero volvemos al principio. Así es la vida. No sacamos nada con juzgar a quienes hacen lo mismo que uno muchas veces. Sin embargo ahora me pregunto si pusiéramos en la balanza nuevamente a alguien que opina con criterio y a alguien que prefiere guardarse sus comentarios incluso frente a su mejor amigo o amiga ¿para qué lado se inclinaría la balanza que nos indica que es lo correcto? Aquí es donde viene la parte terrible de esta historia. Y es que descubrimos que la frágil balanza de cristal que se nos da para medir el bien del mal es solo un adorno para colocar en nuestras casas. Y es que nadie es poseedor de la verdad. Nada es absoluto. Todo tiene millones de aristas. Nadie posee toda la información para enjuiciar. Entonces ¿qué debemos hacer? Creo que la respuesta más acertada sería nada. O todo. Es decir, simplemente ser quien uno es. Hacer lo que uno cree. Al que le gusta le gusta. Teoría del caos. Dejemos que el azar junte a santos con santos y pecadores con pecadores. Al menos nunca dejemos de reflexionar ante esto, aunque sea como estar en un museo y mirar tras la vitrina algo que nos puede gustar o no, con lo cual podemos estar de acuerdo o no, pero con lo que poco se puede hacer más que aceptarlo como lo que es. Los (malditos) hechos de la vida.

Texto agregado el 26-11-2004, y leído por 425 visitantes. (0 votos)


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