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Lo vi, sentado en un banco de plaza por abril de 1927.
Sus ojos eran tristes y sentía que el tiempo se había detenido a partir de aquel instante en que había decidido dejar de luchar por su vida.
Su gran amor lo había abandonado y las ansias de contruír un futuro junto a ella se esfumaron cuando yo lo conocí.
Leonardo siempre fue un hombre inteligente, correcto, audaz. Se había mudado al barrio cuando aún no tenía los trece años cumplidos. Mis primos siempre me hablaron de él. En cierto modo por su ambición y su arrogancia frente a los demás, y otro poco por su encanto y cordialidad.
Algunas veces cerraba las puertas de la casa con llave y salía a caminar hacia la nada, tal vez para sentir la brisa de la tarde y escapar de su encierro y sus silencios, o tal vez por el simple hecho de evadir problemas.
Alma se enamoró de él durante el verano de 1925 en su regreso de un viaje por trabajo. Ella me hablaba de su entusiasmo, de su sonrisa, del empeño que mostraba por llevar a cabo algo.
A temprana edad logró graduarse como abogado y desde entonces vivieron juntos algún tiempo.
En los meses siguientes supe de su enfermedad. Hallé sobre el escritorio unos estudios que el médico le había encomendado. Leonardo seguía ocultándolo todo, y su enfermedad parecía no manifestarse ya que su vitalidad se acrecentaba.
Alma lo abandonó casi un año después y aún no sé exactamente las razones, tampoco él quiso contármelo. En ese momento tanto su cuerpo como su mente comenzaron a debilitarse. Solía verlo desgastado, consumido y ya no salía demasiado a la calle. Prefería encerrarse en su dormitorio esperando que su amor lo llamara.
Nunca tuvo demasiados amigos, o si los tuvo, no lo sé. Tampoco le incomodó la soledad, pero yo fui perdiéndolo todo.
Le entregué mi vida y fui incondicional durante varios años. Recibí a cambio engaños y mi resentimiento quizá se deba a sus maltratos. Aún no comprendo cómo me enamoré de él y su soberbia, ni cómo consiguió excluírme de lo más preciado, mi libertad.
Lo recuerdo bastante bien, sí. Estaba sentado en aquel banco, aún sin resignarse a haberme perdido. Pocos días después leí que había fallecido, pero fue su enfermedad lo que lo llevó al umbral de la muerte, yo no lo maté.
Alma jamás lo supo y consiguió casarse y vivir fuera de la ciudad.





































Texto agregado el 30-11-2004, y leído por 96 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-05-2005 un cuento no tiene que convencer, tal vez ni deba tener convicciones. Seguì narrando que lo hacès muy bien. nalpas
23-12-2004 Un repasó fugaz por una vida igual de fugaz, tiene partes muy buenas, pero el conjunto no convence. musquy
 
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