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“Nunca antes había sentido mi cuerpo tan armónico como ahora. Es como si cada miembro que lo conforma estuviera destinado desde el principio, a esa ubicación y forma con motivo de este momento.
La redondez de tu cabeza cabe perfectamente en la cavidad que funde mi cuello con el hombro y aquel brusco agujero que demarca mi clavícula, como resultado de mi extrema delgadez, tiene las mismas dimensiones de tu nariz. Tu frente húmeda se apoya bajo mi oreja y siento unas tibias gotitas resbalar por la ladera de mi cuello, que ahora permanece tangente a tus ojos.
Tu respiración agitada y cargada de sollozos me traslada, hace que se me ericen los vellos de la espalda y me recorre un escalofrío que intento espantar fingiendo un súbito acomodo.
Uno de mis largos brazos logra rodearte, pasando por tu fina espalda, y llevar mi mano al otro extremo de tu cintura para apretarte tierna y firmemente contra mí. Mi otro brazo sube hasta tu cabeza y hace que mis dedos se pierdan en tu pelo y sus destellos de variados tonos azulados que delatan la presencia del sol colándose entre tu cabellera negra y fina de la que siempre renegaste. Reconozco su largo y podría medirlo centímetro a centímetro de raíz a punta, mientras me envuelvo con ese olor a miel que te caracteriza...¿De dónde fluye?... Nunca lo he podido descubrir
Tus manos me rodean y se entrelazan justo en el medio de mi ancha espalda, y percibo su temblor acompasado con los latidos que alzan tu pecho y que sólo se ven interrumpidos cada vez que suspiras.
De pronto mi mentón se apoya sobre tu cabeza aprieto durante dos segundos fuertemente los ojos y no consigo esfumar ese sentimiento egoísta que desea perpetuar tu tristeza para que te quedes siempre así, pegadita a mi cuerpo, dándole por fin un sentido a su imperfección estética; para que no me sueltes y te refugies en mi hombro como si lo necesitaras, como si fuera imprescindible para poder salvarte del naufragio del llanto. Pero soy sólo una tabla de salvación, una madera furtiva que encontraste por azar y a la que te aferraste para descansar y poder nuevamente volver a la isla de arenas doradas que deseas, a un perfume diferente, a unos brazos que desentonan, a un hombro con ángulo brusco, a un pecho pedregoso que te hizo, por bendita torpeza, naufragar hasta mí”

Texto agregado el 30-11-2004, y leído por 119 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-06-2005 Creo que cuando se vive una experiencia como esta en donde disfrutas, con la sensibilidad a flor de piel, de las mas mínimas sensaciones, sabiendo que no durará, el naufrago luego, serás tú. brisandina
11-05-2005 Todos naufragamos, somos naufragos del olvido, del amor, del llanto y de la risa. Naufragos del castigo. poetaloco
 
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