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Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano país, vivió una princesa que no quiso casarse con el caballero que mató al dragón.

Receptora de la más exquisita educación, en su calidad de hija única de los reyes, y por tanto futura reina, la princesa se negó en rotundo a casarse con aquel caballero de rudos modales y físico nada agraciado, al que tan solo había visto una vez en palacio, y cuya única relación con ella era una estúpida promesa hecha por su padre. La princesa, llena de ira, intentó hacer ver al rey que una suculenta recompensa económica sería más que suficiente, y satisfaría al caballero. Sin embargo, al conocer éste la negativa de la princesa, y sintiéndose ultrajado, abandonó el reino sin exigir ninguna otra compensación, aunque promulgó allá donde encontraba cualquiera que quisiera escucharle, la caprichosa naturaleza de la princesa, y peor aún, la debilidad del rey, que ni siquiera era capaz de gobernar en su propia familia.

Al conocer estas noticias, el rey montó en cólera, y exigió a la princesa que en un plazo máximo de un año, eligiera príncipe casadero de entre los reinos vecinos con el que desposarse, pues los reyes ya iban siendo mayores, y querían asegurar el futuro del reino con un yerno fuerte, un nieto sano, y una alianza duradera.

Sin embargo, pasado el año, la princesa seguía obstinada oponiéndose a los deseos de su padre, cuya paciencia empezaba a agotarse. Lo que el rey no podía saber, era que la negativa de la princesa obedecía a una poderosa razón. Se debía, a que su corazón estaba ocupado en medida similar a como lo estaba su cama, cuando conseguía esquivar a los guardias. Su amor, empero, tenía dos grandes inconvenientes: el primero, el hecho de que su amante fuera su ayudante de cámara, una de las posiciones de menor consideración dentro del castillo, por lo que su padre nunca aceptaría su relación. Y el segundo, quizá más importante aún, que su ayudante de cámara, era una mujer.

Las amantes llevaron su amor tan discretamente como les fue posible, conocedoras de las consecuencias que tendrían para ambas si eran descubiertas. Sin embargo, un cambio de guardia más temprano de lo habitual, y una puerta no del todo cerrada, dieron al traste con su silencioso secreto.

Ordenado por el rey, la ayudante de cámara fue decapitada, aunque no públicamente, pues su pecado no debía conocerse, y la princesa fue encerrada en la última habitación del más alto de los torreones, donde sólo pudiera tener contacto con el carcelero que le llevaba la comida, y que era sordomudo de nacimiento.

El rey convocó a todos sus ministros, algo poco habitual en tiempos de paz, para intentar buscar una solución a este problema que amenazaba la sucesión de los reyes, y por ende, la estabilidad futura del reino. La primera alternativa propuesta, una nueva maternidad de la reina, fue desechada debido a su avanzada edad. Se propusieron numerosas ideas, y todas fueron discutidas, sin que ninguna de ellas gozará del favor de todos los participantes. Finalmente se impuso la lógica, que mandaba que si la princesa no podía reinar, lo hiciese un hijo suyo. Sin embargo el asunto debía permanecer en secreto, y llevado con gran cautela. Digno hijo de su padre, y valiente allá donde las situaciones lo exigían, el rey se puso en pie, y anunció que él sería el padre de su nieto. Los ministros aplaudieron al rey, y aquella noche, y todas las noches de aquella semana, la princesa fue violada por su padre, el rey.

Pasaron las semanas, y la princesa no se quedaba embarazada. Los ministros lo achacaron a la edad del rey, así que en un esfuerzo colectivo, se decidió que todos ellos, hombres en edad madura pero fértil, y recubiertos de grandes conocimientos e inteligencia, violarían sucesivamente a la princesa, con el fin de asegurar su concepción.

La princesa embarazada, fue sometida a una fuerte vigilancia para evitar que en un arrebato de ira pudiera acabar con su hijo, que varón y saludable, nació al cabo de 9 meses, para regocijo del rey y sus ministros. La princesa quedó encerrada en el torreón por 12 años más, hasta que en un acto piadoso, loca, y prematuramente envejecida, murió a manos de su carcelero.

A los 21 años, muerto el rey, el príncipe se hizo cargo de la corona, y conocedor de la historia de su madre a través de la esposa de un mendigo, sordomudo, pero no ciego, y antiguo carcelero del castillo, promulgó una nueva ley, según la cuál, por primera vez en el reino, se establecía la más absoluta libertad en las relaciones de pareja, sin censura ni menoscabo para ningún tipo de asociación. Y esto lo hizo por dos razones. La primera, rendir homenaje a su madre, y la segunda, y quizá más importante aún para él, garantizarse el respeto legal hacía su amor por su ayudante de cámara, ocupación que, desde el desafortunado incidente protagonizado por su madre, sólo podía ser desempeñada por hombres.

Texto agregado el 21-10-2002, y leído por 1035 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 jeje nunca hubiese imaginado este cuento KAReLI
09-07-2004 Me encantan los cuentos tradicionales...y esto sale totalmente de eso , pero a la vez mantiene un tòpico escondido y real en todo tiempo ..muy buena idea tu cuento ...felicitaciones isamusa
16-08-2003 Amigo mio, la singularidad de este texto, me desobliga de comentarlo. Es magnífico. Me felicito de haberle buscado en esta tarde. Gracias por compartirlo hache
20-04-2003 Cuentos como este inspiran a grandes historias...me gustó bastante!! Greenprince
22-10-2002 estás creando toda una tradición de cuentos de princesas y reinos, reyes y reinas, me encantan todos ellos y la ironía que transmiten... un saludo rnahimla
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