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Al otro lado de la laguna Estigia
Los cuentos de la muerte

ÓSCAR VALDERRAMA CÁNOVAS


“Al caballero le dolió en el alma que su mujer pareciera no amarlo más”.
ROBERT FISHER
(El caballero de la armadura oxidada,1990)


Prólogo


Tenemos que amarnos y respetarnos los unos a los otros, ver y apreciar la belleza y la dignidad innatas de todo el mundo,
porque todos somos almas, todos tenemos la misma sustancia.

Brian Weiss. Messages from the Masters(2000).


Ya ha llegado la primavera, trayendo con ella alergias a los humanos y lluvias a la tierra. El sudor se ha empezado a espabilar y, durante estos días pasados, se deslizaba por los cuerpos pesados que caminaban por nuestra querida ciudad condal tan llena de camisetas cortas de tirantes. Los malos olores se han empezado a notar y cada vez cuesta más aguantar un corto trayecto en el metropolitano barcelonés. Los jóvenes siguen pegados, en perenne estado simbiótico, a sus walkmans buenos y a sus pésimos libros de bolsillo que devoran aislados en los sucios y semi-quemados asientos negros de plástico.
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a todos aquellos interesados por la unión de palabras en clara formación textual, y no como un fenómeno docto sino todo lo contrario, como una actividad de vulgar distracción y divertminto . Leer no es una cuestión de aporte intelectual para unos pocos eruditos prepotentes con valores totalmente alejados de las vidas normales, llenas de esfuerzo y trabajo sin recompensa. Por ello quiero desmitificar la idea de cultura como un acto solemne para dar paso a un realismo de quejas, pero quejas de todos y para todos, donde lo importante no es la literatura sino el griterío irónico sobre todo aquello que incordia.
No necesitamos licenciados para saber redactar miles de quejas apoyadas, siempre, en opiniones profundamente personales (y a veces idiotas) de seres que viven en este mundo tan poco espacioso para los desfavorecidos y totalmente desprotegidos ante un trato educacional y sanitario justo.
Por lo tanto, en Al otro lado de la laguna estigia he omitido cualquier clase de formalismo académico para escribir según el dictado de mi subconsciente, haciendo del surrealismo el mejor realismo posible. Decimos lo que pensamos, aunque moralmente esté mal, pero qué es la moral es un mundo tan perjudicado por las ansías de poder de unos cuantos. Nuestro poder es la palabra y el insulto.
Estamos en un tiempo en el que la gente se dedica a amar (unión) y a odiar (divorcio); y donde los suicidios y depresiones se multiplican por diez. Os pido que paséis cada una de vuestras etapas negativas escribiendo, leyendo y, si es necesario, insultando. Porque un buen grito a tiempo puede evitar infinidad de barbaridades. El ser humano siempre estará limitado, mientras las letras se desmarcan y viven eternamente para juzgar a la sociedad y todo lo que la degenera el tiempo. No vivimos en tiempos difíciles, sencillamente no nos permiten vivir; y es entonces cuando debemos despertar de ese sueño dogmático para chillar como mandriles para que no nos quiten el pan; y sobretodo nuestras ganas de comerlo.
Nuestra tinta manchará como la sangre de un cordero degollado, y seguiremos protestando con nuestra libertina escritura de parlanchines amateurs.

Óscar Valderrama



Introducción

Somos pocos los condenados a muerte. Antes éramos más, casi unos cien, pero ahora somos pocos; si tenemos en cuenta la población mundial. Las rejas forman ya parte de nuestras vidas, día a día las miramos, aunque no tenemos nada que decir ni nada que hacer con ellas; parecen sordas, ya no escuchan. De entre todos los posibles homicidas, yo soy el peor y eso es algo de lo que no debería estar orgulloso aunque lo esté. Bueno, así están las cosas. He desayunado hace un rato, esta vez he pedido café con leche y una enorme magdalena; no sé por qué pero es algo que ha salido de mi subconsciente, como es evidente mi yo no ha opuesto resistencia. De repente me ha salido, sin más. Pero qué coño es una magdalena, no es tan importante, aunque Proust escribió acerca de tan preciado bocado.
La vida aquí es muy aburrida. Cualquier espacio de tiempo es un espacio reservado al ocio, y ya se sabe que el ocio en grandes cantidades aburre. Recuerdo una tarde que pasé viendo una retrospectiva de Krzysztof Kieslowski, en una gloriosa época de fama y glamour. Yo era famoso, incluso conseguí salir con una de esas modelos anoréxicas que se metían rayas a cada instante.
Trabajaba en una revista especializada; no sé aún de qué especialidad se trataba. Escribía una pequeña sección dedicada al cine minoritario, cuyos productores lo bautizaban como independiente y conocido vulgarmente como cine de arte y ensayo(bodrios subtitulados cuyo significado argumental sólo lo entiende el director; y cuya visión de éste te hace más intelectual, algo muy de moda en una w.w. sociedad.com.).

Caminando sin rumbo

Cuando tropiezas muchas veces terminas siendo inmune al dolor, y os puedo asegurar que sé de lo que hablo. Aquella noche Boris estaba en celo, se había masturbado un par de veces en menos de una hora. Gemía como una actriz porno después de cobrar su nómina. No estaba demasiado preocupado, sabía que más tarde o más temprano llegaría ese fastuoso día en que me perforarían el ano como si fuese una mariquita fácil en una isla griega.
Se tiró al cuello y seguidamente sacó su pesado instrumento del calibre veinticinco para agujerearme el esfínter. Recuerdo lágrimas, taquicardias, impotencia, y todo tipo de sensaciones acordes con el momento. Esos fueron para mí los únicos minutos de gloria de los que hablaba Andy Warhol.
Boris había pagado a uno de los funcionarios más de diez mil pesetas por la cita más happy de todo el edificio. Eso era una costumbre y un privilegio para los que llevaban más tiempo en el patíbulo. Aquella fue la única relación sexual que realmente pude sentir durante mi tétrica y paupérrima vida; y digo esto con toda la convicción del mundo. Estuve sangrado largas noches de vigilia.
Pensaba en la muerte como la verdadera liberación de mi abúlica alma. Sería el mejor final para la peor vida humana que pisó el mundano asfalto.
Debo confesar antes de todo que siempre quise morir. Desde que tuve mi primera sensación de ser materia orgánica hasta la fecha no he pasado un solo día sin pensar en la muerte. Creo que debe ser lo más sano para cualquier tipo de existencia mediocre. Es la catarsis del simple. La cura del necio. El abrazo del desgraciado. Esa señora que para algunos tenía forma de luna y que para otros era algo demasiado abstracto, es una dama blanca en busca de un fiel compañero que siempre está por llegar.

infancia olvidada

Con doce años me corte las venas con el único objetivo de averiguar si yo también poseía ese líquido rojo que tan poco gusta a los devotos de Jehová. Leí en un artículo que un niño había muerto porque según la religión de sus padres era un pecado recibir una transfusión. Tenía la misma edad que yo, pero él estaba muerto y yo vivo. La única diferencia es que mi ataúd era más grande. Su extensión era prácticamente todo el territorio que me permitía el pasaporte. El niño muerto limitó su extensión a un trozo de madera tallada de primera calidad. Quién de los dos era el auténtico muerto, todavía no lo sé.
El niño muerto lloraba por las noches, su pequeño corazón no tenía sangre para jugar, su bello cuerpo se iba pudriendo a una velocidad imparable.
El niño muerto no podía comer, cualquier apetencia había desaparecido de su frágil y minúsculo cuerpo de ser novato en una sociedad dominada por malvados legionarios octogenarios (téngase en cuenta la rima). Un perro pasa por la tumba y se mea. El ácido úrico se desliza penetrando en la tierra de Hades.
A los catorce años hubo un cambio: a la idea de muerte se unió la acción de masturbarme. Había renovado mi pueril pensamiento haciéndolo todavía más insensato. Aprovechaba cualquier trempera, incluso las producidas por el telediario.
En aquella época la presentadora se parecía mucho a Lady Di, más tarde me enteré que las dos habían muerto. Después de cada estoica hazaña con mi lanza, volvía a pensar en lo que más me gustaba: la muerte.
En aquellos años no la veía como un símbolo femenino ya que en clase me dijeron que era un esqueleto con guadaña. En una película sueca incluso jugaba al ajedrez con sus víctimas.
Los funerales eran los mejores sitios para estar cerca de ella. Podías contemplar como agarraba los cadáveres dejándoles amarillos y morados a la vez. Un juego de colores difíciles de falsear. Algo demasiado enigmático para mentes enfermas en un mundo cuya máxima es ganar dinero y firmar testamentos.
Fruto de esa epidemia es la famosa especie conocida como niño pijo repelente, cuyo padre se preocupó más en ganar cantidades gloriosas que en hablarle del final de la vida. Por qué los padres nunca han hablado a sus hijos del día en que no estén.
Ninguno ha podido soportar semejante conversación, se limitan a mandar redactar unas hojas firmadas por el típico vecino intelectual y respetable que te lleva los impuestos al día y te resuelve los problemillas jurídicos a cambio de una cena que siempre debes .

vida laboral

Mi primer día de trabajo fue peor que mi primer polvo; en un instante me había dado cuenta del poco valor que tenemos los seres humanos. Nos utilizan a cambio de un salario mínimo que terminas gastándotelo en drogas; y así evitar cualquier tipo de pensamiento.
Suena el despertador y tus ganas de seguir durmiendo se evaporan tan deprisa que no te lo planteas. El agua de la ducha siempre sale en la misma cantidad. El gel lo compra tu madre en la misma perfumería donde te follabas a la dependienta.
¡Menudas tetas tenía la muchacha, eran dos peazos de alcántaras!. Por suerte, yo ya no iba a comprar allí, no sabía con que cara mirarla. La primera vez que me la follé fue en casa de mi amigo Sergio. Esa noche ella insistía en enseñarme la cicatriz de su pierna mientras yo le comía el coño más peludo del mundo. Porque tenía una vulva masificada por un espléndido y fuerte vello púbico. Su olor era tan especial que mi cosita pasaba a ser la cosa. Su pelo de las axilas también era especial. Pero si había algo bonito en esa preciosa mujer, eso eran sus hermosas tetas dignas de una película de Fellini.
La segunda vez fue en su casa. Entré a su habitación y me despeloté precipitadamente, enseñando mi pértiga como un gran campeón olímpico.
Ella, un poco más elegante, se fue al lavabo y salió como Dios la trajo al mundo. Se puso de espaldas a mí, mientras se recogía el pelo con una vulgar goma, y yo no podía evitar mostrar mi espectacular trempera nocturna. Se lanzó a mis partes y empezó el juego del mete-saca, después se la puso en la boca hasta que no aguantaba las ganas de irme; y no precisamente de allí.
Pues bien, entonces le di media vuelta al asunto para comerme esos preciosos pezones marrones tan grandes como una buena puesta de sol. Estuve unas tres horas sin soltarle sus glándulas mamarias, después me corrí en su boca y ella acabo la sesión con un empujón despiadado.
-¡Tío, de qué coño vas! -dijo ella-.
-Pensé que no te importaría -argumenté yo-.
-¿Pero tú eres imbécil ó qué? -prosiguió ella-.
El dialogo fue bastante patético, aunque la corrida valió la pena. Fue un gran momento en mi vida; por un momento pude zafarme de mis ganas por morir.
En fin, debo seguir hablando de mi trabajo; es el verdadero tema de este jodido escrito y la única razón que me ha impulsado a elaborar este conjunto de míseras palabras.
Me atrevería a definir mi vida como si fuese un fenómeno social conocido con un original nombre: el SPANISH DREAM.


¿qué es el spanish dream?

Es un hermoso término con el que voy a designar todo aquello que jamás sueñas pero que es tú auténtica realidad inmediata. Es algo que ocurre diariamente en un país de mierda conocido como Estado Español. Es algo que no te enseñaron en la escuela, pero todo y con eso debes admitirlo y tragar con las consecuencias de una mala política hecha con el culo por una patética Administración.
Más de seis millones de personas se esconden en la pobreza; seis millones de ciudadanos españoles intentan sobrevivir con treinta y siete mil pesetas al mes; el precio de la gasolina se dispara y seguirá subiendo; la precariedad en el trabajo es peor que el paro; un impresentable dice que todo va bien; la falta de autoestima se apodera de la población; se gastan más dinero en la programación de las televisiones basura que en bibliotecas o profesores; los seres humanos pierden el interés por la lectura; los jóvenes se suicidan, y los que todavía no lo han hecho no esperarán mucho; los ciudadanos siguen con inútiles manifestaciones; el Estado sigue practicando su reconocido terrorismo basado en la opresión; las mujeres maltratadas reivindican sus derechos en un país machista, con jueces y fiscales machistas; España sigue a la cabeza en Europa en lo que respecta al Sida; un insumiso termina en la cárcel; un joven de veintiocho años pide limosna en las calles de Madrid; cinco neumonías en el mismo pulmón aconsejan a un mendigo dormir bajo techo; la ignorancia de oportunidades disponibles nos conducen a la pobreza; España ha incumplido el acuerdo de destinar el 0’7 % del PIB a la ayuda al desarrollo ; la población envejece; el número de mujeres pobres aumenta un diez por ciento; la reforma educativa está creando engendros trastornados mentalmente; existen seis centros de internamiento para extranjeros, que se joda la Ley de Extranjería; el setenta por ciento de nuestros billetes tienen cocaína; el diez por ciento de los jóvenes son homosexuales; el capitalismo triunfa y los seres humanos renunciamos a nuestras neuronas …
…todo esto es el spanish dream.





galimatías

Cuatro vasos de vino tinto, veintidós cigarrillos rubios americanos; chorizo frito con patatas, salsa de Ketchup americana; poeta andaluz asesinado , novelista americano encañonado a su escopeta de caza; bocadillo de jamón de bellota en un bar típico sevillano, hamburguesa con queso en un banco de Central Park; sidra asturiana en un vaso grande y ancho, whisky de Kentucky en un vaso largo y corto.


…y te preguntas
qué es una metáfora,
metáfora eres tú.






lenocinium

Cuatro chicas se besan desaforadamente en el hall de una rústica casa extremeña, es en ese preciso instante cuando aparece Luis Eduardo con su típico flequillo repeinado; y tras él se esconden sus impenetrables ojos de proxeneta que repasan con absoluta exactitud cada poro de la piel de las lascivas hembras.
Luis Eduardo es tímido, aunque su profesión no lo requiere; es más, requiere todo lo contrario. Le gusta cantar en Karaokes y jugar al billar con mujeres desnudas, así aprovecha para rozarlas en el pubis con el palo. En el sistemático acto, primero pone tiza al palo y luego le cede el turno de tiro a la mujer obscena; y cuando ésta lo realiza, entonces él la roza reiteradamente desde una premeditada posición trasera.
Luis Eduardo jugaba todos los días con las cuatro, aunque no le importaba reconocer su ferviente debilidad por Christine; ya que era una impresionante rubia despampanante de metro ochenta y protuberantes pechos franceses (y digo esto para homenajear a Sophie Marceau).
Pues bien, Luis Eduardo y Christine pasaban las horas metiendo las bolas en las troneras.
Mientras tanto la tritagonista de la historia preparaba una cruel venganza movida por los celos hacia Christine (se habrán dado cuenta que hablo de un amor lésbico, ¡pues sí, lo confieso!).
Una noche, nuestra vengadora en cuestión, preparó un ungüento que mezcló laboriosamente con la tiza. A posteriori, la dejó secar y la volvió a colocar en el lugar exacto de la mesa de billar; es decir, justo en la tronera de la izquierda mirando desde la puerta.
Ese día, Luis Eduardo y Christine pasearon todo el día por la plaza del pueblo hasta llegar a un esplendoroso manantial donde se bañaron como Dios los trajo al mundo. Nuestra vengadora los había seguido y pudo observar desde lo alto de una colina la perfección de sus cuerpos desnudos, sobretodo el de Christine. Se puso a llorar de rabia durante treinta minutos, justo el tiempo de remojo de la sensual pareja.
Christine se tumbó cerca del agua mientras Luis Eduardo le masajeaba la vulva. El paisaje era hermosísimo, rozaba la perfección y la luz de una película de Bertolucci.
Luis Eduardo se vistió y Christine se quedó allí tumbada.
La vengadora aprovechó para bajar hasta el lugar paradisíaco, donde se desnudó y continuó con el masaje; ya que Christine tenía los ojos cerrados de placer. Las dos empezaron a gemir de gusto. El ruido fue tan fuerte que un cazador que rondaba la zona las escuchó y se acercó a observarlas. La liturgia sexual se convirtió en una ínclita fábula para los visitantes que se acercaron a la zona. Incluso se creó un museo lleno de diversas pinturas sobre la heroica hazaña. Muchos escritores la incluyeron en sus libros. El cazador se hizo de oro en la explotación del turístico Rincón del placer.
La cuestión es que nadie supo como acabó la leyenda, pero permítanme que la explique con todo lujo de detalles:
Luis Eduardo llegó a casa y se volvió a desnudar para secarse. Fue entonces cuando entraron las otras dos viciosas hembras y le realizaron tocamientos impuros. A una de ellas se le ocurrió impregnarle el pene con la tiza del billar realizando una estupenda metáfora gráfica.
Se pusieron a follar durante más de tres horas en toda clase de posturas. Fue entonces cuando entraron en escena Christine y la vengadora. La orgía siguió con el relevo, y Luis Eduardo seguía tan erecto como al principio.
Al terminar con ellas, necesitaba más sexo y se puso a follarse a una de las cabras que había en el granero. Luego se lo hizo con las yeguas, y se fue al pueblo para buscar lugares donde meter. El resultado fue que consumó el acto con todas las mujeres de la zona, hasta que no quedó ya nadie a quien metérsela y murió por incontinencia de las glándulas genitales.
Las mujeres no tardaron mucho en perecer, y cada día iba cayendo una víctima del pecado carnal.
A los animales les pasó lo mismo.
Pero en cambio, hubo un único superviviente : el cazador; ya que, debido a su avanzada edad de demencia senil, no pudo realizar el acto con nadie.
El tipo se hizo de oro y desde entonces el pueblo fue creciendo llenándose de personas pulcras que veían el sexo sólo como una forma de procreación y nada más.
La Santa Iglesia tomó al pueblo como modelo dogmático cristiano, y sus habitantes no volvieron a pecar jamás.
En lo referente al billar, se convirtió en un deporte serio y nadie disfrutaba con su juego.
La moraleja de la historia es muy sencilla: el exceso del hombre se convierte en su único camino de perdición .



la vida es siempre la misma

El tiempo pasa con la misma frialdad con la que llega la muerte. Vives deprisa para morir despacio; ya que ves como poco a poco vas envejeciendo sin poder evitarlo.
La historia que a continuación voy a contarles no es nueva para ustedes, aunque les servirá para recordar el porqué de todo lo que nos ocurre durante esta transición llamada vida.
Sandro salió de casa a las nueve menos cuarto, era costumbre en su monótona vida. A las nueve se tomó un café ristretto, y a las nueve y cinco se pidió un donut chocolateado; en el transcurso de la liturgia, se leyó dos periódicos: uno deportivo, otro de economía.
Sin más importancia, salió del local para ir a trabajar; y para ello utilizó el Metropolitano . Se bajó en Urquinaona y caminó hasta Plaza Cataluña. Una vez allí, entró en los grandes almacenes donde trabajaba como seguridad. Por diez horas le pagaban tres mil quinientas al día; por supuesto sin contrato.
Su jefe, David, era un hijo de la gran puta que venía de un pueblecito cercano a Cuenca. Su mal carácter le hacía explayarse maleducadamente con el personal.
Un hermoso día primaveral con sol de agosto, entró un nuevo empleado de seguridad: Ernesto.
Su aspecto hacía presagiar el peor desenlace de una fecunda historia como ésta.
Todo ocurrió de golpe; sin más, en cuestión de minutos todo acabó para Sandro.
Ernesto era un chulo amante de las películas de Chuck Norris. Para él, su pistola era lo más importante; luego, tenía una segunda prioridad en la vida: follar.
Manejaba sus dos armas con una precisión pitagórica.
Además, era un tipo bastante guapo; una retirada a Robert Redford, le decían algunas personas.
Se paseaba por el centro comercial como John Wayne en Río Bravo.
Esa mañana fue complicada para todos; y sobretodo para Sandro, ya que fue el más perjudicado.
Cuando estaba a punto de acabar su turno, llegaron dos tipos bastante extraños. Sus aspectos dejados podían vaticinar el triste desenlace del relato, aunque no se sabe qué pasó en realidad; tenemos varias versiones de lo ocurrido.
Para David, el jefe, lo sucedido fue lo siguiente:
-Pués, esos dos magrebís entraron rápidamente para encañonar a una de nuestras cajeras con una recortá. Ernesto supo situarse en una buena zona ofensiva para alcanzar a uno de ellos en el pecho y en la pierna derecha; es decir, un puto moro menos.
¡Ese chico es bueno, lo supe desde el princio!. En cambio, Sandro es más paradito y no ha sabido reaccionar a tiempo. Se colocó en el centro de un terrible fuego cruzado entre los asaltantes, la policía, y Ernesto.
Una bala le alcanzó el pulmón izquierdo, otra la mano derecha, otra se ocultó entre las costillas flotantes, y un par más no se sabe con exactitud(de momento).
Es una pena que el probre chaval se haya llevado todo el calvario de una situación tan típica en la sociedad capitalista, donde por dinero se mata.
No creo que salga de esto; aunque si sale, jamás volverá a trabajar.
Hace unos meses se me murió otro de un navajazo en el vientre. Le salían los intestinos, dejó todo lleno de sangre. Los clientes de ese día se han perdido, ahora se gastan el dinero en psicólogos y ya no vienen a comprar.
Para Ernesto pasó algo así:
-Enseguida me dí cuenta de sus intenciones, por suerte pude resguardarme de la tempestad de balas. Las muy jodidas se paseaban como insectos. Tuve que reaccionar en cuestión de segundos.
Sandro se quedó rezagado. Ese chaval es un poco corto.

Estaba justo en el peor lugar de las ráfagas, se las comió todas. La munición efectuó una acción de imán con su cuerpo. ¡Pobre diablo!. Cómo mínimo se queda parapléjico, ¡sí es que sale de esta!.
La cajera, al escuchar mi aviso, se tiró rápidamente al suelo. Está sana y salva, seguramente quedaremos para cenar; de las situaciones in extremis siempre salen las mejores relaciones sexuales, es el despertar del apetito sexual y es como si apareciesen en tí los sentimientos más ocultos(son tan solo endorfinas).
Para Sandro fue todo más sencillo:
-En pocos minutos me dí cuenta de la falta de oxígeno; no podía respirar por más que lo intentase. No sé lo que me estaba pasando, había logrado salir de mi cuerpo; paseandome por el lugar del atentado como un ser invisible. No tenía tacto, el frío había desaparecido por completo; era algo extraordinario, por fin descubría el valor de mi alma, el auténtico peso de mi vida.
Ahora quiero que ustedes también piensen en su propia versión.
Volver

Siempre se trata de algo imposible, es algo que molesta, es como si no hubieses avanzado hasta la fecha, una típica marcha atrás, invertir el tiempo, el regreso a un pasado aburrido en una misma ciudad rodeado por las mismas personas que se despidieron de tí; y allí los veo con las manos alzadas moviéndolas como abanícos.
Nunca se lo dije después de todo lo que pasó, pero siempre pensé en volver a su lado. Por desgracia, ese lado ya estaba ocupado por sus ansias de soledad.
-¡A qué jode que prefiera estar sola a estar junto a tí! -esa fue una de sus últimas frases.
Sus labios se abrían para decirme que ya no me quería, y eso es un dolor más grande que el que te pueda provocar cualquier enfermedad. Te duelen las entrañas por haber perdido su amor. Ya no quería suplicarle más, con el llanto estático en mis pupilas; y ese llanto que es como entrecortado, como si casi no fuese a salir.
-¡Haz como si estuviese casada o de viaje! -menuda crueldad me suelta.
Es como si fuésemos extraños, ya no me conoce. He perdido su respeto, su amor.
Ya no quiere esperar, en su corazón no queda nada. Se va de mi vida, y yo tan subnormal como siempre soy el último en enterarme de que va la historia. Pasan los días y sigo con la estúpida idea que me llamará para volver.
Ya no entiendo los días, ya no soporto las noches; y he probado de todo para dormir. Estoy confuso, aburrido, cansado. ¿ Cómo puede degenerar tanto una relación ?. En dos días ya no existo, y en tres ya se conoce a alguien nuevo llamado soledad. Yo sigo buscando su rostro en cada nuevo rostro que conozco, me siento engañado. Cuando eres joven te dicen que conocerás a una chica, te enamorarás, y te casarás. Pero la vida no es un jardín de rosas; siempre tienes ausencias en tu vida; hasta qué punto matarías por su amor; y el dolor se sumerge hasta el fondo de tu alma; hasta llenar tus visceras de todo lo que has perdido.
Te sientes como una mierda, un ser fracasado, derrotado por un amor que te lleva al pozo del tedio y el hastío.
Te quedas sin besos, consumido y sin amor, sin corazón, sin suerte, sin sexo, sin alguien a quien amar; y ya se sabe que todos necesitamos completarnos. Ella me llenaba esos huecos.
Ahora no puedo vivir sin su amor, me cuesta tirar para adelante; me encantaría no poder recordarla, pero es inútil dejar de sentir cosas por ella.
En mi corazón tiene su sala de torturas donde me clava estacas cada media hora.
Su cuerpo está en mi mente como si se hubiese clavado esa imagen de desnudez femenina para siempre. Jamás toqué un rostro tan bello, ni disfruté tanto mirando unos ojos azules, ni besé unos labios con tantas ganas, ni lloré pensando en alguien como lo hacía por ella. Pero la mujer silenciosa había callado para siempre. La mujer silenciosa se había cansado de apostar por un tipo variable e inmaduro como yo. Se había cansado de escuchar subnormalidades que se deslizaban por mi boca.
La había cagado del todo, y cuanto más quería arreglarlo peor lo ponía todo.
No había nada que hacer, excepto dejarla volar como me había pedido.
No fue un beso su última petición, sinó que pidió distancia y mi absoluta desaparición de su vida. No soportaba la idea de verla sin estar a su lado, estaba totalmente asustado; pero no cesaba en mis acciones para empeorar la situación.
Me había convertido en un desgraciado obsesionado por un amor imposible. Amaba a la persona equivocada. Un amor que se había evaporado.
En ese instante te das cuenta que todo está en silencio, no se oye ni una voz, ni un sonido, está todo desolado, vacío.
Los latidos de mi corazón han cambiado, los suyos también. Ya no están coordinados, ya no puedo darle más. Me siento como un arquitecto al que le ha salido mal la casa, como si no hubiese mostrado el suficiente interés. Mis planos estaban bien dibujados pero el edificio se había hundido, era cuestión de física. Ya no había gravedad en nuestra pequeña atmósfera.
Comprendí que sería el último silencio que me dedicaría. Ya no se callaría más a mi lado.
Ya no vería más sus ojos tristes, porque ahora eran alegres al haberme dejado. Nunca la vi tan feliz.
Lloraba cada vez que lo pensaba : podía ser más feliz alejada de mi lado. En cambio, debía alegrarme porque finalmente había dejado de callarse, y a partir de ahora seguro que iba a encontrar el rumbo que había perdido.
Durante esos pocos meses a mi lado, ella pudo pensar y ubicarse dentro de su propio mundo.
Volvían a brillarle los ojos, sentía con lágrimas su felicidad; pero qué demonios, era feliz y eso es ante todo lo importante cuando amas de verdad a alguien. Y puedo asegurar que no necesitas que estén a tu lado para amarlas.
Yo la quería en la distancia, porque al fin y al cabo había sido su elección; y eso siempre se debe respetar.
Ella calla, calla, calla para siempre. Ahora ya sé cuál era su silencio, conozco el motivo de su vacío. Comprendo porque había sellado sus labios. El silencio se había quedado ahora dentro de mí. Había vuelto a hablar, y sus palabras tenían tanta fuerza que me hacían daño. Su corazón tenía razón, se había despertado de golpe. Se le escapó el hechizo, y se dio cuenta de su propio silencio, de las ganas de salir de mi jaula, de las ganas de cumplir la condena que le había atado a mí todos esos días azules y esas noches grises. No se trataba de haberse olvidado de mí, se trataba de haberse acordado de ella. Era el despertar del silencio, las ganas de luchar, de tirar para adelante; y de darse cuenta que no necesitaba un lastre grande y pesado como yo.
Yo aún sigo aquí, ella se ha marchado; pero todo es a mejor, sobretodo para ella.
A veces se me olvida que ya no me quiere, me despierto en una playa a su lado y miramos juntos las estrellas mientras le pregunto : ¿ Por qué estás tan callada ?.
Me regaló tantas noches de amor que sólo puedo darle las gracias.
Se sienta a mi lado cogiéndome la mano. Nos miramos fijamente a los ojos, y ella me pregunta: ¿ dónde estás ?.
Supongo que en la Luna, como siempre, viajando y en mi mundo. No le digo nada, es como si me ocultase ante ella por miedo a no dar la talla, es tan grande y fuerte que seguro que no soy suficiente. Mientras le mostraba mis sentimientos y le ocultaba mi vida, ella hacía todo lo contrario. Somos una pareja que ya no sabe bailar juntos, estamos completamente desacompasados, sin ritmo. Ella lo ve y toma la gran decisión con una gran frase: Aunque nos vendan lo contrario, estar en pareja tiene que ser un placer.
La próxima vez que nos veamos nos veremos diferentes, anónimos el uno para el otro, si pensar en el pasado si no es absolutamente necesario.
En cada uno de mis llantos navegará, en cada una de mis risas flotará. Será ese Sol que un día me iluminó y me enseñó todo la luz del planeta. Será siempre especial para mí, será mi gran amor. Le daré mil y una gracias por haberme enseñado todos los caminos que podemos escoger en la vida, por haberme hecho ver que no somos distintos de otros seres humanos porque todos sufrimos de la misma manera. Todos tenemos lágrimas preparadas para cualquier tipo de sufrimiento. Sus manos ya no me tocarán, pero las sentiré cerca porque me ha dado un buen empujón de realidad. Mis pies empiezan a pisar el mundo tal y como es; y empiezo a admitir los miedos de la soledad. Estoy aceptándome poco a poco, y empiezo a verme claro y descodificado de todo superficialidad. Qué triste que haya tenido que soportar el desamor para poder empezar a soportarme a mí mismo. Pronto me encontraré después de haberme perdido en un bosque frondoso y dónde mi única luz tenía nombre y forma de mujer. Una mujer bella por dentro y por fuera, y una persona que algún día dará todo eso al hombre más afortunado del planeta. Y espero que no cometa los mismos errores que yo; y empiece a escuchar desde el principio porque el silencio en una pareja duele. Y duele más al que se calla porque dejar de hablar es más difícil que hacerlo.

Cayendo al vacío
Te tiras una y otra vez retorciéndote; son azotes ensangrentados sobre tu tersa y desnuda espalda; y en ese momento eres frágil muy frágil, preguntándote el porqué de todo.
Desde tu balcón la ves pasar, como fingiendo que nunca conoció esa parte de calle; es una senda desconocida y oscura, iluminada por su presencia.
Nunca hizo tanto calor en un mes de marzo, pero Barcelona en aquellas fechas era un gran Averno; y con diablillos incluidos. El fenómeno destierro estaba llenando a miles de parejas. Un tal Dani, al que desconozco, también había sido dejado por su partner; y todo eso me llevó a elaborar una gnoseología mujeril. Detrás de una ruptura suceden unas cuantas más.
En mi nueva y pretenciosa teoría empecé por el análisis del error masculino; y lo primero que se me ocurre es La omisión de nuestras necesidades, es decir, nunca decimos lo que realmente queremos conseguir en una relación. En los primeros meses sólo deseamos sexo en grandes dosis, y esta etapa dura de tres a ocho meses. No pensamos en la mujer como persona, sino como trozo de carne penetrable.


Esta época sexual se combina con El conocimiento idiota del entorno de la pareja. Es una parte molesta e innecesaria, en la que compartes tu tiempo con todo tipo de seres que te miran de arriba a abajo mientras piensan si eres el más indicado y cuanto tiempo vais a durar juntos. Los pronósticos de los progenitores son exactos; en mi caso, mi madre lo acertó de pleno.
Después de dicha fase viene la de Especulando con sentimientos ajenos, y aquí es donde la cosa se pone difícil. Nos abrimos a la otra persona con la necesidad de compartir absolutamente todo, en el momento en que descubrimos una incoherencia lo dejamos todo y no pasamos a la siguiente fase: Descubriendo a tu pareja; y en la cual ya sabes si será la persona forever. Aquí los dos se desenmascaran por completo y se habla de compartir totalmente ambos contextos familiares. Es decir, todos esos impresentables que te han ido presentado ahora serán parte de ti. La partida se vuelve cada vez más difícil, no puedes esconder nada; ni siquiera esa película porno que todo hijo de vecino guarda en su armario. A continuación viene En busca del destino, y aquí no se libra nadie de la sumisión y las reverencias a esa cosa llamada pareja.
Ellas lo quieren todo, y piensan meterte en el saco junto a la lavadora, el lavavajillas, los edredones, la mantelería, los sofás, la cubertería de plata, etc.…
A partir de ahora todo es más chungo, y empieza su monopolio. Es entonces cuando aparece la etapa de Reinas del hogar. El control es exhaustivo, y no dejan nada al azar, incluso hacer el amor conlleva tiempo de preparación y alguno que otro plano detallado: me tocas aquí y allí, esto ya no me gusta, el sumiere hace ruido y recuerda que te lo dije cuando lo compramos, …
Si superas esta fase aparecen algunas como El hombre, ese ser al lado del televisor, y donde se analiza la subnormalidad y la escasa vida interior que nos imponen con sus criterios vaginales.
También tenemos La vida después de currar, Como dejar de ver a los amigotes, y Atardecer en la playa junto a una tortuga llamada Wife.
Esta última es la más pesada y requiere meses de entrenamiento. Pasas casi todo el día sudando como un cerdo y con tus pies jodidamente llenos de arena, mientras ella se tumba plácidamente enseñando los pechos al personal y rociándose con un filtro solar que gentilmente le has pagado para quedarte sin esas Rayban que también te sentaban. Aquí no puedes protestar, ni se te ocurra; y es que todo lo que digas podrá ser y será utilizado en tu contra. El fiscal de todo este rollo es la suegra, que no se despega de vosotros en todo el santo día y sólo dice una frase que repite hasta la saciedad: “¡ Qué serio es este chico!”.
Luego, ¡por suerte!, viene la paella y la cerveza; pero aparece el obstáculo de siempre: “Cariño no bebas tanta cerveza, te está saliendo barriga. No me gusta que te estés descuidando”.
Cuando pasan todas estas fases, hay dos caminos: te casas o te fugas a un Monasterio para convertirte en un Carmelita descalzo.
Yo me quedé en la primera fase, no aprobé el examen tan riguroso y exigente al que me sometieron.
Dani todavía está deprimido, según los últimos chismorreos. En cambio, yo ya no sé como me siento; y es que he tocado fondo por primera vez, y no sé como resolver la situación.
Para combatir la depresión utilizo la técnica de La goma de mascar, que consiste en concentrarte en el chicle cuando te viene el problema a la cabeza.
Toda tu energía, todo tu ser está personificado en ese minúsculo trozo de goma con edulcorante y aromatizante. Tu mandíbula se mueve impetuosamente. Destrozas el chicle, y cada vez es mayor la presión que proyectas sobre él. El problema va desapareciendo hasta que se acaba el sabor a mentol, es entonces cuando tu mente se despeja y debes tirar el chicle para comerte otro de nuevo y reiniciar la chicleterapia.
En lo alto de balcón ves el mundo como si nada de lo que pasa te pudiese alcanzar. Eres inmune a las prisas, al viento, al frío o al calor, a todo en general. Pero de repente pasa ella moviendo sus brazos con tal ligereza que hace que tus piernas tiemblen. El corazón está a punto de estallar en mil pedazos, el aire suena, y notas tu respiración hasta tal punto que necesitas caer; y en la caída lo ves claro. Poco a poco desciendes hasta quedar pegado al suelo en perfecta y sangrante armonía. Suena la música de Mahler por todas partes. Por fin has avanzado, pero lo has hecho hacia el vacío. El chicle te lo tragas de golpe, ya no da resultado.
Ella pasa de largo, tú te quedas.


La depresión

Desorientación y desinserción ambiental, disarmonía neurovegetativa de proyección somática, apatía, astenia, ansiedad generalizada, trastornos por angustia, …
…y todo eso eres tú.
Estás anclado, con las piernas fijas en una superficie flotante; y todo a tu alrededor se mueve y gira; y al pasar el viento te pega una fuerte sacudida; y sigues sin darte cuenta que mientras tú te paras todo lo demás sigue.
Encerrado en casa, enciendo un cigarrillo y lo voy mirando sin necesidad de fumármelo.
Logras sacar fuerzas para poner un CD de un grupo que te enseñó ella; y es ahora cuando escuchas una y otra vez vuestra canción, y es que todas las parejas tienen su canción; y en nuestro caso eran dos las vitales piezas musicales: Corazón espinado, y Agustito.
Respecto al cine, también lo puedo resumir en dos películas esenciales: Sexo por compasión, y Para todos los gustos; y una conexión importante de Una relación privada, ya que fue la última que vimos juntos en el sofá del salón; y a posteriori le chupé el culo como una deliciosa golosina carnal, esa película me puso muy cachondo.
Recuerdo los diálogos a perfección, todas las expresiones de Sergi López, y sobretodo la cara de Nathalie Baye asintiendo mientras escucha las respuestas de las preguntas a las que somete a nuestra estrella de Vilanova.
Se establece una relación real a lo largo de un exhaustivo y matemático metraje de ochenta y dos minutos bajo la batuta de Fréderic Fonteyne.
En su ausencia he vuelto a ver la película un par de ocasiones, los diálogos se me han clavado en la mente. Aunque lo más importante son las miradas de lo que no dicen, de lo que no se atreven a hablar, por el simple hecho de que ya lo saben. Para qué necesitamos decir algo que está bastante claro.
Cuando se marchó supongo que lo tenía muy claro, en su rostro no se asomaba ni una sencilla duda; y en el mío, había tantas incertidumbres que invitaban a las lágrimas a salir; y es cuando parpadeaba, y me molestaba todo; y no dejaba de llorar; y es cuando me martirizaba dando vueltas de tuerca hasta encontrar respuestas certeras a toda esa encerrona llamada Enamoramiento; y las endorfinas seguían dentro de mí, pero en ella se habían marchado.
Es entonces cuando la ciudad parece extraña, te condenas a su entera magnitud que te atrapa mil veces para ser despojado de todo lo que te hizo feliz. Los árboles los puedes contemplar en blanco y negro desde lejos, sólo en la distancia con tus miedos; y también, con tantas otras cosas que no puedes enumerarlas.
Los días pasan, se van, se quedan diminutos, y todo cuanto conocías se aleja; y te miras muerto en el espejo, y no reconoces el reflejo que en él estás proyectando. Todo está seco, las verdades se diluyen cada vez que las piensas, y no logras detenerlas; y un piano pone notas de tristeza y melancolía, acuchillando tu alma en cada nota.
Te tomas una cerveza caliente, y sin ganas de eructar lo haces. Salen todas esas cosas de dentro que no creías que existiesen.
Al cerrar los ojos recuerdas el primer beso, y es tan cálido y hermoso que la odias por pedirte que olvides todo de una vez. No se obliga a nadie a querer, pero por qué me obliga a olvidar.
Todo ha sido como un buen Tango que nos salió espontáneamente, sin contar los pasos; pero al final ella sabía que estaba saliendo mal, que no hacíamos caso a la música.
Una tarde me senté en el mismo banco donde una noche estuvimos hablando, y la podía oler. Sentía su presencia, su olor intenso a esa esencia naturista con la que rociaba su esplendoroso cuerpo que tanto anhelaba; y al que tantas veces había abrazado. Por mucho que tu pareja quiera abandonarte, jamás logrará arrebatarte los recuerdos y el placer que pueden provocarte al evocarlos.
Hemos llorado juntos tantas veces que ahora me cuesta hacerlo solo, pero su recuerdo me acompaña, y consigo hacer salir mis mejores lágrimas; y son las lágrimas del alma, unas lágrimas que llevan su nombre, y que lo arrastran una y otra vez.
Tropiezo con un viejo en la calle, y poco a poco logramos distanciarnos cada uno en su camino; y es que siempre sigues un camino. Pero su mirada se me queda clavada, es una de esas miradas de perdón y de aviso al mismo tiempo. Es una advertencia de alguien a quien no conoces, pero que tampoco podrías considerarlo extraño.
Es una mirada familiar en un reencuentro fortuito por un tramo de la calle por donde pasas cada día; y justo ahora alguien te espera para avisarte.
Sigo hasta llegar a casa, y al entrar dejo la llave puesta sin acordarme de sacarla para dejarla encima de la mesa del pasillo. Tienes que hacer algo pero no lo recuerdas, y se producen miles de pequeños descuidos para hacerte ver que tienes una cuenta pendiente. Y en la desidia está la verdadera naturaleza del ser humano. Estás programado con un único fin, y las circunstancias te conducen a ello; y es cuando notas que no puedes ir contra el viento que te llevará, porque estás marcado desde el nacimiento.
La naturaleza te ha creado y no es precisamente por azar, sino que tienes una misión específica: reproducir tus genes, envejecer, y luego morir.
Algunos seres no podemos destruirnos, una poderosa fuerza nos lo impide. No creo que pudiera suicidarme, y no es por falta de ganas; que va, todo lo contrario, es falta de fuerza y decisión; y como si una desconocida voluntad me llevará a ver todo de forma diferente, eliminando las ganas de autodestrucción.
Me han creado, y me van a destruir; y lo peor es que mi opinión no cuenta, no vale para nada. ¿ Qué significa libertad cuándo tu vida la estás compartiendo siempre?.
Y al hablar de libertad suenan los violines solidariamente para saludar a mi mente, para acompañar todas las chifladuras.

Vamos de jarana

Ya no sabes mirar, y no te planteas volver a hacerlo. Sientes que puedes naufragar en el intento, y eso te preocupa; si fallas tantas veces como yo lo he hecho, ya no te atreves a moverte de los parámetros que tu mismo te has asignado.
No tienes sed pero pides una cerveza en la terraza donde os reunís los tres amigos de siempre. Algunas veces se produce silencio en el encuentro, otras no; y es que hoy vuelvo a tener la mirada perdida, sin horizonte.
Sus voces están en otra dimensión, dentro de un aparato sofisticado que no alcanzo a ver; la mesa se estrecha en determinados momentos, y no puedo soltar la copa de cerveza; y ahora me siento desnudo sin mis famosas palabras y frases hechas para salir de determinadas situaciones incómodas; y al no tener texto, me pongo nervioso sintiendo que sudo. En mis intervenciones me noto lejano, y ellos me preguntan los porqués de la desagradable situación en la que me hayo sumergido.
-No sé, debo estar deprimido y aún no me he dado cuenta. Miro por la ventana hacia la oquedad, y ahora me pasa lo mismo. Me concentro en la mesa, en la copa, incluso en el jersey naranja del chico de la mesa de al lado.
-¡Pues mira qué bien! -exclama Sergio.
-A mí me parece una subnormalidad -añade Pedro.
-No sé, desde que me dejó ya nada tiene sentido; aunque me fije en todo, sólo lo hago para encontrar algo que hacer; para buscar un juicio a la vida y a las personas que me rodean; está todo vacío, como muerto y abandonado -vuelvo a deliberar.
La conversación dura poco, pero las carcajadas que en ellos he producido duran más.
La herida se abre, y no la puedo cerrar ni siquiera apoyándome en los atrayentes tranquilizantes.
Sergio no quiere volver a salir conmigo, ya no me llamará más. Pedro es más tolerante, después de una enorme bronca me invita a salir del hoyo; pero siempre que yo lo quiera hacer. Es decir, te ayudan a algo que sólo tú puedes lograr.
Un verdugo
La solución a tus problemas yace en tu interior, y se muere a cada segundo; esperando que hagas algo para rescatarla; y te preguntas por qué tienes que ser tú tu propio verdugo.
Nunca imaginas la cara que va a tener la persona que te despojará de todo, y sobretodo te extrañas aún más cuando descubres que esa cara la has visto cada día.
Es un largo poema que has escrito sin darte cuenta, unos versos que has leído tarde; y tampoco logras enterarte de que va la historia; y aunque no puedes proyectar imágenes, vuelve a salir ella de golpe; y es como un espectro que no te deja escapar sin salir ileso, y todavía desea tu alma; no se irá con las manos vacías, te ha condenado, sin saberlo, a no poder estar con otras mujeres.
Y ya no puedes repetir, sólo te queda decir ¡Adiós!, ¡hasta siempre!,¡hasta la vista!,…
¡Gracias por el daño causado, ahora sé que estoy vivo!.
El bebé que no sabía llorar
Érase una vez un bebé feliz que se reía de todo, y es que había nacido entre algodones; y todo el mundo lo quería y le hacia mimos constantemente.
El bebé podía comer cuando tenía hambre, podía dormir cuando tenía sueño, y sobretodo podía jugar a cualquier hora.
Ninguna vez escuchaba una palabra mal sonante, ni una queja, ni siquiera el ruido chirriante de una puerta vieja; y es que todo era nuevo y bonito en su vida.
Tenía unos padres ejemplares, y lo querían por encima de sus vidas, era la prolongación de sus movimientos emocionales; era el seguimiento de todas sus miradas.
La inestabilidad no existía en su frágil y perfecto mundo, y todos lo adoraban.
El niño creció acompañado y protegido por los mejores amigos y los más excepcionales tutores escolares. Conoció a las mejores chicas, de las familias más influyentes de la ciudad; y siempre ponía fin a sus relaciones de la manera más diplomática posible. Todas terminaban amándolo Platónicamente.
Al acabar sus estudios teatrales pudo dedicar su tiempo a las mejores obras de Ibsen, Ionesco, Strindberg, Beckett, Shakespeare, etc.…
Un día se cansó de la felicidad plena, y se puso a viajar por todo el país. Y a cada lugar donde iba lo trataban mejor, y siempre se despedía de una gran multitud; y conseguía enamorar a una chica de cada ciudad.
Las cosas le seguían saliendo bien, incluso después de sufrir un grave accidente de moto. Se recuperó rápidamente, y siguió amándolo todo. Las flores crecían a su paso, y los poemas cambiaban de sentido con su sensible lectura.
Un día se le cruzó una chica por su vida, era la mujer más preciosa del mundo. Jamás había mirado tan de cerca con sus ojos. Esa mujer le hizo feliz durante seis meses, y aunque las cosas no eran tan perfectas, el se acostumbró a su presencia y a sus cálidos abrazos. Se veían cada día, se besaban iracundamente hasta el amanecer; y tenían charlas existencialistas eternas. Podían llegar a filosofar incluso con una salsa de tomate casera. La luz iba iluminándoles como a los mejores amantes. Cada vez que se tocaban se producía un estruendo que hacía brillar cada una de las estrellas que se posaban mágicamente en el cielo.
La chica no estaba acostumbrada a tanta felicidad, y le empezó a molestar la sana disposición de él ante todo. Lo empezó a ver como a un monstruo encerrado en una jaula llena de rosas. Su mente creó todo tipo de defectos, y el bebé que no sabía llorar lo hizo por primera vez. Y lo peor fue que le gustó la experiencia, y lo siguió haciendo dedicándole algunas horas al día.
La chica se marchó de su lado a la búsqueda de problemas y aventuras. Y él se quedó solo, triste y desubicado; pero consciente que todavía guardaría su amor para siempre, y que los recuerdos le llenarían su mente cada vez que quisiera volver a amarla. Los amores de verdad no logran desaparecer jamás, y a veces vale la pena arriesgarse a perder; sobretodo porque siempre ganas, y llenas tu corazón con inolvidables momentos.
Pasaron los días, los meses, los años, y se seguían viendo por la calle sin negarse el saludo; aunque fingían que no se conocían.
El bebé adulto colgó una foto de la chica en su habitación. Y ante cualquier adversidad, se sentaba observándola y pidiéndole a Dios que lo dejase amarla aunque sólo fuese en su mente.













Solazarse

El café de las cinco me resulta más delicioso que el de la mañana, ya que el primero del día resulta ineludible, y en cambio este otro es a libre albedrío. Algunas veces prescindo y me quedo sin tomarlo, no es necesario. Seguramente lo hago por la chica que siempre se sienta en la primera mesa entrando a la izquierda. Es morena, alta, y de tipo fino. Sus ojos resultan extraños, cómo si no quisiera mirar las cosas que le rodean. Tiene esa clase de mirada hacia dentro que hace tan sensuales a las mujeres. Es un signo de hembra despistada, casi peleada con los demás seres.
Llevo varias semanas fijándome en sus manos, y me parecen extraordinarias. Sus movimientos son ligeros y precisos, las deja descansar sobre la mesa cruzando la derecha sobre la izquierda, y en la acción puedo verle unas uñas larguísimas y bien esmaltadas con un rojo intenso que produce destellos en mis ojos. Es todo muy rápido, casi inefable, pero mi agudeza visual me permite observar cualquier gesto detenidamente.
Harto de mirar el reloj, me levanto para marcharme. Saco el último billete de mil pesetas y pago al camarero ciento veinticinco pesetas, le dejo cinco duros de propina y el resto vuelve a mis bolsillos de unos tejanos nuevos azules que acabo de comprarme en las rebajas. Valían doce y los he sacado por siete mil quinientas veinticuatro pesetas, no tengo ni idea de cuántos euros estaríamos hablando.
Al pasar por su lado logro reconocer el suave olor que desprende su cuerpo, se trata de un perfume barato de origen francés que me recuerda a una antigua amiga de instituto llamada Diana.
La más guapa de la clase olía igual que la chica del café de las cinco. Se sentaba dos pupitres a la derecha, entre la puerta y la segunda ventana, cerca del epicentro del aula. Tenía la mejor visión, y junto a ella estaba el pesado y prepotente de Julio Aguilar Salazar. Era el chaval más tonto que ha parido madre, hablaba como si se hubiese tragado un paraguas. De vez en cuando escupía un poquito, aunque lo peor es que corrían rumores sobre un posible noviazgo secreto con Diana. El Paquito los vio en el parque casi follando. Pero el Paquito también dijo un día que Isabel Gemio era su vecino travestí del cuarto, y que su nombre real era Ismael Gimeno. El chaval tenía más historias que Ibáñez Serrador.
Un día, mientras sacaba mi enorme pollón en los lavabos masculinos, entró Paquito y Julio riéndose al mismo ritmo. Paquito se le acercó a la oreja y después de decirle algo le entregó un billete de cinco.
Al día siguiente volví a las misma hora, y justo antes de entrar al servicio, observé a Julio besando a Diana mientras le metía algo en el bolso. Era un extraño beso en el que casi no se rozaban los labios, como en las películas de Frank Capra.
Diana entró en clase desternillándose con todas sus fuerzas. Al entrar el profe de Filosofía, se volvió a enmudecer. Era una chica tímida, y reservada. De no ser por su belleza, casi pasaría inadvertida. Pero era brutalmente hermosa, asquerosamente guapa, insultantemente atractiva.
Paquito era muy feo, y pese a sus veinte años seguía haciéndose llamar Paquito. Su fealdad iba acompañada por una incómoda tontería que resultaba demasiado empalagosa como para soportarla. Por eso, no era de extrañar el encontrarlo siempre solo deambulando por los pasillos, sin rumbo.
Últimamente lo había visto acompañando a Julio, y eso no me cuadraba de ninguna de las maneras. Por qué Julio perdía su tiempo de aquella manera.
Una tarde fui a la piscina del gimnasio, y mi sorpresa fue encontrarme con una Diana mojada y en minúsculo bikini rojo de Gaultier. Sus pezones embestían fuertemente la absorbente tela de diseño. La parte de abajo se le escondía entre la raja del culito prieto que poseía. Quién fuera esa parte del bikini.
Nos miramos, y tuve que lanzarme precipitadamente al agua para evitar que se diese cuenta de la prominente erección. Tuve tan mala suerte que al tirarme tropecé con una gorda llena de granos y con olor a armario cerrado.
De la ostia que me dio no aparecí por clase en una semana, tenía la cara de varios colores azulados. Me había llevado toda la gama de azules a la cara. Al tercer día se volvió rojo, y al cuarto verde. Finalmente, desapareció sin dejar rastro y así pude volver a ser yo.
Cuando te ausentas una semana de cualquier sitio, todo se vuelve diferente, y tienes que volver a ganarte tu antiguo puesto.
Ahora me encontraba postrado en la última fila, junto a Concha Navarro “La aparatos”.
La niña no era fea, aunque llevaba medio tranvía en la boca. Cuando hablaba escupía monstruosamente sobre mi cara, y por mucha distancia que mantuviese siempre terminaba empapadito de arriba a abajo.
Pero Conchi tenía uno de los pechos más firmes que pude ver en vida. Siempre me acercaba para poder rozarla con el brazo, y eso suponía escupitajos de lleno. Pero qué es el amor sin un poco de saliva.
Su saliva ya era parte de mí. El roce nos llevó a una relación formal, con padres y todo. Y además fue mi primera felación con aparatos. Daba un gusto sentir el frío de sus dientes sobre mi miembro.
Conchi la sabía chupar de verdad, de eso no había duda. Nuestra relación fue cada vez mejor, hasta que un día me contó que Paquito pagaba a Julio para que fuese su amigo; y que este, a su vez, pagaba a Diana para hacerse pasar por su novia. Era un jodido triángulo de las bermudas. Entonces tuve una visión en la que Diana y yo nos frotábamos la espalda tumbados en la alfombra de mi salón, justo al lado de mi precioso lector de D.V.D; y debajo de la mesa de cristal y madera que mi madre compró en el famoso Ikea.
Me costó romper con Conchi, siempre añoraría sus famosas mamadas, pero me armé de valor y lo hice lo más brusco y desagradable posible. Me inventé un rollo de esos de que no teníamos nada que compartir, que éramos diferentes; y aproveché para insultarla todo lo que pude con un exhaustivo análisis de su personalidad. Me quité todos los complejos de culpa de encima, y le hice un perfecto traspaso.
La chica me dio el coñazo unas semanas, con cartitas y llamadas a las que yo no respondía. Un día me sentía tan acosado que fui a hablar con ella. Le dije de todo, y le advertir que me dejara vivir mi vida; que se buscase a otro que hablase su mismo idioma; que estaba muy bien solo, y que jamás volveríamos.
Al cabo de dos meses inicié una relación con Diana. En un principio todo iba bien, funcionaba a la perfección. Nos podíamos entender en cualquier contexto, menos en el plano sexual. La niñata no sabía moverse, y no hacía mamadas hasta el matrimonio: “Sólo se la chuparé a mi futuro marido; ya que no puedo guardarle el coño, le guardaré la boca”.
Eso me volcó en una profunda desilusión y tristeza, de la que no pude zafarme durante un año, dos meses, y tres días.




Sabor amargo

Estoy acostumbrado a su ausencia, y con los meses he aprendido a quererla en silencio. Puedo seguir amándola con la misma intensidad, sin importarme la cercanía física; y sólo me conformo con recordarla al cerrar los ojos. ¡ Ya la veo!, ojos azules, nariz grande y torcida, labios gruesos en una cara cuadrada con una pronunciada barbilla. Todo ello bien sujetado por un esplendoroso cuello de cisne. Su pelo castaño claro está recién cortito, como le gusta a ella y se siente más cómoda. En sus orejas destacan dos pendientes de bisutería barata y de un vivo color verde, que hace juego con su jersey verde.
Siempre combina los colores con la misma profesionalidad de una modelo de alta costura. En la parte de abajo, luce unos tejanos que marcan la rectitud de sus larguísimas piernas que acabarán en unos preciosos pies, algo grandes y zancones. Encima, un abrigo gris de cuidado corte masculino. Siempre cruza los brazos y agacha la mirada, es cómo si siempre tuviese frío. No consigo verle la plenitud en su mirada, está como asustada, casi perdida; pero es demasiado altiva y lo disimula completamente levantado la barbilla en ocasiones.
Tiene grandes contradicciones internas que no asoman ni de coña. Es poco vulnerable, siempre lo racionaliza todo, incluso para decidir la cantidad de azúcar que debe echarle al café. Tiene una inestabilidad emocional que le hace la mujer más atractiva del mundo, ya que nunca sabes si le gustas o no; tienes que estar conquistándola cada día, ofreciéndole algún valor personal escondido; y eso la hace adorable y enigmática, nunca la conoces del todo.
Pero hay veces que se le escapa una sonrisa de medio lado, entre tímida y poderosa; es cómo si lo supiese todo antes que tú, y te quedases completamente desnudo ante su presencia.
Físicamente es fuerte y elegante, psíquicamente es misteriosa y rocambolesca. A todo eso se une una fuerte preocupación por el pasado, una indiferencia total ante el presente, y un miedo brusco ante el futuro. Siempre escucha, realizando varias lecturas de cualquier opinión; se queja de lo poco que valen las palabras para el resto de los mortales, y de lo necesario de un amor verdadero.
Es como si estuviese buscando constantemente la información del carácter humano, de todos los que hemos podido rodearla durante un tiempo; quiere creer en la bondad de las personas; y quiere amar incluso en sus sueños. Sus ojos te llaman para ser escuchado, y es entonces cuando me pongo nervioso porque sé que me está mirando y analizando; y es cuando me equivoco y digo algo que no pienso; y va en contra mío.
Me juzga por todo, por cualquier cosa; y no creo que eso sea un defecto, es más, es algo superable a todas las virtudes, es una esencia diferente que ella posee.
Descubres que es incapaz de compartir, por desconfianza y miedo a ser engañada. Escucha demasiado, y por eso está en completo silencio, para no despistar, para entenderlo todo y poder hacerlo mejor; sí, es una perfecta exigente, que no soporta las grandes equivocaciones porque cree que allí se esconde la verdadera personalidad.

Somos el fruto de nuestros errores, somos parte de ese injusto pasado que tanto queremos olvidar (según ella) y a la vez no podemos evitar, al sumergirnos constantemente por entero en lo que un día hicimos. Somos deudores eternos de una cuenta ya pagada, es el peso a tus espaldas con el que ya habías cargado.
Y es cuando te das cuenta que para ella vale más lo que dices que lo que sientes, tu amor queda eclipsado por tus nerviosas palabras de novato sentimental; ya no tienes edad para ir hablando sin pensar. ¡ Espabílate!.
Te acostumbras a esa luz tenue, casi apagada y que no puede alumbrarte; pero no te quejas y sigues usándola. Y sientes la misma música incesante, y el chicle queda fuertemente presionado por tus carnívoras mandíbulas de depredador sin piedad. Pero el sabor es amargo, casi insoportable; y es entonces cuando decido tirarlo al suelo de un fuerte y ensayado escupitajo.
No consigo encontrarle sabor a las cosas, desde su marcha todo es insípido. Se ha parado el tiempo sin querer en mi boca. Es cómo si hubiese pasado un fuerte y desolador huracán que se ha llevado mi sabor.
Los olores tampoco son como los de antes, ya no les doy importancia, se han marchado.
Con ella todo era más intenso, en cada olor se ofrecía una pasión irreconocible; pero buena en su más alto concepto, y a la vez extravagante y diferente.
El amor nunca es para siempre, pero sí lo son los olores que lo acompañan. Ella tenía el mejor registro aromático
que he conocido. Por sus manos sabía que le gustaban las naranjas y las mandarinas; por su jersey los calamares fritos y empanadillas, algunas veces bistec, y toda una gama de fritos; algunos de sus besos olían a plátano; sus labios tenían aroma a fresas también; no se puede olvidar el olor a tierra de su cuello; o el de membrillo en los codos; o el de jazmín en los hombros; vainilla en las axilas; canela en los glúteos; y toda una serie aromatizante que me volvía loco.
Era un aroma andante, podía pasar horas sólo oliéndola persistentemente , y sin aburrirme.
Tenía el mejor olor a sexo que haya podido distinguir en toda mi vida, me provocaba tantas palpitaciones. Podía notar todo el amor, que por ella sentía, en mi nariz.
Cierro los ojos, y mi órgano olfativo sigue despierto en la evocación de sus fragancias corporales. Incluso tenía un espectacular sudor con el que podía dormir toda la noche.
Algunos días tenía miedo a ducharme, por si desaparecía el olor de la cita anterior. Pero en cada cita aparecía un nuevo aroma, distinto pero más atrayente que los demás. Todos me gustaban, eran inauditos.
Ella también tenía muy desarrollado el olfato, casi compartíamos las mismas olores. Pasábamos por un sitio y podíamos definir el olor de la misma manera.
Las calles del barrio de Gràcia en Barcelona tenían un olor especial, una mezcla de tierra y vino. Nuestras manos se juntaban mientras nuestras narices, allí arriba, despertaban con las mismas pasiones. Cada rincón nos producía una nueva sensación que no queríamos abandonar. Recuerda la esquina de Torrijos con Sant Lluis, tenía un dulce olor a jazmines; aunque tenías que pasar antes por dos contenedores de basura. Después de algo desagradable viene una cosa buena. Y lo más curioso es qué sólo recuerdas lo segundo. Las cosas malas se olvidan tan rápido que no te das cuenta que han sucedido, supongo que tenemos un filtro en la mente que borra los inconvenientes, o al menos nos permite dejarlos de lado sin un posible retorno.

Trozos de ayer

Cargado con porciones del pasado, entró en un Centro Comercial de conocida ubicación en Barcelona. Aunque haya perdido la fe, sigo fijándome en las mujeres que por allí respiran. Sé que pasan de largo, y que aunque llegué a conocerlas también pasarán. En cada mirada noto un susurro a mi delicado oído, y no es la típica vocecilla de esquizofrénico, que va, es algo más concreto. En ella encuentro un tono familiar que me dice lo que debo hacer con todo el amor que llevo en mi interior. Su intención es protegerme de darlo todo para que después me martiricen con ese dolor llamado rechazo. Evito mirar, y es difícil porque soy un tipo bastante guapo.
Una dependienta, que me vende un perfume de ocho mil pesetas, me penetra con sus impresionantes ojos verdes. Se llama Isabella, y es Brasileña. Lo sé porque me la encuentro dos horas más tarde en un bar céntrico, y se sienta a mi lado para conocerme.
-¡Perdona!, eres el chico que me ha comprado la de ciento veinticinco de Hugo Boss. Me he fijado en ti, ¡me encantan tus ojos!.
-A mí tu nariz, es preciosa. Casi una rampa de perfección que une dos mundos distintos entre tus ojos y tus labios.
-¡ Qué bonito!, jamás me habían dicho algo así.
-La imaginación es escasa, pero muy efectiva. A veces nos olvidamos de lo importantes que son las palabras. Me lo enseñó una antigua amiga.
-¿ Cómo de antigua?.
-(Disimulando) ¿ De qué estamos hablando?.
-(Riéndose) ¡ Muy hábil y precavido !.
-También me enseñó el poder del silencio.
La conversación duró unos tres cuartos de hora. Estuve más tiempo escuchando que hablando. Me explicó casi toda su vida, y yo sin soltar prenda. Dos días más tarde me llamó para cenar en su casa. La cena duró dos larguísimas y aburridas horas, en las que saboreé un elegante y sabroso guacamole acompañado por los típicos triángulos de maíz frito.
También pude degustar una pizza congelada con intenso sabor a orégano.
Su apartamento tenía unos sesenta metros cuadrados, con escasos muebles, y una descuidada decoración. Sólo a destacar un póster de Lenny Kravitz en relieve.
-¿Te va Lenny? -pregunté con cierta arrogancia.
-Es el hombre más guapo del universo.
-¿Conoces a alguno de Marte? -Dije haciéndome el gracioso de turno.

Mi antigua amiga me enseñó que si te sientes acorralado frente a una mujer debes ser gracioso, y romper en pedazos el hielo. Lo había clavado, Isabella no dejaba de reír; y yo le miraba su preciosa dentadura de pequeños trozos de estrellas que iluminaban algo olvidado en mi interior.
Mi antigua amiga me enseñó el poder que ejerce una perfecta sonrisa, Isabella tenía una de las mejores y se le hacían unos hoyuelos tan monos.
Me había enamorado de una sonrisa, pero había descuidado su olor. Todavía no sabía que clase de aroma corporal poseía ese cuerpo del delito.
Tardamos tres días en hacer el amor, aunque fue más bien un poquito de sexo rodeado de prejuicios aburridos y estúpidos. La eyaculación fue escasa y precoz, tenía tantas ganas de hacerlo que no pude pararme a disfrutar.
Me había vuelto a escapar de la realidad, en el fondo lo único para lo que sirvo es huir; y es que se me da como a nadie, huyendo puedo ser magistralmente ridículo.
Me cuesta mirar las cosas de frente, y ahora comprendo las quejas de mi antigua amiga; cuando una cosa no me gusta, huyo lo más deprisa posible, y no sé detenerme; tengo una gran incapacidad para enfrentarme a los problemas, nunca admito nada, todo es culpa de los demás, y siempre hay un factor externo. Ir de perfecto por la vida ha sido mi gran error todos estos años, mi antigua amiga desconfiaba de esa presunta perfección.
Es cómo si ocultases algo de lo que te avergüenzas, aunque en realidad no sabía el qué.
Nunca supe del todo cuales eran mis valores personales, quizá carecía de tales. Tampoco podía definir con exactitud las cosas que me gustaban hacer: ni quienes eran realmente mis amigos, o en qué sitios me gustaba estar, o qué clase de música escuchar, o sí me gustaba ir al cine, o al teatro, o a tomar café.
Estaba tan perdido que pedía a gritos ser rescatado. Pero ella no estaba, hacía meses que se había marchado de mi lado.
Mi antigua amiga ya no quería saber nada de mí, ya le había devuelto todas sus cosas : cuatro cintas grabadas, seis discos compactos, unos apuntes de Psicología que me prestó, y una amarga sonrisa. Pero me había quedado con otras cosas : insomnio, depresión, malestar, apatía, ganas de suicidarme, lágrimas, pinchazos en el corazón, y unas enormes ganas de gritar para pedir auxilio.
Ya no me quería seguir enseñando, se había cansado. Era un discípulo en busca de maestro y de ejemplos válidos para poder restaurar mi ausencia de valores.















Fotos y fechas

Alimentas tus recuerdos una y otra vez mirando una foto de ella en bikini negro junto al mar. Su mirada se cierra evitando al sol, pero no deja de estar muy bien iluminada. Cuántas cosas positivas ves en una persona cuando miras con ese filtro llamado amor.
En la foto se pasean miles de estrógenos rodeando su impecable cuerpo. Las piernas las dobla para que sus rodillas puedan sentir la arena, y en la majestuosa pose se apoya con la palma de la mano derecha, dejando la izquierda sobre su muslo derecho. Sonríe ligeramente, con esa expresión de estar soñando. Se puede observar que está relajada, feliz, rodeada de aquello que más le gusta; y lo sabe muy bien, porque le ha costado muchos años averiguarlo.
La brisa se acerca sigilosamente a su piel, es cómo si sintiese deseos irrefrenables de atraparla bajo su red. Si mantengo los ojos sin parpadear, puedo introducirme en la imagen, incluso llego a los olores. Su piel es parte del mar, mi nariz se transforma al recibir estímulos de todo su cuerpo. Ahora siento el pelo, el olor a gel de farmacia ligeramente perfumado, a crema hidratante, a luz sobre un viento de bosque verde en primavera.
Viajo una y otra vez a su interior. Me caigo al mar, y ella ríe traviesamente. La veo cómo una dulce muñeca de porcelana que está construida pensando en mí, hecha con buen gusto para poder poseerla manteniendo su integridad. Es de esas cosas que debes dejarlas ir de vez en cuando, ella por si sola decidirá su vuelve o no. No seas impaciente, no la atosigues. Ahora es el momento para ella de disfrutar con sus amistades, sus seres más cercanos la añoran hasta el punto de odiarme por haberla raptado amorosamente. Las mujeres preciosas nunca pertenecen a nadie, siempre buscan en ellas mismas a su dueño.
¿Cómo he podido cagarla con la persona a la que quería?, he tocado los acordes que no debía en una guitarra desafinada. La música nace libre o no nace jamás, si fuerzas su composición se destruye para siempre. Pero existen otras melodías a las que puedes acompañar, no te olvides que solo eres el acompañante. Tuviste la oportunidad de crear, pero se ha destruido cada nota. No queda nada, sólo tú; y estás solo, sólo tú; y te quejas, y lloras; en fin, sólo eres una persona, un trozo de carne cruda o a medio hacer.
¡ Respira, respira, respira !

rosas mal cortadas

Y me pincho con sus espinas porque no las agarro con delicadeza, me olvido que son rosas rojas y las trato bruscamente. Me acerco una a la nariz y no consigo descifrar su olor, se escapa en el aire, y se pierde. No se enciende por nada del mundo, mi pasión por su olor ha perdido la chispa. No distingo las flores, estoy perdido.
La llamo y no contesta, la busco en las cafeterías donde solíamos ir y tampoco está.
Vuelvo a leer sus cartas una y otra vez, cómo si estuviese buscando un significado oculto. Miro las fotos, siguen igual de brillantes.
Su número telefónico me aparece reiteradamente por la mente, no logro evadirme, lo peor es que sé que no voy a arreglar nada así. Debo olvidarla, pero qué me ha hecho para tener que hacerlo. Por qué no existe un amor sin reciprocidad, por qué está mal visto amar sin ser amado. Los demás te juzgan como a un loco obseso, no ven el dolor que habla solo en tu interior, no ven todo el amor que has dado, no ven las mañanas que compartías besos.
Llueve y sale el sol, todo a la vez en unos meses de mierda; y todo se traduce en un frío seco y en un calor desagradable.


Compasión

Ricardo ya no era feliz, en realidad nunca lo fue del todo, últimamente estaba atravesando la famosa crisis de los treinta; y todo aquello que tocaba lo hacía mal, sin ritmo, y por supuesto, sin pasión; irreconocible, incansable hombre agotador, puercoespín urbano lleno de miedos tan absurdos como serios.
El güisqui navegaba entre miles de vasos absorbidos en un único e impecable trago goloso; largo, con hielo, sin limón.
Las cosas que realmente gustan son siempre negativas, y se escapan de tu mínima comprensión.
Me da lástima, antes éramos amigos; y aunque, aún lo somos, ya no es lo mismo, no estamos pa ostias. Las arrugas cansan, y te notas físicamente agotado cada vez que te miras al espejo.
Quedamos en un café teatro para hartarnos de jotabés hasta que nos salen por las orejas. Nos dejamos una seis mil pesetas en la barra, la camarera nos echa el ojo rápidamente.
Se llama Yolanda, se hace llamar Yoli, y creo que vive en Hospitalet; y seguro que cerca de Bellvitge, tiene pintas de eso y mucho más.
Yolanda me dice que sale en diez minutos, y le propongo que se una a la fiesta. A Ricky le parece bien, para él todo vale, ha llegado a un alto grado de conformismo.
La esperamos en la esquina de la plaza de al lado, sale corriendo del local, me ve de lejos, y al acercarse sufre una lesión en el tobillo que la hace venir directamente a mis brazos.¡Gracias Dios por echarme una mano!.
Los zapatos de tacón siempre actúan como nexo en las relaciones humanas y Evaristo lo sabía. Por eso, desde pequeñito se preparó para trabajar en una elegante zapatería de Bonanova. Por ahí pasaban las mujeres maduras más bellas del planeta. Evar tenía una estupenda agenda con más de treinta teléfonos útiles; es decir, todos servían para acabar en la cama con alguna mujer.
La mayoría eran divorciadas y viudas, aunque también existía la mujer liberal con tiempo ocioso; esas eran las más peligrosas, no desistían de su objetivo.
Evaristo conocía el valor de un selecto zapato de tacón, conocía a perfección los materiales utilizados y todas las clases de pieles que se podían emplear en la fabricación del calzado.
No era un tipo demasiado guapo, pero podía arrebatar cualquier sonrisa femenina en menos que canta un gallo.
Vestía trajes de cuarenta mil pesetas con camisas de cinco mil y corbatas de dos mil. En cambio, en lo que a calzado se refiere, utilizaba lo mejor. Sus pies se movían con agilidad, casi flotaban. Llevaba los mejores Lottusse de la tienda. Brillaban como nunca antes lo hicieran unos zapatos, el sol acompañaba al magistral calzado. Él aseguraba que podía sentir el tacto con la superficie, y la verdad es que nadie lo dudaba. Poseía una de esas caras de satisfacción perennes que tanto gustan. Su nariz era gorda, aunque encajaba perfectamente con su enorme cabeza. No se puede decir nada de sus ojos, estaban tan achinados que no se podía distinguir el color; eran como los de Toshiro Mifune.
Llevaba una perilla en estupendo estado de conservación, el mejor afeitado desde Errol Flynn. Cubrían su rostro como si fuesen rosas adornando un jardín, aunque en este caso la zona verde estaba algo estropeada; es decir, alguna caries que otra, y dientes profundamente separados.
Ricky, Yoli, y yo entramos en un bar con Karaoke. Enseguida vemos a Evaristo apoyado en la barra dando conversación a Jenny, la camarera rubia de bote con tetas y orejas operadas; según algunos, la nariz tampoco es suya.
Yoli, como es normal es las mujeres, odia el descaro y la falta de pudor de Jenny. Lo puedo advertir en las insultantes miradas que se dedican, mientras Ricky y yo hacemos un güisqui detrás de otro; como si fuesen agua.
Yoli le pide a Jenny un Malibú con piña, y se lo bebe a pequeños sorbitos. Evaristo sonríe a diestro y siniestro, todas las mujeres advierten su presencia. Mira el reloj cada quince minutos, como esperando la hora ideal para ligarse alguna fulana que esté de paso esa noche; y es que las clientas habituales ya lo conocen de sobras.
Esa madrugada se abrieron vehementemente las puertas, y entraron dos mulatas y una chinita. Vestían con escotes a lo Versace, y sus labios estaban estúpidamente pintados. Los ojos no miraban, perforaban y arrancaban emociones endorfínicas. Evar se acercó enseguida a la china y se puso a hablarle de algo tan curioso como la sopa de aleta de tiburón. Tuvo la suerte de dar con el tema exacto de conversación interesante, puesto que la oriental era Chef de cocina de un conocido restaurante de la Villa Olímpica. A Ricky le salió el tiro por la culata, ya que se puso a bailar con una de las mulatas salsa y no hacía otra cosa que pisarle patosamente sus enormes pies embutidos en unas sucias sandalias de piel de cocodrilo.
A mí me fue aún peor, pasé toda la noche escuchando los problemas de Yoli con su antiguo novio. El tío era un cocainómano que le propinaba escandalosas palizas conocidas en su vecindario. Se llamaba Armando y trabajaba de portero en una discoteca del Eixample, había llegado a ser campeón de España de Aikido con veinticuatro años. Ahora era campeón de palizas a mujeres débiles y trabajadoras, porque si pegas a una ricachona repelente aún queda justificado; pero, pegar a una buena mujer que se parte la espalda sirviendo copas a horteras de pantalones de pana en mayo.
Yoli no pudo contener las lágrimas y se precipitó concienzudamente a mis estupendos hombros. Me puse pinocho mientras la abrazaba, creo que fue la extraña mezcla de olores que desprendía. Su pelo era áspero y me provocaba un serio picor en el cuello. Sus manos estaban más secas que el Guadiana, y eso es algo demasiado desagradable. Quería evitar el contacto físico a toda costa, pero notaba sus desafiantes pezones duros como gomitas de borrar.
Por suerte, Ricky vino a mí para seguir con las rondas de virilidad. Me dio una ligera sacudida en el brazo, con la suficiente fuerza como para moverme bruscamente y tirar la copa de Yoli al suelo. La empapé de arriba abajo, y se fue llorando al lavabo. Yo la seguí para preocuparme por su situación, pero acabé con la nariz rota por el segurata de los lavabos; me confundió con un exhibicionista que siempre estaba al servicio de señoras.
A las cinco de la mañana estaba en urgencias con toda la ropa teñida en sangre, la cabeza a punto de estallar, y un serio problema de halitosis alcohólica. La enfermera era más bruta que un vikingo en un burdel caribeño. Tenía cara y voz de hombre, su nombre también la acompañaba. La enfermera Juani Ordóñez poseía la envergadura de un buque ruso y la subnormalidad de una Miss Simpatía.
Su olor era similar al de un perro abandonado en un basurero municipal, su pelo insultaba al peor peluquero de la ciudad, y sus manos eran dos enormes sartenes. Se había pasado doce horas de guardia, y no podía discernir si era una persona o un muñeco de trapo. Manipulaba mi nariz como si fuese un imperfecto canelón sin relleno. La sangre chorreaba que daba gusto, la escena parecía sacada de la saga de Rocky.

Plubicidad subliminal

Ricky tenía la teoría de que todo estaba manipulado, no poseíamos una pizca de libertad. Me preocupaba no tener poder de decisión y percibir inconscientemente estímulos de intensidades fronterizas con los umbrales de los sentidos o análogas. Podía ser cierto qué no me conociera a mí mismo, qué no tuviese valores propios, y que mis deseos fueran prefabricados.
Respecto al tema, tenía mis propias conclusiones que llegaban a tal extremo que parecían manías paranoicas. No veía la televisión durante los espacios publicitarios, giraba bruscamente la cabeza para distraerme con un libro de pinturas rupestres del hombre de las cavernas. Tampoco podía leer novelas, periódicos ni revistas, prospectos de medicamentos, etiquetas de alimentos, y rótulos de tiendas. Podía ser verdad que cualquier producto extendía sus tentáculos para agarrar a un público totalmente volcado al consumismo frívolo de productos innecesarios.
Todas mis dependencias eran parte de ese enorme juego de la manipulación de la plebe. No necesitaba fumar Camel, hablar por mi nuevo nokia, comer una salsa de tomate light, llevar una camisa Ralph Lauren, un reloj Tag, unos vaqueros Guess, una chaqueta Armani, un suéter Armand Bassi,etc.
Miro la sección de contactos de una revista de ocio de la ciudad. Mucha gente busca amigos para salir al cine o al teatro. Pero la realidad es otra muy distinta, las salas están llenas por solitarios seres que sienten la necesidad de aguantarse a ellos mismos. La soledad, deseada o no, es tan absurda como un concurso de belleza. Nos empeñamos en disfrutar de nuestro propio espectro andante, pero ahora está sentado en una butaca de ochocientas veinticinco. Casi dos horas de estupideces mal contadas, y encima solo para no poder comentarlo con nadie.
La chica se marcha, cierra la puerta.
Un portazo.
¡Gracias!.
Fue bonito mientras duró. Lástima que ya no sienta lo mismo, se me ha roto el hechizo.
Tanta frialdad caminando sin rumbo, haciendo daño por donde pasa, impidiendo hacer crecer la hierba.
Me lo estaba diciendo constantemente, en cada mirada se podía ver su discreto desencanto. No era yo ese ser que tenía que amarla. Su estado era de infelicidad, de rechazo, de una suave hostilidad que te apartaba de golpe, sin una mera concesión. Cuando alguien quiere echarte de su vida es lo más brusco posible, ella no fue menos. Dijo un largo adiós acompañado de un devuélveme mis cosas.



Intercambio

Siempre es duro, jamás te acostumbras del todo. Estaba tumbado en un horrible sofá beige cuando sonó el teléfono. Normalmente no soporto el sonido, pero aquella tarde lo deje sonar sin atreverme a descolgarlo. Sabía que era ella, con todas las disculpas que no iba a pedir, y no podía soportar otra derrota. No acababa de despegar del todo, aunque había conocido a una veintena de mujeres. Todas tenían encanto, pero carecían de olor; no es que no lo tuviesen, es que sencillamente no olían como ella.
Bailas a su lado, mientras su pelo va rozando tu cara, puedes olerla incansablemente sin necesidad de realizar otra cosa. Es un momento en el que todo fluye, te olvidas de toda la crueldad del mundo y te concentras para no olvidar jamás lo mucho que representa poder abrazarla para compartir un baile de semejante magnitud. Con el tiempo te das cuenta de su diferente percepción de las cosas, lo que para ti ha sido algo especial para ella era algo más. Mientes para no darte cuenta de lo solo que estás en e l mundo y de lo poco que valen tus sentimientos en una práctica sociedad moderna.
A las dos horas vuelve a sonar, y esta vez lo cojo y le digo cosas, miles de cosas, casi susurrando para ser escuchado. Y lloro, y me emociono al escuchar su voz, y respiro su perfume una y otra vez. Me dirijo hacia la ventana para contemplar el cielo, y las nubes dibujan su silueta con un letrero en el que pone Por cortesía divina. No quiero colgar, alargo la conversación hasta el máximo sin intención de suplicar. Quiero un día como los de antes, un único y preciado día para poder abrazarla hasta enloquecer. No entiende que es la única mujer que he llegado a querer, y por eso se ha marchado, porque me condenan a sufrir.
Parece que el cielo se me vaya a caer encima en cualquier momento.





Un café y nada más
No olvidas cada uno de sus sorbos a ese café con leche bien cargado y sin espuma, no soporta la espuma. Pide dos azucarillos que son abiertos con impaciencia y movidos compulsivamente.
Son ya las seis de la tarde, estoy incómodo, y no paro de mirar el reloj. Ella, como siempre, no lo nota; y es que siempre va a la suya. Quiere comprarse una falda negro pero desconoce la altura exacta. Le recomiendo que por debajo de las rodillas pero se compra todo lo contrario. Me conformo y no le hablo en un par de horas, mientras ella me explica una historia sobre su hermana y el novio.
Se ve que conoció a uno de esos guaperas de oficio en el curro nuevo. Salieron durante un agotador y desquiciado año, y finalmente se compraron un fantástico piso en un pueblo de la geografía catalana, y al ladito del mar.
El seguía viendo a sus amiguetes, hiendo al fútbol y al gimnasio, y ni siquiera se recogía la cama. A su hermana le entró el síndrome de la chacha emancipada, y abandonó el hogar después de dos terribles meses de convivencia masculina. Cuando lo explicaba podía notar que me preguntaba con los ojos si yo sería igual de desastre a la hora de compartir nuestras vidas en un obligado espacio llamado dulce hogar. Por supuesto le dije que no, a los tres meses lo dejamos. Ahora pedía siempre un café solo, a veces con hielo.
Dormía solo, y deambulaba por las mismas calles por las que acostumbrábamos a pasar. Volvía a asomarme reiteradamente por la ventana. Ya no jugábamos a eso llamado amor. Llegaba la noche y sólo me preocupaba por la programación televisiva. Después de cenar me tomaba un enorme café americano, y ni eso podía evitar que durmiese plácidamente en una gran cama para mí solo. Lo mejor de mi actual situación era que no tendría que oler jamás su desagradable perfume, y la muy imbécil se bañaba en él.





Una profesional

La primera vez que la vi no me podía creer, tenía un sentido de la moda diferente al de cualquier mortal. No se vestía, se drisfazaba con plumas y blusas sin sujetador embestidas por dos poderosos bloques de silicona de quinientas mil pesetas cada uno. Era toda una delicia verla caminar con sus libinidosos pasos de sirena.
Había nacido en un pueblecido llamado Santa Elena, situado en El Salvador. De pequeña se escondía debajo de la cama para evitar ser alcanzada por alguno de los proyectiles que se paseaban por el hostil ambiente. De mayor se quedó sin casa, un enorme huracán se la llevo sin dejar rastro. Era una de esas miles de personas que no habían encontrado su posición en la sociedad, carecía de todo pero lo ocultaba tras una enorme sonrisa. Nunca había visto tanta felicidad en un ser tan infeliz, disfrutaba de cada cosa, por pequeña que fuera, que hacía.
Llevaba cinco años en el país, en un principio se dedicó a cuidar a una pareja de ancianitos a los que llamaba avis cariñosamente. Luego arrasó en la noche, poniendo copas y de bailarina sexy. Mantenía un modesto contacto telefónico con su anciana madre, la señora había parido a trece hijos, y ella era la número trece. Menuda suerte llevar ese terrible signo numérico tatuado en el alma. Dos de sus hermanos habían muerto en la guerra. Me explicó que un día su casa se transformó en un improvisado hospital de campaña supervisado por uno de sus hermanos con algún conocimiento impreciso de la medicina. Había venido al mundo a sufrir y en su camino tropezó conmigo, conocido en el barrio como un discípulo de la madre Teresa.
Mis amigos se reían de mi facilidad para atraer a todo tipo de gentes. Tenía amigos dominicanos, cubanos, venezolanos, gitanos, y ahora una salvadoreña.
El cubano venía cada mañana a verme a mi tienda. Poseía un pequeño comercio en un barrio de trabajadores de Barcelona. Cada verano la asociación de comercios realizaba una semana de fiestas donde se adornaban las calles con todo tipo de objetos. La ganadora de la pasada edición hizo un tributo a Méjico, y para ello construyó enormes decorados recordando la riqueza de la cultura aztecas.
Se llamaba Teo y, como cualquier cubano, alardeaba de ser experto en todo y saber de cualquier materia. Tenía unos cuarenta años, y seguía conservando su prestigioso acento zalamero. Según él, se había follado a una centena de mujeres bien consagradas en el oficio sexual; es decir, las mejores mamadas del Caribe.
Un día entró en mi tienda a venderme un espacio publicitario para una hoja que se repartía gratuitamente en las panaderías. Le negué ser anunciante, pero le brindé mi amistad. Teo tenía mujer e hijo, pero estaban todavía en la isla de Castro. Su intención era traerlos lo antes posible a la ciudad, aunque no tenía ni papeles ni un trabajo estable. Como en cualquier rincón del país de Aznar, aquí todo era encubierto. Nada existía de verdad, todos éramos los fulanos del presidente. Teo lo veía todo con acercamiento, tenía un improvisado morro que lo hacía tan grande como el cañón del Colorado. Vestía con ropa usada que le cedía egoístamente el resto de ciudadanos.
El dominicano, Andy, era el hombre más prepotente del mundo. Se pasaba el día hablando de todo lo que había hecho a sus treinta y dos años de edad. Según él, había alcanzado la fama en su país como guía turístico en una reputada zona de Punta Cana. Era medio negro, y ocultaba sus estrábicos ojos bajo unas simuladas gafas de diseño. Siempre llevaba la misma camisa amarilla de Calvin Klein, y un singular cinturón de Ralph Lauren. Solía imitar los pasos cortos de Denzel Washington, y protestaba continuamente porque el actor afroamericano no consiguió el Oscar por su composición de Malcom X en la película de Spike. Conocía todos los diálogos de Do the right thing, y Jungle Fever, siempre hacía el baile de Sam L. Jackson.
El venezolano, Martín, era un niño de papá que había sido toxicómano después de un sufrido divorcio con el amor de su vida. Trabajaba de coordinador en una empresa de mangueras, y demás recambios para piscinas de ricachones residentes en Pedralbes, Sitges, o Gavà.
Por fin ella, la salvadoreña de mi corazón se llamaba Luz Marina, aunque yo le llamaba Luzma de forma cariñosa.
Luzma vino a mi tienda un sombrío mes de marzo, y al mes siguiente ya hacíamos el amor de una forma maravillosa. Siempre llevaba mi cutre cámara de fotos de dos mil pesetas, y no dejaba de fotografiar su cuerpo del pecado. Tenía afeitada cuidadosamente toda la zona púbica, su culo era digno del póster central de Playboy.
Sus achinados ojos miraban con detenimiento cualquier cosa que la inquietasen. Sus enormes labios estaban siempre secos, y con las pieles en relieve, y todo debido a un tratamiento de shock de su dermatólogo para evitar el acné que pretendía estropear, sin conseguirlo, su angelical rostro.
Hablaba sin parar sobre su país, y las extrañas costumbres de la cultura de los pipiles, que son los indios de su país.
Todo el mundo se fijaba en ella, y por supuesto se extralimitaba criticando su forma de vestir. En esos días me di cuenta del racismo oculto a mi alrededor. Mis amigos desaparecían cuando quedaba con ella, siempre tenían algo que objetar a que viniera con nosotros. Me preguntaban reiteradamente en qué trabajaba la chica y si tenía una familia. La verdad es que no tenía un trabajo concreto, se buscaba la vida como podía. Desde modelo en una inclasificable agencia hasta de señora de las faenas en una perfecta casa de ancianos.
Pero en España se critica muy bien al vecino, sobretodo si es inmigrante, y más aún si su color de piel es distinto. Es una jodida y descompuesta sociedad racista que no sabe observar más allá de lo que está delante de sus ojos. Mi amigo Ricky suele decir “que el árbol del medio no te impida ver el resto del bosque”. Pues en este país, la mayoría se concentraba en un solo árbol cuyo aspecto no te decía nada. Un árbol sin sombra, o mejor dicho, con mala sombra como casi todos los españoles que arrastran, sin poder evitarlo, una cultura arcaica proveniente de un absurdo franquismo.
Cuando tienes el estómago lleno, tienes la cabeza vacía. Pero en España las cabezas siempre han sido huecas. Los librepensadores vivían en el exilio, y los otros eran fusilados a la luz de la luna en una rústica casa de monte a los ojos de niños hambrientos de poder, de panes, y de pensamientos.
En este maldito país de tunantes todo es falso y verdadero a la vez, sin alma, y sin sentido. La gente camina sin rumbo, con un hastío latente en cada uno de sus pasos, y con la misma seguridad que una nave Made in Taiwán viajando al espacio sideral.
Luzma tenía miedo, y había perdido todo interés por salir gregariamente por la espantosa ciudad de la imagen. Todo poseía una estética delicada por encima de una inexistente ética. Lo material y superficial por encima de lo esencial y sentimental. No quedaban restos de calor humano, sólo frías máquinas hechas para trabajar, consumir, y sin apego a nada. Sentimientos desarraigados y únicamente vinculados a un consumismo idiota.
En El Salvador te puedes construir una casa por trescientas mil pesetas, en España pagas el alquiler de una pocilga de sesenta metros cuadrados durante tres meses. Con catorce mil pesetas cena una familia centroamericana(Honduras, El Salvador, Guatemala)durante una semana, en España sales a cenar una noche con tu pareja.
Antes coleccionaba discos compactos, ahora pienso que voy a viajar solo en mi ataúd y que no tendré espacio para llevar nada conmigo. He perdido el interés por los objetos, en cambio, aún me queda una pizca de esperanza en el ser humano. Vivo en el país más viejo de Europa, y dentro de poco del mundo, lo noto y me canso cada día más. Yo también envejezco, y no tengo descendencia, la mujeres que he conocido han sido manipuladas por una política de destrucción familiar hecha por una asociación feminista plagada de lesbianas rencorosas y protestonas. No quieren ni dejan vivir, y venden una felicidad que se sustenta en la masturbación y el desarrollo profesional. El hombre es una marioneta para pasar el rato y sin compromiso, es un reconocido enemigo que ha sido el opresor durante siglos. Las mujeres de estas asociaciones no olvidan sus planes individuales de futuro, sin hombres de los que depender y sin hijos a los que criar. Una sociedad en peligro de extinción y dominada por gente trastornada, y sin una pizca de humanidad. Nos venden, falsamente, la palabra empatía pero sólo para que los hombres ocupen el lugar que han ocupado las mujeres. La inseminación artificial avanza progresivamente en una involución social en la que el individuo puede repetir(clonar)su estúpida identidad.
Es el mundo del genoma, aunque realmente cuanto más nos conocemos, como seres imperfectos, más nos condenamos a la desaparición total; y eso es algo de lo que ya nos habló John Milton.
Y en esa condena llamada vida, nos paseamos con la cabeza bien alta y pisando a los más bajitos. Buscamos una raza perfecta en una imperfecta especie de humanos preocupados de los radicales libres y despreocupados ante la insufrible agresión al género humano.
Nadie hace nada por evitar una colisión frontal, y los psiquiatras se forran inventándose síndromes(el DSM cada vez está más cargado)en colaboración con la industria farmacéutica. Los psicólogos siguen sin enterarse, todavía tratan de procesar la información de ese cachondo cocainómano llamado Sigmund Freud. Se escudan tras unas subnormales terapias basadas en escarbar la preciosa etapa de la niñez. A partir de tus raíces te analizan para que tu mismo te des cuenta del monstruo que eres y lo corrijas pronto, y si no lo haces te amenazan con enviarte al psiquiatra que te dará Prozac para que no te enteres de tu vida hasta la muerte.
Qué lástima de vida, y de sistemas vitales que se basan en perjudicarnos para luego cobrarnos la factura.
Esta tarde iré a la psicóloga para reírme de sus paranoias, me inventaré algo para que me analice con su única arma: la desconfianza.
La mayoría de psicólogos están demasiados enfermos como para admitirlo, sus vidas se han desecho a base de analizarlo todo y de imponerse unas imposibles ansias de perfección que los abandonan en sus propios infiernos no retornables. Se quedan solos juzgando un trozo de pan con mantequilla : ¿Dónde está el pan?, ¿De qué está hecho el pan?, ¿Cómo se come el pan?, ¿Quién le ha impregnado la mantequilla?, ¿Por qué tiene mantequilla y no aceite?.
Y toda esa mierda es su única analítica, que se basa en analizar el estúpido comportamiento humano sin pensar que es peor analizar que actuar.
Una vez conocí a una psicóloga adicta a los antidepresivos que era incapaz de tener un orgasmo. Era tan mental que carecía de emociones suficientes como para correrse a gusto. Se pasó toda nuestra relación preguntándome miles de cosas sobre mi pasado, le preocupaba más lo que había sido que lo que podíamos ser juntos. Cada dos por tres tenía hongos vaginales, y debía impregnarme el pene con una desagradable crema.
En seis meses me diagnosticó como un ser obsesivo compulsivo, narcisista, con donjuanismo, mentiroso, superficial, psicópata, y todas las chorraras que le implantaron en la Facultad o en un inservible Master en la Patagonia Argentina. Era toda una delicia ver a una persona tan complicada, y cuya existencia hacía erosionar todo lo que tocaba. Su familia era un clan de charlatanes posfranquistas que protestaban por todo, recuerdo una frase de Groucho : “dime de qué trata que me opongo”. Eran un conjunto de opositores a cualquier apariencia positiva y optimista que se les acercaba, una auténtica factoría de infelices. Buscaban siempre el camino más difícil para llegar al lago, y cuando llegaban no quedaba suficiente agua para bañar sus diarreas mentales.
La psicología ha hecho tan infeliz al hombre, al analizarlo lo ha despojado de toda naturalidad, y ha eliminado cualquier acto no premeditado. Le ha enseñado a callar, a escuchar, y a pensarse las cosas mil veces antes de hacerlas. Es una psicología conductista(te conduce hacía una conversión de humano en máquina)que te analiza para que la vulnerabilidad te haga ser destruido.
Los psicólogos son como las prostitutas, te hacen pagar por algo que puedes hacerte a ti mismo.

Palomitas de maíz
Masticas sin hacer ruido, ya que esta vez estás en una de esas salas dedicadas a los filmes de culto. Esta noche dan una japonesa, dentro de un ciclo dedicado al cine oriental que dura todo el fin de semana. Ricky me acompaña, pero creo que esta a punto de dar la primera cabezada. La película es un poco coñazo, pero esta mañana había leído una crítica que la ponía por las nubes. Me pregunto incesantemente el porqué de la absurda situación, en qué momento decidí pasar un fin de semana viendo películas sin sentido sobre una cultura desconocida si no fuese por el jodido sushi.
Entra una chica en la sala para sentarse justo a mi lado, puedo notar su halitosis canina, y me empiezan a entrar ganas de vomitar; y justo es en una escena donde uno de los actores se hace el haraquiri. Y cada vez que ella ríe, mi estómago también.
Me levanto de la butaca y logro llegar al aseo, enseguida me refresco la cara, aunque el incansable olor a lejía me provoca una serie de inaguantables arcadas propias de una modelo bulímica.
Entro de nuevo en la sala, me dirijo a Ricky a toda prisa y me acerco para decirle, al oído, que nos vayamos. Él se molesta un poco, y le notó sorprendido; y es que fui yo el único que quiso asistir a esa proyección nipona de serie B.
Me llaman al móvil, es Sara que tiene un problemilla con el acosador de su ex-novio, el muy imbécil no deja de llamarla, no la respeta ni le da la oportunidad de reanudar su vida.
Sara estudió conmigo, y siempre la quise como a una hermana y no es ningún tópico. Su aspecto ha mejorado desde entonces, creo que le han crecido las tetas, las tiene enormes. Su culito sigue siendo respingón, no me extraña ya que es una de las mejores bailarinas y tanta disciplina la convierte en un cuerpazo andante. A sus treinta y tantos sigue despertando un temido furor oriental. Puedo respirar sus estrógenos cuando le toco sus aterciopeladas manos mientras hablamos de Andrés. El muy cerdo se ha ido con una de las primeras bailarinas de la compañía que dirige, llamó a Sara de madrugada para decirle que recogiera sus cosas y se marchara del estudio. Habían compartido un lujoso estudio de sesenta metros cuadrados ubicados en la mejor parte del gótico barcelonés. La decoración era tan perfecta como los bíceps de Andrés. Vivieron juntos cinco maravillosos años, pero el embrujo del amor se había marchado para no volver. Las lágrimas de Sara no dejaban de brotar hermosamente en su blanca cara. Sus ojos brillaban y sus rojizos labios estaban casi mojados. Hacia frío, lo recuerdo perfectamente, y tuve que abrazarla, y en ese momento no pude contener mis lágrimas. Pasamos la madrugada llorando sin cesar, aunque de vez en cuando nos relajábamos para fumarnos un cigarrillo mentolado que tanto le gustaba a ella. Nos bebimos una botella de Marqués de Arienzo del noventa y seis para acompañar unos canapés que hice en unos pocos minutos, había de cangrejo, atún,
coliflor, sardina en escabeche, espinacas con queso, roquefort, y dátiles con nueces.
Tuve mi primer atracón de canapés a las tres de la madrugada. El vino me hacía verlo todo de un color más cálido, sentía cómo si mis problemas se fugasen sin pedir permiso. Era una perfecta catarsis, volvía a respirar bocanadas de aire nuevo. Sara se reía al ver como devoraba docenas de canapés, en ese momento me di cuenta de la ausencia de los pinchos de tortilla.
Sara se ofreció, gustosamente por supuesto, para preparar una tortilla de patatas con ajito troceado y cebolla picada. Era un placer observarla todo el tiempo que pasaba en la cocina manipulando eróticamente el conjunto de alimentos. Una vez hecha, me dediqué a cortar cada uno de esos preciosos cuadrados para clavarles un mondadientes justo en el medio. Utilizó la mejor botella de aceite que tenía en casa, uno de cultivo ecológico. El olor me dejó la ropa impregnada, pero seguía sintiendo el perfume de Sarita.
Sus manos estaban limpias, era un ángel que no se manchaba ni cocinando. Su pelo olía a jazmín o algo parecido, intentaba acercarme incesantemente a su larga cabellera. Pero llegó el ansiado momento que siempre lo estropea todo, Sara me miró a los ojos y me dijo que se enorgullecía de que ella y yo sólo fuésemos grandes amigos. Sentía cómo si me despojasen de mis vísceras, me arrancaban las entrañas de una forma vehemente y sin marcha atrás. En la cocina me emborraché de un erótico amor que acabó con esas palabras finales que tanto les gusta imponer a las mujeres. Es algo que siempre saben, conocen el momento justo para poner punto y final.
Me puse morado de pinchos y no dejé de tragar ese dionisiaco líquido rojo que nunca se quedaba reposando en mi copa, tenía la necesidad de beber y volver a llenar enseguida. Seguramente, ése día empezaba mi nueva vida como alcohólico sin yo saberlo.
Necesitaba ser abrazado fuertemente por cualquier Eva desnuda que apareciese por mi inexplorado y funesto mundo.

Un abrazo siempre dice adiós, un beso hasta luego

Jennifer era hija adoptada, y siempre caminaba con ello a sus espaldas. Se notaba que crecía bajo un enorme signo de tristeza, caminaba bajo estrellas sin luz en un planeta desconocido para sus sentimientos. Nunca oyó un te quiero, ni siquiera escuchó una palabra amable. Se dedicaba a cobrar miles de productos diferentes en una de las cinco cajas de un hipermercado situado a las afueras de Madrid.
Al terminar, cogía siempre el mismo autobús para llegar a su ridículo apartamento de un conflictivo barrio dónde residía en compañía de su gatita persa Mimí.
Su única afición eran las revistas de la llamada prensa rosa y los programas Magazine de la Quintana y la Gemio; es decir, era una joya de mujer que se dedicaba a actividades importantes en la mejoría mental de cualquier persona.
No se relacionaba con nadie, y sus conversaciones con Mimí no llegaban a ningún puerto. Tenía una gran cantidad de energía sexual almacenada en su adiposo cuerpo de treintañera sedentaria. Una vez estuvo a punto de follar con su vecino Mariano, pero cuando se enteró que era esquizofrénico la gorda emigró a otro bloque del barrio. Antes pagaba treinta mil al mes por un apartamento mejor, ahora pagaba cincuenta por uno peor en un bloque casi al lado. Era un ejemplo de tontería para todo el barrio, en la escuela a las niñas que no estudiaban se les decía que si seguían así terminarían como la Jennifer.
La Jenny estaba enamorada de su vecino Raúl, que era un buen mozo deportista que trabajaba descargando cajas de pescado durante largas madrugadas. Medía uno ochenta y sus bíceps le otorgaban un endiablado aspecto erótico, sus ojos eran azules y su pelo negro como el carbón. Y todo eso frente al metro sesenta de la Jenny, y sus estropajosas mechas rubias con la típica raíz negra.
Era tan difícil consolidar una relación entre Raúl y Jenny como cambiar de gobierno en Cuba. La gordita del hiper lo tenía realmente chungo, no obstante se pasaba las noches enteras pensando en los brazos de Raúl acariciando todo su defectuoso cuerpo.
La cajera iba al cine dos veces por semana y ya la conocían todos los acomodadores, que se sorteaban el acompañarla al interior de la sala. Hablaban siempre de lo desagradable de su halitosis, y de los pelos de gato que dejaba en la butaca. Era un ser tan desagradable que nadie se le acercaba a menos de tres metros de distancia. Según cuentan algunos, se ve que venía de una poderosa familia aristocrática madrileña que se había emparentado recientemente con la monarquía, y habían desterrado a Jenni porque se avergonzaban de ella. Cada mes, un abogado le ingresaba ciento cincuenta mil pesetas en una cuenta del Banco de Santander. Tenía varios millones ahorrados, pero seguía trabajando de cajera con la ilusión de que algún día Raúl entrase a comprar algo y pasase por su caja para pagar.
Una tarde Raúl entró a comprar un Gatorade de naranja para llevarse al Polideportivo y lo pagó en la caja de la Jenny, la cual se puso tan roja que se la tuvieron que llevar de urgencias en un camión frigorífico que transportaba choped Campofrío. La gorda llegó helada y los médicos explicaron que la temperatura tan baja le había salvado la vida. Raúl nunca más pasó a comprar nada, y la Jenny se deprimió tanto que aumento sus salidas al cine. Pero llegó un día en que ya había visto todas las películas de la cartelera y tuvo que asociarse en un videoclub donde daba la casualidad que también iba nuestro vecinito deportista.
Una noche, antes de las nueve, entró muy decidida para alquilar una peli porno, y cuando tenía la ficha en las manos se giró y se dio de morros con Raúl. La ficha cayó al suelo y el mozo se agachó a recogerla, le sonrió, y le preguntó por lo ocurrido en el hipermercado. La Jenny, lejos de mostrarse rencorosa, lo invitó a cenar para agradecerle su interés. Lo asombroso de la historia es que Raúl aceptó, y desde entonces en la escuela ponen el ejemplo de Jenny como persona constante y sin cualidades que pudo conseguir lo que quiso. La moraleja de la historia es que si realmente deseas algo con todas tus fuerzas, lo podrás conseguir sin importar lo que digan los demás.

Seré lo que tu prefieras

Los indigentes tienen millones de historias interesantes para explicar, y es que la calle es la mejor escuela para estos cuenta cuentos aventajados. Pero, Tomás Braulio Antúnez era muy diferente a todos los otros que vivían vagabundeando en las sucias calles del gótico barcelonés. Sus amigos lo llamaban Tobías, y lo respetan porque nunca hablaba más de la cuenta; la verdad es que no decía ni pío, y eso en la calle se sabe agradecer.
Tobías era un guapo descuidado que aún conservaba su atractivo de esos ojos azules brillantes aunque cansados. Debía tener alrededor de los cuarenta años, y por lo menos llevaba cinco viviendo en la calle. Antes trabajó de camarero, policía nacional, guardia jurado, y agente inmobiliario para una franquicia italiana. Lo acusaron de haber cobrado unas comisiones altísimas, que nunca declaró, por la venta de unos terrenos en Sant Cugat del Vallés.
Acabó arruinado después de hacer frente a los gastos del juicio y pagarle a la Administración la multa exigida. Tuvo que hipotecar su lujoso chalet de Vallcarca por segunda vez, y su mujer e hijos lo abandonaron. El banco, por recibos impagados, lo echó de su propia casa.
Pasó de la cima de la montaña a una minúscula ladera cerca de un lago de agua sucia, es decir en la puta calle rodeado de gérmenes y cloacas con olor profundo a heces.
Empeñó su anillo de casado para pegarse su última gran comida en el conocido restaurante Botafumeiro. Su mujer lo había denunciado, sin piedad, por no pagar la pensión de sus hijos Pancho y Estibaliz.
En la actualidad, Tobías, disfrutaba sólo de la compañía de un pulgoso bullterrier que encontró medio muerto en un cruce de dos famosas calles del Ensanche. Le puso de nombre Consuelo, en honor a su mujer.
Tobías y Consuelo(la perra, para distinguirla de la persona)mantenían largas charlas sin sentido sobre la incapacidad de aceptar los fracasos que tienen los hombres. Nunca llegaban a ninguna conclusión, y Tobías acababa dándole a su can un mendrugo de pan. Ese padecimiento vital se volvía divertido cuando Tobías se encontraba con otros mendigos de la comunidad catalana, se saludaban efusivamente para luego compartir botellas de tinto barato comprado a granel en una bodega del barrio del Born.
En una de las reuniones surgió la idea de ocupar una casa, se trataba de un antiguo cine situado en Horta y que siempre había proyectado interesantes sesiones dobles a quinientas cincuenta pesetas. Muchos viejos asistían con la única finalidad de dormir cuatro horas seguidas en una de esas mugrientas, pero cómodas, butacas granates.
El Eulogio hablaba del mítico día que proyectaban Los cañones de Navarone y Dos mulas y una mujer. Fue una tarde que asistió con una mulatita que se trajo en uno de sus innumerables viajes a Cuba, la chica se llamaba Arausi; se trata del nombre de una princesa inca.
El Eulogio y la Arausi no se perdían ni una sola sesión. Por aquel entonces, él tenía una buena posición económica debido a un próspero comercio de embutidos importados de Gijón, su patria natal.
Le pasó lo típico que le puede ocurrir a cualquier hombre baboso. Enseguida metió a Arausi de dependienta de la tienda, y las clientas más antiguas se asustaban al ver a ese cacho de follable hembra negra y se marchaban a todo gas. Poco a poco fueron perdieron clientes, sólo se sustentaban de vender panceta a unos albañiles que trabajaban en la obra de al lado y que seguían el perfume de la hembra caribeña en celo. Un día, el Eulogio, se encontró a Arausi en el frigorífico fornicando con uno de los paletas hambrientos de carne.
La depresión pudo con él, y después de venderlo todo se quedó en la puta calle, siempre decía la misma frase: Cómo pille a la negra la mato.
El Eulogio se peinaba a lo Gregory Peck, y es más, le gustaban que le llamasen Greg.
Greg y Tobías se habían hecho uña y carne, y aunque nunca hablaban, parecían entenderse sin la necesidad de pronunciar un fonema. Su amistad eran tan grande que compartían las colillas que juntaban entre los dos para fumárselas en la Plaza del Pino. Mantenían un idilio perfecto, y es que dos hombres solos siempre comparten más que cualquier pareja heterosexual llena de conflictos e intereses.
Jamás tenían que fingir sus ilusiones ni objetivos en la vida, puesto que carecían de cualquier tipo de esperanza. Sabían que sólo la muerte podía proporcionarles un perfecto placer, aunque no se esforzaban por desaparecer. No sabían que hacer si sus vidas eran así, tampoco ocultaban ninguna clase de malévolo rencor. Para ellos era todo un olvido en el que mandaban ellos. No tenían distancias en sus distanciadas aproximaciones fraternales, sabían que no poseían nada y eso era su virtud más grande.
El cielo los miraba con envidia desde lo más alto, dos seres libres desinteresados por todo lo que les rodeaba. Sus vidas no valían nada aunque era lo único que tenían y eso les hacía valorar cada trozo de pan, cada calada de colilla, cada trago del peor tintorro del Priorato, y cada par de zapatos rotos que dejaban huellas amargas y ligeramente separadas.
Pancho, el hijo de Tobías, se acercaba de vez en cuando a la plaza donde descansaba su padre. Siempre le traía una bolsa con alimentos de todo tipo y alguna botellita de Rioja que era de agradecer. Nunca hablaban de nada, pero se miraban con profundidad y afecto. Pancho era uno de esos Universitarios prudentes comprometidos con infinidad de causas sociales. Había invitado a su padre a salir de la calle, pero Tobías nunca acepto su ayuda. De pequeño siempre le enseñó a su hijo el valor de la autosuficiencia, y de ningún modo podía incurrir en tan grave error.
Un día Pancho le regaló una foto, tamaño carné, posando para la orla de la promoción universitaria a la que pertenecía. Pero Tobías notó que su hijo era una persona privada de una sonrisa, una joven llama apagada por las trágicas circunstancias familiares. Se daba cuenta de la vergüenza que sentía su hijo al tener un padre vagabundeando por la ciudad.
Consuelo(la mujer, para distinguirla de la perra) y Estibaliz vivían en Pedralbes con la nueva pareja de la madre, un tal Fabio Morales, un prestigioso abogado especializado en auditorias de gestión medioambiental, algo muy de moda en época de calentamiento global.
Fabio mantenía a dos mujeres superficiales incapaces de decir te quiero, y cuyo único fin era consumir ropas caras y potingues faciales hechos con gran cantidad de fetos de bebés tercermundistas muertos y triturados. Hay seres humanos que sirven para muy poco, y esas dos arpías habían logrado sacarle la pasta a un desgraciado gordo canoso licenciado en una de esas pobladas Facultades peninsulares.
Existen millones de historias como estas que sirven, sobretodo, para poner de manifiesto el poder destructivo del dinero en cualquier familia. Realmente no puede haber un sentimiento puro en una sociedad tan dedicada, con exclusividad, a vivir para consumir productos que siempre se pueden reemplazar por otros mucho mejores. Puedes ser lo qué tu prefieras pero sin dejar de ser una máquina infeliz con clara dependencia hacia todo lo material. Somos víctimas del poder mediático que nos impulsa subliminalmente a comprar cualquier imbecilidad, me doy cuenta que soy tonto de nacimiento e idiota de crecimiento.
Tanto esfuerzo en vano, luego nos vamos sin hacer nada realmente valioso para nuestras almas. De todas formas, sé que si empezase de nuevo volvería a hacer lo mismo : malgastar una vida. ¿Qué es una vida entre tantas?, posiblemente os creáis mejor que el resto pero no dejéis de observar detenidamente vuestra existencia, y si es necesario corregidla para llegar a ser lo que prefiráis. Tobías y Greg estaban contentos porque se habían liberado, y porque por primera vez sabían lo que querían ser en la vida: simplemente mendigos.
Pancho se casó con su novia hasta que un día fueron a visitar a Tobías, al día siguiente ella le pidió el divorcio. Pancho acabó en Honduras por mediación de una ONG para colaborar con los niños amputados por las minas antipersona fabricadas en España.
Estibaliz terminó en una clínica para anoréxicas, y su madre Consuelo(la persona, esta vez tampoco es la perra) en un Centro de Rehabilitación para Alcohólicos y Toxicómanos.
Greg y Tobías caminaban felizmente por las calles, y algunas veces miraban hacia una estrella para agradecerle la libertad que les había otorgado. Si creéis que no sois libres, dejad todo lo que estéis haciendo y, sencillamente, sed libres y despojaos de toda carga.
El cine de Horta nunca fue ocupado, pero a veces paso con mi coche de segunda mano y miro todas las ventanas. Ayer noche vi dos sombras que bien podían ser las de Tobías y Greg , y eso hizo que me plantease la similitud de cualquier sombra; y es que verdaderamente somos tan iguales y a la vez tan distintos; y nuestras diferencias las marcan nuestras posesiones, pero y sí no poseemos nada, entonces no somos nadie.

Caprichos de mujer
Un bistec de ternera al roquefort, así de caprichosa es Eva, y siempre quiere la carne poco hecha y con mucha salsa. Me la presentó David en un campeonato nacional de ajedrez, desde entonces somos un modelo de pareja para nuestros amigos. Cinco meses de cariño y amor, la envidia del mundo. Estoy tan cansado de tanta perfección y autocontrol, me pasó las noches ansiando un poquito de desorden, una razón para sentirme vivo.
Trabajo en una de esas empresas informáticas que se dedican a vender todo tipo de productos por la red. Mi sueldo oscila entre las doscientas veinticinco y las doscientas ochenta, dependiendo de la odiosa comisión. Siempre fui un mal estudiante que se ocultó tras una perjudicial pantalla de
videojuegos que me sumió en una incomunicación total.
Mi personalidad avanzaba según la tecnología de moda en aquel momento. Nunca he pisado una discoteca, y mis conocidos lo son de montar a caballo o jugar al ajedrez.
David es mi único amigo, y lo conozco del Instituto donde éramos la burla de la clase. Llevo gafas desde los ocho años, y es una lástima porque tengo unos impresionantes ojos azules.
Eva es una rubia escorpión ,con ascendente desconocido, que trabaja como pedagoga en una Escuela privada de Sants. Se ocupa de las tutorías y de algún taller inútil para llenar horario, ya que su tía es la dueña del colegio. Por las tardes acude a una consulta de Psicología donde tiene arrendado un despachito para psicoanalizar a sus peculiares pacientes. Todos la llaman por su nombre, dejan los formalismos de lado en una terapia personalizada. Eva es una de las personas más prácticas y frías que he conocido, y carece por completo de valores familiares. Es fanática del mundo árabe y, además de aprender la danza del vientre, se pasa el día bebiendo infusiones raras y escuchando esa música estridente en su nuevo equipo de música.
Cada uno vive en su casa y solemos quedar los viernes noche para asistir a alguna sala de cine independiente.
A Eva le encanta ir por la vida de profunda, aunque luego no sepa ni freír un huevo. Está tan pendiente de que todo le cunda que se olvida de disfrutar de la vida. Nunca me ha dicho nada cariñoso, y tampoco se corre en la cama. La verdad es que no se porqué está conmigo. De puertas afuera, parece todo lo contrario y me sabe mal estar engañándome todo el santo día. Eva tiene un serio problema y es que trata a sus novios como si fueran pacientes. Los analiza de arriba abajo para luego destruirlos.
Por mucho que quiera negarlo, Eva está llena de imperfecciones y traumas infantiles. Tiene un enorme desapego por todo, inducido por el carácter dominante de su madre frente al de bobalicón independiente del padre.
Hay días que le huele la boca, nunca se depila, y lleva ropa de hombre. Ahora le ha dado por cortarse el pelo en forma de Elton John, y sólo se le ve nariz, barbilla, y cejas mal perfiladas. Es una enemiga del maquillaje, y una tragona enfermiza de todo tipo de comidas. Tiene una enorme espalda seguida por un culo recto y caído sobre una piernas torcidas que se apoyan en unos enormes pies del cuarenta y dos. Los michelines rodean su masculina cintura de danzarina barrigona , y un sendero de pelos serpentea por su abdomen hasta llegar a unos perfectos pechos construidos bajo un enorme pezón de cabra. Siento la necesidad de muñirla, pero no lo hago. Su cuello es enorme y parece que tenga nuez.
A menudo lleva minúsculos pendientes a juego con el color de su jersey de cuello alto.
No le gusta chupármela, y siempre intenta hacerme una paja. Tampoco sabe follar porque, al margen de carecer de orgasmos, se mueve como un pívot de la NBA en la línea de tiros libres. Se tumba sin inmutarse para que le bailes encima, no sabe jadear y ni siquiera lo intenta. Sus bragas son de la época excursionista, y siempre están más desteñidas que los sujetadores.
Cuando la penetro, le colocó estratégicamente el dedo en su enorme esfínter esperando resucitar cualquier mínimo deseo sexual. Un día me dijo que ella se acercaba más a su pareja hablando que fornicando. Lo peor de todo es que siempre hablo yo, ella escucha para tomar notas que luego transcribe en su maquiavélico diario personal. Me siento tan analizado a su lado que parezco un paralítico en una sala de espera. Me quedo sin movimientos, pero tampoco me quieren llevar, y presiento que esta historieta sentimental va a acabar como el Rosario de la Aurora.
Sus padres están tramitando el divorcio, y eso es un lastre para nuestra relación. Día tras día me dice lo mucho que odia a su padre y las ganas que tiene de verlo muerto. Yo siempre lo defiendo por solidaridad varonil, e intento justificar las poco agraciadas acciones de su canoso progenitor.
Sus hermanas son más listas y siempre se han mantenido al margen de la historia.
David no entiende qué hace un tío como yo con una impertinente con aspecto de lesbiana y que se pasa todo el día comiéndose la olla. Yo le explico que estoy enamorado y que eso es algo que jamás elegimos. Mi amigo me pronostica un final muy pronto.
A mi madre le da mucha lástima, la nota triste, cómo ensimismada en su perfecto mundo exterior. Cada martes le prepara una comida especial y la invita a nuestra casa. En sus visitas, Eva no deja de preguntarle a mi madre sobre mi niñez. Quiere enterarse a todo gas de mi perfil psicológico para diagnosticarme algo lo más breve posible, noto que cada vez está más aburrida conmigo; ahora incluso discutimos por elegir la película del viernes y la otra noche la dejé sola en el concierto del novio de su hermana.
Me dice que cada vez tenemos menos cosas para compartir, y que se está dando cuenta de lo distintos que somos.
Y cómo en un conocido anuncio, el día menos pensado me deja por incompatibilidad de caracteres. Me ha diagnosticado un millón de enfermedades distintas, y me aconseja que busque ayuda.
La escucho, aunque mis amigos me aconsejan todo lo contrario, y me voy velozmente al médico de cabecera que me receta un par de cajas de Alprazolam.
Paso dos meses de injusta depresión hasta que un inesperado día conozco a una mujer maravillosa(presuntamente)que me dice te quiero a las tres semanas. Todo el mundo se extraña de mi prematura recuperación. Vuelvo a estar enamorado, pero sigo preguntándome hasta cuándo lo estaré y porqué sufro cada vez que una mujer me impide amarla.
Las cosas las empiezo a ver cada vez más claras, y ahora sé para lo que estoy preparado en la vida : sólo para sufrir.
El amor es una enfermedad larga que te consume poco a poco, pero siempre necesitamos la aprobación de alguien muy cercano en nuestros quehaceres diarios. Creo en el pasado, y aspiro a un futuro mejor siendo incrédulo en el presente. Ahora miro las cosas de cerca, y si hace falta me cubro las manos con guantes aislantes. Me despierto feliz y tranquilo porque todo ha pasado como una mala estrella fugaz que chocó en mi planeta. He juntado sus trozos, y barrido fuertemente la parcela que se había ensuciado.
Cuando te hundes piensas que es para siempre, y no debes olvidar que es sólo un aviso para evitar que te relajes frente a ese temible monstruo llamado vida.
Ahora no juego al ajedrez ni monto a caballo pero sé amar la vida y ver cada una de las flores de mi propio jardín. Me he comprometido conmigo mismo para no pasarlo mal de nuevo y para no ser el capricho de nadie. Por muchos meses que lleves con una persona no te olvides que nada es para siempre, todo acaba y por supuesto lo hace mal y arrasa por completo nuestro espíritu ingenuo.

Tal vez sea el momento

Soy un testigo mudo de mi propio progreso, a veces me olvido de los obstáculos que he tenido que superar hasta llegar a ser como soy hoy en día.
Sigo sin hacer demasiadas cosas por miedo al jodido fracaso, y eso va conmigo a todas partes.
La otra noche asistí a una exposición de dibujos de un conocido diseñador gráfico muy amigo mío. Había una multitud de rarezas humanas, un perfecto mestizaje con cabida en una pequeña sala multicultural. Afuera, una drag calva realizaba una performance con un taladro intentando emular al freak de Laberinto de Pasiones.
Tropecé inconscientemente con mi antigua profesora de voz y el encontronazo acabó con la frase hipócrita de siempre: me alegro de verte y que te vaya todo tan bien.
Una negra no hacia más que mirarme, y cada vez me sentía más incómodo. Finalmente se acercó para invitarme a una copa de cava(ningún mérito por su parte, pues era barra libre)que engullí salvajemente debido al exceso de calor que me proporcionaba la chupa nueva de piel de Calvin Klein.
Se presentó sin ruborizarse lo más mínimo y con sus ojos clavados en los míos, y los míos en su enorme escote que cubría unos enormes melones que se escapaban de su vestido dos tallas menos

-Me llamo Camila y soy de Brasil-dijo en un tono meloso de zorrita resabiada.
-Yo soy Claudio y vengo de ver la performance-le dije despistadamente, porque a las mujeres les encantan los tipos tímidos y despistados.
-Soy amiga de Vicenzo Damián-me dijo petulantemente.
-Sí, también es un gran amigo-en un tono falsamente modesto, porque a las mujeres les va eso de la humildad; ya que carecen de cualquier signo de sencillez y humanidad.

Su cuerpo se iba pegando cada vez más al mío, y lo bueno es que no intentaba apartarme, y es que me encantaba su olor a maderas de oriente. Su pelo, aunque rizado, era de lo más bonito y brillante; y tenía una estupenda textura de cuidadosa hidratación.
Camila sacó su paquete de cigarrillos mentolados sin intención de ofrecerme.
Mi encendedor se deslizó rápidamente hacia su pitillo para otorgarle mi endiablada llama. Sus caladas eran largas y pausadas, me fijé que no dejaba restos de carmín en la boquilla, y supuse que gastaba una gran cantidad de dinero en buen maquillaje. Las mujeres que se cuidan tanto suelen ser fieles a la cartera que se les abre diariamente a cambio de una apertura de extremidades semanalmente.
Cami me propuso ir a su lujoso ático del Paralelo para intercambiar flujos. Entonces, me acerqué para susurrarle mi respuesta al oído, y en ese momento me enganché el flequillo con sus pendientes de argollas.
Todo el mundo nos miraba, y a mí me dio por reír a grandes carcajadas. Cami se puso de tan mala leche que se volvió morada de golpe. Los dos nos movíamos para el lado opuesto, y así duramos unos minutos hasta que el hippy de Vicenzo llegó para separarnos.

-Bueno, ya veo que os conocéis-dijo Vicenzo sarcásticamente.
-Estábamos en ello-contesté sin dejar de reír.

Camila nos miró, clavándonos una mortal y penetrante mirada, se dio media vuelta, y se marchó dejando de un golpe seco la copa de cava en la mesa de la entrada.
Los demás asistentes se me acercaron para felicitarme por la performance cómica que había hecho, los muy imbéciles se pensaban que había sido un laborioso montaje teatral. Vicenzo me explicó que en un contexto artístico cualquier tontería que hagas se considera arte. Esa noche firmé varios autógrafos, y rechacé propuestas serias para repetir la esperpéntica hazaña en otros escenarios de Cataluña. Me llegaron a ofrecer incluso doscientas mil pesetas por noche en un conocido castillo de varietés.
Un director teatral me pidió permiso para adaptar la pieza y titularla Argollas rebeldes. Dos meses más tarde me enteré que se había estrenado y que resultó ser el éxito teatral de la temporada. La interpretaban dos conocidos actores de culebrones, y la historia transcurría en un museo donde tropezaban dos personas que se quedaban enganchadas y se pasaban hora y media hablando y reflexionando sobre la vida. Me he enterado recientemente que Ventura Pons está preparando la película, y que ya le han ofrecido el papel a Rosa María Sardá.
El personaje masculino está por determinar, aunque muchos críticos apunta hacia Ramón Madaula como favorito. La verdad es que ese chico me encanta, lo encuentro un actor excelente pero creo que está injustamente desaprovechado.
Me siento como un testigo mudo de mi propia vida, tal vez sea el momento de ser yo mismo el protagonista de mi historia.
Granos
Un buen producto y se van sin dejar rastro. Los hay de todos los colores, tamaños, y formas, aunque en realidad sólo son granos. Algunos pican incluso, y entonces nos da por rascarnos hasta infectarse y aumentar de tamaño. Lo mejor es secarlos con alcohol, eso dicen. Yo no me lo creo, y voy a mi farmacia de siempre a comprar la crema más indicada para mi enemigo cutáneo íntimo.
La vida es como un gran grano de pus que va creciendo, y que hay que curarlo a tiempo, no vaya a ser que explote y te manches por completo; y es que hay manchas que nunca salen del todo. No hay productos para hacer desaparecer un enorme problema, en cambio cada grano tiene siempre un buen tratamiento que lo hará evaporarse en unos días; y puede que incluso sin dejar huella.
Tengo un grano al que he llamado Marta en honor a una antigua amiga con la que estuve involucrado sentimentalmente, o al menos eso creía yo; y es que para ella sólo fui el convidado de piedra que le acompañó durante unos meses, semanas, días, quizás horas.
-Seré lo que quieras, cambiaré por ti-le digo en forma de suplica.
-¡Otra vez haciéndote la víctima!-me dice hostilmente.

Caigo en un error imperdonable, ya no consigo ver el norte, y estoy cansado de pedir respuestas que no quiero entender. No estoy capacitado para razonar, sobretodo porqué sé que he perdido los papeles. Noto que ya no importan mis palabras, y sólo hay hechos que han marcado la relación con un triste final.
Ojalá todo fuese tan sencillo como entregar unas llaves de un piso que dejaste. Pero no, todo se complica y se oscurece hasta tal punto que no puedes mirar y si lo haces, no te atreves. Estás pagando facturas de cosas que no utilizas, y todo es un gasto continuo. Y tus latidos sufren el acelerado ritmo de un odioso mundo del que no puedes salir vivo, y ahora esperas el milagro de la muerte; pero te sabe mal porque siempre dejas cositas que han merecido la pena, la tristeza te invade.
Tengo granos, mis amigos no.
La puerta no tiene cerradura, y de ningún modo se puede abrir.
-Permanezcan a la espera, no se muevan de sus puestos asignados-escucho una y otra vez saliendo de un altavoz.
Ojalá hubiese naufragado para apartarme unos años de la humanidad. Aprendería a vivir conmigo mismo, y eso es algo que no sé.
Tengo granos, y tardarán en curarse.
La plaza de al lado de mi apartamento está masificada, un conocido director de cine la utiliza como único escenario para rodar su película. Casi toda la historia transcurre aquí, en esta plaza donde la he besado un centenar de veces.
Tengo granos, nadie me mira.
Voy buscando un poco de placer, y piso falsamente por miedo a dejar frondosas huellas que puedan despistar mi ansiada búsqueda. Alguien grita desde el fondo de la calle, y sigo corriendo para no detenerme y ver algo que me pueda dañar.
Mi pensamiento se reduce al silencio, pero es un silencio hablador que dice mucho más que cualquier palabra.
¿Cuántos días contiene toda una vida?.
Tengo granos, debo irme antes de que pasen los días y siga sin curármelos.

Mimitos
Una tierna caricia, una palabra bonita, un cálido abrazo, un beso salvaje; y es que cualquier cosa agradable basta en el lenguaje universal del amor.
Detrás de ella, un poco hacia la derecha, empiezas a recorrer su cuello con tu lengua hasta llegar a esas diminutas orejas de mujer; y dibujas toda su forma, hasta el tímpano si fuese necesario.
Tus manos se mueven como si acariciasen la preciosa piel negra de una pantera. Te frotas ligeramente tu zona genital con su culito respingón, los movimientos de pelvis acompañan la acción.
Un susurro para decirle te quiero, y con eso bastará para poseerla durante unas horas.
Ella se irá volviendo poco a poco hacia ti para presionar sus enormes pechos contra tu poco desarrollado pectoral de gimnasio de barrio. Te irá besando desaforadamente hasta el cuello, te levantará tu horrible camiseta ajustada que tan mal te queda, y te morderá tus peludos pezones de macarra discotequero.
Tú te precipitarás y enseguida, sin ella pedírtelo, te desabrocharás los pantalones que tanto le gusta a ella sacarte.
A posteriori, y con la lanza empinada, vas directo a magrearle los pezones que apuntan descaradamente al Polo Norte. Ella se tiene que agachar para metérsela en la boca sin ningún prejuicio insensato. Le dejas unos minutos de felación. y la paras para seguir besándola, eso le dará seguridad y notará tu natural preocupación. No pienses que estás perdiendo, en el sexo deberás ceder si quieres conseguirlo todo, deberás ser como el sauce llorón : ceder es vencer.
Nunca elijas la postura, que lo haga ella; la sociedad las ha rebelado contra el hombre y recuerda que ahora son ellas las que mandan; en realidad jamás controlarán el poder, la clave está en hacérselo creer; las mujeres se preocupan por casi todo y eso las hace completas ineptas para puestos de mando.
Intenta ser siempre agradable, cómo a ella le gustaría ser y que su condición sexual le impide : tres días a la semana están escépticas, un día están existencialistas, dos días de violencia y palabras estúpidas, y finalmente(suele ser el domingo) un día soleado que aprovechan para hacerte sentir especial. No te engañes, en realidad no nos necesitan para nada; los avances en medicina ya les permiten ser madres solteras, y sus sueldos están superando a los nuestros.
Controlan todo desde los cimientos, en la mayoría de empresas son las dueñas absolutas del departamento de recursos humanos: cuatro niñatas psicólogas que te contratan según la cantidad de pelo y barriga que tengas; también poseen el gabinete de relaciones publicas: dos periodistas frustradas y tres publicistas con uñas de porcelana que se dedican inexpertamente a preparar ruedas de prensa dónde suelen asistir sus amigas(del rollo Tuperware) y así meriendan todas juntas; y otro pilar fundamental de su control es el departamento de contabilidad: una gorda con gafas y pelo estropajoso que suele ser la hermana del director ejecutivo.
Su organigrama acaba aquí, pero si dejamos de observarlas pueden escalar otras posiciones para seguir jodiendo la productividad.
Lo que mejor hace una mujer es mandar a un hombre: te chillan sin necesidad por algo que ni has hecho ni deberías hacer para evitar el mal funcionamiento de la empresa. Si les dan poder les aumentan los estrógenos y se vuelven aún más tontas.
Con todo esto no pretendo ser machista, aunque razones quizá nunca me faltarán.


Ahora ya sé que la Tercera Guerra Mundial será una estúpida guerra de sexos en la que los hombres nos dejaremos avasallar y las mujeres se exhibirán victoriosas.
Siempre nos han intentado copiar sin fijarse en la base de cualquier duplicado : el original es siempre mejor.

Ignición
Despegas tus pies del suelo en un suave cantar denominado pisar. Caminas mirándolo todo, aunque carezca de sentido, y te detienes para observar si tu sombra te acompaña. No te deshaces de tu ego, y te supone la peor condena como ser humano que puedas padecer.
Con el paso del tiempo aprendes a callar, cada vez tienes más miedo a hablar. Y el silencio lo invade todo hasta que aparece otra nueva mujer en tu vida. Allison era diferente a todas ellas, sabía bailar el “son” cubano como nadie, y a cada tres pasos se cascaba un suave mojito hecho con ese roncito añejo dominicano que tanto le gustaba, creo que era de la marca Barceló.
La conocí en un bar de salsa de la calle Rosselló de Barcelona, ese día se celebraba una famosa sesión de guaguancó; y en la que participaban los mejores dj’s del mundo.
Allison casi vestía de luces, y la purpurina le encendía su angelical rostro de viciosa caribeña. Nunca me dijo su nombre real, y no supuso ningún obstáculo en nuestra relación fraternal. Era muy amiga del barman gay rubio, que a su vez era amigo de Teo; y a mí me la presentó Agustín, compañero de piso de Teo. Pues bien, así estaban las cosas : tenía una mujer de rompe y rasga con la que me veía tres veces a la semana, y ni siquiera me la follaba, creo que se lo hacía con Teo al ritmo del Chan chan de Francisco Repilado.
Allison ejercía de dependienta en una conocida perfumería del Paseo de Gracia, y me sacaba mi colonia Gaultier a mitad de precio. Y yo a cambio le hacía de chofer, confesor, y pareja de baile. Podía babear toda la noche mirando sus agitados muslos sudorosos que me restregaba durante horas, su olor se quedaba impregnada en mi camisa Springfield de cuatro mil quinientas, a veces dejaba restos en todo el cuello de su carmín barato; y no lo entiendo, trabajando donde trabaja podría tener los mejores productos cosméticos por cuatro duros.
Su edad podía oscilar entre los treinta y cuarenta años, en realidad nunca hablaba del tema. La mía la tenía sabida : treinta y cinco añitos y viviendo en casa con mis padres.
Era todo un desaventajado que intentaba ser especial con la ayuda de las personas que me acompañaban. Me daba mi valor según los besos y abrazos de Allison, los comentarios de Teo, las broncas de mi madre, los despectivos análisis a los que me sometía mi padre, y las miradas analíticas de los compañeros del curro. Pero pasé inadvertido un hecho significativo : las personas siempre cambian de opinión. Nunca debes creerte todo lo que dicen los seres que te rodean; y es que no son buenos ni los halagos ni los insultos, tanto una cosa como otra siempre compensan poco.
Una noche, harto de mi lamentable situación, fui a por todas de golpe. Me senté en la barra para tragarme todas las caipirinhas que mi bolsillo aguantase, al cabo de unas horas me levanté más borracho que Bill Clinton un cuatro de julio. Me acerqué a Allison para obsequiarla con un iracundo lengüetazo de tornillo de cinco minutos, durante la hazaña ella no cesaba de darme bruscos empujones con el fin de liberarse de tan arduo individuo de aliento embriagador. Tardé unos minutos en entender que ese beso no le gustaba nada, y finalmente acabé la escena con un lo siento seguido de un fuerte hipo.
Cuando buscas sexo desesperadamente siempre acabas cagándola, y en ese error aprendes que toda relación con las mujeres depende de tres reglas : dónde quieran, con quién quieran, y cuando quieran.
Y éste podía haber sido uno de esos relatos que tan de moda está, y es que hablar de las mujeres violadas y maltratadas es todo un negocio; de hecho muchas novelas de reconocidas autoras no cesan en tratar una y mil veces el desagradable problema social que supone la no aceptación por parte de un hombre de la negativa de una mujer. Digamos que somos caprichos con fecha de caducidad. Os puedo asegurar que he hecho el amor, sin apetito ni deseo, más de mil veces por el simple hecho de complacer a mi pareja. Pero ellas lo tienen todo tan claro, y a la menor duda te denuncia. Ojeando el periódico advertí varias noticias de mujeres que denunciaban a sus cónyuges por violación, y yo me pregunto cómo es posible tanta estupidez; y es que todo esto me produce náuseas. Para qué tanto enfrentamiento entre sexos, no le encuentro sentido.
El viejo Leopoldo, del quinto cuarta, no deja de hablarme de su Juana y de los potajes que le cocinaba. Ya tiene setenta y cinco, la Juana no llegó a los cincuenta y siete; y una vez más el cáncer ganó a la persona en una partida a vida o muerte que duró cinco años inaguantables para el matrimonio de los Sánchez Tejedor. Ahora Leo está bien, aunque a veces se quejas de la terrible soledad que debe aguantar todos los días; pero se consuela viendo las fotos de su querida Juanita. Me explica lo mucho que le cuidaba con estupendos guisos y la casa siempre limpia para cuando él regresaba de su trabajo en el ferrocarril. Cuanto más mayor me hago, más temo hablar-me decía Leopoldo una y otra vez para advertirme de lo mucho que ha cambiado la vida-.
La gente no se aguanta, nadie se traga el orgullo por amor. Todo es un negocio práctico en el que no se vale perder, se habla sólo de ganancias y balances favorables. La economía ha invadido todas nuestras vidas-me explicaba emocionado el viejo Leopoldo-.
Y aunque nunca lo vi llorar podía predecir que lo hacía todas las noches a la misma hora, tenía ojos tristes y párpados tan vagos como necesitados de humedad. Me explicó que los matrimonios habían dejado de ser sagrados, ahora todo era negocio : lista de bodas, banquete de doscientos comensales, viaje de novios al Caribe, terapia de pareja y familiar, e hipoteca a treinta años.
Cada día estaba más triste debido al potencial de la información parejil a la que el anciano me había sometido. No podía creer en el perturbador romanticismo de una pareja besándose a orillas de un bíblico lago, ni podría saber la felicidad que te puede provocar ver como una mujer que te quiere se pasa toda una mañana guisando un laborioso plato sólo para complacer tus gustos. El mundo se volverá cada vez más desagradable-sentenció el viejo-y todos seremos productos intercambiables sin razones para amar y venerar gratis a alguien. Las mujeres, con sus ideales, están destruyendo el equilibrio natural de la especie. Todo ha empezado ya hasta el último día del sexto año de la nueva era. La tasa de natalidad irá disminuyendo, las hembras ya no querrán perder tiempo en dar a luz. La población irá envejeciendo, y el Estado, que tardará en alertarse del serio problema de perpetuación, seguirá respaldando a las empresas basura que despiden a las pocas hembras sumisas que desean traer un hijo al mundo; porque, aunque pocas, todavía quedan mujeres que enfocan sus vidas al único destino posible que les ha dado Dios : procrear y ser felices.
Pero la mayoría son mujeres de postín que visten y viven como hombres peleados con la sociedad donde sus actividad favorita es la manifestación reivindicativa del derecho de la mujer; pero las muy imbéciles se olvidan que así sólo joden el derecho a nacer, y la batalla de construir un mundo mejor y más sano para todos los que vengan en próximas generaciones-.
Tengo treinta y cinco años, y vivo en casa con mis padres.


La vaquita de porcelana
Espero hasta las cinco fumándome un cigarrillo rubio que me puede provocar cáncer dentro de unos años. No como ni fruta ni verdura, y no dejo de respirar el aire contaminado de la gran urbe donde vivo desde hace treinta y cinco años.
En el escaparate de una tienda veo una vaca de porcelana de unos diez centímetros de altura, marca un precio asequible para mi humilde bolsillo. Me gusta y la quiero comprar, pero la tienda no abre hasta las cinco de la tarde. En mi reloj barato marcan las cuatro y cuarenta y siete. La temperatura es superior a los treinta grados, y los periódicos hablan de la gran ola de calor del mes de mayo. Se debe a un anticiclón africano, según los expertos. A mí no me importa que haga frío o calor, pues mi vida sigue siendo la misma. Cada día me despierto para realizar la misma tarea desagradable de ocho horas encerrado en un despacho de mierda delante de un ordenador. En mi empresa cuidan hasta la temperatura, y gradúan el aire acondicionado para que podamos rendir sin ningún tipo de quejas. El director es un amante de la filosofía oriental y cada día se preocupa por cada uno de nosotros, o al menos eso es lo que nos hacer creer a todos. Se llama Evaristo Guerra Aguirre, y tengo entendido que tiene unos estupendos cincuenta y tres años. Viste lo mejor de la temporada de Loewe, Calvin Klein, Paul Smith, Jil Sander, Lacoste, Gant, y Tommy Hilfiger. Evaristo es viudo y tiene a su cargo a una hija de diecinueve años llamada Chiara, y a un hijo de catorce llamado Bruno; y todos ellos viven en una lujosa mansión de cincuenta millones de pesetas situada cerca de Tarragona. Algunas veces pienso en lo feliz que hubiese sido con todo lo de mi jefe, pero me tengo que conformar con mi vaca de porcelana; ya que es lo único que tengo, puesto que vivo con mis padres en una vieja casa de un humilde barrio de Barcelona. No he tenido jamás una relación superior a nueve meses, y la mayoría de mis amigos se han casado o viven felizmente en pareja. Estoy solo en el mundo y cada día lo pienso con mayor tristeza, pero tengo mi vaca de porcelana.
Chiara se marcha el próximo mes a unos campamentos de verano en la Patagonia Argentina hasta por lo menos septiembre. Bruno pasará el verano en casa de sus tíos en Ibiza. Y Evaristo viajará por Asia hasta que le salga de los cojones volver a casa después de haberse atiborrado a sushi y sashimi; o haberse follado a un par de geishas sumisas. Siempre trae unas botellas de sake para cada uno de sus empleados, la mía se la regalo a la chica alcohólica de contabilidad que se llama Pili y es de lo más simpática conmigo. Una noche nos acostamos juntos en su apartamento del Raval; fue después de una cena que me preparó que consistía en una sopa de habas, habas salteadas, tortilla de habas, y sorbete de habas.
La Pili siempre me habla bien, es la única persona que no me ha preguntado todavía lo que espero de la vida. No es como todas las mujeres que te bombardean a preguntas acerca de tu sueldo, tu casa, tu coche, tus amigos, tus estudios, y tu familia. Ella es diferente, es buena y desinteresada, y su adicción al alcohol le hace ser una persona alejada de todo lo cotidianamente engañoso : decir buenos días cuando la mañana es horrible, dar la mano por cortesía a cualquier psicópata que te presentan, reír los estúpidos chistes racistas de tu jefe de departamento, almorzar en una nave industrial con personas que te son completamente diferentes, sonreír en el ascensor, dejar pasar primero al abrir una puerta, y dar besos por doquier aunque no te apetezca.
Pili vive su vida a su manera, sin normas, sin tapujos, sin miedo a ser ella misma. Yo la admiro debido a mi total empatía, y es que me gustaría ser como ella de salvaje y auténtica. Soy un esclavo de la educación y la cortesía, me paso el día dando las gracias a personas que no me miran a la cara. Soy amable hasta con la persona más borde del mundo. Esta tarde me empujó una señora en el supermercado y le pedí disculpas cuando debería haber sido todo lo contrario. Siempre evito hacer cosas que puedan distorsionar lo más mínimo los universos ajenos y particulares de personas que ni siquiera conozco.
En el despacho de al lado trabaja el hombre más imbécil que Dios haya creado, se llama Albert y es el típico nacionalista que no hace nada aparte de quejarse reiteradamente de todo. Los fines de semana participa en una colla de castellers, que no es otra cosa que un atajo de subnormales apilados uno encima del otro descalzos y con barretina. El último trepador ,que es el que se coloca encima de todo, suele se un niño de unos ocho años. Los lunes, Albert siempre se queja de un insoportable dolor de espalda. Recientemente se compró una de esas sillas anatómicas y la coló como material de oficina para no tener que pagarla de su propio bolsillo. La mayoría de empresas están llenas de personajillos como los que pueblan mi adorada oficina. Es gente absurda que se cree especial aunque su vida se base en trabajar sin sentido cuarenta horas semanales para obtener catorce pagas y treinta días de vacaciones al año. Y es que cada uno se lo monta como puede, pero en el peor de los casos se creen ciudadanos libres y librepensadores con valores propios que nadie les puede arrebatar. La subnormalidad del ser humano tiene tantos grados que sería imposible efectuar un baremo concreto para poder medirla con exactitud. Los pequeños hijos de Dios se creen Dioses de carne y huesos en cada una de sus mediocres circunstancias.
Mi contexto es una oficina, aunque tengo una vaca de porcelana.
Son las cinco y, pensándolo mejor, ya no quiero la vaca de porcelana. La tienda abre mientras lanzo a ralentí la boquilla al suelo, me lo he fumado en doce minutos exactos, y ahora ya puedo marcharme de ese lugar donde residía una vaca de porcelana. Paso de largo y la tienda se queda allí para que cualquier otro idiota se pueda plantear la posible adquisición de una puta vaca de porcelana.







Duerme muñeca
Con su larga melena puede abarcar casi toda la almohada, cada mechón se posiciona concienzudamente en cada espacio de la cama, y es que no se corta el pelo desde los doce años. Según ella, fue la última promesa que le hizo a su abuela en vida. Ahora tiene cuarenta y dos años, y sigue con su melena sedosa e hidratada por los mejores productos para su cuidado natural. Los ojos nunca los termina de cerrar del todo, y a veces me recuerda a Linda Blair en El Exorcista. También ronca, dependiendo de la posición en la que se quede dormida, hoy está de lado sobre sus extremidades izquierdas, mirando hacia la puerta de la habitación más pequeña de la casa. Desde que murió nuestra hija, de una ingestión masiva de paracetamol, siempre duerme la siesta en su habitación abrazando a una de las muñecas vestidas de payaso que le regaló.
Una tarde encontramos a nuestra pequeña Edurne en los brazos de Caronte tendida y abrazando fuertemente a la misma muñeca. Se había suicidado tragándose tres cajas de ese luciferino analgésico con tan sólo dieciocho años, y es que no se atrevía a confesarnos que había suspendido la selectividad. Desde entonces nunca dormimos juntos, ella lo hace siempre en la cama de Edurne mientras yo me quedo en el sofá viendo la tele hasta que mis párpados no se sostienen más y la claridad se convierte en oscuridad.
Me llamo Jacinto Álvarez Santos y soy un madrileño de Carabanchel afincado transitoriamente en Barcelona, sólo hasta que me concedan el traslado. Soy administrativo en una multinacional de cosméticos, y gano tres millones al año (impuestos no incluidos) más incentivos según los beneficios.
Ahora estamos a tope gracias a la fuerte campaña de verano de filtros solares resistentes al agua y con efecto anticelulítico. Las viejas ricas chamuscadas por los potentes rayos de sol son nuestras principales clientas. Nuestros productos se suelen vender en Grandes Almacenes y Perfumerías Elitistas de barrios altos.
Mi mujer se llama Almudena Fuentes Alcañiz y es una emprendedora gallega famosa por una línea de ropa para perros con pedigrí: entre sus clientas está la perrita de Carmen Maura.
Vivimos en una confortable casa antigua de ciento ochenta metros cuadrados en el famoso barrio barcelonés del Ensanche. Estamos flanqueados por dos prostitutas de lujo que viven en el tercero, y dos informáticos homosexuales que viven en el primero. En nuestro segundo piso los ruidos son incesantes y las vistas están ocultas por unos odiosos árboles viejos que se llenan de las palomas responsables de las cagadas que hay en mi coche, un humilde Opel Corsa de color blanco.
Almudena siempre está triste y la fuerte medicación que actúa sobre su serotonina la convierte en una muñeca de trapo con la única necesidad de dormir y de provocarse insensatas euforias de vez en cuando; en una de ellas le dio por apuntarse a un cursillo de Danza del vientre, incluso se confeccionó ella misma varios trajes que luego adaptó para un encargo de un domador de chimpancés de un circo canadiense. Almudena siempre quiso ser veterinaria, le encantan los animales, pero debido a su extirpe gallega de fabricantes de ropa, terminó estudiando corte y confección, y para joder a sus predecesores se especializó en ropa de animales. Desde entonces viste a Elefantes, delfines, monos, caballos, leones, perros, gatos, loros, y cualquier especie que se preste a uno de sus carísimos modelitos. Ha trabajado en Hollywood en casi una docena de películas, y en Europa se han paseado sus diseños por centenares de episodios de las mejores series con mayor audiencia.
La sociedad capitalista está llena de profesiones subnormales como la de mi amada esposa; mientras en muchos países del Tercer Mundo la gente se muere de hambre, en otros países del Primer Mundo las personas se hacen ricas vistiendo a los canes de millonarios excéntricos que colapsan la economía jugando en bolsa y amasando impresionantes fortunas. Almudena contribuye en la jodienda consumista, y yo hago como la mayoría de hombres : callar y seguir pisando.
La muñeca duerme abrazada a la otra muñeca, son casi las siete de la tarde y hemos quedado a las ocho con unos amigos para ir al teatro a ver uno de esos bodrios seudo intelectuales con personajes absurdos y largos diálogos existencialistas.
Esta mañana ha venido una ambulancia para atender a una de las putas del tercero que se ha tragado una caja de barbitúricos, me lo ha dicho uno de los mariquitas del primero que me lo he encontrado en la panadería comprado bollos de crema para su novio.
No sé porqué pero todos en este edificio se quieren suicidar. El año pasado se tiró la del quinto por el balcón debido a un desengaño amoroso de lo más cotidiano : pilló a su marido con su hermana en la cama; hace seis meses el niño del sexto se tragó una botella de lejía, aunque por accidente; y el mes pasado Edurne se quitó la vida tras discutir con su tutor la nota de selectividad.
Al lado de Almudena me siento como Karl Malden en Baby Doll, es como si todavía estuviese cuidando a la hija que perdí; y es que cada mañana le preparo el desayuno como a ella le gusta : cereales de avena, zumito de dos naranjas con medio limón exprimido, café con leche desnatada y a los grados necesarios para que no se queme su paladar de gourmet, y una pieza de fruta que normalmente es una manzana golden.
Algunas veces me paso las noches llorando silenciosamente para no despertarla, nunca me gustó molestar a nadie. Mi padre me enseñó a ocultar siempre mis sentimientos a causa de mi género sexual : los hombres nunca lloran en público-me decía mi viejo padre cada vez que veía mis intenciones de llanto. Fue desde entonces cuando aprendí a ocultar el dolor bajo una enorme sonrisa.
Quiero mucho a Almudena, pero desde la muerte de nuestra hija ya nada es lo mismo. El psiquiatra dice que nunca se podrá recuperar del todo, siempre llevará esa marca amarga que es perder a una hija; y ese es el peor mal al que se le puede someter a una madre. El doctor Manuel Alcázar dice que duerme tanto porque tiene la necesidad de soñar para encontrarse con Edurne en el íntimo universo surrealista de los sueños. A veces la escucho hablar en voz alta, la otra noche lloraba al oírla como le explicaba en sueños a nuestra hija la importancia de utilizar preservativo. Siempre hablan de todos los temas que suelen tratar las madres con sus hijas, hubo incluso una noche que le regañó por llegar tarde a casa.
Cuando llegue la noche, le prepararé una sopita caliente con un potente veneno que me ha pasado un amigo biólogo, al que le dije que era para unas hormigas que tenía debajo del fregadero de la cocina. Espero que descanse en paz, y pueda reencontrarse allí arriba con su hija querida. Yo, en cambio, no sé todavía qué hacer con mi vida. Mi corazón ya no sabe latir, y todo es como caminar al revés. No me queda ni un solo buen recuerdo de nada, mi existencia es una profunda agonía. He comprado un billete a Sao Paulo, donde supongo que huiré de la justicia como si fuese un vulgar criminal cuyo desagradable y punible acto fue liberar a la única persona que amaba en el mundo.
Ahora escribo esto desde mi Brasil querido donde paso los días mirando al despejado cielo, y al salir el sol le doy gracias a Dios por acoger en su seno a mis dos muñecas. Sé que pueden dormir tranquilas porque vuelven a estar juntas, y ya nada las podrá separar. Me pongo un disco de Dulce Pontes y lloro mientras lo escucho, pero son lágrimas secas porque no lo lamento, todo lo contrario, me alegro mucho.
Duerme muñeca.

El hombre que golpea

Anoche tuve un sueño en el que un hombre de pelo largo con coleta venía a por mí para golpearme con sus puños fuertemente apretados. Me desperté sudando pero vivo. Cuando el hombre que golpea viene a buscarme lo paso muy mal, noto una obscura presión en el corazón, y seguidamente me cuesta respirar; y también sudo y me despierto empapado; y grito enérgicamente como si me fuese la vida en ello; y creo que si no gritase el hombre que golpea no se marcharía y me llevaría a su lado para no despertar jamás.
Son noches de tristeza y nervios donde me hundo en una extraña pesadilla para que me duela el corazón. No sé cuánto tiempo voy a aguantar vivo en el mundo, aunque si muero lo habré hecho dos veces; y es que primero te mata la sociedad privándote de individualismo para pensar : no puedes hacer nada por ti mismo, eres el reflejo de un producto sensatamente creado para que consumas bajo unas estrictas reglas de fidelidad en un mundo privatizado en el que está todo vendido.
Todos formamos parte de una tribu urbana, y yo soy miembro de excepción de los hippys amargados que critican la política involucionista del Gobierno.
Mi lucha lleva traje propio : sandalias, camisas largas y anchas, pelo largo y barba de una semana, pantalones lilas, gafas de pasta de diseño italiano, y porro de hachís en la mano derecha.
El hombre que golpea se sienta a mi lado con la pistola cargada y me apunta; y estallo en un apasionado llanto de cólera y hastío; y sufro por la injusticia que ha caído como una tormenta sobre los hombres.
Me acorralan y me pegan, y puedo ver otra vez al hombre que golpea que lo hace con ganas; es una prostituta del Estado sin amor, sin fuerza en el corazón; es un alma sin construcción, casi desplomada y llena de cicatrices provocadas por la falta de entendimiento de cada una de sus acciones. Le han mandado cargar contra seres humanos que respiran su mismo aire, personas con las que camina sin ser visto en este difícil mundo contaminado por todo pero sin haber encontrado todavía a un causante que se haga responsable de la catástrofe. Mis hijos ya no verán la luz y no pedirán más clemencia para mantenerse dignamente en pie, nosotros (los de ahora) nos sentamos en círculos con nuestras viejas sandalias del verano pasado para ver como se destruye el mundo que otros crearon.
Los perros del Gobierno se preocupan sólo de su mes de mierda estival dónde gastarán el dinero de sus cobardes opresores, y pensarán en su vuelta al trabajo. Los psiquiatras ya se han dado prisa en inventar una nueva enfermedad denominada síndrome post-vacacional. ¡Menuda chorrada!.
Todos necesitamos creer en algo y siempre emparejamos un problema cotidiano con una enfermedad mental. Así todos estamos más tranquilos y nos amparamos en un tratamiento basado en la actividad en una sociedad que se quema lentamente sin poder socorrerla a tiempo. No se puede apagar el fuego de la ira de millones de seres humanos. La política se basa en tapar los ojos a la población para que no vea claramente lo que les va a caer del cielo. Hagamos lo que hagamos ya estamos condenados por nosotros mismos o similares. Al fin y al cabo ya no hay nada que te permita reaccionar, hemos caído desde lo más alto hacia lo más lejos.
El hombre que golpea no enseña su rostro, se ha infiltrado entre los manifestantes como un cobarde más que privará a sus propios hijos, si es que los tiene, del aire que ahora mismo él respira.
Según Ibsen los hijos pagamos los pecados de nuestros padres, y a las generaciones venideras les queda mucho que pagar, la cuenta se ha incrementado notoriamente; y es una cuenta que sólo se podrá saldar con vidas humanas.
El hombre que golpea logra detenerme para arrastrarme al final, pero allí no queda nada, no hay nada, sólo está la muerte. La puerta se cierra, me muero para poder estar vivo.


Abúlicamente

La soledad es imposible, pues está poblada de fantasmas.
ENRIQUE VILA-MATAS

Me despierto cansado y con los ojos tristes debido al potente efecto de los tranquilizantes que estoy tomando. Tengo una especie de depresión debida a un fuerte shock traumático que sufrí al ver morir a mi amada esposa de cáncer de colon. Se lo diagnosticaron a los cuatro meses de nuestro matrimonio, y la postró en cama durante ochenta y seis días más. Fue todo tan rápido que el de arriba no me dio tiempo a echarla de menos. Mis amigos ya no llaman, puesto que se han cansado de mi amargo llanto. Hace nueve meses que vivo inmerso en mi particular locura lacrimal. Me siento como un pez que ha picado un enorme anzuelo.

Me ahogo lentamente, y no puedo arrancar esa minúscula cuchilla que se ha aposentado en mi gaznate. Sangro sin mancharme, en apariencia; otras veces sangro de verdad, y es en forma de amargas lágrimas. Estoy solo, vivo, pero muy solo; la soledad no es mala, pero es una compañera que no te cae del todo bien; y es que nunca habla y cuando lo hace te obliga a callarte. Las respuestas van navegando sin encontrar una buena pregunta a la que contestar.
Dulce rostro de mejillas sonrosadas y ojos azules, el pelo desenredado y fino; y siempre cubriendo su cara, cómo si no quisiera que descubriesen su lánguida y ausente mirada de provocadora de la belleza. La recuerdo bajo la presión de mi triste agonía nostálgica de perdedor cum laude.
Hace diez años caminaba solo por las calles de Barcelona, me acababa de dejar una novia esquizofrénica con la que estuve seis meses exactos de estúpidas discusiones y desagradables sesiones golfas de cine francés en versión original; que aburrido resulta ser intelectual o ir de listo por la vida.
Soy una vida sin luz que ni siquiera puede aburrirse mirando las mismas caras de siempre, no tengo a nadie, no tengo a quien ver, a quien mirar, algo que reconocer.
Me duermo y a las dos horas me despierto sudando y solo; y suenan tambores , porque en la soledad siempre hay mucho ruido, y suele ser un ruido martilleante; son muchos latidos que se despliegan a lo largo de tu cuerpo.
SUENA EL TELÉFONO : ¡RING,RING,RING...!.
Es Elena que me quiere pegar un polvo, pero antes desea visitar una exposición de pintura vanguardista, y luego ir al cine a ver una de esas paranoias mentales de algún seguidor de Tarkovsky.
Siempre te tragas mierdas freudianas de chalados mentales que pintan barcas azules bajo fondo gris, o dirigen documentales de hora y media sobre yonquis homosexuales que hablan de la mala suerte de vivir en un mundo injusto; y todo grabado con cámara al hombro(steadycam) y música de Bach.
Elena es una hortera de cuidado(la recuerdo en tiempo presente)ya que no combina ningún color en sus espectaculares modelitos que son una mezcla de Versace y Mango. Es una chica que sufre al respirar debido a su particular visión idealista del mundo, es una inconformista nata que quiere arreglar el mundo, pero no su propio mundo.
Se sacó el carné de conducir en la proximidad de los cuarenta años. Su vida es como una película de John Woo, a ralentí, siempre esperando que los demás den el primer paso.
No entiendo cómo me pude enamorar de una persona así, pero no es fácil resistirse a una persona tan defectuosa, siempre fui un forofo de los defectos femeninos. Elena tenía una particular afición a la masturbación clitoridiana, y eso le hacía despreocuparse por completo por realizar sexo conmigo. Al principio de conocernos, me llamaba semanalmente para follar, pero mi cuerpo cuarentón no podía aguantar demasiadas erecciones, y Elena no era presa fácil en la cama; tardaba unos tres cuartos de hora en correrse, y yo en quince minutos ya me había ido, y eso me hizo plantearme el sexo oral preliminar que consistía en pasarle mi lengua por el clítoris; luego la masajeaba, y cuando estaba a punto de correrse le metía mi pene estrecho durante diez minutos exactos; acabábamos sudando y gimiendo, como si fuésemos actores porno.
Nos conocimos en un bar musical al que solía acudir después del gimnasio; y allí estaba yo a las siete y treinta y cinco, con mi pelito mojado, y unas gotas de Gaultier en mi vistoso cuello de cisne. Fue una época en la que me dio por llevar sandalias menorquinas, las tenía de todos los colores.
Ella se fijó en mis horribles pies que suspiraban un podólogo a toda costa. Se me acercó y me comentó que su padre era un especialista de renombre en el campo de los juanetes, y una eminencia de los callos.
Me atreví y pedí hora después de aceptar amablemente la tarjeta con el teléfono de la consulta situada en el numero diez de la conocida calle Mallorca.
Elena, por aquel entonces, trabajaba de enfermera. Sentí una enorme vergüenza al descalzarme delante de ella y de su padre, el doctor Santamaría. Las jodidas sandalias me provocaban una fuerte olor a Manchego semi-curado.
El doctor me regaló un millón de sonrisas nerviosas cada vez que presenciaba el intercambio de miradas entre su hija y yo, el poseedor de los pies más desagradables del planeta.
En la primera visita pague seis mil pesetas, y me realizaron un molde para unas plantillas de doce mil que debía pagar a la semana siguiente. Acudí sin nervios pero preocupado por si podría llevar plantillas con mis habituales sandalias, la respuesta fue negativa y el doctor me condenó a llevar otra clase de calzado. También me recetó unos polvos para los pies. Elena me acompañó a la puerta, y cuando iba a cerrar la puerta, se detuvo para invitarme a cenar en un mejicano especializado en frijoles con machaca y agua de Tamarindo.
Esa noche Barcelona estaba a treinta y dos grados, y si a eso le unes la comida picante te conviertes en un pollo mojado de arriba abajo.
En aquellos años yo vivía en un tranquilo barrio de Granollers; siempre me había perseguido el silencio durante mi triste vida, era algo premonitorio. Elena, después de la cena me invitó a una ducha en su casa para evitarme un desagradable viaje mojado hacia mi querido Granollers.
Por supuesto que acepté, y sin intenciones sexuales en la cabeza, aunque ella si las tenía, y muy claras. Al llegar me fui al baño de cabeza, después de pedirle cordialmente una toalla grande. Me entregó una con un agradable perfume a suavizante. Cerré la puerta dejándola entreabierta por si Elena deseaba preguntarme algo. Y sin vacilaciones, la chica entró desnuda y con un preservativo en la mano. Se metió sin contemplaciones en la bañera conmigo, y comenzó a tocarme el pene. Después se lo puso en la boca mientras yo le enjabonaba el pelo con un Fructis de Garnier. Utilizamos también unas Perles de Bain Parfumées de Van Cleef, y un Body Scrub de Make Up Store, un estupendo gel exfoliante.
Me puso el preservativo con la boca, y la envestí fuertemente hasta corrernos. Al salir nos dimos un Body Cream Scape de Calvin Klein.
Luego Elena pulverizó la almohada con Sep Perchance Dream Pillow Mist Sensory Therapy, lo que nos proporcionó un sueño relajante de tres horas. Al despertar miré el reloj, eran casi las tres de la madrugada y debía marcharme ya que entraba a trabajar a las ocho y media, y tenía que ir a mi casa a cambiarme de ropa y coger el maletín con los dossieres. En esos años tan gratificantes trabajaba en una prestigiosa empresa de asesoramiento e inversión, y tenía una consultoría esa misma mañana con el Presidente de Motorola PC para dirigirle el programa de “marketing”.
Elena se despertó y me acompaño desnuda hasta la puerta donde me beso desaforadamente. Antes de marcharme, saqué un bolígrafo de mi bolsillo y le apunté en sus nalgas mi teléfono.
-Mírate al espejo y descubrirás mi número-le dije misteriosamente-.
Bajé las escaleras, ya que no me apetecía esperar el ascensor. Nunca tuve paciencia para esperar.
Al día siguiente Elena y yo volvimos a quedar, y así sucesivamente hasta el día de nuestra boda. La celebramos en el barco de su abuelo, un magnate dedicado a la ortopedia. Había cumplido los cuarenta y tres años, y por fin estaba casado.

Me libré de la silenciosa soledad durante unos agradables y complacientes meses de amor y amistad. La quise, es verdad que la quise con locura y precaución. Me enfrenté a un duelo diario de confianza, sacrificio, y total entrega; y todo gustosamente, y cada día era mejor que el anterior; y hacíamos el amor semanalmente pero con el corazón en la mano; y todo con nuestras mejores sonrisas.
Un nueve de febrero a las siete y cuarenta y tres de la tarde llegó llorando a casa, le habían diagnosticado un incurable cáncer que se la llevaría sin concesiones. La enfermedad fue como una tercera persona viviendo en casa, pero nuestro amor era tan fuerte que nos mirábamos intensamente durante unos preciados minutos al día, en la acción nos cogíamos fuertemente de la mano, e incluso llegábamos a creernos la esperanza de superar la enfermedad juntos. Había más ternura en nuestro contacto físico que en cualquier pareja sana de dieciochoañeros.
Me despierto cansado y con los ojos tristes debido a su ausencia. No está, se ha ido para siempre.

Cada mirada

Siempre mira igual, con grandes dosis de sexo; en sus ojos se refleja el deseo, siente muchas irrefrenables emociones. Es como si me necesitase, suplica una oportunidad para abrazarme y decirme qué tal le va la vida. A mí no me ha ido mal del todo, tengo un perro que me quiere y un coche que se queja cada diez mil kilómetros. Mis padres viven tranquilos en un lujoso apartamento de noventa metros cuadrados situado en una urbanización sin hooligans de Ibiza; pero mi vida es más sencilla que la de mis progenitores, toco la guitarra en un club de jazz del Born barcelonés y vivo muy cerca de allí, en un estudio de cincuenta metros cuadrados por cuarenta napos al mes. Y me siento triste pero contento porque vivo para mi música, y hago lo que quiero, menos follar como me gustaría y con quien me gustaría. Magda es la camarera del local con la que me gustaría pasar un cuarto de hora de sexo guarro y masoca, donde las reiteradas penetraciones anales la hiciesen soñar con un universo de colores y un perfume cósmico de endorfinas revoloteando en compañía de una docena de mariposas rojas.
Magda tiene un tipito de lo más adorablemente escandaloso, siempre lleva sandalias de plataforma a lo drag y minifaldas de temporadas atrasadas de Zara. Su pelo es una cascada salvaje de rizos negros en busca de un trozo de cara donde colocarse cruelmente para ser acariciados por sus aterciopeladas manos(no sé como se lo hace siendo camarera)que vuelven cada mechón a su sitio correspondiente. Su dentadura es obscenamente perfecta, y acompaña a unos enormes labios africanos. Es la más sexy de la tribu (me refiero a la peña del bareto) y además lo sabe. Lo que más cachondo me pone es verla cogiendo cajas y cargando las jodidas neveras pegajosas de la barra del final del escenario. Yo toco los jueves y viernes por veinte mil a la semana y cualquier copichuela que me venga de gusto. Algunas noches también me pagan la cena: un puto bocata de hamburguesa fría con queso y desagradable pepinillo francés avinagrado(la especialidad del restaurante de la esquina), y todo acompañado por una consistente salsa de yogurt y ketchup. La Merche(otra de las camareras)se lo come en cinco segundos, la muy guarra se lo traga como si fuese un pene egipcio de algún estilizado faraón.
La Magda dice que la Merche es una viciosa de cuidado, se ve que la pilló en el almacén haciéndoselo con el repartidor de las birras. Cada noche el local se llena de desconsiderados turistas occidentales amantes del daiquiri y consumidores empedernidos de Ron Punch(un brebaje dionisiaco de ron, zumo de naranja, y grosella). La música de mi guitarra acompaña sus estados insolentes de embriaguez, y a veces hace de suave banda sonora de sus sutiles esnifadas en los sucios y desagradables baños repletos de orines. La Magda es novia de Josema, el pianista cubano admirador de Michel Camilo con el que lleva seis años de estúpido noviazgo idílico. A Josema lo conocí una noche de putas en un lujoso hotel de Panamá donde hicimos un festival de Jazz latino producido por Rubén Blades. Desde entonces nos hicimos íntimos amigos y creamos el dúo Charanga, el encontró el curro en el bar. Antes estuvimos un año deambulando por las calles de Gijón, donde incluso llegamos a actuar en el mismísimo teatro Jovellanos durante una gala benéfica para los niños del Tercer Mundo. Allí conoció a la Magda durante una sesión de madrugada de Surf, los dos mantiene este hobby playero. Siempre lleva unos ajustadísimos modelitos de Quicksilver que realzan su enorme busto de noventa y cinco.
Sus muslos quedan aprisionados bajo elegantes pantalones blancos de cremalleras, y su culo queda bien sujeto gracias a sus minúsculas tangas de precisión. Es toda una mujer-estatua llena de suave glamour caribeño. Es la responsable de mi primer mojito de la noche. La Merche en cambio, es muy calorra y viste como una foca de circo en una piscina municipal de algún pueblo costero de Filipinas. Josema fuma puros cubanos, y nos contagia con sus embrujadas notas rítmicas que obligan a bailar sin ser escuchadas. Es un misterio que sólo conocen sus perfilados dedos.
Aprendí a tocar la guitarra al mismo tiempo que me inicié en el importante arte de la masturbación; es decir, a los doce años de edad, y en mi pueblo natal murciano : Los Alcázares.
Allí hacia tanta calor que tu mente se envenenaba de lascivia, lo que despertaba unas crueles ganas de mover tu miembro hasta quedarte empapado de una extraña mezcla de semen y sudor. Una tarde me hice un pajote en la playa, mientras contemplaba las abusivas olas de un mes de marzo. Me corrí en la arena, que a posteriori pude remover con los pies para ocultar los millones de espermatozoides que iba desperdiciando con mi todavía desconocido e inidentificable mundo de música y sexo.
La guitarra me la regaló un rockero vecino mío que murió de sida con tan sólo veintiséis años, era un poco maricón y tantos viajes a Grecia lo llenaron de esperma malo que le derivó en una cruel inmunodeficiencia. Su cara se volvió cadavérica como el dibujo que llevaba detrás de su chupa de cuero llena de estrías . Ese instrumento estaba poseído por su odio y rencor hacia la jodida y desastrosa sociedad, cada vez que la tocaba me convertía en un despiadado diablillo de película de serie B americana.
Mi apodo artístico era Jim Alcázar, aunque me llamaba Francisco Navarro Rodríguez(un habitual y desapercibido nombre de españolito de a pie) y no sabía hablar otra cosa que no fuese castellano con tacos.
Mis padres se querían, y pude disfrutar de un estupendo buen rollo familiar toda mi vida. Me emancipé a los dieciocho, al día siguiente de ver una película de Bruce Lee en el destapado cine de verano de Los Urrutias en Punta Brava. Quería ser tan grande como Bruce pero dando golpes de guitarra, y lo conseguí después de patearme media Asturias con mi sidoso instrumento de precisión de aquel pobre rockero mariquita.
A los veintiuno me trasladé al barrio de Carabanchel en Madrid, donde vivíamos Josema, Magda, y yo en un pisito de sesenta metros cuadrados a reformar y con butano. Nunca teníamos nada en la nevera, y eso hizo que nos espabilásemos a todo gas. Por las mañanas tocábamos en el metro(en la parada de Antón Martín)y por las tardes en un cutre club del barrio de Bilbao. Siempre terminábamos hasta el culo de cubatas y cervezas que nos tiraban esos imbéciles amantes de OBK. El techno arrasaba por aquellos años sin cabida para un jazz de precisión como el que hacíamos Josema y yo. Entonces nos decidimos a abandonar la ciudad del Bernabéu para aposentar nuestros culitos en otro cutre y butanero piso del Raval barcelonés. Allí nos fue un poquito mejor, ya que la ciudad Condal gozaba de mayor infraestructura musical : los túneles de los transbordos metropolitanos eran mucho más largos y estrechos, lo que nos permitía un mayor acercamiento a nuestro público. En esa época de calamidades, fichamos a un saxofonista Jamaicano llamado Néstor Cifuentes. El tío era un gorila de dos metros amante del zumo de piña y la paella congelada que había venido a Barcelona en busca de una pedagoga con la que se enrolló en un hotel de su lisérgica isla. La muy zorra le dio un teléfono falso y una equivocada dirección.
El tío estuvo tocando con nosotros hasta reunir el dinero para el billete de vuelta, fue una putada de las gordas porque Néstor era muy grande. Josema encontró por casualidad a un gordo que tenía un bar de mojitos en el Born y que nos alquilaba un piso en mejores condiciones en las que estábamos. Nos pusimos a tocar dos veces a la semana, y pudimos colocar a la Magda detrás de la barra. Durante la semana daba clase de guitarra a pijos que iban de hippys y hablaban con más eses que la familia Martínez Bordiu. Por las tardes hacía encuestas a doscientas pelas el cuestionario para colaborar con un consumismo idiota que sustentaba una sociedad capitalista que envenenaba a los ciudadanos con innecesarios productos que compraban para no utilizar jamás. Yo hacía preguntas tan útiles como: ¿dime cinco marcas de yogurt?, o ¿que marca deportiva consumes habitualmente?.
Mi vida no me la cuestionaba nunca, aunque con un currículum así se reducían mis posibilidades sexuales. Ninguna mujer me podría mirar con un mínimo de interés suscitado, y en este mundo las miradas son la clave. Ahora, querido lector, alza la vista y dime qué estás mirando.



No quiero ser mayor
Esta historia empieza un día en un jardín privado perteneciente a un conjunto determinado de inmuebles. En el hay un campo de básquet, una pista redonda de patinaje que envuelve una esplendorosa palmera tropical, unos columpios, y la típica fuente donde pasas el verano refrescándote. Cada tarde se llenaba de niños de edades diversas, siempre formaba pequeños grupos como si fuesen sindicatos organizados minuciosamente para entenderse sólo entre ellos mismos, utilizando un único lenguaje diferente para cada juego.
Recuerdo una tarde calurosa de agosto a una precisa hora lorquiana, todos sudaban de lo lindo mientras el agua se deslizaba por mi sucia nuca después de haber machacado por veinte puntos de diferencia al equipo que lideraba Martín Folch el ilegítimo hijo de un arquitecto millonario que nunca estaba en casa. Martín veía a su padre tres veces al año, normalmente estaba de viaje quién sabe dónde. Su madre, la rubia cuarentona Catalina Heras, se pasaba las mañanas en la peluquería y las tardes de compras en tiendas de moda de prestigiosas marcas.
Según tenía entendido, Catalina mantenía un romance con Gustavo García, el quiosquero de la calle Cerdeña que le reservaba el Woman, Hola, Lecturas, Cosmopolitan, y el Interviú. Gustavo era amigo de mi padre, y a veces escuchaba como le describía el cuerpo de la Katy, y las maravillas que realizaba con sus asiliconados labios.
Aquella tarde estaba cansado, y tenía la sensación de una completa y terrible ausencia de todo. Me sentía como un perro que acaba de comer y no deja de tener hambre; es como si no me hubiese servido nada, necesitaba algo que no conocía. Nos habíamos sentado todos en la zona de los toboganes, y Martín le había robado un cigarrillo mentolado a su madre. Esteban trajo las cerillas, y Marcos un botellín de güisqui. Las chicas compraron trufas en la horchatería, y el mariquita de Benjamín un coco helado y siete cucharillas, una para cada uno; y pudimos tocar a tres cucharadas por persona. El cigarrillo se lo fumaron entre Esteban, Marcos, Eli, Maite, y Martín. Benjamín y yo nos quedamos con las diminutas trufas bañadas en Ballantines. Nos pusimos a hablar de nuestros sueños de adolescentes, y todos lo tenían claro menos yo.
Maite nos explicó que soñaba con ser azafata de vuelo (aeromoza, según su porteño acento), y de todos los destinos a los que le gustaría viajar. Incluso se puso de pie y nos hizo las señalizaciones de las puertas de salida de un ficticio boeing 727 con destino a Ibiza. En el viaje nos sentamos dispersos en el avión, Marcos era el comandante. Eli les dijo a Esteban y Martín que no podían fumar en vuelos de menos de una hora. Benji se puso también de auxiliar de vuelo y me sirvió un zumo de naranja para acompañar mis trufas. Éramos felices, nos imaginábamos los paisajes, nos podíamos reír sin preocupaciones.
Por fin llegamos a nuestro destino, y entonces Marcos nos explicó que le gustaría ser policía de aduanas; y nos lo imaginábamos haciendo una detención a Martín(quien siempre quiso ser un famoso mafioso)con droga en el equipaje.
Benji quería ser un famoso psiquiatra autor de libros de autoayuda, y nos hizo una demostración de terapia con Martín tumbado en el césped(como si la hierba fuera un diván) confesándole su trauma infantil que le había hecho convertirse en un traficante de mayor.
Eli nos confesó que le gustaría ser enfermera, y empezó haciendo prácticas(siempre en la imaginación de unos niños jugando en el parque)en la consulta de Sebastián, quien aspiraba a ser un famoso cirujano plástico especializado en clientela del mundo del espectáculo. Ese día acudió a la consulta Maite para ponerse unos escandalosos pechos de la talla noventa y cinco.
Todos jugaban a ser algo en la vida, todos menos yo. Cuando me preguntaron si quería ser algo de mayor, les dije que no quería ser mayor. Odiaba crecer en un mundo sin sentido donde una profesión te podía marcar para el resto de tu vida, un trabajo podía definir tu valía en la sociedad. No quería representar ningún papel, y no estaba dispuesto a pasar por el aro.
Con el tiempo aprendes que nada es como te gustaría que fuese, y de los siete nadie cumplió con sus objetivos y aspiraciones en la vida.
Maite terminó como cajera de hipermercado trabajando cuarenta horas semanales por ochenta y dos mil pesetas, se casó con un camionero gallego y vivían de alquiler en una zona industrial de Barcelona.
Marcos puso un restaurante de platos combinados gracias a un préstamos de diez millones que le hizo su padre.
Esteban acabó de funcionario en una prisión después de aprobar por los pelos unas forzosas oposiciones que le obligaron a hacer sus padres.
Benji se hizo peluquero y hace una semana ignaguró su propio establecimiento situado dentro de unos grandes almacenes.
Eli murió en un accidente de tráfico después de pasar tres días seguidos bailando en uno de esos festivales de música rara que tanto gustan a los jóvenes. Iba tan drogada en el momento del impacto que se quedó con una astuta sonrisa postmortem.
Yo, en cambio, soy escritor en paro y de vez en cuando sirvo comida en una terraza de un bar especializado en pinchos morunos y patatas bravas. He escrito miles de relatos como este, y nadie se ha arriesgado a publicarlos. Hace poco gane un premio como guionista de un cortometraje, lo utilizo como un vulgar pisapapeles donde amontono las facturas que nunca puedo pagar. Nunca quise ser nada en la vida, y por suerte no soy nadie ni valgo para nada. Intento vivir sin lujos y sin emociones, soy uno más de esos jodidos niños que crecieron sin querer y que se aguantan resignados en una sociedad que no te permite ser feliz sino tienes un puesto de trabajo admirable.

Necrológicamente vivo
Paseamos y vemos que todo está cerrado; los muros grises de la ciudad ocultan la luz que de vez en cuando se cuela por alguna piedra ligeramente agujereada por el paso del tiempo; y pasa arrastrando miles de partículas; y mientras tanto las nubes se mueven muy rápidas, como en sintonía con todo lo demás; y todo es velocidad.
Nos dirigimos cautelosamente hacia un inmueble de ocho pisos donde reside el protagonista de esta increíble historia; un hombre serio y disciplinado que ha envejecido con elegancia hasta llegar a unos espléndidos cuarenta y tres años. Siempre tiene miedo, y eso lo convierte en una persona de difícil trato, un desconfiado. Tiene por costumbre comprar el periódico en el mismo quiosco y a la misma hora. Su nombre y apellidos son de lo más normales, cien por cien peninsulares, nada en él está fuera de lo común; y es que Javier García Rodríguez es un ciudadano que nunca destacó en nada. Se casó con su novia del Instituto, acabó su diplomatura en publicidad, y se puso a trabajar en el octavo piso de un edificio de oficinas perteneciente a una de las mejores agencias de publicidad del país.
Un sábado de agosto baja unas horas más tarde que de costumbre a comprar su periódico junto a su predilecta revista de la programación televisiva(no diré marcas porque ningún medio de comunicación ha querido pagar este espacio publicitario, ¡qué lástima porque la novela se está vendiendo que te cagas!)y su cupón de lotería rápida. Rasca las cuatro casillas para quedarse a dos velas, y seguidamente echa un vistazo a la programación de la semana; y lo hace sentado en el banco de una plaza cercana a su domicilio. Luego ojea el diario sin dar importancia a ninguna de las noticias, y ese misterioso día se para en las necrológicas donde puedo leer su propia esquela. Se asombra del escabroso hecho y enseguida mira la fecha del periódico para advertir que se trata del domingo siguiente. Le han vendido el periódico del día después y en él pone claramente que Javier morirá a las seis y cincuenta de la tarde víctima de un accidente de tráfico. Entonces se acuerda que le había dicho a su familia que los llevaría a pasar todo el santo día a la playa. Se pone a sudar como un cerdo mientras camina hacia su mierdoso apartamento familiar de sesenta y cuatro metros cuadrados. Un único lavabo minúsculo compartido con la foca de su esposa y dos niños malcriados de ocho y doce años. Al pequeño le pusieron el mismo nombre que al padre y a su hermana mayor la llamaron como la madre.
En agosto todo el mundo va a la playa como si fuese una obligación, no estar moreno supondría la degradación por parte de la sociedad que te rodea. Javier entra apresuradamente al inmueble donde vive y, sin esperar el ascensor, sube corriendo por las escaleras cayéndosele el periódico al suelo. Al llegar a casa Javier se desmaya, su mujer va rápidamente a socorrerlo.
-¿Qué te pasa cariño?-le pregunta asustada su dulce y preocupada mujer.
Javier no habla, no responde.
-¡Estás muerto!-le dice una voz interior que lo despierta de golpe.
Javier abre los ojos, su dulce(vuelvo a insistir con el dichoso adjetivo)mujer lo abraza en un cursi y desbocado acto de puro amor.
-¡Está aquí y viene a por mí!-exclama Javier atemorizado.
-¿Quién está aquí?, ¿qué coño estás diciendo?-se extraña su dulce(insisto)mujer.
-La muerte, la he sentido; y sé que ha venido a buscarme, está aquí por mí; y no se va a ir con las manos vacías, porque tiene sed. ¡Ayúdame!.
Javier se levanta con la cara completamente roja y con una desencajada expresión de horror como si hubiese visto a El Fary en tanga. Se dirige a la ventana y salta al vacío.
...unos días más tarde...
Un vecino de Javier sube por las escaleras tranquilamente y tropieza despistadamente con el periódico que hay tirado entre los escalones. Se agacha y lo abre justo por la página que habla del suicidio de su vecino. Mientras va leyendo observa como la foto que ilustra la noticia(la cara de Javier)empieza a cambiar de forma, el hombre se asusta y tira el periódico al suelo y sigue subiendo las escaleras.
...un día más tarde...
Una chica está fregando las escaleras del inmueble y se agacha a recoger el periódico que hay en el suelo.
...unas semanas más tarde...
Un basurero está limpiando las papeleras de un parque, en una de ellas hay un viejo periódico. Lo abre para leerlo y le sale una mano que lo agarra por el cuello. Y así es la muerte, una gran mano que no te suelta una vez que te tiene en su poder. Cuando te señala te vas, y todos hemos venido al mundo con nuestra propia señal.
Paseamos y vemos que todo está cerrado.

LA BANCA GANA

Natalia Sánchez había montado, a sus veinticuatro años, un supuesto próspero negocio de peluquería. Era un ejemplo claro de mujer emprendedora, una despreocupada empresaria que trabajaba cincuenta horas semanales para hacer frente a los innumerables pagos que la torturaban mensualmente. Jamás pensó en todo lo que le podía caer encima. No facturaba demasiado y los pagos a los proveedores se iban demorando, el gestor la agobiaba, sus padres y hermanos no dejaban de criticarla (dos hombretones mayores que ella, de veintiséis y veintiocho respectivamente), pero La Nati cogía fuerzas de cualquier sitio para afrontar diariamente la lucha con los estúpidos de sus clientes. En el banco, al principio de abrir persiana, la trataban como una diosa, pero poco a poco se les empezaba a ver el plumero; y sobretodo cuando empezaban a llegar cantidad de recibos impagados. Un día le sonó fuertemente el teléfono de su bien acondicionada tienda, escuchó la desagradable voz de la directora de la sucursal bancaria donde había solicitado su préstamo.
-Debes dos letras del préstamo, si no te pones al corriente con los pagos te lo reclamaran nuestros abogados.
Natalia se asustó y se puso nerviosa; es decir, sudores fríos, dolor lumbar, mareos, falta de apetito, y un largo etcétera de sensaciones.
Por la noche había quedado con su pareja, Luisa, una estupenda lesbiana de metro ochenta y cinco y perfectos pechos de silicona; y todo ello acompañado por un cuerpo fruto de duras sesiones de fitness; y unos profundos ojazos azules.
Luisa y Nati cenaron criadillas con tinto en un conocido asador argentino; y de primero compartieron una provoleta de gambas y otra de setas. Al finalizar el gustoso menú, decidieron pasear por un parque cercano en el cual Nati le comunicó la desgraciada noticia. Luisa la insultó de todas las formas posibles y le dijo qué cómo era posible que no se diese cuenta de lo poco rentable que iba a resultar el proyecto en el que se había embarcado. Lloraron juntas después de dos interminables horas de trapos sucios que sirvieron para que Luisa accediera a pagar las deudas contraídas por Nati con la condición de que está pusiera el negocio en traspaso lo antes posible.
La cosa siguió sin ir a buen puerto, y se volvió a pillar los dedos por segunda vez; pero se calló y aguantó hasta que el banco la embargó y la dejó tirada como una colilla.
-Corren tiempos difíciles para los negocios-le dijo la directora del banco.
Nati acabó su apasionado romance con Luisa y se propuso renacer con un nuevo trabajo y una nueva vida; olvidándose una vez más que España es el único país del mundo que te quita cualquier oportunidad de triunfar en la vida, en este trozo de mapa te despojan de todo sin ningún tipo de remordimiento.
Nati consiguió entrar a trabajar en una conocida cadena de fast food por ochenta y dos mil pesetas al mes. También tuvo que volver a sus estudios de empresariales, que había dejado colgados en el segundo año de carrera para estudiar peluquería. Se volvió heterosexual y conoció a un magrebí de treinta centímetros de pene llamado Hassan. Se fueron a vivir a una de esas jaulas de cuarenta metros cuadrados llamadas estudio; estaba ubicado en el gótico barcelonés y pagaban una mensualidad de cincuenta y ocho mil pesetas al mes más gastos. Sus vidas eran miserables y trabajaban para vivir y poco más. Todos los agostos se achicharraban de calor en una ciudad condal diseñada para que los ricos paseen por los jardines hechos con los impuestos de los pobres, ya que sus gestores se las ingenian para que los más favorecidos nunca paguen un duro y se les devuelva siempre un buen pellizquito.
Nati y Hassan fumaban porros como única opción para poder soñar en un mundo con tantos obstáculos para todos aquellos que tienen buenas ideas y que quedan supeditados a trabajos basura con ridículos salarios.
Hay un perro cabrón suelto llamado Estado y se caga en todas las esquinas para que los ciudadanos llevemos su mierda colgando de la suela de los zapatos. Nati y Hassan saben que siempre irán llenos de esa mierda que no se pueden limpiar por mucho que lo intenten, son dos piezas más de ese enorme engranaje político sin sentido que nos rapta para azotarnos con fuerza.
Creemos que miramos pero en realidad nos dirigen los ojos, creemos que respiramos pero en realidad nos dejan respirar, creemos que andamos pero en realidad nos trazan nuestro camino; y esta obra no cambiará las cosas porque qué es un solo hombre delante de un inmenso agujero negro.
Nati y Hassan saltan y gritan, se creen libres pero sólo lo intentan. Tenían sueños pero se equivocaron al intentar hacerlos realidad, porque los sueños son precisamente eso, sólo sueños.
Siempre puedes mirar al cielo y darte cuenta que eres pequeño a su lado pero que te permite observarlo, y eso es algo que no debes olvidar.
Nati y Hassan observan todo desde la barrera, trabajan y consumen. Todos contentos, sin ambiciones, sin necesidad de salir de sus degradadas condiciones sociales.
Algunas veces se preguntan lo que podían haber conseguido de la vida, pero no hallan la respuesta.
Tengo un amigo musulmán que los conoce muy bien, según él los dos están muy bien : enamorados y juntos. El otro día me invitó a una cerveza en una tasca de la plaza Virreina, me comentó que al llegar a Barcelona pensaba en todas las posibilidades que tenía una ciudad así para alguien de su condición, pero que se estaba dando cuenta de los brazos tan estrechos y cerrados que posee la ciudad con todos los extranjeros. Todo lo de fuera molesta, y creo que es la ciudad más xenófoba del mundo, y lo peor es que nadie se quiere dar cuenta. Nunca he visto tantos pies descalzos apaleados por hipócritas que alardean de su escondida hospitalidad. Cuando quiero desconectar cierro los ojos, ahora los abro y dudo a la hora de pestañear. Tengo miedo de contagiarme, de gritar en el lado contrario de mi beneficiosa lucha.
Ayer llovió toda la tarde, unas cuantas almas se mojaron, yo estoy seco pero lloro. He quedado con Hassan y Nati, igual viene mi otro amigo musulmán llamado Armand (el de Virreina). Son las ocho y cuarto en mi reloj, dijimos que nos veríamos a las nueve en la plaza Real. Llega la hora nos damos unos besos de cortesía y nos metemos, mal mirados, en un bar de tapas. A Nati le encanta la tortilla de patatas bien cuajada y con cebolla y ajo, a Hassan le chiflan las croquetas de pollo, en cambio Armand sólo bebé trinaranjus de limón con mucho hielo, yo no sé lo que quiero; y pasan los minutos mientras hablamos de fútbol, un jugador francés a fichado por el equipo de la capital; y a mí no me importa una mierda, pero no me inmuto y dejo pasar las horas.
Salimos a la calle y alzo la vista para ver unas peligrosas nubes negras que presagian la peor de las lluvias posibles. Nos mojamos hasta conseguir refugiarnos en un portal sitiado por la peor chusma de la ciudad, todos nos miran extrañados. Nati abraza fuertemente a su macho, Armand me mira a punto de echarse a reír, yo sigo pensando en mis cosas y ni varío en mi persistente apatía. Estoy cansado y no dejo de repetir en mi garganta el sabor aceitoso de esas vulgares croquetas de ave. Armand saca un pañuelo y se seca su cabeza rapada, lo hace con un elegante y sensual gesto. Nati lo mira con deseo y Hassan no se percata de la acción ya que mira fijamente cada uno de los coches que pasan.
Se me acerca una vieja para pedirme unas monedas y se las niego con un preciso ademán. La vieja huele a una extraña mezcla de orines, tabaco, y sudor. Al girarse echa un escupitajo al suelo, lo hace de forma brusca y salvaje; camina lentamente, como si no moviese los pies, casi clavada; viste de riguroso y haraposo negro y en ella destacan unas gafas de sol sin cristales que se clavan en una nariz aguileña imperial. Su voz casi no se oye, está perdida en el vacío, pero sus tristes ojos dicen lo que su garganta no puede pronunciar.
Nati se lía un porro mientras la lluvia cae con descaro y violencia, casi parece que se levante el agua desde el mismísimo suelo; y es cómo si fuese todo al revés.
Justo delante hay una sucursal bancaria, y Nati la mira con asco; y también con miedo, pero sobretodo con mucho asco. Y sus ojos se mueven desde el porro hasta el banco, y otra vez vuelta a empezar.
Se para un taxi justo delante nuestro, se abre la puerta y baja una mujer cincuentona de cuidado aspecto y con paraguas de diseño en la mano derecha y bolso también de diseño en la izquierda. Entra en el portal y a posteriori cierra el paraguas y se toca su larga cabellera rubia. Me fijo en las estupendas sandalias sin talón de Farrutx que me permiten disfrutar de sus perfectos dedos en unos estilizados pies de sirena. Lleva una falda de cuadritos, larga, y elástica, con botones y una espectacular obertura donde muestra una largas piernas atléticas. Me mira directamente a los ojos para dirigirse hacia mí, pero después pasa de largo y sube las escaleras. Miro a mi alrededor, y después de clavar mis ojos en mis tres amigos corro por las escaleras hacia arriba. Casi sin poder respirar, me paro en uno de los pisos después de ver una puerta semiabierta. La empujo y entro sigilosamente pero no veo a nadie mientras me detengo en cada una de las baldosas rojas del apartamento. Recorro un largo pasillo hasta llegar a un comedor perfectamente rectangular. La música está puesta, suena Kayleigh de Marillion. Paso del salón y voy hacia uno de los lavabos, la puerta está casi abierta y se escucha el ruido de la ducha. Veo ,detrás de la cortina del plato de ducha, su escultural silueta pasándose una especie de esponja. Me pongo muy cachondo y empiezo a sudar por la frente. La cortina se abre y se percata de mi presencia sin asombrarse en absoluto, es cómo si me estuviese esperando. Me agarra fuertemente de la cintura y me empuja hacia ella, dándome un fuerte morreo durante toda la acción. Me cuesta respirar hasta que separa sus jugosos labios de los míos. Ahora aprovecho para coger aire y respiro salvajemente mirando las gotas que cuelgan del techo. Ahora miro hacia abajo para contemplar sus eróticos pies de uñas pintadas, voy subiendo hasta ver su despejado pubis, su agradable ombligo, y finalmente sus dos pechos tan bien formados. Me vuelve a besar y me vuelvo a ahogar. Me cae agua en la cabeza, está fría; pero sigo teniendo calor, y eso me molesta muchísimo. De golpe me baja los pantalones, y también mis calzoncillos de Calvin Klein; en cambio la camiseta me la saco yo mismo, es mucho más sexy que lo haga así. Se agacha hasta llegar a mis partes para metérsela entera por la boca. Luego para, cierra el grifo del agua, me coge de la mano y salimos empapados de la ducha. Abre uno de los armarios para sacar dos toallas enormes con las iniciales J.C., me seco rápidamente y luego me envuelvo en ella. La mujer hace exactamente lo mismo pero se pone la toalla en la cabeza. Salimos del baño y se tumba boca arriba encima de un colchón de agua de una de las habitaciones donde entramos. Ahora suena la canción Everybody’s got to learn sometime de The Korgis. Nos besamos con una mezcla de erotismo y ansiedad, me mira a los ojos, yo también la miro; estoy sintiendo a una mujer como hacia tiempo no sentía. Es todo muy especial, cierro los ojos y vuelo y lo veo todo azul; y me está sucediendo a mí. Finalmente saca un preservativo que hace que se convierta todo en una liturgia rutinaria más en nuestra antes apasionada toma de contacto. Cuando estás con una mujer siempre sucede lo mismo, al principio sientes e incluso te atreves a mirar hasta que un oscuro hastío embarga la agradable situación como si fuese un banco al que le debes dinero. Me corro, sudo, y me canso; y esto último sobretodo. Me levanto para dirigirme al lavabo donde me saco el preservativo que dejo encima del bidé. Me echo rabiosamente agua en la cara, me miro frente al espejo y veo a un infeliz que ha pegado un polvo para seguir siendo aún más infeliz. Nada cambia, todo continúa siendo más de lo mismo. Por cuántas historias debo pasar para entender el significado de mi vida.
Vuelvo a la habitación para coger la cajetilla de cigarrillos que tengo en mis tejanos de marca. Ahora suena la canción Don’t let the sun cath you crying de Gerry and The Pacemakers .Salgo al salón donde me tumbo en pelotas en un sofá de cuero negro y enciendo el cancerígeno objeto de mi deseo, me lo fumo lentamente hasta que empieza a sonar una de esas melodías de serial televisivo de un móvil. Oigo como la mujer se despierta y se pone a hablar. Después de una discreta conversación de dos minutos sale vestida y con el paraguas en la mano y me dice lo siguiente:
- Bueno Braulio Ramírez me debes quince mil pesetas.
Me quedo totalmente perplejo y le contesto enfurecido:
- Yo no me llamo Braulio, me parece que aquí ha habido un malentendido.
La mujer empieza a echar chispas y eleva notablemente su tono de voz.:
- ¡No te hagas el sueco!, me dejaste un mensaje en el contestador diciéndome que quedábamos aquí y que guardabas la llave bajo la alfombra. Me esperarías en el portal unos minutos y luego subirías para que no nos viesen entrar juntos. Yo me tenía que duchar y tu entrarías luego.
La bromita ya me empieza a sacar de quicio, y añado:
- ¡Qué coño es esto, acaso es una de esas coñas de cámara oculta!.
La mujer se pone pálida de golpe, casi no sabe que decir. Sin darme cuenta apago el cigarro y enciendo otro. Vuelvo a sudar. Ella se pone a llorar y me levanto para abrazarla y consolarla. Nos sentamos en el sofá y me explica cómo ha llegado a convertirse en prostituta:
- Conocí a un porteño del que me enamoré locamente, entonces me comentó su idea de abrir un bar musical. Enseguida ...(pausa larga)...fui al banco para pedir un crédito. Le dejé el dinero y el muy cerdo se marchó. No sabía qué hacer, estaba en la ruina; y fue entonces cuando un amigo me habló de poner un anuncio en el periódico como chica de masajes.
- Curiosamente tengo una amiga que le pasó algo parecido, tenía un sueño y montó su propio negocio, y todo le fue mal y se quedó con una deuda acojonante. ¡Claro está qué ella no se ha metido a puta!, bueno, hace algo parecido. También se pasa el día rodeada por trozos redondos de carne.
La mujer se echa a reír, yo hago lo mismo por empatía. Saco dinero de mi cartera, unas veinte mil pesetas, y sin que se dé cuenta se las pongo en el bolso. Por un momento notó que lo sabe, me ha parecido que miraba de reojo. Hablamos largas horas, y me apunta su teléfono con un lipstick rouge en mi mano derecha. Nos besamos y le seco las lágrimas con mis pulgares antes de que el rimel la ennegrezca el rostro. Pienso que ha sido una noche estupenda, y que ese Braulio se ha perdido una buena pieza. Seguramente estará en un portal resguardándose de la lluvia, o a lo mejor se quedó sin dinero por culpa de un cajero estropeado; me lo imagino dándole golpe y maldiciéndolo por haberse tragado su tarjeta de débito.
En definitiva, si queréis algo con mucha fuerza primero debéis pedírselo a alguien cercano; ya que seguramente os lo dará, y sino no vayáis jamás al banco porque siempre te cobran más de la cuenta; y nunca pierden, siempre ganan.
A veces pienso que lo vida no es más que una sucesión de crueldades por las que debemos pasar para aprender que nada es para siempre, que todo es efímero. Cambiamos de trabajo, de pareja, de casa, de coche, de amigos, y un largo etcétera que nos endurece. Aunque olvidamos que son tan sólo cambios, todo es fugaz.
Yo no debo dinero al banco, hace poco me planteé pedir un crédito para comprar un coche nuevo pero me di cuenta que mi viejo trasto es lo único que puedo poseer con plena libertad y sin deudas. Además le tengo un cariño especial porque tiene algo que ni con todo el dinero del mundo se puede comprar : mis recuerdos.


















Un simple mensaje, una complicada respuesta

El ganado obstaculiza el paso de los automóviles que se dirigen a ese pequeño pueblo rural donde se celebran unas armoniosas y perfectas fiestas municipales para dar la bienvenida al verano. Los informes hablan de serios problemas en el abastecimiento de agua.
Conseguimos llegar con nuestra camioneta alquilada a las cinco y cuarto de una calurosa y horrible tarde de sol. Todos llevamos gorra y gafas protectoras. Matilde se ha llenado la cara con una crema de factor veinte, en los brazos ha gastado un veinticinco, en sus blancas piernas un treinta, y en el abdomen pantalla total; y todas las cremas son waterproof. Paco se ha comprado una gorra de los Rolling’s, negra con una lengua roja en relieve. Jacinto lleva una de promoción de una conocida marca de tabaco americana. Yo, en cambio, soy un poco más sibarita y me compré una de Ralph Lauren de color azul y con el dibujo del caballito en rojo.
Lo primero que hacemos al llegar al pueblo es descargar el equipo y subirlo al auditorio. Paco y Jacinto cogen las cámaras y los tres focos que hemos traído. Matilde se encarga del equipo de sonido (grabadora, percha, y varios micrófonos) y de la nevera con las bebidas. Finalmente, yo cojo los monitores, un par de silla y la bolsa con los bocadillos.
Un viejo que hay en la entrada nos indica el camino para llegar al escenario donde nos espera la banda de músicos. Matilde estornuda un par de veces y unos muchachos le desean salud, ella lo agradece con un gracioso ademán y se echan a reír. El director de la banda me saluda efusivamente, casi reverenciándome. Es un tipo alto, feo, y flacucho que le sudan las manos de una forma escandalosa. Se acerca mucho al hablar y puedo notar su desagradable halitosis porcina. Le digo que vamos a empezar con un plano general mientras tocan El concierto de Aranjuez, luego intercalaremos primeros planos de cada uno de los músicos; y mientras digo esto último señalo a Paco y Jacinto, ya que son los operadores de cámara. Al director le parece todo bien y me lo hace saber con un fuerte apretón en mi brazo derecho seguido de una palmadita en mi hombro izquierdo. Matilde saca una lata de Nestea y se la bebe moviendo eróticamente los labios por toda la lata. Paco prepara los trípodes y Jacinto coloca las baterías en las cámaras.
Noto el frío del aire acondicionado y se lo agradezco al director, me parece un cómodo ambiente para poder rentabilizar mejor nuestro trabajo. Enciendo un cigarro y miro el techo del auditorio y le pregunto al director cuánto tiempo lleva construido. Me dice que lo hicieron hace tres años gracias a una subvención del gobierno que consiguió el antiguo alcalde socialista que tenían. En ese preciso instante me doy cuenta del lado de España donde me encuentro; ya se sabe que este siempre ha sido un país partido por dos bandos.
Jacinto y Paco me echan una mano con los focos para situarlos estratégicamente donde mejor podamos jugar con la luz. Quiero una iluminación parecida al trabajo de Vittorio Storaro en Tango, pero el jodido presupuesto lo convertirá en un capítulo de Santa Bárbara.
Mi teléfono móvil vibra y lo cojo, es cuando veo una señal de mensaje enviado en la pantalla. Hago clic con el dedo y leo lo siguiente: Si aún me quieres puedes tenerme. Eva.
No sé quién coño puede ser y qué pretende decirme, ahora mismo no caigo, no creo conocer a ninguna mujer llamada Eva.
Después de unos segundos pensando vuelvo a guardar el móvil en el bolsillo lateral derecho de mis bermudas del Coronel Tapioca. Le hago una señal a Matilde para que se vaya preparando y coloco las sillas bien juntas con los monitores encendido. El móvil vuelva a vibrar, he recibido otro mensaje : No quiero vivir si no estás a mi lado. Eva.
Me pongo a sudar y empiezo a notar una ligeras palpitaciones, Matilde lo nota y me trae un agua tónica de la nevera. Me pregunta por mi estado de salud y le contesto que no se preocupe que ha sido sólo el cambio repentino de temperatura. Se interesa por lo que hacia con el móvil y le digo que estaba mirando la hora porque parecía estar atrasada. La muy imbécil me confirma que son las cinco y cincuenta y tres minutos. Jacinto me mira indignado, noto una mezcla de celos y cansancio en sus ojos. Paco trabaja a su bola, sin preocuparse por el entorno. Se produce un intercambio de miradas entre Jacinto y Matilde, me doy cuenta y ellos se percatan. Matilde me mira con una sonrisa de medio lado y yo le clavo mis brutales ojos negros.
Jacinto se acerca y me pregunta si quiero hacer antes alguna prueba, le digo que no con un gesto seguro y autoritario.
Estamos a punto de empezar, muevo la claqueta y la banda se pone en marcha con una bonita melodía del maestro Rodrigo. Ahora tengo otra vez frío, intento no pensar en ello; y es que todo es psicosomático, sobretodo la mayoría de cambios en las temperaturas corporales.
Matilde es la típica chica bajita y regordeta pero sin ningún tipo de complejos. Sus ojos son de un azul brillante y están perfectamente encajados en su angelical rostro de Lolita viciosa. Sus manos son especialmente bellas, es decir son tersas y suaves, casi aterciopeladas, y tienen un brillo muy especial. Su culo es inmenso pero está bien disimulado bajo esos vaqueros negros que realzan sus cortas piernas. No lleva ninguna clase de adornos, si exceptuamos unos monísimos pendientes de ositos de la prestigiosa firma Tous.
Matilde es una notoria ingeniera de sonido que lleva diez años de profesión a sus espaldas, ha trabajado con los mejores y sigue acarreando una repelente falsa modestia que la hace tan vulgar como sus zapatos, del cuarenta y dos, y tan aburrida como sus sucias camisetas propagandísticas. No me la he follado y creo que tampoco lo haría, en cambio a Jacinto parece que le hace tilín cada vez que la ve.
Jacinto Pérez Rubalcaba es un vulgar cámara de cuarenta y tres años y alopécico desde los veinte, pero el muy cabrón se las lleva de calle gracias a su vigoroso aspecto de culturista de playa. Trabajamos juntos desde hace unos veinticinco años, prácticamente después de salir de la Facultad. Siempre hemos tenido una de esas falsas amistades que no se aguantan por ningún lado debido a los fuertes paralelismos diferenciadores de caracteres tan claramente establecidos. Jacinto no es mal tío lo que pasa es que yo siempre he sido un tipo que iba a la mía sin mirar mi entorno, y él es un atleta aventurero que se preocupa siempre por el prójimo; y sobretodo si son mujeres guapas y con un cierto interés hacia el sexo masculino. Nuestra relación profesional, en cambio, va de maravilla; y es que nos complementamos de una forma brutal. Con tan sólo una mirada nos lo decimos todo claro y sin problemas. Mis arqueos de ceja son increíbles, parezco Paul Newman, y me sirven para comunicarme en mi propio lenguaje que utilizo con todos aquellos que me rodean. En un lenguaje preciso y directo, donde las palabras sobran.
De Paco no voy a decir nada, puesto que casi no lo conozco; no sé ni sus apellidos ni su pasado, ni siquiera su edad.
Recuerdo a una chica rubia de unos treinta; y muy guapa, por cierto. La puedo acariciar en ese coche de segunda mano en ese vulgar descampado de una fábrica de cemento de las costas del Garraf. Nos pusimos a fornicar salvajemente, con mucha rabia. La agarré del cuello y la estrangulé, todavía no lo entiendo. Luego me adentré en las profundidades de la fabrica abandonada y la enterré no sé adónde. Ahora me puedo acordar de su nombre, creo que se llamaba Eva Crespo. Una estupenda muñeca de un espectacular cuerpo de origen panameño. La conocí después de unas cinco caipirinhas en un lujoso local cerca de la calle Muntaner.
Mi Siemens vibra de nuevo y leo el mensaje recibido:
Me has dejado sola, tengo miedo, aquí todo es oscuro. Vuelve pronto, ven a mi lado. Eva.
Me pongo a llorar de golpe y la orquesta para instantáneamente; y todos me miran, les asombra mi estado de pánico; y vomito en el suelo y Matilde me mira con desprecio y asco, mucho asco(quiero matizar);y caigo redondo al suelo con mareos, ahora todo me da vueltas.
Paco y Jacinto se acercan y me cogen de la cabeza, no puedo respirar y me pongo entre morado y verde; Matilde me trae un poco de agua fría, y me abre la boca para que pueda beber.
Me miran expectantes para que les explique de una vez por todas lo que me está pasando.
Ahora arranco a llorar...
...una larga pausa, y siguen mirando.
(calor, mucho calor)
Noto los latidos del corazón en mi cabeza,, me vuelvo loco por momentos.
(más calor y sudores fríos)
Esa noche(me acuerdo)llamé a Jacinto las cuatro de la mañana y tardó tres cuartos de hora en llegar a la fabrica de Uniland. Juntos fuimos a buscar un sitio digno donde enterrar el cadáver de Eva. Jacinto no se lo podía creer, aunque en ningún momento lo vi del todo preocupado; en realidad, tenía una mirada de frialdad y decepción, pero nunca de terror o de asombro.
Lo echamos en medio de un bloque de cemento a medio secar que parecía haberse caído accidentalmente. Recuerdo como se hundía poco a poco, con una precisa lentitud.
Después de aquello jamás volvimos a ser los mismos, nuestra amistad cayó y se hundió en el olvido, con el cadáver se fueron también nuestros mejores sentimientos.
La banda se levanta tras aceptar las indicaciones de su halitósico director y nos dejan a los cuatro en la escena.
Paco empieza a gritar y yo todavía no sé qué coño va a pasar ahora. De repente saca una pistola y me apunta directamente al cráneo.
- Vas a morir hijo de puta asesino-me dice con un tono de voz que jamás había escuchado(excepto en mi época de estudiante).
Jacinto y Matilde se abrazan cagados de miedo. A mí se me dilata tanto el esfínter que me sale la mierda líquida por debajo del pantalón.
- Lo sé todo-me suelta Paco de golpe y en un tono más violento que el empleado anteriormente.
- ¡Está bien!-le digo-. ¡Déjame en paz!-le suplico-. Fue un error, te lo prometo, yo no quise hacerlo. Estaba muy excitado, ella me dijo que la estrangulase, que era su método para conseguir un perfecto orgasmo. Me pasé-lo admito-.
- Esa noche os seguí con el coche y lo vi todo. Entre los dos llevasteis el cuerpo de Eva hasta ese horrible sitio lleno de cemento-me suelta el jodido Paquito.
Matilde se despega de golpe de los brazos de Jacinto. Nos mira a los dos con asco. Jacinto se acerca a mi lado, y ahora nos apuntan a los dos con el arma. Matilde besa a Paco en la boca y Jacinto se muerde el labio de rabia contenida.
- Era mi hermana, y tú hijo de puta te la cargaste-me pega una patada en los huevos mientras pronuncia una frase de alucine.
No es posible, todo esto es la ostia. Tantas coincidencias de relaciones en las personas que se supone eran mis amigos.
Ahora caigo en lo difícil que resulta conocer a las personas; puedes creer, incluso saber algo, pero siempre lo desconoces.
- Vais a pagar por aquello que hicisteis-sentencia Paco.
- Yo sólo le ayudé con el cuerpo, simplemente la cogí por las piernas para arrastrarla hasta la fosa de cemento-le suelta Jacinto en pleno acto de confesión.
- Vale lo mismo matar que ayudar a hacerlo, es el mismo acto pero con distinta jerarquía-le matiza Matilde-,debiste denunciarlo a la policía cuando pasó todo.
- ¡Por favor, entiéndeme!-le suplica Jacinto.
- Era mi hermana, mi única familia-dice Matilde desenmascarándolo todo finalmente- y esa noche estábamos todos celebrando el cumpleaños de mi novio Paco en ese local de cócteles. Eva no estaba sola, había venido con nosotros, lo que pasa es que bebió mucho y se fue de nuestra mesa hacia la barra. Allí es cuando entraste tú en la escena y la seguiste invitando a beber.
- Vimos como la emborrachabas y te la llevabas para follártela-suelta Paco-y por eso te seguí con mi coche cuando salisteis. En un principio pensé que la acompañabas a casa y por eso no quise decirte nada. Tenías cara de buen tío.
Por un momento pienso que es una escena surrealista, que parece todo sacado del peor film teenager americano. De aquí puede salir uno de esos guiones bodrios propios del peor cine del star system. Si algún productor se ha leído la historia le propongo el siguiente cásting:

DIRECTOR BANDA ................ Geofrrey Rush
MATILDE ................. Toni Collette
PACO ................. Olivier Martínez
JACINTO ................ Jean-Marc Barr
EVA .................. Saskia Reeves
EL REALIZADOR KILLER .................. Jude Law

Pero todo es verdad y pasó tal y como lo he explicado. Aunque supongo que queréis saber como acabó todo el sarao. Nos habíamos quedado cuando Matilde presenta su relación directa con Jacinto (novios) y la fallecida Eva (su hermana).
Intentemos analizar el desarrollo de la historia. No encuentro lógico que hayan pasado tantos años sin que me denunciasen a la policía. Además, que coincidencia que él fuese operador de cámara y ella ingeniero de sonido.¿Y qué pasa con el supuesto rollo de Matilde con mi colega Jacinto?, ¿por qué se descubre el pastel en ese puto pueblo?,¿por qué se describe tan minuciosamente al director de la banda y no se sabe nada de Paco?.
No os preocupéis, ya se sabe que las respuestas suelen ser complicadas.
Volvemos a la escena final : tenemos a Paco apuntándonos a mí y a Jacinto con su arma(¿de dónde saca un arma un operador de cámara?) después de que su novia Matilde nos ha aclarado su sed de venganza. Entonces tenemos dos posibles finales, uno lógico y otro más comercial; el lógico sería un tiro en la cabeza y todo queda resuelto; en cambio optaremos por hacer volver a los cuatro personajes hasta la fábrica para desenterrar el cadáver(eso da mucho juego en la banda sonora)y a posteriori Paco dispara dando muerte a los asesinos de su cuñada. Pero resulta que a mí no me alcanza del todo ninguno de los proyectiles disparados y salvo mi vida.
Entonces paso un par de meses en un hospital recuperándome de las heridas sufridas y evitando responder a la policía fingiendo un profundo estado de amnesia total. Durante todo ese tiempo ingresado preparo minuciosamente mi VENGANZA FINAL (que sería el título de la película).



Hágase la sangre

Una historia triste es cuando sufre las consecuencias directas de la tragedia, aunque en mi caso no fue así; es decir, a mí no me sucedió nada pero a mi alrededor perecieron todos y de forma brutal.
A las seis de la tarde siempre nos reuníamos en un viejo bar cercano a la Plaza del Sol, era una modesta y pequeña bodega en la que se comían los mejores callos de la ciudad acompañados por un impresionante tinto a granel del Bierzo.
A María le gustaba rebañar el plato con las cortezas de pan que nadie del grupo se comía por temor a una represalia en las encías. A Marcos no le gustaba demasiado hablar, cosa comprensible por su molesta tartamudez. Los dos eran novios desde hacia tres años y medio, aunque no vivían juntos; ya se sabe que en la sociedad del bienestar cada uno vive como puede y en casa de sus padres. Yo los conocía de la época del Instituto, cuando no éramos nadie. Han pasado muchos años y seguimos sin ser nadie. Yo me dedico a limpiar las calles de la ciudad con un traje casi espacial y de un color que no te permite ocultar la vergüenza que se siente. Siempre estoy rodeado de mierda pero me pagan demasiado bien como para dejarlo, y de cara a la galería soy un funcionario que trabaja para el Ayuntamiento. Mi piso es una puta mierda de cuarenta metros cuadrados donde de un salto puedes pasar de la cocina al retrete. Lo peor de todo es que nunca puedo cocinar pescado porque se me pega el olor en las sábanas y en toda la ropa barata que me permito usar. No tengo vicios insanos salvo las buenas comidas grasientas a las que someto a mí adiestrado cuerpo de ochenta kilos y metro ochenta de estatura y los cigarrillos que me fumo de vez en cuando. Nunca me afeito y mis amigos me llaman El Mesías en un tono afectivo y desenfadado. Me llamo Gael Ocaña y antes de la tragedia que os voy a contar debo admitir que nunca me consideré una persona normal; más bien todo lo contrario, mi vida fue un absurdo desde los comienzos y la pelota cada vez se fue haciendo más grande.
Marcos se pedía su ración de morcilla de Jaén y se la restregaba metódicamente en un trozo de pan que luego mordisqueaba como una zorra anoréxica mientras me clavaba los ojos en mi cráneo alopécico como intentando descubrir cuando me quedaré por completo calvo.
María seguía con los callos como si el mundo se fuese a acabar pasado mañana, saboreaba cada trozo y lo acompañaba con largos tragos de vino. Yo me sentía más incómodo que El Fary en un concierto de Sex Pistols, pero seguía inmune a lo que allí estaba pasando. De repente escuché que los italianos de la mesa de al lado comentaban un partido de la Juve con la típica emoción que puede apoderarse de un espagueti cuando habla de su podrido y corrupto país. Cada vez elevaban más el tono de voz y el ambiente se empezaba a caldear, incluso el camarero gordo del peluquín tuve que pedirles que bajasen el tono de voz si no querían que los echasen.
A las siete y cinco en punto apareció nuestro buen amigo Gonzalo que venía de dirigir una de sus famosas terapias de grupo que consistía en colocar a siete ex-toxicómanos alrededor suyo para moderar cada una de sus intervenciones. Gonzalo había escrito más de tres libros acerca de las adicciones en los seres humanos y la importancia del entorno en la desintoxicación. Era un tipo atractivo, aunque algo bajito pero bien disimulado con unas buenas y zancudas botas de diseño italiano. Siempre desprendía un excelente olor a perfume del caro y su piel era más aterciopelada que la de cualquier modelo del Vogue. A sus treinta y dos años no tenía pareja, pero disfrutaba de la promiscuidad como si fuese Henry Miller en el París de ligueros y acordeones. Siempre hablaba de su última conquista y esa tarde nos explicó que había conocido a una brasileña en un local de salsa. Se llamaba Camila y trabajaba en Sitges en un bar de mojitos y caipirinhas, se le acercó cuando Gonzalo degustaba un perfecto Daiquiri de fresa en una de las barras del fondo del local. A las dos horas estaban dando saltos en un hotel de carretera de Castelldefels mientras bebían un extraordinario cava de Sant Sadurní d’Anoia, creo que Brut Nature del caro. Luego la llevó a casa y se intercambiaron los números del móvil como quinceañeros endorfínicos.
Al principio de Gonzalo pensé que era gay, por su sofisticado aspecto, pero poco a poco me fui dando cuenta que no era más que un hombre atormentado al que le gustaba lucirse para agrandar su pobre ego. Nos vimos por primera vez en la fiesta de cumpleaños de mi amiga Julia, una lesbiana que ejercía de profesora en un colegio de pijos de Bonanova y que mantenía un discreto romance con mi hermana, la desheredada y la vergüenza familiar.
Julia sabía cocinar como nadie y sus fiestas eran todo un acontecimiento gastronómico. Ese día preparó cigalas al oporto con crema de ostras. Mientras ejercíamos de improvisados gourmets, Gonzalo me salpicó con una de las cigalas. Lo primero que pensé es que quería ligar conmigo, pero al cabo de unos minutos me di cuenta que era más macho que John Wayne.
Han pasado los años y mi amistad con Gonzalo sigue estando actualizada, y eso no es fácil en los tiempos que corren donde imperan los caracteres egoístas y los intereses propios. Gonzalo era diferente, nunca criticaba y siempre tenía una respuesta amable para una pregunta descolocada.
Los italianos seguían elevando el tono de voz mientras el camarero les volvía a reprochar el escándalo que estaban causando en la taberna. Yo seguía contemplándolo todo como si fuese un niño asombrado al ver su primer cuerpo femenino desnudo. Todo me parecía nuevo, como si no fuese conmigo, inalcanzable e imperceptible. Hubo un momento en el que cerré los ojos y al abrirlos todo estaba en su sitio como perfectamente ordenado. Saque el paquete de cigarrillos y encendí uno para fumar con asco; cabe decir que estoy intentando dejarlo, pero por el momento las ansias son superiores a mí.
Pensé en el extraño mensaje que me dejó Vanesa en el contestador, estaba como ausente, noté su voz como despedazada ante un cruel castigo existencial. La última vez que la vi fue hace nueve meses, ella lucía una preciosa melena rubia casi impecable. Me estuvo hablando de su violenta relación carnal con un chico marroquí al que conoció en Punta Cana, era un cachas desconsiderado y egoísta que le otorgaba largas noches de sexo.
Marcos me animó a pedir unas cañas que yo no dudé en rechazar. El camarero gordo las trajo y realizamos un brindis emotivo por el gran encuentro amistoso.
Gonzalo se pidió una ración de morcilla cordobesa, la especialidad de la casa, y nos hizo el ademán de compartirla. Yo dije que no, mientras María se apuntó al juego. A veces pienso que la vida te permite jugar para que aprendas a perder. Esa tarde me encontraba angustiado, aunque volví a encender otro cigarro para seguir con el único vicio que podía llegar a admitir. Nunca he llegado a reconocer todos mis males por miedo a un castigo divino.
Marcos me explicó su intención de realizar un safari por África y la intención de aprender a cazar para volver con una pieza que exponer en el salón de sus padres; total, son unos viejos permisivos que hacen lo que les dicta el niño.
María seguía en su empeño de ponerse hasta las botas de tapas y Gonzalo se esforzaba por seguir con la misión.
Los italianos se levantaron de la mesa y pagaron la cuenta. Uno de ellos se metió antes en el lavabo mientras los demás lo esperaban en silencio como pasmarotes. Al cabo de unos minutos salió de los servicios con la cabeza bañada en sangre. En ese momento nos asustamos todos. Sus amigos se pusieron a hablar en alguna jerga romana. Empezaron a acusar al camarero del enorme charco de agua que había hecho que su amigo resbalase y se diese de cabeza con el retrete. La cosa fue a más y allí empezó a gritar todo el mundo. Yo me mantuve callado mientras mi cigarrillo perforaba la chaqueta nueva que me había comprado con tanto esfuerzo. El camarero se puso nervioso y sacó un machete con la intención de parar la revuelta, y fue cuando inesperadamente uno de los italiano empuñó un revolver para volarle los sesos.
La sangre nos salpicó a todos, María se llevó la peor parte y se puso a gritar como una loca. No me lo podía creer, era la cosa más anormal que me había pasado en vida. Gonzalo se agachó para esconderse detrás de la mesa y Marcos se puso colorado como un tomate.
Fue entonces cuando me levanté de la silla y salí tranquilamente del local dejando a mis amigos tirados como colillas. Me dirigí a una cabina y llamé a la policía que tardó unos quince minutos en acudir a la llamada de socorro. Llegaron varios coches y un furgón, salieron por lo menos treinta agentes armados hasta los dientes. Un tipo alto con bigote situaba a cada uno de los hombres rodeando el lugar. De repente salieron los italianos y se liaron a tiros, uno de ellos llevaba a Marta cogida del cuello. El tipo del bigote ordenó a sus hombres que no dispararan y se puso a negociar con la frialdad de un político en plena campaña electoral. En cinco minutos se plantó en la escena una unidad móvil de televisión que se puso a retransmitir el acto.
Mis nervios se empezaron a apoderar de mí y comencé a llorar en silencio, noté como me sudaban las manos.
María se descolgó de su agresor de un precipitado golpe y arrancó a correr hasta la zona policial. Fue entonces cuando acribillaron a los tres italianos mientras en mi cabeza sonaba La Traviata.
Desde aquel día no volvimos a quedar y jamás hablamos de lo sucedido. Gonzalo se casó con la brasileña y se fueron a vivir a Gavá. Marcos y María lo dejaron y ella se puso a salir con su profesor de yoga. Yo seguí limpiando mierda pero nunca me he podido desprender de la suciedad que me provocó aquel suceso sangriento. Con los años he aprendido a convivir con ello pero sin dejar de pensar en el daño que puede hacer una tragedia de esa magnitud en una perfecta amistad. Ahora estoy solo, pero tengo mi escoba y una ganas enormes de seguir barriendo; y cada vez que lo hago intento borrar una huella porque son las huellas las que hacen a los seres tan humanos y vulnerables.
Esta mañana me he afeitado como intentando despojarme de toda la suciedad que tantos años he llevado conmigo. No me noto diferente, aunque los demás me miren de otra forma. Respecto a mi poco pelo, aún lo conservo gracias a Dios pero con la diferencia de que mi amigo Marcos ha dejado de mirarme.
Este verano quiero hacer algo especial y he pensado en viajar a Italia, no sé lo que me puede llegar a pasar pero no creo que sea peor que mi absurda vida.
El color de la sangre es diferente en cada uno de nosotros, esa tarde me permitió observar que no somos iguales aunque lo parezca.
Hace tiempo que no veo uno de aquellos sabrosos platos de callos ni puedo oler una de las magníficas morcillas que tanto le gustaban a María.
No me creo mejor que nadie y eso me ha costado un duro periodo de aprendizaje, creo que lo más importante de un ser humano es conocer su interior y saber cada una de sus limitaciones.
Esta noche he quedado con Vanesa para cenar, ya que me tiene que explicar su relación con un chico peruano que conoció en Portugal. Por lo visto es un cabronazo que la maltrata físicamente. Puede que pasen los años pero lo verdadero permanece sin cambio alguno.
Creo que me acostaré pronto y espero no pensar en lo que se me avecina al atreverme a seguir viviendo en una sociedad cada vez más parecida a una de esas junglas que Marcos quería visitar.




divagando solo y desnudo
Me desnudo delante de una chica a la que acabo de conocer y siento como mi miembro se agranda lentamente hasta llegar a un tamaño aceptable. La chica me mira disimuladamente con temor a ser descubierta. Ella permanece sentada y con toda la ropa puesta. Yo la invito a que se ponga cómoda y entre dudas logra aceptar quedándose con una minúscula tanga puesta. Sus pezones están duros pero sigue hablándome como si nada hubiese ocurrido. Le propongo que nos rocemos sin ninguna intención aparente, ella dice que sí con un gesto libinidoso.
Nos tumbamos y le realizo un masaje de lo más profesional, con crema incluida. Ella se gira para contemplarme y yo le propino un cálido beso digno de una comedia romántica Hollywoodiense. Estamos desnudos pero seguimos cómodos con la situación. Me pregunta si alguna vez he masturbado a una chica sin acostarme con ella después, yo le respondo afirmativamente para que a posteriori me indique que lo haga. Empiezo a rozarla suavemente con mis dedos bañados en una crema Anne Möller y ella empieza a gemir con la libertad de un cisne en un lago. Seguimos hasta que lograr correrse. Seguidamente me invita a marcharme puesto que se está quedando dormida ya que mañana trabaja en unos multicines por ochenta miserables billetes al mes. Me visto mientras mi pene se oculta poco a poco hasta quedar ridiculizado por completo. Me pongo las botas y voy al lavabo para peinarme concienzudamente mi espesa cabellera rizada. Me despido tímidamente y salgo a la calle en busca de un taxi que llega en un par de minutos.
Por fin llego a casa, cojo una revista de contenido erótico y me masturbo hasta quedarme dormido. Ha pasado un día más en mi vida, ha sido sólo un día más sin nada especial.
Mañana volveré a intentarlo con otra chica, aunque vuelva a terminar masturbándome solo y desnudo.






Muérete estrella
Los muertos me escuchan aunque no siempre les hable. Ellos saben escuchar como nunca llegará a aprender un vivo. Cada noche me acuesto explicándoles lo que me ha sucedido a lo largo del día, pero ellos no dicen nada; y es que sólo escuchan.
Mi habitación se empequeñece a medida que pasa la noche hasta que sólo noto la sábana que me cubre.
Al despertar ellos siguen estando allí como esperando ser elogiados por haberme dejado dormir.
He conocido el espíritu de una niña de ocho años llamada Elody. Me explica constantemente que su padre cogió el coche sin apenas dormir y que la llevó a un sitio que no conocía, ella no sabe salir de allí y me pide ayuda. Intento hacerle entender que ha muerto y que jamás entenderá que Dios le haya abandonado en un lugar tan lejos del suyo. Le propongo que siga el primer camino que le marque su intuición. Me hace caso y desaparece; y ya no está a mi lado para hacerme compañía.
Hoy me ha visitado el alma de un terrorista libanés que se arrepiente de todo el mal causado, me pide que le ayude a pedir perdón a los familiares de sus víctimas. Le ayudo y hago unas cuantas llamadas a los teléfonos que me indica. Lo resuelvo y se va, dejándome otra vez solo.
Unos días más tarde conozco al espíritu de Elvira, una mujer que murió víctima de las palizas que le propinaba su marido. Curiosamente no me pide ayuda, sólo quiere que la escuche y le dé todo mi amor. Pasan unos meses y me confiesa que se ha enamorado de mí, yo le digo que también siento amor hacia ella.
Esa noche escuché mi silencio antes de cortarme las venas para conocer a Elvira. Mi silencio siguió a mi lado hasta que me di cuenta que Dios me había enviado a otro lugar donde no estaba Elvira.
Había muerto por amor hacia una imaginación mía, entonces me di cuenta de mi enfermedad mental y de mi equivocación al no buscar tratamiento psiquiátrico.


Esperando un abrazo de Dios

Me mantengo de pie para no admitir que estoy cansado. Cada quince minutos me froto las manos, y al hacerlo noto el aroma impregnado a tabaco. Me he fumado unos cuantos, casi he podido calcular un paquete y medio. Sigo dando caladas sin saber hacia que dirección echar el humo.
Estoy esperando una llamada y no dejo de mirar el teléfono. Hoy he podido hablar con ella durante cuarenta minutos, no me ha dicho nada importante puesto que sólo hablaba de ella; y de sus vacaciones, sus aspiraciones, la lucha contra el cáncer, y la invención de la vacuna contra el sida.
Siento lástima de mi mismo, y siento ganas de tirarme en un colchón sin sábanas y totalmente desnudo. Me miro el cuerpo y no siento ganas de acariciarme, me noto extraño, como encajado en un cuerpo que no es el mío.
No hay música en la sala y la luz es tenue, casi apagada.
Ayer vi una película de un tipo que rapta a una chica de jugosos pectorales blancos, una piel blanca y transparente.
Sueño con el último beso de Luz en aquella fiesta irlandesa del día de San Patricio. Me amargo y estoy a punto de gritar, pero no lo hago por miedo al qué dirán de los vecinos.
Mi vida ha girado siempre entorno al miedo, casi sintiendo miedo de mi mismo y de esas reacciones tan perturbables a las que me someto diariamente.
Ángel se ha ido a Marruecos con una Filipina de veinticuatro años que conoció en el Puerto Marítimo de El Masnou el jueves por la noche. Tengo el piso para mí solo hasta el domingo que viene.
No puedo sonreír pero me miro frente al espejo con la única intención de hacerlo.
Suena un tremendo disparo y por fin vienen a abrazarme.







He pisado mierda
Camino con miedo de pisar lo que no me pertenece y arrastrarlo conmigo. Los pasos son cortos y espaciados como marcando un suave ritmo de Jazz.
Anoche no pude dormir, me acosté a las dos de la madrugada pensando en las facturas que tenía que repasar. Llegar a fin de mes me parece un juego de lo más retorcido, mi sueldo no llega para satisfacer todas esas nuevas necesidades que me voy creando a diario.
Mi coche es viejo, y no puedo cambiarlo; mi piso es viejo, y no puedo arreglarlo; mi trabajo es inestable, y sigo trabajando; mi novia no me desea, y sigo acostándome con ella.
Ayer despidieron a Paco, el informático, y se fue triste y a la vez sin demostrarlo en su mirada. Podía reconocer cada uno de sus sentimientos de frustración, lo conocía desde hacia diez años. Los dos empezamos juntos en la empresa. Yo era contable y estaba en el departamento de ventas, mientras él estaba mejor situado como jefe del departamento de facturación. Éramos buenos amigos, bebíamos juntos cada semana y compartíamos afinidades futbolísticas. Su mujer, Gema, era un encanto que preparaba como nadie la tortilla de patatas que nos comíamos viendo los mejores goles de la temporada. Siempre tenía en casa una garrafa de un Jumilla excepcional que te provocaba largas noches paradisíacas.
Hace tres semanas que no sé nada de ellos, creo que han dejado el apartamento del Ensanche para irse a Tenerife a casa de los padres de Gema. A Paco siempre le fascinó el sol y la vida junto al mar.
Ahora vuelvo a estar solo mientras repaso las facturas por quinta vez consecutiva en la misma noche de delirios conceptuales.
Ayer se suicidó la portera con el matarratas que cada noche colocaba estratégicamente en el parking del inmueble. La mayoría de vecinos no han asistido a su funeral. Yo lo he hecho, aunque la verdad es que no tenía nada mejor que hacer. He llevado un ramo de gardenias, que era lo más barato que había en la floristería. No noto tristeza pero sí un largo y asfixiante dolor de ver como un cuerpo envejecido se ha introducido en un trozo de tierra rodeada de cemento y con una aplastante lápida que tapa una existencia sin pena ni gloria. Sé que ese es el destino con el que nos marcan a todos al nacer, pero eso no hace que de vez en cuando no piense hacia donde van a parar los pasos. Unos pasos perdidos, enterrados, y aniquilados.































































































































































































































































Texto agregado el 04-12-2004, y leído por 1216 visitantes. (1 voto)


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