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El matrimonio Parra quiso tener todos los hijos que la mano divina quisiera concederle y desde los primeros albores de su poco romántico vínculo, se empeñó en cumplir con aquel sagrado precepto bíblico. Y así, los hijos se fueron arrimando a ese poblado paraíso terrenal. Eustóforo Parra era de aquellos personajes arribistas que han recibido un aguado barniz cultural y que por lo mismo odian términos tales como: población, proletariado, comunismo, masa, olla común, junta de vecinos, colectas, etc., pero, inmerso hasta el cuello en ese ambiente e incapaz de emigrar de su modesto hábitat, ya que no tenía los medios para hacerlo, vivía en un disfrazado limbo de opulencia. A su primer hijo le puso por nombre el de Guantutrí ya que era un amante declarado del stablichmen norteamericano y de todo el aporte visual y propagandístico que difunde aquella potencia del norte. Al segundo hijo, un colorín mechitieso, le colocó Forfaisic y de ese modo, pronto aparecieron el cáustico Seveneignai, la bella Tenileventuelf, el rubicundo Tirzinfourtinfixtin, la tímida Sixtinseventineigtin y por último el bromista Naigtintuentituentiguan. Gracias a que la esposa de Parra sufrió un grave percance que le impidió volver a tener hijos, la ignorancia de Parra quedó a buen recaudo, puesto que no habría sabido que nombre ponerle a un nuevo vástago por la simple razón que hasta aquí llegaban sus conocimientos de inglés.

Guantutrí pagó las consecuencias de ese ambiente de miseria y pasó a ser el ayudante obligado de las tareas de su padre, un zapatero remendón de escaso talento pero avezado en el arte de explicar lo inexplicable.
-Pero mire por favor, don Eustóforo. Este par de zapatos se los traje anteayer y ya están con la lengua afuera. Usted me dijo que los iba a coser a mano y yo veo que sólo los pegoteó.
-¡Ah, mi querida señora! ¿Acaso no ha escuchado usted del hilo quirúrgico? ¿Ese que se deshace sin dejar huellas en el organismo humano?
-No se nada yo. Mis zapatos no necesitaban ninguna operación tan “sotisficada”. Usted me los cose aunque sea con pitilla porque los necesito para la graduación de mi hija.
-Bueno, señora Agapita. Retrocederé veinte años en mi tecnología, pero todo sea por complacerla.
Guantutrí movía su cabeza, algo avergonzado por las malas artes de su padre y continuaba remendando los gastados zapatos de aquella humilde clientela.

Los hijos de Eustóforo tomaron los más diversos caminos. Forfaisic, el colorín, aprovechó la prodigiosa entonación de su garganta y se dedicó a cantar en los microbuses a cambio de algunas monedas que guardó como un tesoro y vaya si lo fueron, puesto que con ellas costeó su carrera de Odontólogo. Seveneignai estudió con ahínco hasta recibirse de Filósofo, carrera que le permitió conocer casi todos los países del mundo y posicionarse como un renombrado académico. Tenileventuelf, la bella, estudió modelaje y muy pronto su rostro apareció en la portada de las más afamadas publicaciones. Con el dinero que ganó a manos llenas, le compró una mansión a su padre y este, olvidando su origen humilde, cambió su apellido Parra por el más empingorotado De Parra y se hizo cargo de la representación de su hija. Tirzinfourtinfixtin, asqueado por el arribismo de su padre, se dedicó a la política y se abocó con todo su corazón -y apelando a su sincero discurso- a inculcarles a los pobres que lo primordial era la dignidad y que si bien con ella no se comía, les permitiría, más temprano que tarde, abrirse paso por la vida con su testa muy en alto. Sixtinseventineigtin, encastillada junto a su madre, tejía y tejía, cual moderna Penélope y empleaba para ello los más hermosos y complicados puntos, algo que parecía patentar su propia vida, repleta de intrincados nudos y múltiples fobias. Más tarde conoció a su príncipe azul, un contador auditor al cual le tejió un hermoso chaleco y éste, prendado de su arte y de la dulzura de la chica, le pidió matrimonio. Cuando se casaron, el oficial civil sufrió un repentino surmenage al leer los impronunciables nombres de los novios: Xenenpriorgesticuprixios y Sixtinseventineigtin y dicen que después de esa ceremonia se acogió a retiro. Los hijos de la pareja fueron unos inteligentísimos niños, cuya principal virtud fue recitar de corrido y sin equivocarse, los más enrevesados trabalenguas. El benjamín de la familia, el alegre y chispeante Naigtintuentituentiguan aprovechó sus dotes para hacer reír a medio mundo, se hizo famoso ironizando sobre aquellos seres que, como su padre, viven de las apariencias hasta el extremo de olvidarse de su propio origen. Eustóforo De Parra, a la sazón convertido en un exitoso hombre de negocios, enrabiado con las ironías de su hijo, lo desheredó, asunto que muy poco le importó al humorista, simplemente porque, sin poseer una gran fortuna, era feliz con su profesión y con lo que ganaba haciéndole grata la vida a sus semejantes.

¿Qué que pasó con Guantutrí? Pues bien, el muchacho se perfeccionó en el oficio heredado por su padre, de tal forma que muy pronto se transformó en un prestigioso industrial del calzado a nivel internacional. Y como nunca olvidó las malas artes y odiosas mañas de su padre, se juramentó a resarcir a aquellas humildes personas engañadas durante tantos años por su ladino padre, fundando una universidad para los menesterosos, academia que muchos años más tarde pasaría a llamarse Universidad Guantutrí Parra Meneses, crisol en donde se forjarían los más excelsos espíritus y los más brillantes profesionales del país…





















Texto agregado el 05-12-2004, y leído por 301 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-12-2004 La realidad supera la fantasía, por eso tu historia me parece de la vida real. Como siempre magistralmente contada. Saludos. meci
06-12-2004 Pavada de familia, señor Guido, veo, sin dejar de sorprenderme, que usted no se complica demasiado con los nombres de sus hijos. Hijos entre comillas claro. Una prolífica inspiración, la suya. Saludos. guy
06-12-2004 Simplemente magistral, tu imaginación no tiene límites... barrasus
05-12-2004 Menos mal que yo tengo un nombre normalito, jajaja. Un biquiño. Chus
 
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