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Inicio / Cuenteros Locales / perplejo / ¡En sólo 10 semanas!

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Hay una marca de chocolatinas que viene en paquetes de 4. En realidad es sólo una tableta de chocolate, pero está dividida por tres franjas tan delgadas que se puede dividir sin apenas esfuerzo. Por eso Cecilia, 1,70 m. de estatura y 95 kgs. de peso, decidió ofrecer un pedazo a su acompañante de asiento.
 
-No gracias, estoy a dieta, dijo Herminia, 1,65 m y 92 kgs.

-Ah, bueno, pues nada. Llevo comiéndome ya unas cuentas y no le he ofrecido, por eso pensé que...

-Ya, bueno.

-Pues yo también me voy a poner a dieta. Por eso ahora estoy aprovechando, ya sabe. Aunque ahora me empiezo a sentir algo culpable. Y siempre igual. ¿Por qué será que las gordas no aprendemos nunca, eh?. Bueno, o sea, perdone, hablo por mí. Usted perdone.

-Nada.

-Perdone...

-Da igual.

Gorda, mierda, piensa Herminia. Oficialmente gorda. ¿A qué edad empecé a serlo?, ¿Cómo no me di cuenta del proceso?. Herminia y todas las gordas se lo imaginan como algo gradual. Pero no lo es en absoluto, porque de repente se te pegan las grasas como una plaga de ratas que te come viva. Herminia piensa que la culpa la tuvo... Se está poniendo roja, quizás vaya a moquear y como no quiere que la estúpida de la chocolatina la descubra, hace como que está interesada en el paisaje que pasa por la ventanilla del vagón. A saber: paja, pastos, paja, más paja, una casa, cables de alta tensión, más paja, un rebaño, más paja, hierba, flores amarillas, hierba, etc.

-¿Es bonito, verdad?, dice la estúpida.

-¿Cómo?

-El paisaje, digo.

-Sí.

-¿Verdad?, vaya, vaya bonito qué es. Me llamo Cecilia, ¿y usted?

La tal Cecilia le está tendiendo la mano con una sonrisa radiante. Le quedan restos de chocolatina entre los dientes. Y en la mano.

-Herminia.

-¡Vaya!

-¿Qué?

-Es un nombre precioso. Herminia, suena bien, ¿No cree?.

-Oh, bueno. A mí no me gusta, pero es el que me pusieron.

Cecilia ve una oportunidad para ganarse una amiga. Ni una mujer con la autoestima baja, es su lema. Recita las Herminias que conoce y algunas que se inventa, todas bellísimas personas. Le da suaves toquecitos en el hombro y le acaricia el muslo para hacer notar lo que le agradan las Herminias. Sonríe, sonríe con fuerza y pone los ojos en blanco. No para de argumentar a favor de las divinas Herminias, porque, entre otras muchas, muchísimas cosas, le gustan los nombres que empiezan por H por ser la letra más enigmática.

-Incluso más enigmática que la x, ¿No cree?

-Puede ser.

-Huele bien, ¿Qué perfume usa?

-¿Perfume?

-¿Qué perfume usa?

-No me acuerdo.

-¿No?. Ah. ¿Sabe?, yo voy a Barcelona para hacer lo que siempre he querido.

-Eso está bien.

-Quiero ser go-go. Voy a adelgazar en una clínica y me voy a apuntar a clases de baile contemporáneo.

-Contemporáneo.

-Sí, mujer, o sea, moderno. O sea, agarrada a una barra, como esa de la tele. La que casi se mata. Pero bailar con más cuidado, para no romperme la cabeza. ¿Se imagina, romperse la cabeza así, o sea, toda llena de purpurina?

-Sí, ya.

Cecilia está muy animada e inicia un flujo verbal en el que es capaz de asociar cuando la dejó su novio por culpa de unos cólicos con una vez que despertó en urgencias después de una boda y la temporada que pensó que estaba embarazada porque no le bajaba aunque no había perdido la virginidad y muchas cosas más.

El tren llega a su destino, los viajeros recogen sus cosas y una pequeña multitud se agolpa en el andén. Es de noche, ha llovido. Las maletas pesan mucho y es difícil andar deprisa con tacones y el suelo mojado, pero Herminia se esfuerza. Corre todo lo que puede mirando de vez en cuando hacía atrás. Ni rastro, la ha perdido entre la gente. Respira tranquila.

El autobús que se dirige a la clínica de adelgazamiento la está esperando con los faros encendidos y el motor en marcha. La calefacción resulta muy agradable con el frío que hace. Y la estúpida de la chocolatina también está esperando. La saluda desde los asientos del fondo.

-¡Herminia!, ¡Hermiiiiiniaaaaaa!.

-Creo que esa señorita la está llamando, le indica el conductor.

-¡Ehhhhhh!

Herminia no tiene más remedio que sentarse al lado porque Cecilia le ha guardado el sitio poniendo el culo en medio.

-Bueno, pero oye, ¿Cómo no me lo has dicho antes?

-¿Qué?

-¿Qué tú también ibas a la clínica?

-Pues no sé.

-Ya...

-No se me ocurrió.

-Pero si te estuve hablando de que quería adelgazar para ser bailarina y que me iba a una clínica y todo eso. ¿Te da vergüenza?, ¿te hice sentir mal cuando te llame gorda?. ¿Y qué te crees, que a mí me da igual estar así?.

-Pues... no sé.

Cecilia se calla inexplicablemente. Saca una chocolatina del bolso y mira por la ventanilla mientras mastica. Es evidente que está llorando, aunque por una vez, lo hace en silencio. Vuelve a llover y las gotas serpentean en los cristales haciendo más dramática la escena. Herminia siente una mezcla de compasión y alivio. No le gusta que la gente esté triste, pero es que hay gente que triste gana mucho. El silencio dura casi todo el trayecto, interrumpido por la masticación. Casi al llegar, en una estación de servicio, Cecilia se decide a hablar de nuevo.

-Oye, ya sé que soy una pesada, perdona.

-¿Eh?. Bueno, da igual.

-Me has estado escuchando todo el camino aunque no me aguantabas. Yo en esas cosas me fijo, ¿sabes?. Se nota que eres buena persona.

-Pues gracias.

-Mira, necesito hablar mucho. Lo necesito y suele pasarme esto casi siempre.

-¿El qué?

-Esto. Que la gente se calla por compasión y me deja hablar y hablar. Pobre gorda simpática, piensan. Y yo hago de simpática lo mejor que sé. No sé. No tengo derecho a ser borde estando gorda, ¿lo entiendes?. Pero en el fondo no soy simpática porque no le caigo bien a nadie, sólo hablo como una cotorra. Ni soy alegre, ni quiero ser bailarina, ni tengo esperanzas de ser nada. Esperaba que te hiciese gracia lo de ser go-go. La gente se suele reír cuando hago esa clase de chistes. Cómo estabas tan seria...

-Bueno, no seas tan dura contigo.

-¿A ti te pasa algo parecido?

-Yo... Bueno, yo no intento ser simpática. Por lo demás, creo que es algo parecido. Antes era muy habladora pero hace tiempo que estoy antisocial.

-Y sin embargo a mí me has caído mucho mejor que yo misma, y eres más guapa.

-Oye, deja de llorar. Eres muy guapa de cara.

-Estoy harta de que me digan eso.

-Tienes razón, es horrible.

El pudor que se genera tras una confesión provoca que Cecilia y Herminia se eviten en las clases de gimnasia, en el comedor, en la sala de ocio y en las piscinas termales. Las instalaciones de la clínica son lo suficientemente grandes y hay suficientes turnos como para ello. De vez en cuando se espian de reojo, a ver qué tal les va. Está igual de gorda, piensan para sí cada vez que se encontraban los primeros días.

Con el tiempo se empezó a escuchar comentarios acerca del caso milagroso de Cecilia. Las dos primeras semanas había adelgazado diez kilos. Nadie se explicaba como lo había conseguido. Figuraba en el primer puesto en el panel de pérdida de peso, colocado en el comedor como ejemplo para todas. Fue muy aplaudida en la ceremonia del tercer sábado y los psicólogos la tuvieron que cortar el micrófono en el discurso a sus compañeras, que se reían hasta reventar con sus picaronas ocurrencias. A la cuarta semana, su culo había subido, las mejillas dejaban entrever unos altos pómulos, las tetas empezaban a sostenerse y la profesora de aerobic la dejaba al cuidado de la clase para atender alguna visita eventual. Estaba radiante.

Herminia había engordado un par de kilos.

A las cinco semanas Cecilia estaba apunto de alcanzar su peso ideal. Los monitores estaban muy orgullosos de ella y las compañeras le pedían consejos que ella estaba encantada de repartir. Ya sólo le quedaba tonificar esa piel que se había quedado algo fláccida, cosa que no fue muy difícil esforzándose con las mancuernas hasta las siete primeras semanas. A los dos meses y medio, Cecilia consiguió el cuerpo de una atleta amateur y unos investigadores daneses llegaron en vuelo charter para interesarse por su caso.

Herminia ganó cinco kilos más. Pero sobre todo se sintió muy sola ya que no había hecho ni una sola amiga en tanto tiempo.

-Cecilia.

-¡Herminia, querida!, dime...

-Oye, estás estupenda.

-Bueno, gracias. Después de todo a lo mejor puedo llegar a ser bailarina, ¿No?

-Pues puede ser. Desde luego, estás irreconocible.

-Bueno, pues tú no desesperes y continua esforzándote como yo.

-Ya lo hago. Y he engordado más.

-Vaya, pues es cierto. Mira, ¿Sabes cual es mi secreto?

-Di.

-Sonríe, Herminia. Quiérete a ti misma.

-Que me quiera.

-Claro que sí. Y sé más simpática con la gente. Sonríe más, no sé... No me extraña que estés tan gorda con lo huraña que eres. Todavía me acuerdo de cómo me quisiste dar esquinazo cuando vinimos en tren...

-Ah, ya veo. Veo que me la estabas guardando.

-No, no, no. Yo no soy rencorosa, Herminia, que la amargura engorda, como dice la psicóloga. ¿Amigas, vale? O sea, llámame cuando quieras, ¿eh?

-Sí, sí...

-Bueno, pues ya hablamos.

Herminia se pasó toda la noche llorando como una adolescente despechada. Al día siguiente se dio de baja en el programa de adelgazamiento y reservó un billete para esa misma noche. El abrigo, las maletas, un taxi, a Madrid, clase preferente, despegue. Sí, y allí, a muchos pies de altitud estaba Cecilia luchando con unas azafatas por acercarse a Herminia, con la máscara de pestañas chorreándole por las mejillas. Sin ti no soy nadie, decía gritando como una loca. Y también decía cosas como espérame cerda, no te vayas. Das asco, gorda. Asco. Estaré detrás de ti toda tu puta vida, ¿Me oyes?. Me vas a ver bailar mientras tú te hundes, ¡Cerda! y muchas cosas más.

Herminia se sentía violenta pero en el fondo complacida con la ruina espiritual de su amiga a la cual ya se la llevaban a rastras. Jamás había sentido los kilos tan ligeros como allá arriba, entre las nubes. Qué paz, aunque todavía se escuchaba algún exabrupto desde la lejanía de la segunda clase. No importa, ya la darán un sedante. Cuidado al bailar, no te rompas la cabeza, querida, suspira Herminia.

Texto agregado el 07-12-2004, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-06-2005 Una nueva versión de vampirismo psíquico... Selkis
 
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