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No había nadie cerca, por eso me sorprendió aquella voz. Miré a un lado y a otro para confirmar lo que ya sabía –que no había nadie- y acto seguido me froté los ojos, en un gesto mecánico e inútil, puesto que no había sido una visión extraña sino una voz la que me estaba haciendo dudar de la percepción de mis sentidos.

Estaba en una pequeña iglesia, ejerciendo de turista en una escapada de esas que solíamos hacer de tanto en tanto mi esposa y yo, huyendo de la rutina diaria y buscando aquella intimidad perdida de cuando éramos novios y todavía no teníamos hijos. Mi mujer había ido a hacer unas compras y yo la esperaba en aquella iglesia, haciendo fotos, que desde que tengo cámara digital me he vuelto un fotógrafo compulsivo, buscando siempre imágenes que luego se morirán de aburrimiento en el disco duro de mi pc. La iglesia estaba muy oscura, así que pocas imágenes podría tomar. Aun así, fui dando un lento paseo para hacer tiempo mientras esperaba y buscando con ojo atento aquel detalle que captar con la cámara.

Lo encontré a los pocos minutos. En un rincón había un cepillo, algo lógico en toda iglesia, ya sé, pero lo curioso de este cepillo –alto, muy grande, de madera oscura- era que tenía un cartel en el que se podía leer “Almas”. Tuve que contener una sonrisa, porque parecía querer decir que aquello era una especie de contenedor rústico de almas, como si uno pudiera dejar allí la suya, quizá para que se la guardasen ante tanto pecado suelto como hay por el mundo. Hice mi foto y llevado quizá por un sentimiento de correspondencia, de pagar el haber hecho la foto, dejé caer unas monedas en el cepillo.

Y fue entonces cuando oí la voz.

“¿Estás buscando tu alma, hijo?”
Era una voz de hombre mayor. Me giré pensando en que sería alguna ancianito de esos que son habituales al lugar. Pero no había nadie. Como ya dije antes, miré y miré, pero seguía solo. Y ya saben, me dio por frotarme los ojos, ya ven qué cosas. Ahora debería decir aquello de que pensé algo así a “Seguro que son imaginaciones mías”, o “Creo que necesito descansar, estoy oyendo voces” o irme por el lado alarmista confesándome que “¡Dios mío, me estoy volviendo loco!”. Pero la verdad es que no pensé nada. Ni tan siquiera me encogí de hombros. Simpemente, tras frotarme los ojos, miré la pantalla de mi cámara. Otra imagen para mi colección. Había quedado un poco oscura, pero así le daba un aspecto misterioso. Tanto mejor.

Varié mi posición unos pasos para realizar otra toma cuando la volví a oír.

“Nadie puede vivir a espaldas de su alma”.

Joder, que bote dí. Empecé a preocuparme. Esta vez estaba bien convencido. Alguien estaba hablando. Pero... ¿dónde estaba? ¿De donde salía esa voz? Aquí sí me dio por pensar y creí estar siendo objeto de una broma, así que busqué alrededor del cepillo para ver si había un altavoz o algo así. Fíjense que uno cree estar pensando de forma racional y se le ocurren los mayores disparates. ¿Quién puñetas va a colocar un altavoz al lado de un cepillo en una pequeña iglesia de una ciudad lejana? Lógicamente, no encontré nada. Ni altavoz ni artilugio similar que justificara que yo oyera esa voz. Y, claro, comencé a ponerme nervioso.

Eché un vistazo dentro del cepillo, por la ancha ranura que había justo bajo el cartel “Almas”. No se veía nada. Se me ocurrió hacer una foto con mi cámara dentro del cepillo: quizá el flash captara algo. Apoyé la cámara y disparé. Enseguida miré la pantallita para ver qué salía. Y ahí sí, ahí me acojoné.

De forma brumosa, muy borrosa, apareció en la pantalla de mi cámara la imagen de un rostro, un anciano que miraba con ojos acuosos. Retrocedí unos pasos tropezando con un banco que había a mi espalda. Nuevamente la paranoia me asaltó y busqué por todos los lados las pruebas de que estaba siendo objeto de una broma. Creo que hubiera dado lo que fuera para que apareciera alguien de repente con una cámara gritando divertido que todo esto era una broma para un programa de televisón.

Pero no había nadie más que yo. Y esa imagen... eso... lo que fuera que estaba allí dentro. Ahora sí, ahora creí alucinar.

“Yo puedo ayudarte. Puedo explicártelo todo. No tengas miedo.”

¿¡Cómo no iba a tener miedo, joder!? Aún me cuesta creer que venciera el natural impulso de salir corriendo de allí y me acercara al cepillo.

“Yo soy sólo un alma pecadora, hijo, no debes tener miedo de mí. Al morir, si nadie vela por nuestra alma, si nadie ha depositado ninguna moneda por nosotros, los pecadores hemos de purgarnos aquí. Yo morí solo en este mundo, así que ahora debo estar aquí hasta que mi alma impía pueda seguir su viaje.”

Recuerdo que pensé: “Esto no me puede estar sucediendo a mí, esto no es posible, me ha debido sentar mal algo del desayuno, debo dormir más, esto es el estrés que me sale ahora de esta forma, estoy alucinando, seguro, pero fijo, joder, sí que tarda mi mujer en llegar, joder, joder, joder...” Aun así, pregunté a aquella voz:

-Y... ¿qué...? Bueno, ¿qué quieres? ¿Qué quieres de mí?
-Hijo, no se trata de lo que yo quiero, se trata de que puedo ayudarte. Si me dejas, claro...
-¿A... ayudarme... ayudarme a mí? Pero... yo... no sé... ¿en qué me puede ayudar?
-Puedo acompañarte en tu vida cotidiana para darte consejos y mi ayuda espiritual. Tu alma está dormida, es lógico, hijo, yo también era así cuando era joven como tú. Puedo orientarte y conseguir que conectes con tu lado espiritual. Tu vida ganará en brillo, en esperanza, en ilusión...No necesito más que un día y yo podré ganarme mi paraíso, ese descanso que tanto necesito.
-Pero si yo estoy bien, estoy de vacaciones, en serio, no necesito nada... yo... yo le prometo que iré más a misa, ya verá, que mi alma será más buena, se lo juro, señor... –estaba nerviosísimo, ese... bueno, ese fantasma parecía que quería meterse en mí, en mi cuerpo, y me estaba cagando de miedo.
-No temas, hijo, no sentirás ningún dolor y todo será dicha. Confía en mí.

De pronto, sentí como una corriente de aire que me despeinaba, obligándome a cerrar los ojos. Me senté en un banco abrumado y permanecí en silencio unos instantes.

La voz cesó. Me palpé como buscando alguna herida o señal pero no noté nada. Me estremecí al ver la imagen del viejo en mi cámara. Como si fuera un acto reflejo, realicé rápidamente otro foto al interior del cepillo. Tras parpadear unos instantes, apareció la foto. No había nada. El brillo de alguna moneda. Pero ni rastro del anciano. Visioné la imagen anterior y allí seguía el viejo. ¿Qué significaba todo esto?

“Aaahhh... como echaba de menos sentir un cuerpo...”

¡Coño! ¡La voz de nuevo! Aunque... la sentía distinta esta vez...
-¿Dón... dónde está? –pregunté al aire.
-Dentro de ti, ¿no me sientes? Ahora me oirás así, como se oye un pensamiento. Y para dirigirte a mí tampoco necesitarás hablar, tan sólo pensar lo que quieres decirme.

Dí un respingo y me toqué el pecho, alarmado. ¿Qué significa eso de dentro de mí? ¡Ay, ay, ay! Con lo aprensivo que soy yo sólo me faltaba esto, joder, ¿un alma dentro?

-No te apures, confía en mí. Todo irá bien, ya verás.

En ese instante entró mi mujer en la iglesia. Llevaba varias bolsas. Se me acercó y dándome un fugaz beso en la mejilla, me dijo:
-¡Buff! Perdona el retraso, pero es que ya sabes que si no llevo nada a mis hermanas, a mi madre y a los niños luego se me quejan. Así ya tenemos las compras hechas. ¿Y tú qué? ¿Has hecho muchas fotos?

Dentro de mí oí la voz: “Oye, tu mujer es muy guapa, ¿eh?”. Debí sobresaltarme porque mi esposa me miró algo extrañada.
-¿Estás bien?
-Sss... sí, sí, o eso creo... Bueno, vámonos a comer, anda.

Durante la comida mi esposa –perdonen que no haya hecho las presentaciones, se llama Laura, yo me llamo Manuel- me estuvo comentando y mostrando las compras realizadas, mientras ensalzaba las delicias de la comida del restaurante. Yo confieso que estuve un tanto callado, ensimismado, sin explicarle nada de lo que me había sucedido por temor a que me tomase por loco y, al mismo tiempo, deseando decírselo para que me tranquilizara, para que me respondiera que era todo una alucinación mía. Por paradójico que parezca, estaba deseando oír que tenía algún problema mental antes que tener que admitir que tenía un alma de un viejo dentro de mí. Por fortuna, la voz no había hecho acto de aparición desde que salimos de la iglesia, y eso me llevó a pensar que quizá se había quedado todo allí, entre las paredes de aquel pequeño y oscuro templo.

Tras la comida, fuimos al hotel a dejar los regalos y aproveché para tumbarme un poco. A mi lado mi mujer estaba de pie, colocándo los paquetes en la maleta. De pronto, volvió la voz.
“Tócale el culo. Míralo, lo tienes al alcance de tu mano. Anda, tócale el culo a tu mujer”.
-¿¿Qué?? –se me escapó.
-¿Decías algo, cariño? –contestó mi mujer sin girarse.
-Eeeh.. nada, nada, cielo. Me ha dado una tos...

“Recuerda que no necesitas hablar para comunicarte conmigo, hijo. Van a pensar que estás loco, y no es eso. Anda, mira que culito tiene tu mujer, hazme caso, tócaselo.”

“Pero... ¿qué dice, hombre?

“¡Que se lo toqueeees!”

Dubitativo, estiré la mano y la posé sobre el trasero de Laura. Esta me miró por encima del hombro.
-¿Tengo algo ahí? –dijo sacudiéndose con una mano.

“Pero hombreeeee” dijo la voz, “tócaselo con más ganas, que no muerde. Venga, vengaaa”

Como impulsado por un resorte, mi mano se posó otra vez en el culo de mi esposa, esta vez apretando.

-¿Se puede saber qué haces, Manuel? –me dijo entre extrañada y divertida.
-Pues... eeh... tocarte el culo, ya ves.

Se giró y con los brazos en jarra me miró un tanto extrañada.
-¡Eso ya lo veo! Te noto un poco extraño, la verdad...

“Vamos, ponte de pie y agárrala por la cintura.”

Obedecí como un corderito, un tanto aturdido. Laura apoyó sus manos sobre mi pecho y me miraba como queriendo adivinar qué pasaba por mi mente.

“Ahora dile esto: Quiero follarte.”
“¿¿Queeé?? ¿Estás loco o qué? ¡Yo no soy de ir diciendo por ahí esas cosas!”
“Hazme caso, ¡díselo! Dile Quiero follarte. ¡Venga, coño!”

Carraspee un poco y mirandola a los ojos, se lo solté:
-Laura... esto... Quiero follarte.

Laura abrió los ojos como platos. Su boca se desencajó en un claro gesto de sorpresa.

-¿¿¿Queeeeé???

“Dile: Ahora. Y ponle las manos en el culo acercándola a ti.”

Obedecí. Laura alucinaba.
-Manolo, esto no es... no es propio de ti...

“Ahora bésala. ¡Y con lengua! Venga, machote.”

No sé muy bien cómo pero al instante me ví metiendole la lengua a mi mujer hasta la garganta. Ella se quedó de piedra, pero en seguida comenzó a relajarse y a dejarse llevar.

-Manolo... –dijo entre suspiros- cómo estás hoy...

Seguí las instrucciones del viejo hasta el punto que entré en una especie de trance sexual. Siendo sincero, creo que aquella vez tuve el polvo más glorioso que recordaba desde hacía años. Ya descansando en la cama, dejé que mi mujer dormitara mientras yo aprovechaba para darme una ducha. Allí, tapado por el ruido del agua caer, pude hablar con tranquilidad.

-¿Esta es tu forma de ayudar a mi alma?
-¿Qué pasa? –contestó la voz- ¿Acaso no te lo has pasado bien? Je, je, je...
-Sí, eso sí, desde luego... –y se me escapó una sonrisa- pero... por cierto: ¿qué pecados cometiste tú?
-Bueno, eso no te lo había dicho... jijiji... La verdad es que yo fui un poco... libertino, ya me entiendes.... jijiji
-La leche... ¿quieres decir que ha entrado dentro de mí el alma de un viejo verde?
-Eh, cuidado, joven, que el alma es inmortal, así que yo ahora de viejo nada. De hecho ahora tengo tu cuerpo, recuerda...
-¿Tú sientes algo mientras yo lo estoy... haciendo?
-¿Qué si siento? ¡Jajjaja! ¡Y tanto que lo siento! ¡Todo, todito, todo!
-Mierda... pues no me haces sentir cómodo... es como si alguien me estuviera espiando...
-Bah, bah, bah... Anda, anda, no exageres, que te he visto pasarlo muy bien, ¡no te quejes tanto!
-¿Y tú vas a conseguir el cielo así?
-Vamos a ver, chaval, te dije que te ayudaría y lo estoy haciendo, ¿no? ¿Sois un matrimonio casado por los sacramentos?
-Sí, claro...
-Entonces, ¿hago mal en animar... vuestra vida marital?
-No, visto así, no...
-¿Y a que hacía mucho tiempo que no os echábais un polvo así, eh?
-¡Oye!
-Nada, nada, tranquiiiilo. Eso le pasa a todo el mundo, hombre, que la rutina es muy mala. Tú relájate y disfruta. Y seguro que tu mujer está radiante, ya verás. ¡Con lo buena que está...!
-¡Eh, que es mi esposa!
-Tranquilo, muchachote, que no te la voy a quitar... Anda, sal ya que tu mujercita está picando a la puerta.



Laura me había oido pero disimulé diciendo que estaba tarareando algo bajo la ducha. Salimos a dar un paseo y la verdad es que sí, tenía razón: estaba radiante. Quién sabe, igual todo este ataque de locura mío serviría para algo. Quizá no era más que mi subconsciente que me empujaba a revitalizar la relación con mi esposa, un tanto adormecida por las presiones de la vida cotidiana. En todo caso, estábamos los dos contentos, como embriagados. Aunque yo aún tenía la mosca detrás de la oreja. Qué quieren que les diga, resulta extraño tener dentro el alma de un viejo salido.



Nos pasamos la tarde recorriendo las calles de aquella que iba a ser nuestra ciudad por unos días. Para cenar elegimos buscar cualquier restaurante pequeño que estuviera en el casco antiguo. Nos apetecía la intimidad que dan esos callejones a veces oscuros, a veces eternamente húmedos. Y la voz del viejo no me volvió a molestar en toda la tarde.

Hasta después de la cena.

Habíamos salido del restaurante y paseábamos sin rumbo por los callejones. En uno de ellos mi mujer me tiró de la mano y me señaló el nombre de la calle: Calle del Beso.
-¡No podemos irnos de aquí sin darnos un beso! ¡Es obligatorio, eh! –exclamó mi mujer divertida.

Sonreí complacido y nos dimos un suave y prolongado beso.

“Aprovecha ahora y métele mano, venga.”

Joder con el viejo verde. “¿Pero no ves que estamos en plena calle?”, le respondí yo.

“No pasa nadie, y esa es la gracia, que estás en la calle, soso. Vamos, ¡métele mano!”

Nuevamente un resorte que me daba la sensación de no controlar yo, hizo que mis manos comenzaran a recorrer el cuerpo de mi Laura. Ella me sonrió divertida.
-No seas chico malo, cariño, que estamos en la calle... –decía entre nerviosa y excitada.

“Tú sigue. Sin miedo, chaval.”

A partir de cierto momento no recuerdo si era yo quien se dejó llevar por el frenesí, o si era yo dominado por las instrucciones del viejo. Recuerdo, eso sí, cómo suavemente pero con firmeza, puse de cara a la pared a mi mujer. Cómo le subí la falda, le bajé las braguitas y metí mi cabeza entre sus nalgas, buscando con mi boca su sexo. Ella que protestaba débilmente acabó dejándose hacer. Así que me vi a mi mismo protagonista de lo que antes hubiera calificado de escena porno. Porque totalmente exitado como nunca antes, saqué mi pene y comencé a acariciarle su sexo. A esas alturas ya habíamos perdido toda compostura y el miedo natural a ser pillados in fraganti. Laura arqueó la espalda y me dejó entrar. La penetré allí mismo, teniendo que morderme los labios para no dejar escapar los gritos de placer que se me agolpaban en la garganta.

Con la ropa desordenada, acalorados, un tanto avergonzados de habernos comportado como dos desaforados amantes, estuvimos paseando sin apenas cruzar palabra. Sonreíamos satisfechos, llenos de placer, de excitación, turbados por tanta efusión y contentos, muy contentos. En un momento determinado, vimos cómo un taxi dejaba a un cliente y, sin decir nada, lo tomamos para dirigirnos al hotel. En el trayecto del taxi, disimulando con ayuda de su bolso, cogí la mano de mi mujer y la coloqué en mi bragueta, mientras silbaba algo y miraba distraido por la ventanilla. Ella me siguió el juego y, en una ocasión que la miré, la vi con una expresión de felicidad y noté como una nube densa de electricidad entre ambos que hacía muchísimo que no sentíamos.


Esa noche fue gloriosa, como se puede adivinar. Ya de madrugada dormimos y, poco después, me levanté para ducharme, dispuesto a comenzar el día, preso de esa vitalidad que te da una noche así, a pesar del poco sueño. Como Laura es más de dormir que yo, le dejé una nota explicándole que iba a la cafetería a desyunar. Tenía un hambre de mil demonios y unas ganas locas por tomarme un buen café. Mientras daba cuenta de mi desayuno, la voz hizo acto de aparición. Hice acopio de toda mi capacidad de disimulo para que no se me escapara ninguna palabra en voz alta y poder hablar así con aquel viejo que más parecía demonio que alma en pena.

“¿Qué, muchacho? ¿Te estoy ayudando o no? ¿Ves como tenías que confiar en mí? Jejejeje.”

“Sí, gracias, pero... a todo esto... Me dijiste que ibas a estar sólo un día, ¿verdad?

“Sí, tranquilo. Dentro de unas horas, cuando se cumpla el día, vuelve a la iglesia y allí nos separaremos, no te preocupes.”

“¿Y te habrás ganado tu cielo?”

“¡Y tanto! Pero antes, para asegurarnos, hagamos un último esfuerzo, ¿eh?”

Sonreír para mis adentros porque ya me suponía qué quería decir con eso de un último esfuerzo. Volví a la habitación y allí seguía Laura, dormida plácidamente. Me oyó entrar y balbució algo, aunque no llegó a despertarse. Yo esta vez no opuse resistencia a la voz del viejo y me dejé llevar. Retiré la sábana que cubría a mi esposa y la sola contemplación de su cuerpo me hizo vibrar. La deseaba como nunca, como si cada poro de su piel fuera lo más excitante de este planeta. Así que no tardé ni un instante en sumergirme en su piel. Procurando realizar movimientos muy suaves, la giré hasta dejarla boca arriba y comencé a lamer su sexo. En esos momentos, era el manjar más delicioso que se puedira tomar, así que me recreé con deleite, saboreándola despacio, mientras que ella se iba despertando dejando escapar suaves gemidos. Poco a poco se iba humedeciendo y, de pronto, me cogió la cabeza entre sus manos y, sentándose en la cama, me besó. Sin decir nada comenzó a quitarme la ropa. Me echó sobre la cama boca arriba y, para mi sopresa, se colocó ella encima, con mi sexo en su boca y el suyo en la mía. Fuimos despacio, poco a poco, deseando que se prolongara el momento del orgasmo. Si he de ser sincero, hubo un momento en que pensé en que no quería hacer otra cosa en esta vida, darnos placer mútuamente, sin importar nada más. Cuando yo estaba a punto de correrme, ella se sentó a mi lado y, mirándome a los ojos, continuó la felación. Le avisé que ya, que ya estaba a punto, ella sonrió, cerró los ojos y siguió hasta el final. No sé si alguna vez alguien ha amado tanto a alguien, pero permítanme dudarlo. En todo caso, más que yo a Laura en aquellos instantes seguro que no, imposible.


Convencí a Laura que tenía que volver a la pequeña iglesia porque quería repetir una foto. La llevé hasta la terraza de un bar, situado en una plaza cercana y la dejé allí, con la excusa de sería tan sólo un momento, que ella comiera porque le haría falta. Ella aceptó sumisa y feliz y yo me fui como un cohete a la iglesia. No quería que mi mujer estuviera presente en el momento de desprenderme de mi alma prestada, ya que no sabía bien qué pasaría. Cuando entré en la iglesia vi a varias personas sentadas diseminadas por los bancos de la iglesia. La voz me tranquilizó, que hubiera testigos no supondría ningún problema. Pero en el cepillo había una anciana que parecía rezar, así que me senté en el banco a esperando que acabara pronto, que quería volver rápido con mi Laura.

Para disimular, agaché un poco la cabeza como si estuviera rezando y, con mis manos en el regazo, me dispuse a despedirme del anciano.

“Bueno, ha llegado el momento de despedirse”, pensé yo.

“Sí, hijo, sí... Ahora podré conseguir mi recompensa.”

“¿Con un solo día conseguirás tu cielo?”

“¿No me negarás que ha sido un día intenso, eh? Jejejeje”

Disimulé una sonrisa. No, desde luego que no podía negarlo.

“¿Qué sucederá? ¿Qué pasará ahora? ¿Tengo que hacer algo?”, pregunté yo.

“Nada, déjalo en mis manos. Tú mantente sentado y relajado. Yo me encargo de todo.”

Respiré hondo y miré mis manos en actitud reflexiva. De pronto, mi mano derecha se dirigió a mi bragueta. Ante mi estupor, bajó la cremallera y, con ayuda de la mano izquierda, sacó el pene y comenzó a masturbarme. Bueno, quiero decir... Dios, mío... fue horrible... No podía mover ni un solo músculo, ¡no podía hacer nada! El maldito viejo me dominaba. Era espantoso ver como me estaba masturbando allí, en una iglesia y no poder evitarlo... Dominado por el horror abrí los ojos desmesuradamente, palidecí, comencé a sudar copiosamente... Y en eso la vieja se dio la vuelta... Dios... Lanzó un grito, y con el terror esculpido en su cara, se desmayó. Alertados por los ruidos, la gente que estaba por la iglesia se giró para mirarme. Vi al cura caminando hacia mí. Y yo comencé a llorar, mientras seguía cascándomela... Cuando el cura llegó a mi altura, vio a la vieja desmayada, me miró y... Presa de la furia se puso rojísimo y comenzó a vociferar:

-¡Degenerado! ¡Miserable! Guarro! ¡Salga de aquí, pervertido! ¡Pecador...!

Justo en ese instante noté una fuerte brisa que me obligó a cerrar los ojos. La voz del cura perdió intensidad, creí desmayarme. Estuve unos intantes que no supe bien si había perdido el conocimiento. Oí de fondo la risa del viejo, que se alejaba soltando burlas al cura y a mí, el grito airado del cura, las lamentaciones de la anciana que comenzaba a despertarse... No me atrevía a abrir los ojos, sólo quería huir, huir...

Pero claro, tarde o temprano tenía que abrir los ojos.

Y ahí empezó mi verdadero horror. Todo era oscuridad. Tardé un buen rato en darme cuenta de qué había pasado. Mierda... mi Laura...

Desde entonces no he tenido mucha suerte, la verdad. La mayoría de los que dejan monedas son mujeres, y, aunque podría, no me interesa ocupar sus cuerpos. Y hombres bien pocos, la verdad. Hay uno que todos los días echa alguna moneda, pero es bastante mayor que yo y tiene pinta de ser gay (y sólo me falta eso, que me den por ahí). De vez en cuando algún ancianito y algún chiquillo, pero hombres de mi edad, sobre la treintena, ninguno. ¿Qué le pasa a la juventud de este país, eh? ¿Que no sienten la llamada de la Iglesia?¿Es que no les importa su alma? ¡Vamos, si es sólo una moneda! ¡Ay, esta juventud de nuestros días, tan poco dada a la fe! Vaya mierda de época me ha tocado vivir, tan materialista ella... ¡Porca miseria!




Texto agregado el 09-12-2004, y leído por 2877 visitantes. (29 votos)


Lectores Opinan
21-08-2011 Jo, yo también quiero que un viejo verde se meta en el cuerpo de mi marido... Me hiciste reír, sobretodo a medida que avanzaba la historia... nomegustanlosapodos
25-02-2009 Excelente no puedo parar de reirme!!! libido
24-02-2009 jijiji. Muy bueno, sí Aristidemo
01-02-2009 Más que comentarios requerirìa homenajes. Por deicr lo menos es maravilloso y divertido, es imposible dejar de leerlo. Pero también es de una estructura cuentìstica clàsica y perfecta con un lenguaje directo y sin sobras de ningún tipo. A pesar de que el giro comienza en "Yo soy sólo un alma pecadora,..." antes de eso el cuento mantiene la tensión. Lo mejor es que tiene el segundo aire con más fuerza ("Dentro de ti,..") y entonces viene una ráfaga de momentos cumbre en creciendo que nos dan la ilusión de que terminará pero aparece un final -al menos para mi- totalmente inesperado, y para el personaje, bueno, pues lo peor que le pudo haber pasado, de esta manera el que disfruta freneticamente al extremo, al final del día es el peor pobre diablo sobre la tierra. "La caida del hombre..." quizà. Y espera la llegada de otro para dar esa horrenda estafeta. Lo peor: el tipo era un anciano, debemos suponer que pasaran años para que encuentre a un alma caritativa que quiera tomar la estafeta. Una historia de humor, maldición, amor, etc. Excelente. (Yo tambièn al principio me imaginè que el cepillo era una especie de bote promocional). -------------- Tiene dos momentos donde creo que la sintaxis falla. 1) "...yo la esperaba en aquella iglesia, haciendo fotos, que desde que tengo cámara digital me he vuelto un fotógrafo compulsivo,..." (Se encuentra disociado el objeto del complemento). 2) 'Ahora debería decir aquello de que pensé algo así a “Seguro que son imaginaciones mías”,' Pero ni estoy seguro y es lo de menos. meaney
10-09-2008 Excelente, tiene buen ritmo, se lee con facilidad y es sumamente original. Y no ví venir el final. 5* más que merecidas. el-tabano
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