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Hace mucho, mucho tiempo, en un país muy lejano, vivía un príncipe, o al menos vivió, pues en el tiempo en que se sitúa esta historia el príncipe ya había muerto; y en el reino cundió una gran pena, pues todos los ciudadanos decían que sin duda habría sido un buen rey.

Desde que nació el príncipe fue tratado conforme a su destino, de tal modo que se hizo llamar a la mejor niñera del reino, para que en sus primeros meses no adquiriera malos hábitos que luego resultaran difíciles de eliminar. Asimismo se llamaron a los mejores maestros, no sólo del reino, sino también de los adyacentes, para que lo educaran en palacio durante sus primeros años de vida. En este tiempo, por la mañana estudiaba en la torre más aislada del castillo, para no ser distraído, matemáticas, lenguaje, expresión y ciencias. A menudo se le servía la comida en la propia torre, para poder empezar lo antes posible con los ejercicios físicos de la tarde, en los cuáles era instruido por los mejores entrenadores de la guerra, los mismos que adiestraban a los principales caballeros.

Y así transcurrieron sus primeros años hasta que en el duodécimo cumpleaños del príncipe, el rey se reunió con él, y le hizo saber la importancia del papel que, por nacimiento, como primogénito, le correspondería realizar en un futuro y para el cuál debía estar preparado. A pesar de su juventud, el príncipe entendió la responsabilidad que se le exigía y desde aquel momento, adueñándose de su destino, endureció por su propia cuenta aún más la formación que hasta ese momento había recibido. Decidió ir a estudiar a la Universidad más prestigiosa que existía en el mundo conocido, famosa tanto por las calidades de sus enseñanzas como por su disciplina espartana. A los 21 años volvió el príncipe a su reino, mucho más enjuto, con un aire algo enfermizo, pero con una gran cantidad de conocimientos. Preocupados por su fortaleza física, o aún mejor, por la ausencia de la misma, tan importante para ser una gran rey, el padre del príncipe decidió enviarlo a comandar ejércitos en una guerra que en aquel momento mantenía un reino aliado con un enemigo común, lo cuál de camino resolvía las exigencias de participación planteadas por el reino amigo.

Diez años después volvió el príncipe con los conocimientos adquiridos en la universidad y con un cuerpo mucho más desarrollado, aunque plagado de cicatrices. El rey decidió que lo único que entonces le faltaba a su hijo para completar su formación era adquirir sabiduría, así que lo envió a las montañas del norte donde habitaban los anacoretas que guardaban la sabiduría del reino, y allí moró por otros diez años, durante los cuáles vivió en el más absoluto aislamiento y recogimiento, entregado por completo a la contemplación y a la reflexión.

De vuelta a palacio, con 41 años de edad, el príncipe se encontraba por fin en plena disposición para suceder a su padre cuando fuera necesario. Sin embargo, el rey aún mostraba una esplendorosa fortaleza, y la sucesión comenzó a demorarse. Ausente de palacio durante tanto tiempo, y enfocada toda su educación al reinado, el príncipe no encontraba nada que le dejara satisfecho en palacio ni en sus alrededores, nada que hacer salvo pensar en esa sucesión que no se producía.

Así fue pasando el tiempo lentamente hasta que el príncipe cumplió los 60 años, y precisamente en su cumpleaños, y de un modo silencioso, mientras dormía, le sobrevino la muerte. Los médicos de palacio fueron incapaces de identificar la causa, al contrario de lo que sucedió con su padre, el rey, quién una semana más tarde, y llevado por una terrible pena a juicio de los propios médicos, también sucumbió a manos de la muerte.

El pueblo lloró amargamente las dos perdidas, llenando los días siguientes de actos en su honor y de estatuas con sus efigies las plazas de los pueblos. Sin embargo, decapitado el reino, se hacía necesario buscar un rey, y todas las miradas se volvieron hacía el segundo hijo del rey, en quién nadie había pensado como posible sucesor de su padre. Por ello, su educación había sido descuidada, rodeado de amigos en su infancia, de amantes en su adolescencia, repartiendo en su madurez el tiempo entre las distintas residencias de vacaciones de sus padres, casado con la considerada mujer más bella del reino, disfrutando de numerosas cacerías y todos los placeres hasta la época conocidos.

El príncipe reinó, y hubo incluso quienes dijeron que no lo hizo tan mal.

Texto agregado el 25-10-2002, y leído por 391 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 bueno, esas son las cosas impensables... KAReLI
20-02-2005 humm me has recordado al principe Carlos de inglaterra, ajjaja.. bueno ese disfrutar de ciertos placeres, si que está disfrutando, jajajja... me ha gustado mucho, te estrello, bueno te estrelleo, ajajajaja...juer no se como decirlo... Un susurro. susurros
 
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