Cada cosa empieza para terminar alguna vez y por cada final un nuevo comienzo que nos devuelve la sonrisa.
La columna de hoy es más bien una despedida, ya no habrá lunes difíciles por estos lados, sino un lunes niño, agazapado en la espera de una semana bonita. Vendrá este día de la mano de mi amigo Pedro (Carloel22) y, acaso, de la mano de muchos más que nos traerán el asombro como supieron hacerlo mis invitados, a los cuales agradezco.
Me regalaron una flor de papel plateado en la noche del sábado, un pimpollo de rosa a punto de abrir, también una bailarina que fue princesa y, según dijeron, le cuenta secretos a los ángeles. Pero les hablaré de la flor abriéndose al guardarla en el bolso y, más tarde, al sacarla, la flor milagrosamente cerrada, como si una mano extraña hubiera tocado cada pétalo de la misma manera que el tiempo lo hace con todo.
Un abrir y cerrar de flores, ojos, manos, brazos. Un constante encuentro y desencuentro. Un llegar para tener que irse, o viceversa. Eso es la vida.
Ciclos como el de esa flor que he vuelto a abrir aferrada al deseo de quebrar ciertas certezas, una forma de creer que las horas no pasan, para ella, tan rápido.
Este lapso de lunes ha sido bueno, nos hemos mostrado más, ustedes al comentar, yo al escribir. Conocí que cada uno tiene un pequeño espejo en el cual se refleja el otro; quién sabe, por ahí ese es el punto en que las islas se unen y quedan un poco menos solas, “un poco menos sombra” como dice Ovich.
Me voy de los lunes con sonrisa nostálgica, esta clase de decisiones suele traer eso, y muy agradecida con todos.
Ha sido un placer.

Melina.