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BRIGADA ANTINARCÓTICOS


- CAPÍTULO I -
La trampa maldita


Llega la hora de irse a casa. No tienes vehículo, y ya no hay locomoción. Es una noche fría y lluviosa, con calles de espejos y reflejos borrosos de cosas de la noche. Tienes que irte a casa pronto. Te despides de tus amigos que estaban en la pequeña reunión. Todos viven cerca, y tu eres el único que vive al otro lado de la ciudad. Te pones el abrigo, introduces las manos en los bolsillos y te acomodas el cuello para no sentir frío. Empiezas tu recorrido con un leve trote, y no te das cuenta y tropiezas con un duro montículo de piedras que no sabes por qué demonios está ahí. Caes al suelo como un saco de papas, y te mojas en un sucio charco de agua. Te incorporas rápidamente, pero de nada te sirve, pues todo tu abrigo está empapado, y la lluvia no hace más que fastidiarte. Empiezas a lanzar palabrotas al aire en señal de descontento, dirigidas a un culpable ser que crees que existe en medio de la noche y que te está escuchando. Comienzas nuevamente a caminar, pero más rápido que antes. De súbito escuchas tu nombre en el fondo de la calle, por donde ya pasaste, y de das vuelta de un golpe, sorprendido. Nadie a la vista. Quedas mirando un momento, con extrañeza, el fondo de la calle que es una bajada. De nuevo piensas maldiciones pero no las dices en voz alta. Prosigues tu camino, por que sabes que el tiempo apremia, y es muy tarde, y la fama del lugar que estas pisando no es muy buena. Con más rapidez sigues, hasta que se te cruza una punta de diamante en la avenida. El camino se divide. No sabes cuál tomar; creíste que sabías el camino, pero ahora te encuentras con un tremendo obstáculo. Miras por el camino pavimentado y oscuro de la izquierda, y no puedes distinguir lo que ves. Tu rostro da vuelta y tus ojos se enfocan al camino de la derecha. Mucha iluminación y con mucha gente que todavía está en las calles, fumando y conversando en las aceras. El camino es de tierra, y con la lluvia, más bien parece un río de fango. Retrocedes un poco respondiendo a tu desconfianza. Das vuelta y miras de nuevo el fondo de la avenida por la que venías. No tardas en decidir que no es conveniente regresar, por alguna razón no lo quieres hacer. Así que te inclinas por el camino de la derecha. Comienzas a caminar, el camino que elegiste no es de tu agrado. Es una pendiente no muy inclinada, un poco más que la avenida en que caíste de bruces al suelo. A medida que avanzas, no te atreves a mirar a las personas que te observan al pasar. Todas ellas te miran fijamente y murmuran entre ellas. Estas personas no te producen seguridad, como creíste antes de elegir por dónde ir. Levantas la cabeza y fijas la vista en el final del camino. Te desesperas al ver a un hombre maltratando a una mujer que supones que es su esposa o su conviviente, en medio del camino. Sigues avanzando por que crees que está muy lejos aquel panorama, y por que crees también que cada quién con su drama. Sigues avanzando y te vuelves a aterrorizar cuando ves que de una casa sale un joven con un enorme fierro entre sus manos en dirección al hombre que estaba golpeando a aquella mujer. Te asustas, pero deduces que la situación pronto llegará a su fin, antes de que llegues al final del camino, donde está tu pesadilla. Ves nuevamente algo espantoso. Aquel joven que creíste que iba en defensa de la mujer, brutalmente comenzó a masacrar a la mujer que estaba tirada en el piso y gritando. El joven, con mucha fuerza y odio, da golpes de inmensa potencia, que resuenan en tus oídos junto con un rapidísimo latir de corazón. Sientes como la cabeza de la mujer se rompe al encontrarse con el asesino fierro del joven descontrolado. La mujer grita de forma que se le deforma el timbre de su voz, y se convierte en un chillido espeluznante y que no quieres escuchar. Te detienes de súbito, tapándote los oídos y cerrando los ojos. Das vuelta y comienzas a corres como loco en dirección opuesta. Te cansas, pues ahora no vas bajando. Tu aliento cada vez más suena como un carraspeo de viejo enfermo amador del cigarro. Miras otra vez hacia abajo con valor, pero era mejor que no lo hubieses hecho, pues ahora te aterrorizas más. Los dos hombres vienen detrás tuya, corriendo velozmente para alcanzarte y hacerte picadillos por observar aquel incidente. Pero tu te preguntas en un pensar automático, "¿por qué me siguen? ¿y qué hay de las demás personas?". No comprendes nada. Simplemente corres como un cerdo cuando le llega su hora. Las demás personas te miran correr, sin inmutarse por lo ocurrido y siguiendo sus conversaciones con la más naturalidad existente. Te miran y te gritan insultos que jamás podrás olvidar. Estás aterrado, y en la desesperación no ves salida alguna. Llegas a donde tomaste la decisión de ese inicuo camino. De pronto te encuentras con el otro camino, el de la izquierda. Lo tomas sin remedio, y comienzas a correr por él, bajando también. Es muy oscuro, así que como estás exhausto, te ocultas detrás de un bote de basura muy grande. Tu respiración es bulliciosa, asi que tratas por todos lo medios de silenciar tu garganta con gran desesperación. Te asomas para mirar cómo va el maldito asunto, y no ves nada. Sientes unos gritos que se incrementan cada vez más. De pronto, los ves. Están parados en la esquina, tratando de ver por dónde andas. Con un silencio casi inhumano, te quedas quieto cómo una estatua, y lentamente comienzas a ocultar tu cabeza. Los hombres se deciden y entran en el camino oscuro en el que estás oculto. Nuevamente te asustas como nunca antes. No sabes por qué te metiste en esta situación tan insoportable, pero deduces que es por que tratan de asegurarse de que nadie los delate a la policía. En tu mente llegaste a la conclusión de que todas esas personas nunca hablarían, por que seguramente eran partícipes de alguna u otra forma en aquel brutal homicidio. Eso te asusta más. Piensas en una venganza hacia esos tipos y todo el camino maldito que tuviste que cruzar. Lo piensas rápidamente y en un chispazo de la más perfecta inteligencia marcas en tu teléfono móvil un anexo de la policia que te comunica directamente con refuerzos, sin burocracia. Tu temple lentamente vuelve a inundarte. Por poco olvidas tus verdaderas capacidades. Un agente contesta y le explicas todo lo visto en un lenguaje que no necesitas tantas palabras, para ahorrar tiempo y para salvar tu vida de esos individuos del demonio. Estás cansado, pero tu voz ya tiene la calma, y te puedes controlar con mayor facilidad que antes. Rápidamente terminas tu operación, y guardas el móvil en tu mojado abrigo. Los individuos avanzan cada vez más, con tal silencio que te asombras, hasta que llegan al bote de basura en el que estás oculto. Siguen caminando, pero por una extraña razón no pretenden revisar tu lugar de salvación. Pasan sin advertir tu presencia, y les ves las caras, que pese a la oscuridad, por la cercanía distingues perfectamente sus rostros. Un hombre adulto, con barba enorme y con la cara llena de cicatrices horribles, que delataban su historial delictual. Y el joven, el salvador que creíste que era, estaba semidesnudo, y lograste distinguir su feo tatuaje barato de un dragón de mala clase en su pectoral derecho. Sin darte cuenta, recuerdas que tienes una habilidad entrenada, y que te puede sacar del apuro sin tener que morirte del susto o morir asesinado.

Muy rápidamente avanzas hacia el sujeto de más edad, pero a ras del suelo, como un intrépido agente. Hábilmente le tomas los pies sin que se dé cuenta; este notó tu presencia, pero lanzó un golpe hacia atrás el cual fue inútil, pues tu estás abajo de él. Una vez que tienes lo pies del sujeto en tus manos, los levantas y los empujas hacia atrás. El individuo cae ferozmente de cara al suelo, asotándose. El joven se percata de la situación, y te ve arrodillado en el suelo. Este se lanza hacia ti junto con su amado fierro ensangrentado. Te golpea fuertemente, pero en el hombro, pues lograste mover la cabeza por un reflejo instintivo. Gritas en señal de dolor, pero te inclinas hacia un lado para escapar. Caes y te arrastras lo más rápido que puedes. El individuo mira a su acompañante que está tirado en el suelo sin moverse. "¡Maldito perro! ¡Te voy a matar!", te grita con todo su odio. Te levantas antes de que el asesino prosiga con su cacería. Empiezas a correr en dirección por donde antes venías, estás regresando. Por un momento piensas en que nunca debiste haber tomado ese camino, y que lo mejor por hacer ahora, es regresar por donde comenzaste. "Volveré a casa de John", te dices. El joven, muy intrépido, ya pronto estará sobre tu cuerpo, golpeándote hasta la muerte. Por eso te sacas el abrigo mientras corres, y te duele mucho el hombro; si sobrevives, mañana estará hinchado como un globo de cumpleaños. Le lanzas el abrigo al sujeto hasta que este le cubre su cabeza, y con la más torpe suerte, no se lo puede quitar con facilidad. Te das vuelta y le propinas un puñetazo en donde supones que está su cara. El tipo se queja, y tu le das otro golpe. Acto seguido, le haces una llave hasta que el sujeto suelta el fierro y por la inclinación de la avenida, este se va rodando hacia abajo. En el suelo le das muchos golpes, pero las personas del camino maldito se percatan de lo que estás haciendo, y como por instinto maternal acuden en ayuda del joven del vecindario. Todos corren hacia tí, y tu no te das cuenta hasta que uno de ellos está por caer sobre tu mojado y fatigado cuerpo. No das más tiempo a la estupidez de los que se creen héroes, y sales corriendo avenida abajo. No miras hacia atrás por que sería idiota hacerlo; caerías como un saco de papas nuevamente cerca del mismo lugar en que caíste anteriormente. Toda una multitud de personas corren detrás tuyo, lanzando blasfemias que ya las conoces. Llegas al lugar donde escuchaste gritar tu nombre, y pasas raudo y veloz por el lugar donde caíste por primera vez. Suavemente se empieza a escuchar una sirena de un carro de policías. Tu alma empieza a ver indicios de esperanza. Sigues corriendo, estás exhausto, pero sabes que todo terminará pronto. Estas en lo correcto. Con gran alegría, las sirenas suenan con toda su potencia, y sientes el rugir del motor del carro policíaco. "¡Gracias a Dios!", exclamas con aires triunfales. El automóvil de la policía llega, y lo ves doblar la calle, y que se dirige al lugar en donde estás. Tan pronto como se acerca, vas aminorando el ritmo de tu agotadora carrera, hasta que paras y caes a un costado de la avenida maldita, en la acera. El carro de policía se detiene en frente de ti, con una frenada que ladea y posiciona al carro de costado, obstruyendo el paso de la multitud. La sirena dejó de sonar y un silencio les guardó la voz a todos. Toda la multitud miraba fijamente a los dos policías que bajaron del auto. Pero solo bajaron. Tu te encuentras tirado en la acera, la lluvia te golpea la cara y con los ojos cerrados les dispones la tarea a los recién incorporados oficiales. Con lentitud y mucho dolor haces un último esfuerzo para sacar tu placa que traes en el bolsillo de atrás de tu pantalón. Con el brazo tembleque, le muestras la placa de agente especial a los oficiales que te miran, pero siempre atentos a las jugadas de la multitud.

Sin sostener ninguna arma en sus manos, ellos te miran sin asombro. Luego, dirigen la vista a la multitud de personas congregadas bajo la lluvia en la Avenida Warlington, y sin comprender el motivo de su incorrecto procedimiento antidelictual, te das cuanta con extrañeza de que uno de ellos asiente con la cabeza a uno de los que estaban en medio de la multitud. El oficial se acerca a él, e intercambia unas palabras en el silencio de su estricto rigor. El otro oficial, se da cuenta de que no trae el arma en sus manos, por ello la saca de su cinturón, la toma entre sus manos, y te apunta, sí, te apunta a tí, el agente especial de la brigada antinarcóticos. El Hombre de la Multitud te mira también, y luego le sigue el oficial que con él hacía un trato, y que te duele pensar en que se trata de un plan siniestro y corrupto. El Hombre de la Multitud, con camisa cuadrillé y jeans estropeados con suciedad, al menos de unos treinta y cinco años, estatura de un metro y setenta y cinco centímetros, le indica con un ademán enérgico al oficial que te dispare. El oficial, obedeciendo a ese hombre que tu no sabes quién rayos es, se dirige hacia ti. El otro oficial te mira mientras el obediente policía avanza a donde estas tirado. Ya está muy cerca de ti, y mientras se acerca, saca su revólver y lo apunta a tu cabeza. Te mira y dice entre dientes "no sabes con qué te has metido, maldito agente hijo de perra". No sabes qué hacer, y sólo tiendes a mirarlo con frustración y miedo. El revólver comienza dar su concierto de sonidos traumatizantes. Justo antes de que te dispare, cierras los ojos en señal de resignación, y sientes un disparo que acaba con tus nervios. Das un salto incontrolable, pero fríamente te das cuenta de que no eres el herido. Instantáneamente abres los ojos, y ves al traicionero oficial caer delante de ti con los ojos fijados en los tuyos. Cae pesadamente al suelo, y, luego, queda expuesta la esperanzadora imagen del otro oficial apuntando hacia el ya caído policía. Lo ves con una cara de miedo e incertidumbre, apoyado en la puerta del vehículo y sosteniendo el arma sobre el techo del mismo. Rápidamente sale a tu encuentro, apuntando a la multitud, cubriendo cualquier intento malvado por parte de la sorprendida gente. Te toma del brazo, te coge con una fuerza bruta y rapidez de entrenamiento. Con el arma apuntando al Hombre de la Multitud, que le había dado la orden de matarte al ya muerto oficial, atraviesa la avenida hasta llegar al coche. Te empuja hacia adentro y caes asombrado por lo visto. Rápidamente el oficial se incorpora dentro del vehículo y enciende el motor. "¡Nos vamos de aquí agente Durren!", te dice, y tu rostro cambia al instante de frustración a la más gratificante felicidad. Pisando el acelerador y el coche en marcha atrás, salen rápidamente del lugar fatídico. Enérgicamente le dices "¡Gracias! Gracias oficial..."- "Ian, llámeme Ian".




---continuará---

Texto agregado el 21-12-2004, y leído por 219 visitantes. (0 votos)


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