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El prestigio social a menudo depende de las cosas más minúsculas. El de Carlos provenía, entre otras, de no pisar su clase y pasar las mañanas de la universidad en el bar frente a un café y un libro. De su rudimentaria cultura que le permitía comentar textos y relacionar temas con cierta facilidad. De su trabajo como becario en el Aula de Cine que apenas le daba para pagarse los cafés.
Cuando Carlos conoció a Verónica no tuvo que hacer grandes esfuerzos para venderse. Ella le conocía de la facultad, y tenía una imagen muy clara y bastante aproximada de él. Una imagen que le gustaba.
Pronto empezaron a salir. Carlos estaba encantado, escuchándose y sabiéndose escuchado mientras hablaba sin parar de literatura, de películas, de todo lo que le interesaba. O casi. Porque al principio no le importó en absoluto compartir todo su tiempo con ella. Iban al cine, salían de fiesta o pasaban tardes enteras desnudos bajo una manta devorando dvd’s. Carlos no había dejado de lado a sus amigos, ni mucho menos. Pero ya no se relacionaba con ellos de la misma manera.
Todo empezó de manera casual, tras una de sus primeras citas. Verónica le admiraba, adulaba su sensibilidad, su gusto. Carlos le parecía alguien distinto al típico hombre con quien se había relacionado. No era el clásico tío que se comporta como un adolescente con sus colegas, haciendo comentarios machistas sobre las mujeres y hablando todo el día de fútbol, y así se lo hizo saber. Carlos estaba en ese momento deleitándose en toda aquella serie de elogios tan dulces y merecidos y no le confesó un detalle aparentemente sin importancia. A Carlos, al culto, al humanista, al sensible Carlos le gustaba el fútbol. Le gustaba relajarse con sus amigos los domingos por la tarde tomando cañas y viendo el fútbol. Pero quien calla otorga. Y aquella pequeña mentira pronto adquirió tanto peso en la mente de Verónica que Carlos ya no supo cómo desmentirla.
Los domingos por la tarde Carlos ya no quedaba con sus amigos. Los domingos por la tarde Carlos y Verónica se entregaban a la versión más doméstica del amor, a sobrellevar la resaca de alcohol y sexo con caricias y televisión. Los domingos por la tarde Carlos era feliz, pero algo dentro de él gritaba cada vez que sonaba el teléfono con la misma proposición y los mismos reproches de siempre.
Un domingo de Febrero que Verónica no pasó con él a causa de un examen Carlos pudo por fin volver a entregarse a los placeres futbolísticos. Aquel reencuentro magnífico fue como una reconciliación amorosa. Carlos estaba eufórico. Gritó, sufrió y bebió como el que más. Se había abierto la veda.
Los dos domingos siguientes los exámenes de uno y otro fueron de nuevo el motivo para no quedar. Pero los exámenes acabaron y hubo que buscar nuevas y sofisticadas excusas. Carlos podría haberle dicho a Verónica simplemente que le apetecía echarse unas risas con sus amigos a costa del fútbol, pero no tuvo valor.
Pronto a los partidos de los domingos se les sumó alguno de los que retransmitían en sábado.
-Queda con tus amigas- le decía a Vero. –No quiero que las dejes de lado por mí y que luego me culpes por ello. No quiero que te canses de mí-.
Aquel año ocurrió algo terrible para su relación. Aquel año el destino quiso que cuatro equipos españoles se clasificaran para octavos de final de la Champions League. Para cuartos. Para semifinales.
A Verónica le inquietaban las continuas excusas de Carlos. Su dejadez, su desinterés. Empezó a creer que Carlos le era infiel, y Carlos no supo cómo desmentirlo. Las acusaciones de Verónica, por más que erraran su verdadero motivo, no dejaban de estar justificadas. Carlos la desatendía cada vez más y llegado ese punto no podía poner al fútbol como excusa. El destino, una vez más, jugó en contra de su relación.
Final de la Champions League: Real Madrid - F.C.Barcelona, desde Old Trafford. Justo el día de su aniversario. Carlos lo olvidó, o lo ignoró a conciencia. Todos sus intentos posteriores para arreglarlo fueron en vano. Verónica nunca se lo perdonó.
Carlos lo pasó mal una larga temporada, pero sus amigos estuvieron ahí para apoyarle. Todos los domingos ve el fútbol con ellos. Verónica conoció ese verano a un hippie argentino y se lió con él. Ámbos son ahora muy felices.

Texto agregado el 21-12-2004, y leído por 313 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
30-07-2007 Realmente tiene cirtas semsjanzas con mi cuento "El cenicero."Aunque por supuesto son diferentes. El tuyo está espléndidamente narrado y nada desentona en su ritmo y desenlace. Felicitaciones, un saludo!***** josef
28-07-2005 Treemenda carcajada. El problema es que todos los hippies argentinos rezan antes de acostarse el San Maradona... Peccato!! Olvido_Aras
27-02-2005 P.D.: te dejo 5 pelotas ;) maitencillo
27-02-2005 jejejeje ¡seriamente cómico! me gusta mucho como manejas la ironía, tiene buen ritmo y leerlo es un agrado, Felicitaciones. maitencillo
17-01-2005 Un relato cuya estructura no permite dejarlo a medias...el tema no es algo que llame mi atención pero lo cotidiano lo hace interesante en cuanto a personajes... Ysobelt
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