TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / carlos / el balcón de la alameda

[C:762]

Por eso tuve que matarla.
Sus lágrimas eran hirientes arañazos en mi pecho, dagas clavadas en mi estómago por todo el daño que le hacía. Sé que mis intentos por disimular los dolores y sonreír para ella, y contar cosas alegres como si nada pasase, a veces conseguían su objetivo. Pero ella no habría podido vivir sin mí, y yo no podía seguir viviendo. Era demasiado cobarde, y de seguro se habría dejado llevar por una vida agonizante en espera de que ella, por si sola, se agotara. Solo dolor, recuerdos, y más dolor; no podía condenarla a eso. Cuando penetré en su habitación, silenciosamente, me sentía como un asesino, y aún dudaba si sería capaz de hacerlo. Pero a medida que, aprovechando su sueño, le iba haciendo inhalar el veneno, mi cuerpo se relajaba, y sentía como la amaba, como nunca antes había amado, como nunca a nadie.
Sentado en el borde de su cama, apretando sus manos, la vi morir.


Aún después de tanto tiempo siguen viniendo cada uno por su lado, casi como dos desconocidos que por primera vez se encontraran, como si necesitasen de mí para estar juntos, y aunque sé que no es cierto, a veces me consuela. Él siempre viene antes, para ella debe ser como si siempre estuviera aquí, pues cuando al anochecer se marcha, aún se queda un rato más haciéndome compañía. Sólo me abandona después de haber estado a solas, sin la necesidad de prometerme que volverá, porque sé que al día siguiente estará de nuevo conmigo, y con ella.


He visto ancianos pasear sus últimos días junto a mí y marcharse sin despedirse, he visto parejas pelearse o abrazarse según el día de la semana que fuese, he visto niños corretear junto a mí desafiando un peligro que no conocían , incluso alguno, por culpa de mi corta estatura, ha llegado a saltar al vacío por sobre mi. He visto a madres llorar de rabia y de locura, de impotencia y de culpa. Todos los días contemplo como las sombras del anochecer van oscureciendo el castillo y la catedral, hasta que la luz artificial se ceba con ellos convirtiéndolos en el centro de las miradas de todos los que en aquel momento me acompañan. Para algunos soy su reposo, para otros solo un estorbo, incluso algunos me convierten en victima casual de sus espontáneas manifestaciones artísticas. Pero después de todo este tiempo, lo único que me queda es su fidelidad.


No me atrevería a señalar el día exacto en que se conocieron. Ella solo venía los domingos por la tarde, rodeada de amigas, riendo sin cesar y hablando de cosas que nunca me interesaron, sobre todo porque tras contar algún chisme interesado, este se agradecía zarandeándome y pateándome escandalosamente. Nunca pensé que ella pudiera fijarse en él, pero me equivoqué. Tampoco esperaba que a él pudiera interesarle ella, o cualquier otra cosa.
Recuerdo el primer día que vino sola, un martes, con vaqueros gastados y una blusa negra, muy diferente de aquel colorido vestido corto de los domingos. Se me acercó muy tímidamente, aunque no era yo quien le importaba, ni lo que a través de mi se distinguía. Su interés se centraba a unos diez metros de ella, en alguien que también se apoyaba en mi. Con las piernas a través de mis barrotes y la mirada perdida en ningún sitio, él sólo era capaz de mirar dentro de sí, abrazado a mí, indiferente a aquella otra criatura que sufriendo intentaba disimular su interés en acercársele, buscando en vano una excusa para hacerlo.

Abrazados de nuevo, junto a mí, acariciándose mutuamente, con la cabeza de ella sobre su corazón, escuchando su sosegado latido, pensando que nada sería capaz de alterarlo, de imponerle un ritmo distinto a ese cansado que en ese momento, como siempre, sentía sobre sus sienes. Tenía miedo de romper el hechizo, que el delicado silencio de la noche saltara hecho añicos ante sus inquisitivas palabras, pero tenía que preguntárselo, necesitaba saberlo. La duda que él mismo a veces provocaba le convertía en un semidesconocido con el peligroso poder de conocerla a fondo, penetrando aún más allá de lo que ella hubiese deseado mostrar, y era ese desequilibrio lo que la aterraba cuando estaba sola, y la hacía sentir tan insegura cuando estaba con él. Por eso aquella noche estaba decidida a indagar, a conocer la verdad ocultada, porque también él se lo había prometido.

Tanto tiempo encadenada. El tiempo me ha otorgado una sola cualidad, que a veces más una condena, rechazaría con gusto. Poder contemplar las cadenas por otros arrastradas, descubrir las sombras que hay tras cada rostro.
Tal vez fuera esto lo que más atrajo mi atención la primera vez que le vi, el enorme peso de sus cadenas. Tal vez por eso se pasa la vida abrazado a mí, reconociéndome como hermana, aunque mis cadenas sean distintas a las suyas, para no caer. Ahora ella también le ayuda a no caer.

- No puedes ayudarme. Mejor no lo intentes.
- No quieres que te ayude di mejor. Abrazado a esta maldita barandilla todas las noches tengo que consolarme con tu cuerpo, porque sé que tu no estás aquí. No se trata de querer ayudarte, necesito ayudarte para llegar hasta ti.
- Te harás daño
- Ya me lo estoy haciendo. No creas, a veces pienso en alejarme de ti, pero solo dura lo que un pensamiento fugaz, porque este dolor aún es soportable.
- No lo entiendes. Crees que conociéndome mejor estarás más cerca de mí. No, entonces si que te perderé.
- No seas imbécil, me da igual lo que hayas hecho, sabes que siempre estaré contigo, no puedo evitarlo, y creo que tu tampoco.
- ¿Cuántos años crees que tengo?
- ¿Cómo?
- Si, ¿Qué edad crees que tengo?

Aquella fue su última noche, la de ellos juntos, la mía con él. Ella rompió a llorar, consolándolo, ofreciéndole las lágrimas que el no tenía. Yo también le ofrecí las mías, aunque las confundieran con el rocío de la incipiente mañana. Se despidieron con un interminable abrazo, sin pronunciar palabra, sin una queja de ella, sin una disculpa de él, sabiendo los tres que aquel sería nuestro último momento juntos.
Él no volvió más, ella todas las noches, para vivir de su recuerdo, abrazada a mí. Al final me descubrió.
Al llegar, todas las noches, introduce sus piernas por entre mis barrotes, como hacía él, y me abraza, y dirige su mirada hacía donde él, hacia sí, buscándole, con la tenue esperanza de encontrarle, llamándole sin palabras, solo buscando su mirada, para que él vuelva.
Y ambas sabemos que ahora su dolor es menor, porque parte de sus cadenas se las hemos robado a través de sus palabras, y esperamos el día en que dejen de pesarle, porque sabemos que ese día por fin será libre, y volverá.

¿Mi madre?, no es una pregunta, al menos no para ti. Ser hijo único significa dos cosas, tener todos los caprichos que quieras, aunque tus padres no puedan pagarlos, y ser imprescindible.
Ella quiso tener más hijos, pero él no. Murió cuando yo tenía dieciséis años, y no me preguntes cómo porque no lo recuerdo. Supongo que debe resultarte extraño que un hijo no recuerde como murió su padre, extraño. Ya era mayor así que pude ponerme a trabajar y mal que bien ayudar a mi madre a salir adelante, así durante cuatro años, hasta que llegó aquella enfermedad, de ella tampoco recuerdo ya el nombre, pero tengo grabadas todas las sensaciones de dolor a fuego desde el primer día, cuando empecé con los vómitos y comenzaron a salir aquellas repulsivas erupciones en la piel de mi cara, al principio solo rojizas inflamaciones que podrían haber sido confundidas con picaduras malintencionadas, pero poco a poco se fueron extendiendo por el resto del cuerpo, y las erupciones adquirieron un tono de podredumbre que solo me hacían distinguir de un animal muerto por las continuas supuraciones. Recuerdo perfectamente el picor desesperante de la piel que a menudo me hacía gritar de dolor rascando fieramente, compulsivamente, lo que solo podía ser tocado con gasas escrupulosamente limpias. Recuerdo los latigazos de dolor que azotaban mi estómago y me hacían vomitar una y otra vez cualquier intento de comida. Recuerdo la sensación de debilidad extrema, tan próxima a la muerte, pero sin atreverse a acercarse lo suficiente, mirándome de lejos y riéndose de mí, disfrutando con mi sufrimiento. Recuerdo las palabras del médico cuando en aquella fría consulta de paredes desnudas donde mi madre y yo nos sentábamos nos decía que aquella enfermedad era muy rara y que no había medicamentos para combatirla, tan solo cabía tomar morfina para amortiguar el dolor y pedir a Dios, sobre todo pedir a Dios. Y recuerdo perfectamente la cara desencajada de mi madre al salir de la consulta, y las diarias lágrimas que nunca llegue a ver, y la progresiva flaccidez de su cuerpo que casi perdía peso a un ritmo mayor que el mío propio, y su sonrisa fingida quitando importancia a las supuraciones cada vez que era sangre en vez de aquel repugnante líquido blanco lo que supuraba, y su abnegada y diaria visita a la iglesia del Salvador que estaba a tres calles de casa, y sus disimulados gemidos nocturnos, ¿Cómo olvidarlo?. No soportaba seguir sufriendo y mucho menos verla sufrir de aquel modo. Por eso tuve que matarla.


Pero fui un cobarde, y la misma mano que no tembló para asesinar a mi madre, fue incapaz de hacer lo mismo conmigo. Pensaron que se había suicidado, incapaz de seguir con su pesada cruz, conmigo. Estuve durante una semana encerrado con una pistola cargada buscando el momento, pero no lo encontré, cobarde. Al cabo de un tiempo aquel devoto médico me llamó por teléfono para contarme exaltado que estaban haciendo pruebas en humanos con un fármaco experimental para mi rara enfermedad, y me animaba a apuntarme. Lo hice, y me curé, y mis dolores físicos desaparecieron, y fue entonces cuando me di cuenta de que ya no necesitaba la pistola, porque había muerto, junto a mi madre. Ahora huyo de la muerte porque es el único modo de alargar mi agonía, y ahora soy yo quién me río de ella, porque aun si consigue alcanzarme tan solo me liberara, nada mejor, pero huyo de ella, porque aún no he expiado mi pecado.

Texto agregado el 29-10-2002, y leído por 377 visitantes. (1 voto)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]