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la chica de las piedras desordenadas

Ella era una chica guapa, pero no poseía una belleza universal, como la de las revistas; sino una más interesante, imperfecta. Tenía aspecto de muñeca rota, con sus ojos grandes y su nariz pequeña y sus zapatos feos y su vestido sucio. Pese a todo era increíblemente elegante, incluso más que Audrey Hepburn con un cigarrillo en una mano y una copa de Martini en la otra.
Ella tenía un tesoro; un baúl lleno de colores pastel, recuerdos, juegos, pasión, cajitas de música, susurros, sonidos de arpa, sensualidad, brisa, viento, fragilidad y piedras. Tenía muchas piedras, cada una de ellas con un nombre anotado. Amor, amistad, familia... eran palabras escritas con caligrafía infantil en esas piedras. Todas esas chinas estaban esparcidas en el baúl de forma caótica y desordenada. No habían encontrado su espacio allí dentro y algo las desestabilizaba y les impedía recordar el orden original. No encontraban el lugar que debía ocupar cada una, el lugar donde habían estado antes de jugar a cambiarse de sitio.
Ese desorden hacía que le doliese el alma y que siempre estuviera triste. Sólo cuando abría sus cajitas de música dejaba de estar triste. La música tapa la tristeza igual que el ruido tapa el silencio, pero la tristeza es constante y cuando la música se iba la tristeza volvía.
Un día decidió abandonar su habitación oscura y salió a la calle con su baúl a cuestas. Las piedras pesaban demasiado, de modo que no pudo más y el baúl se cayó. Todo lo que había allí dentro se esparció por el suelo, todo, incluso las piedras. La chica se arrodilló y empezó a recoger los pedazos de su vida que yacían en el suelo. La gente de la calle pisaba sin ningún pudor aquellas cosas y la chica lloraba desconsolada.
Entonces apareció un chico guapo y elegante pero con aspecto de muñeco roto, con sus ojos grandes y su nariz pequeña y sus zapatos feos y su traje sucio. Se agachó y se puso a recogerlo todo, también las piedras, que fueron recuperando su espacio original.
Él la había ayudado, de modo que las lágrimas de la chica se secaron. Así pues ambos cogieron el baúl y se fueron a la habitación de la chica. La luz había entrado en la estancia, después de mucho tiempo de reinar la oscuridad. Ella abrió el baúl y dejó que él metiera todas sus pertinencias dentro.


Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-01-2005 Compartir tu baúl... Eso sí que es un acto de altruismo. Me encantó. Sobretodo por la ternura de los pequeños detalles, como esas piedras que tenían escritas palabras con caligrafía infantil. Waw! ¡Me rindo! jau
30-12-2004 Me gusta, es muy tierno! Sita
 
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