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Miren, es cierto que yo ni le conocía al sujeto, pero no por eso dejaba de sentir una horrible tristeza al imaginarlo en casa acomodando con vehemencia filas y filas de sanguchitos y empanaditas para su bonita reunión de cumpleaños; y ver a esa vieja, a esa infame mujer, comprándole el libro más horrible de todo nuestro stock. Si uno lo pensaba por mucho tiempo era verdaderamente para ir a tirarse del morro más cercano. Es una burrada que a uno le puedan joder la fiesta así tan impunemente. Planearte una broma vaya y pase, pero arruinarte el cumpleaños precisamente con el regalo es una salvajada tan grande como llevar de invitado un caimán negro y pretender sentarlo a la mesa con todos solo porque le has puesto un smokin.

Tendría que haberse tratado de alguien verdaderamente despreciable para merecer aquello justo el día de su cumpleaños. Uno de esos sujetos que van al cine a ver Corre Lola Corre y cuando salen piensan que los han estafado porque la película dura solo una hora. Les da lo mismo si la trama estuvo buena o no. Igual van a despotricar contra el boletero, el gerente y la madre que los parió exigiendo su otra hora de diversión. Me refiero a uno de esos cabrones de antología con los que uno anda cruzándose todo el tiempo. Tenía que ser, porque de otra forma no era justo que se le estuviera arrimando uno de esos libros a la cabecera de la cama. Y ni se diga que no tenemos variedad acá en la librería. Hasta una de esas ediciones de quinientos crucigramas hubiese estado mejor. Así por lo menos uno se puede entretener cuando está solito en casa. Pero ¡aquello! ¡Aquél libro! Vaya. Pobre hombre.

Como si fuera poca cosa, la mujer que estaba escogiéndole el regalo era tan grande como una pila de colchones y se desplazaba entre los estantes como un maldito tsunami. Nos ponía nerviosos. Les cuento todo para que vean la dimensión del asunto. El pobre Pedro tenía que pararse a cada momento de su banquito a recoger los libros que ella iba empujando con el traste. Lo que yo digo es que hay gordas con gracia como las muchachas de Botero y hay otras como esta que van derribando el mundo al pasar. No se puede culpar a las calorías. Aunque sea difícil de imaginar una chica de doscientos kilos puede ser de lo más graciosa. Yo por ejemplo invitaría a bailar a la Monalisa de Botero antes que a la de De Vinci.

La mujer llevaba una media hora hojeándolo todo y Pedro ya había recogido la librería entera del suelo. Eran las nueve de la noche. Lo recuerdo porque a esa hora acaba mi turno en la librería. No sé por qué no me fui en vez de quedarme a hacer las de Sarita Colonia. Como que tengo genes de samaritano. O de idiota, pero el hecho es que nunca he podido evitar meter las narices en las felicidades ajenas. Allá lo que piensen ustedes. Yo siempre seguiré creyendo que los caracoles agradecen infinitamente que se les ayude a cruzar la vereda de divide un jardín de otro. Mi abuela gritaba – ¡Ah muchacho! ¡Déjalos que crucen solos! ¡Es su gusto andar así! Pero yo ya había sacado mis cálculos y con su velocidad y la cantidad de gente entrando y saliendo de mi casa las probabilidades que tenía el caracol de llegar entero al otro lado eran de una en nohayforma. Me resultaba imposible evitar cogerlo del caparazón y ponerlo del otro lado. Luego me quedaba pensando en que talvez mi abuela tenía razón.

¿Qué rayos me importaban a mi aquél sujeto, su amiga y el bendito regalo? Estaba ya con la mochila a punto de salir. Iba al cine con Lorena. No sé si es importante contar esto pero la cosa es que yo estaba rechinando de alegría porque Lorena me gustaba mucho y llevaba cosa de diez años invitándola a salir. No saben lo feliz que estaba enrumbándome a mi encuentro en el preciso instante en que la vieja se acercó a Pedro y dijo - Necesito escoger un libro para un amigo -. Paré la oreja. Siempre me da curiosidad ver lo que la gente compra. Si una chica que me gusta entra a la librería yo ando siguiéndole todo el rato con la mirada para ver qué es lo que escoge. Soy un maniático insoportable. Si viniese la misma Madonna y se pusiese a hojear un libro de dietas juro que le empezaría a tirar clips o algo por el estilo. Me conozco bien. Tenía que haberme largado. Tenía qué. Pero me quedé a hacer mala sangre. - ¿Qué les parece este? – preguntó la señora mientras nos chantaba un libro en las narices con tal convicción que parecía Moisés bajando del Sinaí con las tablas sagradas.

Aquél libro había llegado apenas esa semana. Trajeron doscientas copias porque, según dijo el proveedor, era un libro maravilloso. Daba rabia no mas ver como lo decía. “Maravilloso”. Se notaba que era porque les había dado una burrada de plata. Los trajeron hasta con un estantito propio. Un mueblecito de madera con bordes dorados (una cosa muy repugnante como todas las cosas que tienen bordes dorados). Por cierto que cierta vez me regalaron un reloj de pared con una línea de aluminio amarilla alrededor y como en casa se necesitaba el reloj no hubo más remedio que colgarlo, no sin antes despojarlo a punta de alicatazos de su franja dorada. Ya se imaginarán como se puso la persona que lo había regalado cuando vio el aparato sin el lujoso bordecillo. Después de una diplomática discusión acerca de las cosas doradas se trepó a una silla y salió indignadísimo de casa llevándose bajo el brazo nuestro reloj. Nos sentimos apenados porque ya nos habíamos acostumbrado a ver la hora. Por eso digo que a veces la gente no entiende que a uno no le gustan las cosas doradas.

Bueno, pero les estaba hablando del estante del libro. El borde dorado no era lo más detestable del mueble. En lo que vendría a ser el respaldar (que miraba directamente hacia el mostrador, atendido por mí o por Pedro según el turno) estaba impresa la horrorosa cara del autor. El tipo tenía tanto color sobre la cara que hubiera ganado el primer premio en un concurso de vitrales. Desde el día en que instalaron el dichoso estantito con las doscientas copias encima anduve de malas. Cuando un cliente se le acercaba yo ya le empezaba a tratar mal. Verán, nuestra librería tiene aquellos focos con regulador de intensidad. Cuando alguien abría el libro yo le bajaba la luz y les decía que eran fallas causadas por el cine que estaban construyendo en el segundo piso. No había tal construcción pero la gente anda creyéndose todo lo que uno le suelta así que a veces vale la pena probar. Inténtenlo.

- Es un buen libro, señora – dijo Pedro. A lo que ella respondió con la orgullosa nariz erguida casi hasta tocarse los omoplatos – Si, ya lo sé. – Me lo han recomendado muchísimo. – Y luego agregó – La verdad, sólo tengo un poco de duda porque necesito un libro para hombre y no sé si este sea apropiado para un hombre como de treinta y pocos años ¿Usted que piensa? –. Dejé caer mi mochila y supe que el cine y Lorena iban a tener que esperar. Por favor alguien podría explicarme ¿cómo rayos es un libro para un hombre como de treinta y pocos años? Juro que casi le atizo con la enciclopedia británica en el parietal. – La sección de libros para hombres de treinta a cuarenta años esta allí señora, entre la de abuelos ortodoxos y la de niños talla seis –. ¡La vieja se las traía todas! Decidí quedarme. Tenía que haber forma de impedir tamaña barbaridad. Talvez piensen que exageré pero la verdad es que a mi gusto el asunto era gravísimo. Además me lo tomé a lo personal porque recordé a esos amigos de mis padres (¡cómo los odiaba!) que venían a mi fiesta de ocho años y me traían una camisita porque yaerestodounhombrecito. ¿Pero qué carajo les pasaba? ¡Una camisa a un niño de ocho años! Eso solo puede venir un salvaje. Y lo peor es que son los mismos que cuando cumples dieciséis vienen y te regalan un condón. Los mismos que dan electrodomésticos en el día de la madre. Cabrones de concurso, de puro pedigree. Ni me pongan uno delante.

Me fui a recorrer todos los estantes y en dos segundos estuve nuevamente parado frente a Pedro y a la señora con un montón de libros entre los brazos. Estaba dispuesto a morir fusilado con tal que la vieja escogiera otro. Como les dije, soy un tipo insoportable – ¿Qué tal este? – pregunté mostrándole una antología de cuentos de Ribeyro. La señora puso cara de haber comido muchos mariscos. No conocía el libro y al parecer la cara de Julio Ramón no le parecía como para regalo. – Verá – dijo – Mire nomás esa portada, ¿cómo voy a llevar eso a una fiesta? –. Tuve que contenerme para no pedir una intravenosa de cianuro allí mismo. Creo que mi siguiente intento fue con La Náusea. No crean que fue a propósito. En serio me había gustado aquel libro – Usted me está tomando el pelo – dijo la vieja mirándome ofendida hasta la última vértebra – ¿Pero cómo se supone que yo regale un libro con ese nombre? ¿Está usted loco? –. Pedro aguantaba la risa. Yo estaba al borde del climaterio.

Seguí intentando disuadirla con tanto libro se me ponía por delante. Recorriendo estantes fui de poesías a ensayos, de Macondo a Babilonia, de heraldos a cronopios pero nada parecía remediar aquella horrible mueca de niña terca. Cuanto más libro yo le mostraba más apretaba entre sus infranqueables dedos aquél asqueroso ejemplar. Cuando estuve a punto de mostrarle unos recetarios de cocina tailandesa (se me estaban agotando las posibilidades) Pedro puso su mano sobre mi hombro. – Olvídalo – me dijo, casi solidarizándose con mi indignación – la señora se va a llevar aquél.
Hay veces que a la gente no se le puede hacer entender lo repugnantes que pueden ser las cosas con bordecitos dorados, – Se va a llevar el libro – dijo Pedro y no hubo más nada que hacer. La vieja había entrado nada más que a derrumbarnos la librería entera con el rabo. Venía por aquél libro y no iba a salir con otro que no fuera ese. Yo estaba hecho una betarraga de puro odio. Para colmo eran ya como las nueve treinta y Lorena con seguridad se habría vuelto a casa y tardaría diez años más en darme otra cita. Talvez veinte. A un hombre le iban a joder la fiesta esa noche y habrían mil niños recibiendo camisas en su cumpleaños de ocho años, dos mil madres estrenando licuadoras, un millón de abuelas amontonando mantitas e infinitas fábricas empaquetando más camisas, licuadoras y mantitas.

- Para regalo, por favor – dijo la vieja mientras me extendía el libro y señalaba con el meñique un papel de regalo rojo adornado con bastoncitos dorados (sin duda, el más horrible de todos los que teníamos). Yo creo que no fue casualidad que tuviera un alicate a la mano justo cuando se me puso delante el dichoso reloj del que les hablé antes. No podría haber sido casualidad. – Para regalo – dijo la vieja y soltó el libro entre mis manos antes de irse a derrumbar mas cosas. No pudo haber sido casualidad también esta vez. No pudo serlo porque la vieja ya no me estaba mirando y sólo quedábamos el libro y yo. Pedro estaba atendiendo a otro cliente muy lejos del mostrador. Sólo el libro, yo y tantos otros libros. Cientos de libros, tan parecidos en grosor, peso y tamaño. Yo y un trozo de papel regalo.

Lo tuve listo en dos segundos. Se lo puse entre las manos y apenas la vieja tuvo el paquetito salió como si se le fuese a enfriar. Me dio esa impresión. Ni siquiera lo miró. Afuera la esperaba un mercedes amarillo. El chofer le sonrió como si no hubiese demorado más que un minuto. Cerró la puerta tras ella y al instante el carro se perdía en una calle cualquiera. Levanté mi mochila del suelo, me despedí de Pedro y salí disparado a ver si Lorena aún me esperaba en el cine.

No estaba. Hay gente a la que no le gustan las cosas doradas y hay otros a los que no les gusta esperar. Es comprensible. Entré a ver la película. Había que celebrar la hazaña. Por cierto que era una película muy tonta en que una especie de marsupial gigante invade la ciudad. No puedo negar sin embargo que estaba divertida. Ya ni me acordaba de la vieja derribamundos. Era una película tonta pero al menos uno podía divertirse, como con los libros de crucigramas. El bicho no parecía tener la culpa de nada pero estaba más hambriento que una termita y como era enorme lo destruía todo. Me caía bien el monstruo. Tenía aspecto simpático. A los diez minutos de comenzada la película ya había armado un relajo alucinante en la ciudad. Luego un grupo de jets habían logrado matarlo con una especie de lanzallamas gigante. El pobre animal había quedado patas arriba en medio de la calle echando humo de su pelaje chamuscado. La gente estaba celebrando como loca de la alegría alrededor. Lo gracioso fue que aquel bicho tenía mamá. En todas estas películas siempre el bicho tiene una mamá. ¿No se han dado cuenta? La señora madre, que por cierto estaba bastante más grandecita que el hijo, se apareció con cara de querer comerse a toda la gente. Estaba tan entretenido que ni siquiera me di cuenta que mi teléfono estaba sonando. La bestia hacía muchísimo ruido y la gente que había estado celebrando alrededor de la cría muerta ahora corría despavorida. Era una película divertidísima y apenas estaba por la mitad. El teléfono volvió a sonar. Fue desagradable tener que dejar la película justo en ese momento porque la mamá ya empezaba a devorar lo que se ponía delante. Los teléfonos celulares son probablemente la peor invención de los últimos años. De una bomba atómica hasta tienes posibilidad de escapar pero si cargas un teléfono celular a mano no hay infeliz que no te pueda ubicar a mitad de una buena película y decirte que vayas inmediatamente a la librería.

No crean que no sospechaba de que se trataba. ¿Conocen las leyes de Murphy? Si una tostada con mermelada se cae, pueden estar seguros que va a caer del lado de la mermelada. No había pierde. Ya me imaginaba a la vieja entrando a la librería hecha un castillo de fuegos artificiales y llevando el regalo cambiado entre las manos. Despotricaría primero contra el buen Pedro hasta que al pobre se le cayeran las orejas; luego vendría el gerente, y la vieja estaría agitando el libro entre las manos y gritando que era una desfachatez, qué clase de librería era esa, seguro que ha sido el otro jovencito, el loco, él ha sido, ¡que desfachatez!, y entonces mi abuela habría tenido razón y me llamarían justo en el momento en que la mamá marsupial está a punto de comerse la ciudad entera y a mi no me quedaría nada más que si señor, claro, voy para allá, y salir del cine, disculpen, con permiso y comenzar a correr hacia la librería.

Presten atención a esto. Para probar su ley, Murphy pensó que como todos los gatos caen siempre de pie sería buena idea atar la tostada con mermelada al lomo de un gato (la mermelada mirando hacia arriba) y lanzarlos al aire. A ver cuál ley prevalecía. Lo que sucedió fue que el gato se las ingenió para comerse la tostada en el camino, caer sobre sus cuatro patas y salir huyendo ante la mirada atónita de Murphy. Con esto pudo formular otras dos de sus leyes. Primera: Si algo tiene la más mínima posibilidad de salir mal, va a salir mal. Segunda: No importa cuan mal creas que va a salir algo, siempre va a salir peor de lo que creías. A lo que me refiero es a que cuando llegué a la librería no sólo estaba la vieja injuriando contra Pedro y mi jefe sino también el señor destinatario del regalo, que al parecer estaba tan furioso como la vieja. Los rodeaban, además, algunos invitados de la fiesta bien trajeados; y por supuesto, unos pocos notengonadamasquehacer que junto a los demás ya empezaban a reclamar mi presencia entre gritos y antorchas. – Qué se habrá creído -.

– ¡Ese es el jovencito! – gritó la vieja apuntándome con su horrible dedo de veinticuatro kilates a la par que toda su corte volteaba a mirarme. – Es él quien cambió tu regalo – dijo dirigiéndose a quien intuí era el cumplimentado. Un sujeto de apariencia joven vestido como si fuese el gerente general de la vía láctea. – Acércate – dijo mi jefe amablemente mientras me hacía avanzar hacia él abriéndome paso entre algunos invitados que me miraban con rabia. ¿Por qué rayos no le hago caso a mi abuela? ¿Por qué ayudar a los caracoles a cruzar la vereda? Tenía que haberme largado cuando eran las nueve. Tenía que haberme largado cuando Lorena aún estaba esperándome en el cine moviendo el piececito impacientemente. ¿Por qué rayos tengo que tirarle clips a Madonna si se pone a hojear un libro de dietas? – Esta señora dice que escogió un libro y que tú le envolviste otro –. Lo peor es que uno lo hace por los niños que reciben camisitas en su cumpleaños y por el buen hombre arreglando filas y filas de sanguchitos y empanadas y luego resulta que jamás hubo filas de sanguchitos ni de empanadas porque el sujeto es efectivamente uno de esos cabrones de antología que regalan licuadoras el día de la madre y que ahora te interrumpe y grita – ¡Mire esto señor! – extendiendo ante las narices de mi jefe un libro azul con el dibujo de un pequeño príncipe en la portada – ¡Lo cambió por un libro para niños! –. Entonces todos te odian exponencialmente mientras tu miras la mano de la vieja sujetando el libro que ella quería, el libro del estante de borde dorado y todos los demás también llevan uno en la mano: los invitados, Pedro, tu jefe, Lorena, Murphy y hasta tu abuela diciéndote que dejes a los caracoles en paz. Lo estás mirando y se multiplican en tu cabeza libros que enseñan cosas; cómo arreglar un volkswagen, cómo tocar la flauta, cómo tejer chompas, cómo disecar un insecto; y te preguntas - aquí comienza el horror - cómo es que en los mismos estantitos aparecieron luego manuales minuciosos del cómo ser feliz, de cómo criar a tus hijos, manuales exactísimos de cómo rezar, de como escribir un cuento, de cómo limpiarte el culo, de cómo ser exacta y archijodidamente feliz. – Debe haber sido una equivocación – dice alguien que intenta defenderte pero tú estás pensando en hombres escribiendo rutas invariables para vidas perfectas y te preguntas quienes son estos hombres y porqué tienen más autoridad que bob esponja o la pantera rosa para dar seminarios de felicidad, ¿quién es éste tipo con cara de vitral? – ¡Ninguna equivocación! - grita la mujer. ¿Y si fueran personas malas? Personas malas muy malas o tan sólo personas equivocadas. Terriblemente equivocadas y solas. – Una simple confusión señora - dice Pedro – Personas que creen que la felicidad es una casa gigante y el tenedor a la izquierda del plato. - Yo dejé el libro junto con otros – agrega Pedro - es muy probable que él los haya confundido sin querer - Personas que hablan de cómo conseguir un millón de dólares, de cómo conseguir un millón de amigos, pero sobre todo de cómo conseguir un millón de dólares y ser así archijodidamente felices. - Sí señora, un simple error – dice mi jefe tan amablemente que la vieja ya se empieza a calmar y hasta a sonreír avergonzada. – Sin duda una confusión – aceptan todos que ya empiezan a perdonarme y a reírse y a llevarse el libro cortesía de la librería por la molestia, no faltaba más, hasta que dos minutos después todos están sonriendo, perdonándome mil veces y palmeándome la espalda como a un niño que yaescasitodounhombrecito; pero entonces ya es demasiado tarde, terriblemente tarde porque yo sigo pensando en el libro y en que al abrirlo aparecerá un mapa de la alegría ilustrado con cornucopias, con llaveros de cadenitas doradas, con prendedores para corbatas, con relojes pesados, coronas de reyes, altares de iglesias tan brillantes como papeles de cigarrillos, reyes midas, aros de hasta que la muerte nos separe, manecillas de relojes; y es demasiado, demasiado para no olvidarse del perdón general y ponerse a gritar desesperado que no es una equivocación, que no es ninguna equivocación, y continuar gritando ante el espanto de todos - que lo cambiaste a propósito -, que lo cambiaste porque la felicidad podrá ser celeste o hasta violeta pero nunca dorada, que se puede enseñar a arreglar un volkswagen pero no a conducirlo hasta el séptimo cielo, y sobretodo que el principito no es un libro para niños ni el amor una separata de álgebra, que lo cambiaste y lo cambiarías mil veces más porque no quieres ver el cuerpo de caracoles chancados ni tampoco ver que le regalen una mantita a tu abuela y seguir gritando y gritando hasta ponerte rojos los ojos, abrirte camino entre la gente y salir a la calle aún gritando y pensando en todos los niños que en ese preciso momento están despedazando el papel de regalo de una caja que no contiene nada más que una camisita. Una triste camisita.

Texto agregado el 29-12-2004, y leído por 1027 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
03-07-2006 Ojala que te ayuden a cruzar la pista amigo caracol , que no te pise Lorena y que el Principito le regale un corderito a la vieja de mier...ja. Buen escrito. Saludos. alvan
28-11-2005 "notengonadamasquehacer"...esta raza me suena conocida. Gracioso. La pelicula que viene de bonus extra todo tiene su razon de ser y su lugar en el relato. y el pobre héroe contrariado que tiene la mision imposible de cambiar el mundo; aun sabiendo que va en contra de las leyes de murphy y de los señoeres "gerentes general de la vía láctea", una maravilla! el_hada_perdida
02-03-2005 Qué coincidencia, a mi me pasó exactamente lo mismo. Cuando trabajaba en una carnicería un día una señora... ¿o fue cuando trabajaba en la zapatería? ¿o limpiando esas cosas para hacer la morcilla...? En fin, a mí también me pasó eso, se me cayó la tostada encima del gato y me tocó quitarle los pelos porque ya no había más mermelada. harlot
10-01-2005 Naaa Pierre... una bestialidad. No te imaginas hace cuanto que no se me cruza por la cabeza eso de “¡Qué ganas de escribir una cosa así, la puta!”. Es increíble esto che... lo loco es que por un tiempo me va a quedar en la cabeza este cuento, y con quien me cruce, me saldra un “lee el último de sduv31... el del nick raro, ese mismo”. No se si hay algo de donde no se pueda extraer juguito, y esa mania que tenes de ir intercalando ideas, esa naturalidad para colar a la abuela y al caracol- claro, el tema es que ayudas al caracol a cruzar y después habrá que preguntarse si de verdad quería cruzar el bichito- nada más, me encantó un barbarismo! Abrazos... Abin_sur
06-01-2005 Me pregunto al leer esto como se puede crear un personaje tan perfecto, tan acorde, un personaje al que dan ganas de morderle el hombro mientras lees. Cómo se puede crear un hilo conductor que te lleve a un final sin final. Vengo y me encuentro con una vida, un niño que no termina de crecer xq sabe que los mayores regalan el principito a los niños y una plancha a la mamá y el no podrá hacer nada así que decide seguir retirando caracoles sin creerse demasiado la ley esa. Perfecto pierre. Este cuento no solo es capaz de hacer reir sino de hacer sentir, pellizcarte el brazo y ver que no es solo cuento y que el amor no es solo algebra. Gracias por traer esto mi pequeño marsupial, creo que es un gran regalo de los reyes mágicos. burbuja
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