| De la Serie Semana Negra
 María Magdalena alza sus brazos y es una copa de agua impura
 que aguarda el milagro de su purificación, está desnuda,
 luego es flor imperfecta plagada de estigmas y huellas sombrías.
 Aparece El, imponente y con sus cejas oblicuas que indican furor
 se pasea delante de ella con sus albos ropajes y sus sandalias rotas
 ella implora y le tiende sus brazos en melodramático gesto, El,
 estampa sus dedos en su rostro y clava una condena en su alma.
 No hay perdón, así ella lave sus pies y le bese sus manos altivas
 El sonríe y por vez primera hay satisfacción en su sagrada faz.
 Esta vez no saldrá al paso de los lapidadores, se reunirá con aquellos
 que en la puerta del templo venden sus baratijas y los fariseos, ah,
 ilustres señores, con que gusto compartirá su vino y su morada.
 
 Danza el Nazareno delante de la meretriz y sus labios se curvan
 dibujando un beso que arroja con sus dedos a la mejilla prosaica,
 se entrelazan, ella blanca, tenue y engañosamente pura
 El sensual y varonil, bailando con pasión en aquel extraño ruedo,
 la acaricia y esas manos que supuestamente hicieron milagros
 ahora se deleitan con la tersura de aquella piel en constante alquiler.
 La posee, la acomete, injuria y golpea, ella acata con lágrimas vírgenes
 que no pueden detener un deseo de milenios, se entrega a su propio martirio,
 sangra, se quebranta pero de sus labios no se escapa ni una sola queja.
 
 Ambos reposan sobre un improvisado lecho de hojas, ella lo contempla
 mientras limpia meticulosamente sus heridas, El duerme profundamente,
 ¿La habrá perdonado? Se pregunta y de sus ojos caen lágrimas ensangrentadas
 Acaso esta vez El eluda el sacrificio y soberbio y belicoso, se enfrente
 con esos mismos que lo humillaron, quizás esta vez sus puños sean más elocuentes
 que aquel mensaje que sólo mucho después pudo ser realmente comprendido.
 Alguien contempla esta escena con sus ojos anegados de pesadumbre
 acaso sea un espía, alguien que por pocas monedas, lo venderá nuevamente.
 El hombre es la imitación perfecta de las sombras y se desplaza invisible
 María Magdalena apoya su cabeza sobre el pecho de quien venera,
 un grito de terror escapa de sus labios, la sombra la arrastra  de sus cabellos
 y la arroja contra el muro, antes que ella pueda musitar algo, un perdón acaso,
 el misterioso personaje alza un puñal que luego desciende para clavarse en su pecho.
 
 El despierta pero ya es demasiado tarde, el hombre, la sombra o el vengador,
 oscura trinidad que se maneja con presteza en el mismo ámbito de los milagros,
 ha maniatado al Nazareno y este mueve sus labios, debajo de una apretada mordaza.
 El hombre alza ahora su martillo para golpear la cabeza del clavo que
 se hunde perfecto en la agarrotada mano del desdichado, un grito sofocado que
 se repite cuatro veces  y el Nazareno queda crucificado en ese piso de tablas
 mientras, el vengador que vuelve a ser sombra, escapa con sus ojos aún anegados.
 
 Es noticia terrenal, nada hay de divino en este suceso, ambos, los antiguos amantes
 gustaban de representar escenas bíblicas para alimentar su natural concupiscencia,
 el era un cristo fornido, ella una María Magdalena con hogar y marido, los crímenes
 no los descubrió un ángel ni los castigó Dios y fue la justicia de este mundo
 la que encarceló al marido traicionado, el verdadero mártir de esta sórdida historia
 desarrollada en un Motel que curiosamente se llama Luz en el Camino hacia el Cielo…
 
 
 
 
 
 
 
 
 |