Cuando escuché a Savater diciendo que la educación tenía que servirnos para aprender a obedecer, pero también a desobedecer, sentí que durante los once años que estuve encerrado en el colegio –vale decir, en contra de mi voluntad-, lo que hicieron fue engañarme. Es decir, que yo pude negarme a hacer la tarea todo el tiempo, y no me lo dijeron. Pude resistirme a presentar un examen porque consideraba que yo estaba ahí para aprender y no para competir, y se hicieron los locos.

No sólo eso. Mis padres son cómplices de todo este engaño. Ellos, que supuestamente velan por mis derechos e intereses, tampoco me dijeron nada. Claro ¿qué es lo que le dice la maestra a uno a cada rato? “Hay que hacerle caso a papá y a mamá…”

Todo estaba arreglado y nunca me enteré. Resulta que si quiero, no tengo que pagar impuestos con el cuento de que no me gusta este gobierno. Si quiero, puedo llegar tarde al trabajo con el cuento de que tengo derecho a dormir. Si quiero, puedo salir en pelotas a la calle con el cuento de que así me trajeron al mundo y lo bella que es la naturaleza. Me estoy dando cuenta que desobedecer puede hacernos la vida más fácil, pero nadie ha dicho nada; no vaya a ser que nos enteremos y empecemos a vivir como realmente queremos. No vaya a ser que nos guste…

Pero cuando volteo a un lado, veo que de alguna manera siempre estamos desobedeciendo a algo o a alguien. Por lo tanto, desobedecer será obedecer a los que desobedecen ¿Y si no me da la gana de desobedecer?

Facundo Cabral tiene razón, “debería existir una escuela para desaprender todas las burradas que nos han enseñado”.