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Inicio / Cuenteros Locales / Blitzkrieg / Como hormigas que huyen de la lluvia

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Tomó las previsiones para que la despedida fuera lo menos escandalosa posible. Era muy probable que las fotos aparecieran en los diarios, así que se esforzó en mantener la mayor pulcritud, dentro de los límites que las circunstancias imponían. La decisión la tomó después de que Ana abandonó la casa, con una maleta atarugada y la garganta tan llena de dolor que no tenía espacio para articular palabras. Ella había cruzado la puerta sin voltearse, temblando, pero no de rabia, sino por la peor de las tristezas, aquella que mora en el vacío dejado por los seres queridos. Fabián, paralizado por la culpa que le comía las entrañas, no intentó detenerla.
Después de salir Ana, Fabián se dirigió al baño, abrió ambas llaves, más por costumbre que por preocupación de calentar el agua. El sonido del chorro golpeando la bañera le acompañó mientras buscaba la pistola. La tomó observando todas las precauciones de seguridad, más como un acto reflejo que por miedo a lastimarse. La llevó consigo al baño, la colocó sobre la repisa cercana a la ducha desde donde podría alcanzarla una vez metido en el agua. Se desabotonó la camisa, la dejo caer, corrió la cremallera del pantalón, y éste se deslizó sin dificultad y quedó aplastado bajo sus pies como presagio de su futuro. Quizá, de haber sido interrumpido en el instante en que el agua helada le hizo vacilar, esta historia tendría otro final. Pero Ana no estaba y lo único que interrumpió a Fabián durante su dubitación fueron los recuerdos de aquella mañana de Abril.
Fabián adoraba a Ana a pesar de que nunca tuvo la fuerza de voluntad para terminar sus abandonos sexuales en casa de Laura. Conoció a Ana en el hospital donde ella trabajaba como médico residente, gracias a un ladrón que Fabián intentó detener y en cuya persecución se cortó una mano. Él no dejó de admirar sus facciones mientras ella cosía con delicadeza la pequeña herida. Desde aquel día, visitó la sala de urgencias todos los días para llevarle flores y chocolates a su doctora.
A Laura no le molestó el matrimonio de Fabián con Ana. La relación que habían mantenido siempre se caracterizó por el predominio del placer carnal. Ella y Fabián no tenían nada en común una vez que la ropa volvía a cubrir sus cuerpos. Se despedían casi con frialdad hasta la próxima vez, cuando él le hablaría por el mensajero instantáneo, le describiría una nueva fantasía, y, ella, deshecha en una cascada de pegajosos aromas, la saborearía como se saborea el plato que se anhela probar.
Cuando nació Isabel, Fabián llamó a Laura desde la sala de espera del hospital decidido a decirle que no se verían más. Fabián sabía que se mentía a sí mismo y sólo bastó que escuchara el tono grave y sensual de Laura, para que se limitara a soltar la noticia de que había sido niña. Laura lo felicitó y sugirió que la ocasión merecía ser celebrada, y que tenía una botella de champán enfriándose, pero que era lo único gélido que le tendría. Esa misma noche, mientras Ana se recuperaba en el hospital, Fabián ardió envuelto en las sábanas de Laura. El crepitar de su hoguera seguiría escuchándose con regularidad, y, lejos de apagarse, se avivaría.
Los días previos a la muerte de Fabián. Ana llegó en la madrugada después de una guardia de cuarenta y ocho horas. Fabián no quiso despertarla y decidió llevar él mismo a Isabel al maternal, cosa que nunca hacía, puesto que Ana, conociendo lo despistado de su marido, siempre habría preferido hacerlo ella misma o, delegar la tarea en su hermana. Ana llamó a Fabián al mediodía, para agradecerle por llevar a Isabel al maternal. Le dijo que no se preocupara por buscarla, pues ella, ya repuesta, podía hacerlo. Ana se sorprendió de no escuchar más la voz de Fabián al teléfono.
Con los ojos cerrados y la lengua retraída para dar espacio al frío cañón del arma, Fabián revivió el sobresalto que le invadió el día de la llamada de Ana. De nuevo su cabeza se abocó frenética a recordar. Aquel día, como ahora, las escenas comenzaron a sucederse en la mente de Fabián cual diapositivas: Laura esperándole desnuda en la cama, sentada sobre sus pantorrillas; luego, la mano mugrienta, extendida en señal de ruego; después el saludo de la Sra. Martínez, al entrar a la oficina. Desesperado, se esforzó en recordar y apareció Isabel, casi dormida, en el portabebé de la 4Runner: le siguió Laura, encuadrada en el lecho, invitándolo con su sexo, las manos despreocupadas colgando a cada lado; luego, reapareció la cara suplicante del mendigo; y otra vez la sonrisa de la Sra. Martínez. Fabián golpeó la cabeza contra la pared, asfixiado, luchando por querer recordar la imagen donde deja a su hija en la seguridad del maternal. Pero no, la imagen tampoco apareció esta vez; y ahora recorre desbocado las escaleras con la respiración entrecortada, sabiendo que ya es tarde, y no quiere seguir, pero tiene que seguir pues es inevitable; ya llega al estacionamiento, abre la puerta de la camioneta, la toma entre sus brazos, besa su rostro violáceo y la aprieta contra su pecho… De Fabián sólo queda una pantalla en negro, un cañón ensalivado, el gatillo y el dedo que lo hala. Su alma ha partido en busca de Isabel, le dirá no todo saldrá bien, que tienen que esperar juntos a mamá, que en estos momentos mira los automóviles transitar como hormigas huyendo de la lluvia, mientras la brisa envuelve su alma aterida.

Texto agregado el 10-01-2005, y leído por 289 visitantes. (1 voto)


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