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Quédate siempre conmigo
Allí estaba ella, y sólo Dios puede saber lo que sentí cuando mis ojos la contemplaron por primera vez. Ella era la atracción más importante, en el más bello jardín que alguien haya podido admirar. Así, entre resplandecientes flores, el resplandor de su belleza cegaba mi corazón, entre el dulce aroma de las rosas, el aroma de su perfume me extasiaba, y entre el agua cristalina brotando de los manantiales, ella era transparente como el cristal. En medio de un jardín lleno de vida, ella era la vida misma…
Cuando la vi por primera vez, mi corazón casi estalla en mil pedazos, y es verdad que muy pronto todo lo demás dejó de importarme. Llegué allí impulsado por una fuerza misteriosa y sin saber cómo había ido a parar a un lugar que bien podría haber sido parte de mi imaginación o simplemente un sueño y ella estaba esperándome. Mis sentidos se detuvieron y me quedé admirándola en silencio.
Sus ojos resplandecían y me pareció que su poderoso brillo superaba el de mil estrellas. Su cabello eran llamas ardientes, y sus manos irradiaban una especie de aura que sin duda sería capaz de brindar al poseedor de una de sus caricias, la más grande dulzura sobre la tierra.
Ella me vio directo a los ojos y me sonrió, y su sonrisa fue para mí el comienzo de una felicidad que hasta entonces ni siquiera sabía que existía. Mis sentimientos se confundieron. Temblando de miedo intenté acercarme, pero en ese instante una voz de trueno me detuvo . Comprendí que había actuado mal, y… ¿Cómo iba a explicarle a tan poderosa voz, que había llegado hasta ahí porque algo en mi corazón me había guiado? Tampoco recordaba el camino que me llevaría a casa, si en verdad había uno.
El temor me había paralizado y mis piernas no respondían, porque de no haberme sentido tan clavado al suelo y tan atrapado por la belleza de un ser al que probablemente estaba soñando, habría huido sin pensarlo dos veces.
La voz me increpó nuevamente Luego de escuchar la voz por segunda vez, sólo me atreví a bajar la cabeza y quedarme callado, porque sabía muy bien que si la belleza que mis ojos contemplaban tenía dueño, éste sólo podía ser Dios.
Cuando al fin levanté la vista, ella seguí mirándome fijamente y aún sonreía. De pronto me llamó por mi nombre y me dijo , y su voz era tan dulce como el canto del ruiseñor, tan suave como la brisa de una mañana de abril y tan pura como las notas tristes de un piano. A punto de caer en tierra por la emoción, sólo pude contestar> Cuando terminé de hablar sentí muy profundo dentro de mí, la tranquilidad de haber dicho toda la verdad. La ternura reflejada en sus ojos me demostró que había comprendido mis palabras.
La voz volvió a hablarme y esta vez era suave y calma.
Ella me dijo , y aún temblando de miedo me acerqué lentamente hasta llegar al pie de un magnífico árbol donde ella descansaba, y me senté a su lado. Comenzó a cantar una canción mientras acariciaba mis cabellos con sus delicadas manos. Una canción de cuna para un niño triste. Y su voz me llenaba cálida y arrobadora…
La admiré durante horas sin sentir cansancio, ni deseos de regresar a casa. Pero pronto ella me dijo, y me sumí en un sueño para despertar en mi habitación, envuelto en la claridad de una espléndida mañana.
A partir de entonces, regresé cada noche en sueños al jardín mágico donde siempre me esperaba ella con una sonrisa dibujada en los labios. Los días pasaron, también los meses y los años, pero a la vez el tiempo estaba detenido. Los momentos que pasaba a su lado me reconfortaban, y el resto del tiempo lo pasaba esperando con ansiedad el momento en que volvería a impregnarme de su presencia.
Le hablé de mi vida y de mis sueños, y ella me escuchó. Si me angustiaba ella sufría con mi dolor. Si era feliz, ella lo era también. Pasaba el tiempo y creía enamorarme aún más, pasaba el tiempo y aún más creía que no se trataba de amor.
Pero llegó el día. Entre al jardín como las veces anteriores y vi sus mejillas mojadas por las lágrimas. Me sentí morir lentamente, como asfixiado por el dolor de una gran herida. La miré a los ojos y supe que debía partir. Entonces rompí en un llanto y apenas pude decir entre sollozos
Ella se acercó y me tendió una de sus manos pues yacía yo arrodillado sobre el pasto. Le tomé la mano que me ofrecía y con su ayuda me puse de pie. Mirándome a los ojos me dijo con inmenso cariño.
Estábamos muy cerca el uno del otro. Tuve deseos de besar sus labios y ser consumido en el fuego de su pasión, pero la rodeé con mis brazos, y en ese instante que duró un tiempo larguísimo, reconocí la belleza que había curado a mi corazón: su amor de madre…
Lloré cuando se fue, pero a pesar de que nunca volví a soñar con ella, a veces siento que no se ha ido, y cuando las melodías que le arranco a cualquier piano recorren la habitación, llenando el horrible silencio de mi soledad, siento su voz susurrarme al oído Y ya no me siento sólo…

Texto agregado el 10-01-2005, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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