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Samuel Romero, marcado con el número 0-183, me contó el sueño que cambió su vida. Uno sumamente extraño y a la vez lleno magia, con un poder tan fuerte que hizo cambiar a un asesino encerrado en las celdas para reos de alta peligrosidad.
Mi calidad de escéptico me hace dudar de cualquier posible interpretación de los sueños. Sin embargo, el de Samuel Romero contaba con ciertos detalles que atrajeron mi atención, y por consiguiente mi interés en investigar el caso para llegar al fondo de la verdad, si es que eso es posible, porque ahora tengo mis dudas.
Al parecer el sueño tuvo como escenario la misma celda que ocupaba Samuel Romero. Digo al parecer, porque de acuerdo a la descripción que me dio, ambas tenían las mismas características, sólo que la del sueño lucía más limpia, como si estuviera nueva. De acuerdo al sueño, él se despertó y encontró a una persona de pie que lo observaba meticulosamente. Se trataba de un hombre alto y robusto que vestía un pantalón azul fuerte y una camisa del mismo color pero más tenue. Con un leve sobresalto, Samuel se reincorporó y le preguntó que si era el nuevo compañero de celda.
Aquel sujeto le dijo que su nombre era Remigio Cifuentes o Emilio Cifuentes –Samuel no recordaba muy bien–, y sin más, le explicó que él había ocupado su lugar en esa celda, incluso, había portado el mismo número de identificación (0-183).
Samuel me contó que al momento de escuchar su nombre, tuvo una sensación de relajamiento, como si se encontrara hablando con una persona conocida desde hace mucho tiempo, lo que le pareció absurdo pues estaba seguro de que jamás había escuchado ese nombre y mucho menos había visto ese rostro.
Una vez que Samuel Romero se sintió en confianza, dio inicio una conversación extraordinaria, la cual aún es causante de fascinación para este redactor.
Samuel quería saber más a cerca de aquel hombre, como si se tratara sencillamente de un nuevo compañero de celda más.
–Bien, ¿de qué se te acusó? Porque supongo que cumpliste tu sentencia.
–Eso carece totalmente de importancia –respondió sin perturbarse.
–¿Cómo no va a importar? Por algo ocupaste este lugar.
–No hay duda de lo que dices, pero en este preciso momento es irrelevante, ya habrá tiempo para que aclares tus dudas. Toma asiento, quiero que escuches muy bien. Para ti, el paso del tiempo se ha curvado tanto como puede ser flexible, pero yo no puedo darme el lujo de seguir tu ritmo. El motivo de mi presencia es muy sencillo, pero no por ello carente de importancia: vine para avisarte que en ti tendrá lugar una gran sabiduría.
–¿Cómo que una gran sabiduría? Si yo apenas sé cómo me llamo –inquirió consternado Samuel.
–Así es, quiero que ese conocimiento lo utilices para mejorar tu persona, pero más que eso, quiero que…corrijo…será tu deber, transmitir tu sabiduría a los demás y con ello mejorar también sus vidas.
–¿A caso olvidas que estoy encerrado y que no tengo contacto con la gente?
–Tu conocimiento lo transmitirás a quien se te acerque y a quien te vea, pues tus actos parsimoniosos inspirarán incluso a quien no te escuche.
–¿Y cómo voy a obtener todo ese conocimiento? ¿Tú me lo vas a dar o cuando despierte seré la persona más sabia del mundo?
–No, las cosas no funcionan así; de hecho, sólo tendrás conocimiento de las cosas que necesitas saber, o que creas necesario saber. No tiene caso tener el conocimiento o dominio de algo que jamás vas a necesitar. Esta forma sirve además para evitar que pierdas la razón con tanto conocimiento.
–Bueno, parece ser que todo va a ser más censillo de ahora en adelante; con la flojera que me da pensar.
–No es tan fácil como crees. Tendrás dudas, ¡claro que tendrás dudas! Al intentar esclarecer una, será en ese momento que se te dará la respuesta, será como si siempre la hubieras sabido, vendrá a ti como un recuerdo cercano.
Esta forma de conocer también tiene una razón de ser: así tu cerebro estará en constante movimiento, de otro modo, quedaría inservible, no hay que olvidar que ése es el músculo que más se debe ejercitar.

A partir de la mañana siguiente, Samuel Romero se condujo con una rectitud admirable. Y tal como lo había adelantado el hombre de sus sueños, pronto llegó a su mente una vasta sabiduría. Al principio no sabía como explotarla, pues no tenía dudas, o más bien, ni siquiera se le ocurría que pudiera tenerlas. Digamos que el cuestionarse reflexivamente no se le daba, pero eso lo superó en los siguientes días al tratar de tener preguntas. Me detalló que al momento de formularse una, la respuesta se evidenciaba poco a poco, y al momento de obtener la solución, brotaban otras cuanta dudas, y de cada una de ellas se desprendían otras más. Relacioné lo anterior a la forma en la que se extienden las ramas de un árbol. La manera de manejar su conocimiento progresó notablemente. Al principio, como en todo, alardeaba y presumía su sabiduría, luego ya no tenía tiempo de jugar, poseía tantas dudas que aclarar, que pronto se convirtió en una persona sencilla y dispuesta a ayudar; eso sí, se volvió una muy lacónico también. En la cárcel pronto se corrió la voz de esta maravillosa persona. En cuanto podían, los reos se acercaban a él en las horas de deporte; luego se ganó el respeto de los policías, primero de los que lo custodiaban y luego de todos los del penal, hasta que llegó a oídos de las autoridades, y éstas acudían también constantemente a visitarlo para escuchar algún consejo, o simplemente algunas palabras que les ayudara a apaciguar dolores emocionales. Yo lo conocí a estas alturas, cuando ya era del conocimiento popular. Fui uno de los pocos que lograron entrevistarlo; pero eso sí, fui el único en saber lo que ocurrió en el sueño de Samuel Romero. Aunque los datos que me dio no son completos, son los suficientes para conocer el origen de su sabiduría, aún inexplicable científicamente.

Tras realizar una investigación profunda sobre el caso, supe que efectivamente, el reo que precedió a Samuel, era Remigio Cifuentes. No había forma de que él supiera el nombre de esa persona, pero todavía más imposible es que supiera que portó el mismo número.
Samuel Romero logró mejorar su vida y la de muchos recluidos que tuvieron contacto con él. Su conducta intachable sirvió desde entonces como ejemplo y modelo a seguir de los reos que pasaron por esa prisión. Su forma intachable de proceder, sea a consecuencia de un sueño o no, es cosa de alabar y me hace reflexionar sobre si debió haber sido liberado pese a los crímenes que se le imputaban, pues “afuera” nunca he visto ni sabido de una persona que se comportara como él. Como sea, la excelente conducta que tuvo Samuel Romero en la prisión, solamente sirvió para que le perdonaran tres de las cinco condenas perpetuas que purgaba.

Texto agregado el 11-01-2005, y leído por 426 visitantes. (0 votos)


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