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 Para Anémona
 
 
 
 
 Los aceros refulgen frente a ese sol rojizo e inmenso
 rayos que se agarrotan sobre toda superficie
 e incendian y carbonizan el alma de los espectros
 con su fuerza desbocada por desaciertos milenarios,
 quien desacate su furia y no oculte su faz con el yelmo
 será pasto de las llamas, el infierno reina sobre los escombros.
 
 Hombres ensombrecidos tras gruesos trajes de asbesto
 pululan sólo en las noches boreales y aún así las voraces
 lenguas doradas reptan por los valles como criaturas de Satanás,
 la existencia soterrada de esos seres, se manifiesta triste,
 avenidas iluminadas bajo la corteza terrestre, ciudades azufradas,
 tráfico desolado de una patria limitada y sin horizontes.
 
 Insectos inmensos, alimañas del centro de la tierra
 emergen como fantasmas alados y se posesionan de todo
 son productos de centenarias mutaciones, crecen y se multiplican
 son los nuevos hermanos del hombre, parientes feroces que
 se devoran a los bebés y espantan a los que sorprenden en la calle
 es una horrible profecía no descrita en ningún texto sagrado.
 
 La amazona Sara, mujer vernacular, escéptica y más que valiente,
 ciega en su proceder, ha decidido terminar con la plaga y provista
 de un inmenso aparato succionador, se enfrenta a esas bestias
 que la contemplan babeantes con su multiplicidad de horrendos ojos
 apunta hacia ellos con su arma letal y uno a uno van desapareciendo
 tragados por ese ingenio que ni el más valiente osaría utilizar.
 
 Luego, emerge a la superficie a bordo de esos ascensores en los que
 ya casi nadie se aventura y con arrojo, esquiva las lenguas mortíferas
 y las succiona con su aparato ya milagroso, la tarea es ardua
 pero su dominio es magistral, está por acontecer un milagro
 las llamas se retuercen dentro de esa gigantesca bolsa y se apagan
 El mundo pareciera estar a salvo, la mujer alza su brazo eufórica
 
 Antes que ese brazo recubierto por el material cortafuegos
 regrese a su cadera amplia de mujer sempiterna, una ráfaga
 vengativa y poderosa la inunda y crepita en su centro con ella
 consumiéndose y braceando como si quisiera derrotar a esa alimaña
 en su propio refugio de rubíes incandescentes, grita y vocifera, se retuerce
 la amazona está a punto de desfallecer cuando un tremendo estallido
 derrota de una vez a ese sol que se contrae como una pútrida cáscara.
 La amazona elige vivir a la intemperie con esas sombras calcinadas
 ella opta por este camino solitario y se abalanza con su alma incansable
 a erigir palacios y verdades, a luchar con lo que acontezca y a gozar
 mirando ese cielo estrellado en esa noche eterna y congelada
 será testigo privilegiado cuando vientos de epifanía anuncien
 que un nuevo sol ha sido creado para todos los justicieros y ella
 sonreirá a sus dioses que la complacerán con ese enorme galardón…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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