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Inicio / Cuenteros Locales / guanachinerfe / Tránsito de un libro a una mujer

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El tránsito entre la lectura de un libro y la contemplación de la realidad, en esos instantes en que se levanta la vista de las páginas para calmar un poco el agotamiento, siempre me ha parecido caótico. Es un tiempo indefinido en el que el cerebro se aclimata con rapidez a una situación ajena y, al unísono, próxima. Unos instantes que se resumen en un susurro, una respiración agitada o el vuelo de una falda.

La primera vez fue en el lavabo. Me encontraba en una sala de un consultorio médico esperando a que terminasen de atender a mi esposa. Nunca he sentido la necesidad de entrar con ella y escuchar las divagaciones de un galeno - que no doctor en la mayoría de ocasiones - sumido en su propia ciencia y elevado por encima del resto de los mortales como un Zeus resucitado. Lo cierto es que esa actitud siempre me ha repateado el hígado. Pero, tornando al principio, yo seguía extasiado en la lectura de un libro de poemas - de esas colecciones de bolsillo fácilmente transportables -, cuando una mujer vestida de negro, con una chaqueta y falda corta haciendo juego, - quizá demasiado corta incluso - llenó mi campo de visión. Fue tal vez una bendición divina y el tránsito desde el libro hasta la contemplación de la pared de enfrente se interrumpió con la presencia del vuelo de una falda y del leve roce de un tejido. Cuando quise elevar la vista, sólo pude contemplar su espalda y una pícara mirada elevada, lo justo por encima del hombro para dar un repaso a mi anatomía, no excesivamente maltrecha y todavía de buen ver gracias a las sesiones matutinas de gimnasio. Dejé el libro apartado sobre una de las sillas del consultorio y desaparecí sin causar ruido ni extrañeza gracias a la inusual ausencia de pacientes en la sala de espera. El lavabo, pese a no ser mixto, era el único que había en aquella consulta por lo que entré sin sentirme excesivamente osado y, más bien, algo cohibido. Ella estaba contemplándose frente al espejo, retocándose la tez para afilar más sus tentadoras armas femeninas. Se había quitado las gafas y su vista era más clara y limpia, también más sugerente. Nos miramos cuando todavía permanecía yo en el umbral de la puerta de entrada. Fue una mirada cálida, embriagadora, de esas que recorren los cuerpos en su inmensidad. Entreabrió la boca y recorrí con rapidez los espacios y silencios que nos separaban. Mis labios ya se encontraban sobre los suyos y su lengua succionaba la mía con fruición dejándome atrapado entre sus dientes que reclamaban como suya aquella posesión que era un apéndice de mi cuerpo. Allí mismo desabrochó la falda con prontitud sin dejar de besarme. No llevaba ropa interior. Me arrastró hacia el interior del váter de forma compulsiva, agarrándome del pantalón, allá donde un bulto rompía la armonía de la pernera estallando los bolsillos y dejándolos abiertos de par en par, casi mostrándose obscenos a consecuencia de aquella súbita erección. Cerró la puerta del lavabo y armó el pestillo. El resto fue el éxtasis.

La segunda vez nos vimos casualmente en un café junto al lugar donde trabajo. Nos reencontramos fácilmente. Yo tenía una taza en los labios pero su presencia me absorbió como una gamuza recoge el agua derramada. Se acercó a la barra de zinc, repleta de tazas y platos preparados para ser llenados de café, y me tomó de la mano. Olí su perfume y me atontó la esencia, tan femenina y, al mismo tiempo, tan arrogante y violenta, como ella misma. Dejé la taza sobre el mostrador previendo que la fuese a derramar. Le acompañé a su casa. Tuve la sensación de que no estábamos solos, pero me dejé llevar a la alcoba. La cortina estaba medio corrida por lo que podía ver la calle con sus transeúntes y el ajetreo cotidiano. También nos podían ver a nosotros desde el bloque de enfrente. Pronto me olvidé de todo aquello que nos circundaba, su sola presencia acabó inundando mi campo de visión. Ella se desnudó sin preámbulos ni mediar palabra alguna. Se tumbó sobre la cama a la vez que me tomaba de la mano. Yo sólo pude que recorrer los surcos de su intimidad...

De ello hace ya un año. Todavía aguardo a la puerta del consultorio médico algunos días, pero ella no aparecerá. En el exterior de su piso, en el balcón, cuelga un cartel que me reitera su falta. A veces me abandono en el café durante horas y recorro su ausencia con la mente, aunque tengo la certeza de que nunca volverá.

Luis Vea García,1999 ©

contenido en el libro Cotidianos, Isla Varia editor, 2008.

Texto agregado el 17-01-2005, y leído por 353 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-06-2008 Parece que el tránsito entre el libro y la mujer no era en absoluto el conflicto aquí. Está bueno el texto, me gusta. mariaclaudina
10-04-2008 Un texto cargado de erotismo.. verdequetequieroverde
23-11-2007 Repito mi comentario del texto anterior. Tiene un gusto a clásico, sí señor. OrlandoTeran
03-07-2006 Un tránsito apetecible. Yo siempre he dicho que primero una mujer. Después los libros. Insisto: bien contado y en tu escribir, buena prosa. Saludos desde Cuenca. Noguera
12-03-2006 recorrer su ausencia con la mente...me gusta esa frase....un beso eloisa
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