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El último argentino en abordar la extraña y gigantesca nave, era aquel gaucho solitario con su vestimenta típica, bombacha negra plisada, camisa blanca con pañuelo rojo al cuello, una rastra brillosa de cuero negro con una variedad de monedas de plata, que a su espalda alojaba un gran facón con mango labrado delicadamente, un sombrero de felpa de ala ancha ya deslucido por el accionar del tiempo, un par de botas con espuelas aseguradas con tiento fino y el infaltable poncho de distintos tonos de marrón. Con mirada triste y un dejo de lágrimas en sus ojos, dejaba atrás a su noble y fiel compañero de andanzas, su caballo “Trueno”.
Así lo llamaba porque cuando pequeño, su alocado galope trepidaba el suelo como un trueno lejano. Su pelaje negro azulado, brillaba de mucho maíz comido, impresionaba su esbelta figura, con sus crinas prolijamente recortadas y su cola larga. Tenía porte de un pura sangre.
Lo cuidaba desde recién nacido, ya de potrillo lo montaba en pelo, hasta ya adulto domarlo a su gusto. Con él era muy dócil, relinchando suavemente produciendo como un ronroneo al acercarse.
Su último contacto con “Trueno”, después de un fuerte y largo abrazo de despedida, fue aflojarle la cincha, sacarle la montura y el freno; luego de unas cuantas palmadas afectivas en el lomo y un grito ahogado en pena ¡Vete ya!, hechó a correr libre como el viento, haciendo piruetas y corcoveos, perdiéndose detrás de una nube de polvo fina que quedaba suspendida, por el enérgico golpeteo de sus cascos en el suelo, buscando escapar como caballo salvaje, de esa despedida triste y desgarrante.
En los alrededores, un territorio desbastado, donde supo haber riquezas por doquier, ahora grandes urbes con sus rascacielos ya destruidos, sus siluetas vacías como arañando el cielo.
Sus habitantes, un recuerdo convertidos en polvo por la hecatombe de la misma avaricia del hombre, mas sus sembradíos contaminados; a nadie le sirven, sus frutos deformes alterados genéticamente, no tienen quién los consuma.
El gaucho sabio por experiencia, evitaba aquel caos, trataba de mantener distancia, recorriendo la pampa gringa, buscando aquel rincón que todavía conservara sus raíces, galopando y galopando de sol a sol, de horizonte a horizonte; pero nada... todo era igual, la misma visión desolada de su tierra querida.
Una voz en las alturas lo invitaba a subirse, mas parecía que provenía de un raro lucero; lo seguía por todo su camino insistiéndole que abandone esa tierra parma, vacía de sueños e ilusiones. Pero el tesón del gaucho solitario, no flaqueaba, era su terruño, su patria, inmigrada por tantas razas de distintas esperanzas, la que sus ancestros tanto sudor y sangre derramaron, para brindarle un futuro promisorio.
Con el recorrer de las leguas, su caballo fiel a su deseo, seguía transportándolo sin objeciones, era el único visible sobreviviente dentro de la imagen patética y fantasmal de cada pueblo, cada ciudad. Lo atormentaba y lo angustiaba la necesidad de encontrarse con algún otro gaucho, alguien más que pelee por su tierra.
¿Porqué el? Se preguntó ¿Porqué? Estoy tan solo en esta inmensidad, ¿Donde está el resto de mi gente...de mi pueblo?-
Sus preguntas no tenían eco, morían en silencio, confundiéndose con el galope incansable de “Trueno”, su mente, solo captaba ese mensaje insistente:
¡Abandona todo, tendrás que dejar a tu caballo, que busque su destino, pero a ti te podremos salvar, te brindaremos protección, curaremos tus heridas, te volverá el deseo de vivir, que compartirás con otros seres.-
Mas el gaucho era obstinado, no era de aquellos que se dejaban convencer fácilmente a pesar de que sus energías se iban consumiendo y sus defensas cedían, cruzó ríos y quebradas, llanuras extensas, montañas agrestes, mas todo era igual, soledad, destrucción, máquinas inservibles deshumanizadas, computadoras en espera de alguien que oprima sus teclados, para tomar la próxima acción...querer ordenar al hombre pero...¿A quién?
Ya se había apretado la tecla equivocada, no quedaba nada en pié, solo una inmensidad desierta. En el diáfano cielo aquel lucero, que con paciencia lo seguía fielmente en todos sus rumbos desesperados. Transcurrían las horas, los días, los meses y todo seguía igual salvo el cansancio y desilusión, de aquel hombre que no se convencía de la jugada que la vida le hacía.
Ya sin mas fuerzas para seguir luchando, ni herraduras su caballo, tiró de las riendas con firmeza, detuvo su andar, desmontó apoyando la bota desgarrada en el suelo, liberando a su compañero del peso constante de su monta. Miró apesadumbrado hacia arriba, encogiendo sus hombros como su ultimo gesto de resignación y antes de poder pronunciar palabra, observó como el lucero rápidamente se acercaba convirtiéndose en una hermosa nave alargada, con luces destellantes que la envolvían, se mantenía suspendido a unos metros del suelo. De su vientre una puerta deslizante se abrió lentamente, un halo de luz descendió en forma de cono, iluminando de un suave tono verdoso al caballo asustado con su jinete, produciendo un zumbido leve, asomó una escalerilla blanca con baranda plateada que descendió suavemente hasta apoyarse en el suelo, dos gauchos bien vestidos bajaron sucesivamente. Le tendieron sus manos invitándolo a subir, se hacían entender con sus ojos, mirándolo lo indujeron a abandonar el paraíso que fue.
Antes de hacerlo les dijo:
¡Momento paisanos! me tengo que despedir-
Se sacó las espuelas desgastadas desatando los finos tientos, total para que llevarlas, ya no tendría con quien usarlas; con pena en su alma, las dejó caer al suelo, una muestra mas de donde estuvo el hombre gaucho, aquel que supo lo que era su pampa hermosa, miró a su “Trueno” como pidiéndole perdón le dijo ¡Vete ya!... no había forma de consuelo para tan triste decisión.
Al cumplir su despedida angustiante, mirando esa fina nube de polvo que quedaba suspendida en el recuerdo, subió por la misma escalerilla a la nave inmensa guiado por sus colegas, luego de retraerse la escalerilla se cerró la puerta, arrancó sus motores y nuevamente en un lejano lucero se convirtió, mas en su interior uno mas llevaba, era aquel gaucho solitario, el último argentino.

Nicolas Jackson

Texto agregado el 17-01-2005, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-02-2005 Gracias!! es precioso!sobrecogedor!!Tremendo!! creo q añorar nuestra tierra y sus gentes es lo q la hace tan hermosa a nuestros OJOS!!miles de estrellas!!XXX luzzifera
17-01-2005 Mis estrellas para tu cielo y por tan hermoso relato. Magda gmmagdalena
 
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