|           1Érase que se era,
 en un lejano lugar,
 una inquieta población
 angustiada de tanto esperar.
 Esperaban a que el dragón
 que rondaba la ciudad,
 se cansara de comer arroz,
 
 y los quisiera devorar.
 Pero el dragón muy malvado
 no los quería escuchar
 y exclamó alborozado:
 -¡Menuda panchada me voy a dar!
 
 Las gentes huían espantadas,
 despavoridas abandonaban la ciudad,
 buscando cobijo en el castillo,
 deseando que el rey los pudiera salvar.
 
 Mas el anciano soberano
 no podía su sable empuñar.
 El dragón era una bestia enorme
 y él ya viejo para batallar.
 
 Pero por suerte su hija,
 la bella e inteligente Flor,
 calmó el llanto de sus súbditos
 y les prometió protección.
 
 Valiente como una espada,
 inteligente como Merlín,
 brava como una fiera,
 suave como el jazmín.
 2
 Así era la hija del soberano,
 la Flor de aquel triste jardín
 que con sus mejores galas
 de palacio tuvo que salir
 
 Caminó pausadamente
 y recorrió el largo sendero
 que la llevaría hasta la gruta,
 terrible como el mismo infierno.
 
 La cueva era apestosa,
 pequeña, húmeda y marrón
 y olía a humo y a fuego.
 Horrorizada asió su zurrón
 
 -Aun puedo volver- pensó-
 Aun no todo está perdido.
 Puedo ocultarme en el bosque
 y decir que nada he podido.
 
 Tras mucho meditar,
 a las puertas de la caverna,
 el deber la volvió a arrastrar
 y el valor volvió a poseerla.
 
 Un primer paso dio,
 un pasito muy cortito.
 El umbral de la cueva atravesó
 y se sumergió en el abismo.
 
 Miles de sombras danzaban
 entre la oscuridad de la gruta.
 ¿Eran fantasmas o espectros,
 o eran hechizos de brujas?
 
 
 Los dientes le castañeteaban,
 el sudor le iba a inundar.
 Las piernas le temblequeaban
 y no podía respirar.
 
 -¿Hay alguien en la cueva?
 -se atrevió por fin a gritar.
 Por respuesta una llamarada
 del abismo comenzó a brotar.
 
 -¿Quien se atreve a estas horas
 a mi digestión interrumpir?
 ¡Como seas comestible
 de postre me vas a servir!
 
 Flor quedó paralizada.
 El miedo le impedía contestar,
 le impedía mover las piernas
 y correr para escapar.
 
 Así que se quedó en su sitio,
 rodeada de oscuridad,
 de olores nauseabundos
 y de frío y de humedad.
 
 Unos pasos se aproximaban,
 haciendo la cueva retumbar,
 a la hija de un soberano
 que estaba a punto de llorar.
 
 -¡Qué visita más estupenda!
 -exclamó el dragón al llegar.
 ¡Una jovencita tierna
 para la hora de merendar!
 3
 Tenía las horas contadas.
 ¡Flor lo sabía muy bien!
 O su terror espantaba
 o se la comería con miel.
 
 -¡Traigo un presente de mi padre!
 dijo intentándose relajar-
 Es para que te diviertas
 y no quieras atacarnos más.
 
 -¿Qué presente ese tan maravilloso
 que puede él solo lograr
 que un dragón apestoso
 no quiera humanos matar?
 
 ¿Es acaso una pócima
 que preparaba el mago Merlín,
 o un prodigio de otros mundos
 que aun están por descubrir?
 
 Algo muy fabuloso
 me deberás entregar,
 si quieres realizar el milagro
 de convertir la maldad en bondad.
 
 El dragón escudriñaba
 el bolso de la pequeña Flor,
 intentado descubrir el artilugio
 oculto en el interior del zurrón.
 
 -Si me ofrecieras una silla,
 y un caldo o un tentempié,
 ya más tranquila te mostraría
 el presente que te anuncié.
 
 El dragón escupió fuego,
 un poco antes de aceptar,
 para indicarle a la niña
 que con él no se debe jugar.
 
 Así que Flor y un dragón peligroso,
 por un oscuro corredor echaron a andar.
 El se relamía en silencio,
 ella no dejaba de temblar.
 
 Por fin alcanzaron una estancia,
 con una silla, un perol y mucho hollín
 y con las paredes mugrientas
 y con un asqueroso candil.
 
 -Esa perola que hierve-
 dijo el dragón escupiendo sin parar-
 está aguardando por una niña
 que Flor bien se podía llamar
 
 -Aguarda no te apresures-
 dijo la joven secándose el sudor-
 pues cuando te entregue mi regalo
 ya no querrás cometer tal horror.
 Desearás una sopa jardinera,
 
 con guisantes, zanahorias y una col
 y me invitarás a un buen plato
 y después lavarás el perol.
 
 Muchas dudas abrigaba,
 el perversísimo dragón,
 de que un simple regalo lograra
 cambiar su brutal condición.
 
 Mas la intriga le carcomía
 y le cortaba la respiración
 y cuando quería vomitar llamas
 solo le brotaba un fastidioso vapor.
 
 -¡Vamos al grano niña!
 ¡Qué ya no me puedo aguantar!
 ¡A ver ese artefacto precioso
 que me vas a regalar!
 
 Flor ocupó la silla,
 cercana al sucio perol
 y con calma simulada,
 sacó el regaló del zurrón.
 
 4
 
 
 Un rectángulo de piel
 en su regazo acomodó.
 Tenía pastas y hojas.
 Era un libro ¡Si, señor!
 
 ¡Grrrr!- rugió el dragón enfadado
 contemplando la traición.-
 ¿Con esta birria de regalo
 intentabas calmar mi mal humor?
 
 Pues ahora estoy hecho una fiera,
 estupidísima Flor,
 y como el agua está aun hirviendo,
 te voy a sumergir en el perol.
 
 La niña aterrorizada,
 abandonó la silla de un salto.
 Busco por los alrededores
 un lugar donde ponerse a salvo.
 
 Pero la caverna maldita
 estaba muy bien diseñada.
 ¡Ningún rincón donde ocultarse!
 ¡Ninguna rendija! ¡Nada!
 
 
 Solo le restaba hablar
 si quería salvar el pellejo,
 intentar convencer al dragón,
 dejarlo con palabras perplejo.
 
 -¡Escucha, amable dragón!
 Escucha lo que te digo.
 El regalo que te traigo
 es digno de estar contigo.
 
 Es un maravilloso libro
 de cuentos de tus congéneres
 entregado a mi padre
 por un duende muy sui generis
 
 Era un duende peligroso
 porque tenía dos cuernos
 y lucía un extraño rabo
 y aborrecía los cuentos.
 
 En premio a la ayuda
 que mi padre le había prestado,
 le entregó este excelso volumen
 que contagia paz al ojearlo
 
 El humeante dragón
 arrancó el libro a la niña
 y las páginas pasó
 calmando un poco su ira
 5
 Pero cuando remató
 este sencillo ojeo,
 otra vez se enfureció
 y berrreó como un poseso.
 
 -¡Las fotos son muy bonitas!
 ¡Mas a mi no me gusta leer!
 Y aunque hable de otros dragones,
 es muy gordo ¡Jamás lo terminaré!
 
 Flor pensó muy aprisa.
 Su mente comenzó a trabajar
 y con una amplia sonrisa,
 se precipitó a declarar:
 
 -No te preocupes por eso.
 Yo no tengo nada que hacer.
 ¡Te ofrezco mis servicios!
 ¡Estos cuentos te puedo leer!
 
 El dragón se lo pensó un rato.
 No era fácil de convencer,
 o bien escuchaba el relato,
 o se comía a Flor de una vez.
 
 -¡Bien, pienso que no hay problema
 por demorar la comida,
 sino me gusta el relato
 de un bocado te meto en mi tripa.
 
 -¡Glup!- dijo Flor asustada.
 Como el cuento fuera un rollo
 No tendría escapatoria
 ¡Y estaría acabada!
 
 Haciendo acopio de fuerzas,
 la garganta aclaró,
 se pasó la mano por la frente
 y puso dulce la voz.
 
 Con una sonrisa en los labios
 y una lágrima en el corazón,
 abrió la portada del libro.
 Esta historieta leyó.
 
 
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