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( Hummm, difícil de entender..., jajaja )



Caminé hasta la mesa de un bar, en el corazón de la ciudad, que hoy latía ferozmente. Cansada de esquivar baldosas fuera de lugar, bajo el smog que ardía en mis ojos, derramé mi cuerpo sobre aquella silla. No pedí nada, solo me extendí bajo la sombra del árbol, para descansar esta fatiga. A mi lado, una mesa cubierta por restos voluminosos, era ocupada por una señora paqueta, junto a un muchacho cuarentón. Su rostro rondaba por los setenta, desbordante de arrugas apenas maquilladas. A mi derecha, el señor de traje, tomaba un café mientras leía el diario, quien bajo unos anteojos antiguos, de vez en cuando recreaba su mirada, con las piernas de alguna señorita. El confitero se había apostado en la vidriera, con un proveedor de bebidas; los oía reír detrás, relatando historias de borrachos. El taxi estacionó frente al bar; una mujer joven con gafas oscuras, semejante a mí, descendió rápidamente para instalarse dentro, a la par de la ventana. Su aspecto bien cuidado, no concordaba con la tristeza de su cara. El pelo bañaba sus mejillas flacas, como una llovizna oscura que llegaba hasta sus hombros. Con la cabeza gacha, y su panza regordeta, hurgaba constantemente la cartera, quizás en busca de alguna ayuda a su dolor. Hacía un calor suave que dejaba navegar mí pensamiento, en espirales de aire. De repente, la señora mayor, cansada de la espera, lanzó un grito: -“ Mozo”, con voz indignada ante la suciedad de la mesa, aún sin limpiar; su acompañante, parecía no tomar conciencia de sus actos, con ojos achinados, y un retardo leve, solo seguía los gestos de su madre. El hombre de traje la miró sin ver, menospreciando su enojo, mientras se internaba nuevamente en la lectura. La muchacha triste, acudió con la mirada cómplice, en su ayuda. Yo me quedé mirando al confitero, José, quien preso de su diálogo, ni siquiera había oído aquel reclamo. Un mozo llegó al rato, con su delantal algo manchado, mientras escuchaba las quejas de la anciana. José, no dejaba de mirar a la dama de lentes oscuros, detrás de la vidriera; sus ojos se perdían en ella, como remontándose a un pasado compartido. Al instante, se acercó diciendo: -“ ¿Vos sos Laura, verdad?”, la muchacha se quitó las gafas, y con ojos llorosos recorrió su rostro. El se sentó a su lado, pidiéndole disculpas, mientras le rozaba la piel con sus manos. La vi sonreírse vagamente, con su mirada perdida en el recuerdo, y su boca preguntando los porqué. Un amigo enjuto, entrecano, de bastón, se acercó a la mesa del hombre de traje, para llevárselo hacia la ciudad. La señora mayor, después del té con unas gotas de coñac, se alejo tambaleante, del brazo de su hijo. Yo seguía allí, sin decir palabra. Laura y José continuaban hablando, los veía modular sus bocas, detrás del vidrio. Otros clientes volvieron a ocupar las sillas, mientras mi cuerpo se sentía cada vez más solo. Los rayos del sol, comenzaron a cubrir parte de mi rostro. Y aunque nadie me vio partir, quizás el viento, o las hojas, notaron mi alejamiento paulatino de aquel bar. Sobre la mesa, la invitación de cumpleaños a José, temblaba con el viento.

Desde ese día, la tristeza me invadió por completo; de José no supe nada más, solo me había acercado, para darle la noticia e invitarlo. Había cuidado nuestro bebé, con entera devoción; sin más, mañana cumplirá cuarenta.

Ana.

Texto agregado el 07-11-2002, y leído por 671 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
07-11-2002 Es complejo pero se entiende. Instantes de coincidencia cósmica, tres mujeres, un pasado un presente y un atisbo del futuro. Me gustó. marxxiana
 
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