TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / carlos / Rebelión en frio

[C:812]

Érase una vez un lugar donde el frío tenía su reino, donde las sempiternas noches sólo eran interrumpidas por las fugaces visitas del todopoderoso, quien traía la molesta e inquietante luz con él, pues le pertenecía. Él era el único punto de unión entre el reino del frío y el resto del universo. Sin el todopoderoso las criaturas que habitaban esta gélida tierra acabarían muriendo, pues el frío solo podía conservarlas temporalmente. De este modo, en cada visita del todopoderoso, cuando venía a recoger a alguna criatura para concederle la vida eterna, era necesario ofrecerle algún tributo, otra criatura, que condenada al calor eterno, y por tanto a la podredumbre y a la muerte, le aplacara en sus ansias y garantizara próximas visitas.

En tiempos ancestrales hubo una lucha por el poder, pues era necesario decidir que criaturas serian salvadas y cuáles condenadas. De esta cruenta guerra surgió el actual estado. En él, los grandes señores del frío consiguieron los mayores privilegios y aún siendo los más longevos, permanecían siempre jóvenes gracias a un frío extremo que podría ser mortal para otras criaturas más débiles. Estos tenían garantizada la salvación. El resto del reino se repartía entre los beatos y los mártires, pues la muerte de los últimos permitía la salvación de los primeros. Los mártires ocupaban las zonas mas profundas del reino, allá donde el frío era menor y la vida más corta, pues eran condenados por nacimiento.

Por siglos esta situación se mantuvo, y si bien hubo pequeñas revueltas, siempre fueron eficazmente sofocadas por los beatos, con la inestimable ayuda de los señores del frío. Sin embargo en los últimos tiempos, la intranquilidad anidaba entre los beatos, pues en las tierras profundas se estaban produciendo bruscos y peligrosos cambios. Las nuevas generaciones de mártires cuestionaban la tradición que habían heredado y negaban los derechos por nacimiento de los beatos a salvarse, tanto como su propia condena. Estos que ahora no tenían miedo, pues no habían sufrido en propias carnes ninguna derrota, son los que en medio de las eternas y gélidas noches han sido convocados por sus dirigentes, jóvenes y valientes, para planear el modo de asaltar la tierra de los beatos, para cambiar el orden establecido. Y es en este punto, en la última reunión nocturna antes de iniciarse la rebelión, donde comienza nuestra historia.

-¡Hermanos!- exclamaron los Cocos- ¡alegraos pues el día de hoy será recordado y celebrado en un futuro como el día que nos dio el poder!. Pero antes, demos la bienvenida a nuestros amigos de las tierras profundas del oeste, conocidos por tener un valor y un coraje sin igual.
-¡Gracias, hermanos del este!- respondieron los Huevos- pero sin bien es cierto que nuestro valor es reconocido, no lo es menos la astucia de los Cocos. Os ruego que sigáis vosotros con las palabras, pues nuestro campo es el de batalla.
Los Cocos, situándose en el centro del campamento, comenzaron a hablar a la vez que giraban sobre si mismos con la intención de que todos oyeran por igual sus palabras.
- Los planes, todos los conocéis ya. Vuestra misión os ha sido igualmente encomendada. Sin embargo, para asegurarnos de nuestro éxito en el grandioso día de mañana y para garantizar que todos cubriremos nuestro puesto, pues no hay mejor amigo del fracaso que el desorden y la anarquía, os iré preguntando uno por uno. Así pues, decidme Cebollas, ¿conocéis vuestro puesto y lugar en la batalla?
- Si señor, lo conocemos- respondieron tímidamente las cebollas- sin embargo permitid que volvamos a señalar que nuestra misión nos parece con mucho la más peligrosa, y no estamos aún seguras de que esto sea de justicia.
La respuesta de las Cebollas enojó a los Cocos, y creedme si os digo que los Cocos cuando se enfadan dan verdadero miedo, preguntad si no a los niños. Esta fue su respuesta.
- ¿Otra vez llorando cebollas?, ¿Llegará el día en que dejéis de quejaros?. Nos parece que más lo hacéis por vicio que por razón, pues muchos puestos hay más peligrosos que los vuestros, y si no, fijaos en los Ajos, a quiénes ahora pregunto. ¿Conocéis vuestro puesto y lugar en la batalla?.
-¡Lo conocemos, y nos parece estúpida la pregunta, pues tiempo hace que os lo hemos demostrado!.
Los Cocos sonrieron ante esta respuesta, pues los Ajos eran una de sus debilidades. Su carácter fuerte a veces les hacía hablar así, pero eran versátiles luchadores y aunque pocos en cantidad, siempre dejaban su sabor en la batalla.

Y así fue como aquella larga noche, los Cocos fueron pasando revista a todo su ejército, desde Pimientos, Manzanas, Plátanos, Naranjas, y Pepinos, hasta Rábanos, tomates, Lechugas y Limones, quiénes por cierto hicieron un ácido comentario sobre el posible uso de la fealdad del cardo como arma contra el enemigo, hasta Coles, Zanahorias, Acelgas, Espinacas, Alcachofas, Calabazas, Berenjenas, Perejil, Champiñones, coliflor, Habas, Espárragos y Endibias. Igualmente, y con permiso de los Huevos, pasaron revista a sus aliados, que aunque menos numeroso, compuesto por Leche, Vino, Vinagre, Agua, Mayonesa, Mantequilla, Ketchup, Mostaza y Salsa Brava, era igualmente escogido.

La mañana del día más grande de todos los tiempos surgió brumosa y oscura, como siempre, y los ejércitos aliados, con los Cocos y los Huevos a la cabeza, emprendieron su marcha hacia las tierras intermedias donde esperaban sorprender a los beatos y conseguir con ello una victoria fácil, y tened por seguro que esto habría sido así de no haber intervenido la malhadada costumbre de la traición, que en cuerpo de las Calabazas, habían puesto sobre aviso a sus enemigos, pues sentíanse denostadas y poco valoradas en las tierras profundas, donde todos las tenían por poco despiertas, y queriendo a la vez vengarse y conseguir una posición mejor en las tierras intermedias, decidieron advertir a los beatos sobre las intenciones de sus compatriotas. Y cuando mucho tiempo paso después de ese día, surgieron refranes de entre los mártires advirtiendo que no era conveniente fiarse de los más tontos, pues de ellos podían salir las más inesperadas traiciones, e igualmente entre los beatos, los refranes aconsejaban buscar siempre a los más ingenuos de entre los enemigos, pues de ellos podía sacarse provecho.

Fue esta y no otra la razón por la que cuando los ejércitos de las tierras profundas del este y del oeste llegaron a las tierras intermedias, encontraron a sus enemigos perfectamente armados y preparados para la batalla. Y fue esta y no otra la razón por la que las Calabazas al llegar a este punto abandonaron silenciosa, traicioneramente, a los suyos, que ya no lo eran, para unirse a los beatos a quiénes ahora daban por seguros vencedores.

Desde la colina que separaba ambas tierras, donde en ese momento los mártires se situaban, podían distinguir con temerosa claridad las fuerzas del ejército contrario, con las salchichas Frankfurt, situadas y ordenadas con germánica disciplina por sus capitanes Parmesano y Jamongús, quiénes a su vez recibían ordenes del grueso, pero magnífico estratega, Bratwurst. Estos, que constituían la primera línea de batalla, estaban seguidos por queso, Tranchetes, Quesitos, Sobrasada, Paté, Nocilla, Aceitunas, Pepinillos, Banderitas, Salchichón, Jamón, y su amplia familia del Jamón cocido, Chorizo, Yogures, Lomo Embuchado y Bacalao.

Tal vez la historia no lo refleja, pero debo decir si quiero ser fiel a la verdad, que los ejércitos revelados, al contemplar esta nueva e inesperada situación, empezaron a ponerse nerviosos, a debatir entre ellos, y no faltaron aquellos que en voz no muy alta aconsejaban la retirada.

Sin embargo, tanto los Cocos como los Huevos permanecieron con estoica serenidad ante este contratiempo, intercambiaron algunas palabras, y con un brusco movimiento los Cocos se giraron para quedar frente a su ejercito, y con un ardor y una pasión desconocida en ellos, les lanzaron una arenga que aún hoy es recordada y cantada, e incluso se enseña en las escuelas. Exaltados por semejante canto al valor, y a una palabra de los Huevos, los ejércitos aliados se lanzaron en tropel, blandiendo sus naturales armas y sintiendo como el coraje les impulsaba y les llevaba allá donde las fuerzas se quedaban cortas.

El estratega Bratwurst, al ver semejante estampida no se inmutó y moviendo su pesado cuerpo se dirigió a sus capitanes dando una orden precisa, a la que estos respondieron con una maliciosa sonrisa. Así, los Frankfurt se dispusieron en semicírculo y a medida que iban llegando los mártires los fagocitaban en pequeños grupos hacia la parte trasera de su ejército, donde eran atrapados y amarrados, pues el derecho de hacer llegar la muerte a cualquier criatura del reino del frío les estaba vetado y sólo permitido al todopoderoso. De este modo los mártires iban siendo víctimas de su entusiasmo, y consecuencia de la mejor organización de los beatos, iban cayendo progresivamente Tomates, Champiñones, Espárragos; en tanto otros conseguían plantar batalla. Así, Huevos y Salsa Brava se defendían como jabatos. Ajos y Mayonesa luchaban juntos formando un letal equipo al que llamaron Ali-Oli. Habas y guisantes, apoyadas en las lechugas, desenvainaban y lanzaban sus proyectiles; vinagre y limones unidos desplegaban su acidez, con especial éxito inutilizando Nocilla y yogures; mientras, las Cebollas, escondidas, lloraban su suerte y se quejaban de que nadie les hubiera hecho caso cuando advirtieron del peligro de esta revuelta.

Desde una colina próxima, Leche y Mantequilla observaban con tristeza el desastroso cariz que tomaba la batalla cuando, súbitamente, vieron aparecer a su derecha una misteriosa y espesa nube blanca que se aproximaba lentamente hacia ellos. Al principio tuvieron miedo, pensando que era un enemigo, pues sin duda no les era conocido, pero cuando llego a su altura, justo encima de ellos, observaron con sorpresa que no era una criatura de su mundo, y su miedo aumento. Un rugido cruzó el cielo, y la nube blanca, con voz pastosa, comenzó a hablar: “Soy helada harina, y vengo a ayudaros”. Leche y Mantequilla se miraron mutuamente con estupor reflejado en sus rostros, “¿y cómo puedes ayudarnos?”, se atrevió a preguntar, a pesar de estar temblando, la mantequilla. “Es sencillo, uníos a mí y juntos formaremos un arma poderosa”. Los mártires lo dudaron un momento, pero la conciencia de su cobardía por no haber entrado aún en batalla les animó a obedecer a este extraño ser y mezclándose, empezaron poco a poco a formar una masa pastosa, que descendiendo por la colina atrapaba e inmovilizaba todo lo que tocaba, y dirigiéndose a Quesitos, Tranchetes, Frankfurt y Aceitunas, consiguió mermar considerablemente sus ejércitos. Así, de nuevo la batalla volvía a estar igualada, pero el equilibrio no duró mucho tiempo, pues desde las lejanas tierras del norte, y rodeados por un frío glacial, un poderoso ejército se aproximaba. Los Señores del Frió, que encabezados por quiénes sin duda más agallas tenían, las sardinas, y seguidas de boquerones, Gambas, Ostras, Croquetas, palitos, Pizza, Calamares, Chuletón de Ternera, Chuletas de cordero y cerdo, Muslos de pollo, Pechugas de Pavo, Filetes de Cerdo y Buey, y piernas de Codero, se dirigían al campo de batalla. Al llegar ellos un frío intenso cubrió a ambos ejércitos quienes inmediatamente, como llevados por una fuerza superior, dejaron de luchar, admirando la grandiosidad de lo que se les presentaba. Bratwurst emitió una leve sonrisa y recriminando amistosamente el tiempo que habían tardado en llegar, les invitó a que acabaran con los mártires definitivamente. Sin embargo, Sardinas, acompañadas de boquerones, se acercaron a Bratwurst, y de un coletazo lo arrojaron al suelo, ordenando que fuera acompañado a las tierras profundas y seguido del resto de su ejército. Mártires y Beatos se miraron estupefactos, pues hasta ese momento, a lo largo de la historia, los señores del frío siempre habían defendido a los beatos. Un amistoso y previamente acordado saludo de Sardinas a Cocos que estaban en una colina cercana, permitió vislumbrar algo de lo que realmente había sucedido. Una noche, los Cocos, antes de la traición de las Calabazas y por tanto, antes de que los beatos estrecharan la vigilancia sobre los mártires, hicieron una arriesgada excursión, atravesando las tierras intermedias hasta las tierras del norte. Allí lograron convencer a los señores del frío de las aspiraciones de Bratwurst, quién pensaba armar un ejército para atacar las tierras del norte. Así fue como por primera vez se selló una alianza entre los mártires y los señores del frío.

Los beatos fueron desterrados a las tierras profundas, y grandes preparativos fueron hechos para esperar la venida del todopoderoso.

Juan llegó tarde a casa, como casi siempre. Eran ya más de las dos de la tarde y a las tres tenía clase en la universidad, así que tendría que hacerse un bocadillo. Se dirigió al frigorífico y cuál no sería su sorpresa cuando al abrirlo lo encontró todo cambiado de sitio. “Vaya, ya ha estado otra vez aquí mi madre y me lo ha desordenado todo”, y pacientemente lo volvió a ordenar tal y como estaba antes, como a él le gustaba. “Bueno, y ahora a ver que como, un poco de jamón, un poco de queso, un tomatillo abierto y de postre, de postre creo que voy a empezar uno de estos cocos tan maduros que me ha recomendado la tendera, y es que tienen una pinta...”

Texto agregado el 07-11-2002, y leído por 2735 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 jajajaj creo k también me comería uno de esos si supiera k es... jeje KAReLI
13-03-2003 juas juas juas, realmente sorprendente el giro del principio... hum me comería una bratwurst al final pero claro, eso va en gustos... realmente delirante, original, y muy fresco rnahimla
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]