Se oye nítido el sonido de un encendedor. En el columpio un cuerpo levitando sobre sus penas, que se arrastran por la tierra seca como la serpiente del desierto, hambrienta de ver otra cosa que no sea arena. Los árboles cubren mis espaldas, guardianes, que fingen no escuchar, absorben la fragancia pegajosa del tabaco, el cual consumo a pesar de mi pequeñez en esta vida, la cual trato de reparar. Entonces las cenizas caen de a poco. En ellas se esconden los sufrimientos de los días de verano. Las veces en que quise volver a vestir bikini y que un joven de ojos arco iris y aires de musculoso masajeara mi espalda con el bloqueador. Me veo en la obligación de apagar el cigarrillo, antes de caerme en el columpio para alcanzar la felicidad. Me esperan. Dejo mis lágrimas de ceniza en la gran ciudad.