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Martha camina por el pasillo que conduce al departamento. Lágrimas negras desbordan sus ojos para luego escurrirse hasta su pecho y al final ahogar el piso. Apenas puede respirar, le tiembla el cuerpo entero. Llora como una niña a la que le han mordido el alma, a la que le han roto el corazón dejándolo en puras astillas. Se mueve por mero instinto. Busca en el bolso. Encuentra la llave y trata de insertarla en la cerradura. Uno, dos, tres intentos, hasta que logra su cometido. Entra buscando refugio, para luego clausurarlo con un violento portazo. Después observamos muy poco, sólo el pálido rostro de la puerta. En cambio se escuchan los sollozos, cada vez más interiores, cada vez más bajitos, hasta que queda el silencio... Pero no dura por mucho tiempo. De repente Martha expulsa de si un grito desgarrador, triste, desesperado... ¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh! Y enseguida el sonido de sus pasos apresurados y luego el de un cristal partiéndose en mil pedazos... y luego otro y otro, impactándose contra alguna superficie. Pero eso no es todo... ...se escuchan objetos de metal impactándose, un televisor haciéndose pedazos, la licuadora que se enciende... .... más objetos estrellándose, la radio a todo volumen, gritos y más gritos... ... fuego en la habitación, pasos descontrolados, un extintor en funcionamiento, más pasos, música rock, gritos de mujer, gemidos, un retrete... ... sillas haciéndose añicos, la licuadora aún encendida, música agresiva, gritos y más gritos, llanto, exhalaciones, más cristales y luego el cartucho de un arma... Tres disparos: PUM, PUM, PUM... Por fin silencio. Un silencio inocente, depurado por el estruendo, aunque breve, pues luego de unos instantes es interrumpido por el rechinar de una llave de agua y el tenue zumbido del liquido cayendo sobre el lavabo. Pero éste pronto se esfuma. A continuación pasos, aunque esta vez más apacibles. Martha abre la puerta para salir del departamento. En su rostro ya no hay maquillaje, y aunque en sus ojos todavía hay vestigios del llanto, su expresión denota tranquilidad, alivio. Con su mano izquierda carga una maleta. No sabe a dónde irá, lo único que quiere es largarse lo antes posible. No cierra la puerta y se encamina hacia la escalera del edificio. Mientras tanto en la habitación, regado en partes sobre la alfombra, en medio de un estropicio de todo tipo de objetos, con un orificio de bala metido en las entrañas, mojado y pisoteado, con la cabeza desprendida del cuerpo y los ojos perdidos bajo la cama, yace lo que antes fue un oso de peluche rosa, el mismo que Román le había regalado a Martha en su fiesta de cumpleaños, el mismo que ella adoraba antes de la traición. FIN

Texto agregado el 23-01-2005, y leído por 288 visitantes. (1 voto)


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