Mirar fotografías es una manera completamente injusta de volver al pasado, a fin de cuentas que significan, que son si no solo momentos bidimensionales de sonrisas cínicas y personas que uno no conoce pasando por detrás. La verdad debe de ser completamente distinta, tiene que existir en algún otro lugar reflejada de una manera mucho más equitativa y justa, de una manera diáfana y clara como una balanza de dos brazos exactamente iguales o una tarde de junio que no se acaba nunca. Mira esta, no puede ser, tu tan traje de noche sin tirantes, tan flequillo sobre los ojos, tan tú. Y yo a tu lado como una bestia inmunda, borracho, ensuciando la foto, espantando a todo aquel que no sepa que la realidad es del todo distante a lo plasmado en la imagen. La cojo, la rompo en dos, cuatro, mil pedazos y la tiro a la papelera con desprecio, con ira, condenándola al infierno de lo no visible.
Cojo otra fotografía, todos miran al frente menos yo, yo te miro a ti, no me importa ni el fotógrafo ni el acontecimiento, solo me importas tú. Todos ríen y se sienten una piña, un grupo, forman un momento feliz que solo dura las décimas de segundo que tarda en disiparse la luz del flash. Todos nos engañan y se engañan cuando nos enseñan pasado el tiempo las fotografías. Todos deseaban mirarte mientras posaban pero yo era el único fiel a la realidad, el único que no intentaría jamás plasmar una imagen irreal que inmortalizar más tarde con un cristal y un marco. Rasgo el papel en múltiples fragmentos y los arrojo a la cesta enfadado con todos los que salen en las fotografías contigo.
Miro más rápido las demás y siempre sales tú; casi siempre sonríes menos alguna vez que te agarro demasiado, que intento reflejar lo que es como tiene que ser. En las que te hago yo siempre sales sola subiendo una montaña, saludando el día de la boda, preparando todo el día de la comunión del crío. Yo no tengo fotos individuales, no las quiero si no es contigo. Según voy pasando las páginas del álbum me vienen recuerdos extraños, sensaciones que son todo menos felices, me siento aprisionado por cada momento robado en color, con brillo y tamaño estándar. La verdad no puede ser esa, alguna vez tuvimos que haber sido algo más real, más consistente. Rompo todas las fotografías y junto los pedazos en un pequeño montón. Preparo una pequeña hoguera de negativos en el fregadero de la cocina.
Observo como las gotas de lluvia se agarran desesperadas a la ventana. Te fuiste por ese camino alguna vez y casi ya no consigo recordar ni tu cara. Te hartaste de la vida conmigo, seguro que porque preferías la vida de las fotografías. Pero no era verdad, nada era verdad en ellas salvo yo, entérate. Algún día te darás cuenta y volverás. Mientras tanto yo mataré el tiempo rehaciendo el puzzle que formé antes, pegando los fragmentos con celofán de otra forma, con otra disposición. Creando un pasado más verídico y fiable que el que muestran generalmente nuestras fotografías.