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Era un 31 de diciembre, una noche lluviosa y sin luna. Me disponía a compartir la última cena del año junto a todos los Lentos de Villa Viciada.
Mi hermana menor, Amaril Lento, junto a su esposo y sus trece críos; había llevado patatas con salsa tártara y albóndigas de repollo morado. Mi hermano mayor, ya entrado en años, sólo llevó su presencia y aromatizantes. Mis padres por su parte no sólo ofrecieron el lugar de encuentro sino que también nos agasajaron con cuatro de sus mejores damajuanas de vino patero, las cuales venían estacionando desde hacía una década. Así, todos los comensales llevaron algo para que aquella noche fuera perfecta. Recordando el famoso “mejor que sobre y no que falte” yo también aporté mi toque culinario a la velada; preparé unas exquisitas chuletas con jitomates acompañado de unos cacahuates, imprescindibles para la siempre presente cerveza.
La comida era deliciosa, los Lentos no resultan ser nada lentos a la hora de llenar sus barrigotas.
Todo estaba saliendo muy bien, hasta que ya no daba más con semejante atracón y necesité beber algo suave para mi garganta pero con la capacidad suficiente de bajar todo aquel sólido que me fatigaba.
Traté de evitar las gaseosas y bebidas espumantes conciente de mi sensibilidad intestinal; dejé de lado aquellas bebidas para conformarme con un delicioso y nutritivo jugo de frutas preparado por mí en algún momento que todavía no recuerdo. Se ve que hacía mucho tiempo que lo había hecho ya que mi primer reacción luego del tercer vaso fue correr directo hacía el baño a jalar de la cadena.
La historia no termina aquí, mi intestino seguía inquieto mientras sentía la necesidad de que su música burbujeante fuera escuchada.
En verdad quería evitar aquella situación, si bien nadie iba a sorprenderse con mis Flatu-lencias, no era un momento adecuado como para aromatizar aquella velada.
Aún así lo dejé fluir y los estruendos de los fuegos artificiales se vieron opacados ante el sonido vigoroso que se desprendía de mi ser.
En el momento de mayor combustión justo detrás de mí se encontraba el esposo de Amaril encendiendo un sensual y gran cigarro importado con su encendedor carente de gas, auque esto no significó un problema para él ya que con mi pérdida bastó. A tal punto que hoy me encuentro contándoles mi anécdota desde el nosocomio, pidiéndole a los ángeles que la quemadura de tercer grado en su rostro cicatrice pronto.

Texto agregado el 26-01-2005, y leído por 171 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
28-02-2005 Tú eres de los que estuvieon en mi casa en la cena el fin de año pasado !!! déjame decirte que este año cenamos fuera, Un abrazo. martirio
26-01-2005 sigue animando el cotarro ..y a los aburridos poetas ...mis estrellas ... kasiquenoquiero
26-01-2005 tienes q estar aburrío para escribir estas cosas, no sé apuntate a lo boyy scouts o algo así pabliniking
26-01-2005 Eyyyy, creo que puedo llegar a conocer a algunos de los de tu familiaaa!! Qué anécdotas... Los Lento deben sentirse orguiosos. Paulina
26-01-2005 Y coincido con Gui moniquita
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