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Me despierto con la sensación de estar atravesando un período difícil de mi vida.
Tengo la certeza de que esta situación es irremediable. Sé que debo encontrar salidas alternativas, antes de hundirme inevitablemente en el fango que hoy cubre ya mis rodillas y amenaza con enterrarme.
¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Cuándo permití que este barro inmovilizara mis piernas? ¿Por qué no hice nada por escapar?
Una vez formuladas en mi interior, las preguntas se convierten en boomerangs, que luego de lanzados al aire, vuelven una y otra vez. Y siguen siendo incógnitas a las que se le suman otras nuevas en cada vuelo de regreso a mi mente.
En un intento por despejar mis ideas, cierro los ojos y grito con todas mis fuerzas.
El eco de mi alarido queda retumbando en mis oídos y por un instante creo que voy a desmayarme...

Son las diez y media de la noche. Pronto llegará él…
Ya tengo todo listo: en el living el vaso de whisky, la chimenea encendida y el equipo de música dejando escapar un violento Bach que sobrevuela toda la sala. Hace frío . El viento hace temblar el cristal de las ventanas y se cuela por mi cuerpo hasta hacer tiritar mi alma.
Estoy ansiosa, como una pequeña el día de su cumpleaños.
Voy de un lado a otro del salón, alisando mi falda una y otra vez, en un gesto reiterativo e inconsciente.
No tengo miedo, no. Sé que todo saldrá según lo planeado.

Diez y trienta y ocho. Escucho las llaves en la puerta de entrada:¡ es él!
Como todas las noches, abre y cierra las ocho cerraduras que ordenó instalar en la puerta de nuestro departamento, ubicado en el quinto piso de un edificio con seguridad las veinticuatro horas.
Continúa con su diario ritual, esta vez colgando el sobretodo negro en el perchero colocado estratégicamente en la pared izquierda, exactamente a un metro y quince centímetros de la puerta, para que no tenga que caminar más de lo necesario.
Ahora, como cada noche, posa sobre mí sus ojos, sus dos pozos negros que no reflejan absolutamente nada. Ojos que años atrás absorbían, de cuando en cuando, algo de la luz de los míos y yo me sentía felíz por un instante…

Diez cuarenta y cinco. Entorna sus párpados y se deja envolver por la música, se acerca a la mesa y comienza a beber su whisky…lentamente…eternamente…y poco a poco Bach se apodera de él. Por su rostro, miles de expresiones distintas, que van cambiando según las notas de la melodía, que se torna cada vez más violenta.
A esta fase siempre la he denominado “las mil transformaciones que Bach y el alcohol producen en mi maridito”.

Espero pacientemente su increíble mutación, de hombre-si es que así se lo puede llamar- a bestia salvaje que ahora va acercándose hacia mí, sigilosamente, como animal intentando cazar su presa.
Yo permanezco inmóvil, esperando… Hasta que el “monstruo” se abalanza sobre mí, me abraza con fuerza, su lengua viscosa recorre mi cuello, desnuda mis senos y atrapa un pezón con sus dientes, haciéndolo sangrar.
Siento una mezcla de excitación, repulsión y odio, y estos mismos sentimientos son los que me impulsan a salir de mi laxitud y seguir su juego.
Lo obligo a sentarse en el sillón y me subo a hocajadas sobre él, acariciándole, al mismo tiempo, su miembro erecto que ya está fuera de sus pantalones, orgulloso y erguido, amenazando mi femeneidad.
-Todavía lo puedo soportar- me dije, infligiéndome valor.
Alcé mi pollera , tomé su pene húmedo y lo introduje en mi vajina en un movimiento brusco.
Comencé a moverme, a cabalgar sobre él , cada vez con más fuerza, odiándolo y más excitada que nunca.
Continué dominando esa fiera que se introducía una y otra vez dentro de mí, llegándome a las entrañas.
No le di oportunidad de reaccionar a mi marido, que , perplejo, sólo emitía sonidos guturales de placer animal.

El reloj de la pared marcaba las doce menos cinco cuando lo miré, y me dije que ése era el momento indicado.
Tomé el cuchillo escondido detrás de los almohadones del sillón y con todo el odio , rabia y humillación contenida durante ocho años, le di la primera puñalada…y la segunda…y otra…y otra…y otra… desenfrenada,entre sangre y jadeos que eran de placer y dolor, con lágrimas mezclándose con el semen de mi esposo ya muerto…

Doce campanadas me volvieron a la realidad.
Cenicienta huyó de su mágico cuento y asesinó al príncipe que en las noches se convertía en demonio.

Despierto y me encuentro tirada en el piso. Todo da vueltas a mi alrededor…
Tengo la sensación de renacer, luego de un largo y reparador sueño.
Son las diez y media de la noche. Pronto llegará él…
Me apresuro a preparar su whisky y encender la chimenea, seguramente vendrá con frío.
Me acerco al estéreo y no me decido qué disco poner…tomo el de Bach, pero no, me arrepiento al instante…

Hoy Srtauss invadirá nuestros sentidos, cuando llegue bailaremos El danubio azul; un eterno vals que nos undirá en el silencio de la muerte…






























Texto agregado el 10-11-2002, y leído por 389 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-11-2002 Está muy lindo, sentimientos de mujer que comparto jajaa, besos, Ana. AnaCecilia
 
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