-Las tardes son cada vez más azuladas.
-Recuerda que el otoño comienza a mandarnos mensajes de su llegada. Habrá que arroparse.
-Si, traeré los mantos para que nos cubramos y aguardemos acá sentados hasta que el sol se oculte tras esas montañas rosadas.
-Ten. El manto rojo para ti y el celeste para mí. Aún hay tiempo para preparar un par de tazones de te.
-Y sírveme esas galletas de mantequilla que hiciste anoche, esas que se deshacen en la boca y se difunden suavemente por el paladar cual sonata de sabores. ¡Ah! Y tráeme un lápiz y mi cuaderno de dibujo. Quiero bosquejar los detalles de esta tarde, que no es como todas.
-Claro que no. Hoy recogí algunas pocas hojas del jardín, más tarde remendé tus calcetas, he bordado algo mientras en la radio se escuchaba algo de Lizt, me has sonreído y eso ha rubricado esta tarde como ninguna otra.
-Falta la puesta de sol.
-Si, mi amor.

-Ten tu cuaderno y este lápiz. Haz un boceto de la alegría.
-Dicen que la alegría tiene todos los colores del arco iris.
-Estas llorando.
-No mi vida. No lloro. Es mi alma la que sonríe.

-Mira. El sol se está despidiendo.
-Pero nos deja en buena compañía, son muy bellos estos breves instantes que anteceden a la noche, mira que serenidad, que armonía, que tranquilidad de los tonos y que acariciador el arrullo de las aves.
-Si mi amor.
-¿Te sirvo otro poco de te?

-¿Has pensado una cosa?
-¿Qué?
-Que el sol ha germinado todo lo más bello de este planeta y no puede verlo porque es ciego.
-Como nosotros.
-Si. Como nosotros. Pero acaso como nosotros, vea todo con los ojos de la intuición.
-No lo imagino de otro modo.
-Entremos, se está poniendo fresco.
-¿Hace falta que te diga que te amo?