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En la punta de cabo Pilar, donde golpea el majestuoso océano Pacífico, antes de entrar en el estrecho de Magallanes, existe una gran caverna de boca angosta y sin salida; su interior es espacioso y con varios socavones interiores, con buena circulación de aire seco y frío.
Un pequeño grupo de la otrora tribu de los Selk’Nam aprovechó las buenas condiciones del lugar para radicarse en él y hacer una vida aparte al resto de sus congéneres. Alrededor de una considerable fogata realizaban su vida comunitaria, donde ponían calderos, preparaban sus comidas, y mantenían las redes en reparación, más montones de pieles acomodadas como asientos. El fondo de la caverna servía para almacenar bártulos en desuso y como división al dormitorio de los jóvenes solteros; los socavones fueron asignados a las parejas, para su vida íntima, cubriendo la entrada de éstos con pieles de huemules. La pequeña entrada de Kruz, como le llamaban los indígenas, fue ocupada como apostadero de sus rudimentarias embarcaciones; sólo algunas tenían armazón de madera y forradas en piel de lobo marino; la mayoría eran troncos ahuecados que ocupaban para tal efecto. El angosto pasadizo que se formaba de día, al costado del embarcadero, y que por las noches tapaba el agua, les daba la seguridad de no ser invadidos por tribus hostiles..
Este grupo, que no superaba a los 20 adultos, 6 jóvenes y 3 niños, era conducido por el anciano Añak; último sobreviviente de los Onas que poblaron el lugar. En comentarios de la tribu, se decía que en edad, sobrepasaba los 100 años; de estatura superior a la común del conjunto, piel clara, negra cabellera – que recortaba meticulosamente, dejando sobre su frente una frondosa chasquilla -, ágil y nervudo – para su edad -. Por tradición, antigüedad y sabiduría, él dirigía las ceremonias religiosas y la vida cotidiana del grupo.
Todos vestían con cueros de lobo marino, se alimentaban únicamente de la pesca o de la recolección marina. Habían soportado el paso de varios años sin poder acrecentar el número de habitantes por las precarias condiciones de vida. En los últimos 5 años, ya sea por enfermedades, se morían los niños al nacer o las madres antes de dar a luz. Esa era la gran preocupación que mortificaba a los Onas; por tanto, decidieron convocar a una reunión y tomar las medidas que Añak resolviera.
Berek, nieto de Añak, era el líder en preparación para sustituir al abuelo, cuando éste falleciera; mientras tanto era el portavoz de la comunidad que exponía al anciano las inquietudes del conglomerado en las reuniones o en las ceremonias religiosas. Ahí Añak, tomaba una decisión que era irrevocable y se llevaba a cabo al pie de la letra.
Esa fría tarde del mes de mayo, Berek expuso al abuelo la angustia que estaba corroyendo a la mayoría, diciendo:
- Venerable Añak, en largas conversaciones que he sostenido con nuestra gente, se me ha repetido la interrogante del por qué nuestra tribu no es fecunda, y las razones del por qué nos han azotado tantas enfermedades y pestes ahora último -. Todo esto, lo dijo mientras se paseaba alrededor de la fogata y mirando siempre a los ojos del padre de su padre, que se encontraba sentado sobre una ruma de cueros, siendo el centro de atención de los moradores de Kruz.
Añak permaneció con la cabeza gacha y los párpados entrecerrados, meditando profundamente, tratando de analizar lo que había oído. Se tomó varios minutos antes de contestar, cuando lo hizo, con pausa y mirando a los concurrentes, les dijo:
- -Hemos conservado nuestras tradiciones, hemos llevado una vida justa y pacífica. No hemos deseado bienes ajenos, no hemos caído en excesos -. Juntó las manos y mirando el oscuro techo de piedra, que con los tintes rojos que daba la fogata y su rugosidad natural, asemejaba un grupo de ramas expuestas al sol del ocaso, entonces clamó: - ¿Por qué nos haces esto? ¡ Espíritu creador! Sírvete de este anciano si ése es tu deseo... con tal de aliviar a los míos. ¡Dame tu luz, magnificencia del aire! Clarifícame el camino, para bien servirte a ti... y a estos sufrientes seres -. Ahora, mirando a los silenciosos presentes, prosiguió: - Cuando yo era niño, algo parecido aconteció en este lugar, mi entonces abuelo, que hoy navega en las felices aguas de la fuente creadora, solucionó el problema. Construyó un gran escudo de metal dorado, asemejando al sol y lo entrecruzó con dos potentes lanzas, lo colgó en la parte exterior sobre la entrada de Kruz y... a los pocos meses todo problema, incluyendo el de los nacimientos se solucionó con creces. Ese escudo dorado que les hablo, me fue entregado por mi buen padre Ñak, y aún lo conservo en mi poder. Como creo que en esta oportunidad su uso se justifica plenamente, lo colgaré donde antes lo hizo mi venerable abuelo Ak.
- El asombro que produjeron las palabras del anciano se reflejó en los rostros de los reunidos, al tiempo que de sus bocas brotaron varias exclamaciones de admiración, ante la mágica revelación. Luego de algunos minutos de murmullos y de risitas nerviosas, la tranquilidad volvió a los asistentes. Pasaron a temas triviales, hablando sobre la pesca y el secado de mariscos; así terminó la significativa reunión.
- Berek y Añak fueron al socavón que se había asignado por habitación el abuelo y, tras una minuciosa búsqueda, en uno de los tantos bultos prolijamente liado encontraron el escudo antes descrito. Por espacio de dos días, bajo la luz de un chonchón alimentado con aceite de lobo de mar, ambos estuvieron puliendo y reparando lo que el paso de los años había malogrado; quedando ahora, las destrozadas lanzas, con puntas de metal.
- Abuelo y nieto, con suma dificultad escalaron el escarpado acantilado y cuidando al máximo su preciosa carga, el resto de la tribu quedó en la playa, observando la arriesgada tarea emprendida por sus líderes. El acostumbrado tono gris del cielo parecía más negro que nunca. Después de media jornada de agotador trabajo, con la ayuda de gruesas tiras de cuero, colgaron sobre la entrada de Kruz el símbolo bienhechor.
- Esa noche, hasta tarde celebraron con ánimo la hazaña, devorando deliciosos trozos de pescado ahumado; convencidos de haber logrado la solución a todos sus pesares. El único que se recogió temprano a dormir fue Añak.

Tras dos largos meses de espera, donde con angustia veían pasar el tiempo, sin que se cumplieran sus necesidades. Mientras duraba la luz del día, junto a la entrada de Kruz, sobre una roca mediana, de color verde pálido y con ostentosa forma de pez, el patriarca Añak. hincado y orando a la creación del movimiento eterno. Los cerrados cielos de la zona nunca dejaban pasar directamente los rayos del supremo Dios sol Kren. Pero ese día, de pronto, mientras el longevo orador imploraba bendiciones para su clan... abriéronse repentinamente las espesas nubes y los potentes rayos solares dieron de lleno sobre el escudo dorado; reflejándose éstos por medio de rebote sobre el cuerpo del implorante. Éste , en principio fue envuelto por un halo de color blanco radiante y cegador, luego la inmensa cantidad de luz se tornó en un suave color celeste; la fuerte incandescencia trocose en un violento color violeta azulado. Finalmente, la gran masa de energía se tornó de un rojo intenso, tan oscuro y fuerte que no se podía distinguir al orador místico. Cuando el sol, en sus infinitas órbitas siguió su camino, las nubes se cerraron con brusquedad y volvió la permanente penumbra al lugar, pudo verse a Añak en la misma posición anterior, pero irradiando una esplendorosa y abismante refulgencia de violentos tonos verdes. Uno a uno fueron desapareciendo los miembros del iluminado, convirtiéndose éstos en un denso gas de color blanco que, formando una ondulante cinta blanca impulsada por los vientos, comenzó a elevarse lentamente y, al llegar ésta a una altura aproximada a los 1.500 metros, se fue amalgamando hasta convertirse en una nube que se destacó entre las otras.
Dos días después de la desaparición del líder, el sol alumbró con fuerza el sector de Kruz, hasta dos millas a la redonda. Los alucinados indígenas que paseaban por la playa disfrutando de los rayos solares, avistaron, a lo lejos, una embarcación desconocida para ellos. La nave, además, emitía extraños aullidos. Con prontitud fue avisado Berek, quien corrió a la orilla, a tiempo para ver a unos barbudos hombres que portaban grandes cajas. Los amistosos gestos que hacían los visitantes con los brazos y manos, ganaron la confianza de Berek que respondió de la misma forma. Al llegar a la playa, los extraños, otra vez por señas, le indicaron al nuevo líder que se habían guiado por la luz del sol que rebotaba en el escudo colocado en la entrada de la caverna. Esa fue la primera de muchas visitas de navegantes que pasaban por esas aguas y les regalaban o intercambiaban especies.
A los pocos días de haber ocurrido este último fenómeno el sector se llenó de altas hierbas, atrayendo a un sinnúmero de huemules. Los peces parecían saltar dentro de las redes, los mariscos eran cada vez más abundantes y de mayor tamaño. Todas la mujeres en edad de concebir esperaban hijos.
Añak al sufrir la transformación fue nominado por el Gran Hacedor Temaukel en nube protectora de Kruz que, con su eterno girar, debía despejar las oscuras nubosidades que dañaban la sobrevivencia del clan.

Sobre la verde roca con forma de pez, todavía hoy Berek reza por el descanso eterno del amado padre de su padre.

Texto agregado el 31-01-2005, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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