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Corrió y corrió por pasillos lúgubres, Buscaba luz mientras las puertas pasaban rápido. El resplandor no aparecía. Decidió seguir y no mirar atrás no ceder ante la fatiga. Su corazón latía rápido y sentía el pecho prensado, como su torno, ese donde acostumbraba modelar piezas de artesanía. Las gotas de sudor le cegaban la vista y ardían sus ojos. Para gueón!!!. Nada de luz, sólo el desenfoque de la sala de urgencia a lo lejos. La voz se sintió estrepitosa, aguda, una navaja que cruzó su oido derecho, pero se esfumó en un segundo. No pensaba en nada, solo llegar. Los recuerdos partieron y se sumió en la angustia, esa que te parte, que golpea cual mazo tu pecho y te aprieta la garganta. Decidió sacar el frasco y portarlo en la mano para no arriesgar una caída, era muy importante, su hijo dependía de aquel líquido. De repente, al fin, la luz se veia a lo lejos, un poco más, solo un poco, decía. Desde pequeño corría velozmente, era el rey de la pituta general en la escuela y fue inalcanzable por muchos años hasta que la sopa y el pan de campo le pasaron la cuenta. Pero ahora su cerebro era insensible a los clamores de músculos y tendones, tenía que seguir. Rápidamente abrió la puerta y sus ojos se cegaron, la fuerza de la luz, dijo. Siguió con afán, daba lo mismo, había que intentarlo. De pronto una sombra, de esas que avisan y paran en seco, su cuerpo siguió por inercia pero su cabeza retrocedió, sólo sintió la brusca cuerda a la altura de su garganta. El frasquito saltó, voló y se rompió en el suelo de pavimento caliente. El último recuerdo fue bueno, desde un árbol, su hijo jugaba feliz, reía y cantaba como en aquellos tiempos.

Texto agregado el 31-01-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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