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EL ANCIANO


Para Claudia.
Este cuento es tuyo, literalmente.



Mi historia es muy triste, creo. O tal vez es patética, no lo sé. Se trata de un amor imposible entre dos ancianos. Ni la conozco, pero la amo. Suelo mirarla por el ventanal todos los días. Y ella me mira desde su ventanal también. Y así pasamos todo el día, hasta la hora de dormir. Para decir la verdad, soy la burla de todos mis compañeros. Creen que es tonto de mi parte amarla así, a la distancia. Pero la amo. Recuerdo la primera vez que la vi. No sabría decir hace cuánto fue, ya que los días aquí pasan tan lento, y es imposible llevar la cuenta de ellos, pero sé que fue hace algún tiempo ya. Yo estaba observando por el ventanal, mirando hacia al frente, cuando noté que me estaban mirando. Y me sentí nervioso. Tuve que voltearme. Luego, al mirar nuevamente me di cuenta de que seguía allí, hermosa, buscándome, observándome dudar.

Los días aquí son muy aburridos. No hay mucho por hacer. Para variar, a veces llega “carne fresca”, como solemos llamar a los recién ingresados. Yo apenas recuerdo del día que me trajeron. Al principio me costó adaptarme: el confinamiento, la comida racionada, siempre a la misma hora, el alejarme de la familia, tantas caras nuevas, no poder salir, todo me molestó. Reconozco que fue duro. Ahora ya no. Tanto. Aunque, confieso, muchas veces me acuerdo de mi familia; pero trato de no hacerlo muy a menudo, porque eso me entristece demasiado.

Creo que lo más difícil de este lugar es el no saber qué nos espera. Muchos esperan que la larga mano del Señor los escoja y se los lleve a “mejor vida”, pero yo no. Ya estoy demasiado viejo para andar creyendo en cuentos de hadas. Estoy convencido que la otra vida –de la que tanto hablan– es igual o peor a esta. Y aquí, por lo menos, tengo a mi amada. Ella es tan distinta a mí: yo, pequeñito, insignificante, cobarde; ella, esbelta, imponente, hermosa, y coqueta. Si algún día llegara a salir, me gustaría poder decirle lo que siento por ella; decirle todo lo que esta distancia no me deja decirle; decirle que aunque no la conozco, la amo; decirle que su presencia ha hecho más soportable mi estadía, mis días, mi vida. Decirle..., decirle... ¡Carajo, al menos me gustaría saber su nombre!

Lo que más me molesta son las visitas. A muchos compañeros esto les emociona sobremanera. A mí no. Yo me oculto. Me alejo de mi hermoso ventanal, de mi amada, y busco un rincón en el cual esconderme. No quiero ver a nadie, ni quiero que me vean. Pero ellos no: tratan de parecer más simpáticos de lo que realmente son. Desean lllamar su atención, que los observen, que no se vayan, que se queden un rato más, que les den cariño, que se los lleven a casa con ellos, que serán buenos, que los entretendrán, que no se arrepentirán. Personalmente, yo, pequeño pez insignificante y cobarde, prefiero quedarme en mi pecera de este almacén, amando a mi amada a la distancia, observándola nadar en su pecera, soñando con tenerla, soñando con amarla, soñando con soñarla, a tener que ir con algún humano ingrato que terminará por bajarme por el retrete.

Texto agregado el 12-11-2002, y leído por 548 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
04-12-2002 es el que menos me gusto , floja la trama y no me capturo el final. Goza de estar bien escrito como todo lo tuyo! gabby
22-11-2002 No dejes de escribir. Este cuento está bien escrito. Me ha gustado barucho
17-11-2002 muchas gracias a todos por sus comentarios. saludos. welip
13-11-2002 espectacular... Giovanni
13-11-2002 Coincido con el amigo gallego, sorprendente el final. Es más a mí me engañaste hasta el último párrafo, ¿sabés que me había pintado en la cabeza? un geriátrico... Pero releyendo veo que yo solita me metí en el engaño. ¡Muy bueno! marxxiana
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