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11 de Abril de 1985

Hoy comienzo este diario con la única intención de recordar quién soy, y de seguir recordándolo en un futuro improbable. Me llamo Rosario, tengo 62 años, y para apuntar la fecha del encabezamiento, para poner la fecha de hoy, he tenido que mirar varias veces en el calendario de la cocina. Vivo con mi hija, Carmen, y con su marido Juan. Tengo dos nietas, hijas suyas, Alba y Rosario, como yo. Hace dos años que Antonio murió en un accidente en la fábrica, cuando tan solo le restaban seis meses para jubilarse, y nos pasábamos el tiempo haciendo planes. Ahora estoy sola.
Para comenzar este diario he tenido que vencer mi antigua pereza a la hora de ponerme a escribir, he tenido que buscar una excusa razonable que a los ojos de mi hija justificara un rato a solas, en mi habitación, sin que nadie me molestara, por favor. Pero sobre todo he tenido que convencerme a mí misma de que no era una locura, de que no son simples manías de una vieja chocha, y de que el continuo desconcierto que a menudo me sorprende y me aterra, era una buena razón para escribirme a mí misma.

Me cuesta trabajo recordar, eso es todo. Que distintas son las cosas cuando se ven escritas en un papel, parecen mentiras, o podrían ser mentiras, ¿Por qué no?. A veces pienso que he hecho cosas cuando tan solo las he pensado, a veces me dicen que he hecho cosas cuando yo no las recuerdo. ¿Cuál sería la diferencia si estuviese sola, completamente sola?.

Hoy he tardado un buen rato en encontrar un momento y un modo de empezar este diario, así que ya, tan pronto, estoy cansada. Mañana seguiré.

13 de Abril de 1985

Ayer me olvidé completamente de escribir en el diario, bueno, tal vez estuve muy ocupada, no lo sé. Recuerdo que fuimos con mis nietas a la feria para montarlas en los cacharricos, un ratito solo, y para que la abuela se distrajera, ¡Ja!. Es lo único que recuerdo de ayer, pero de lo que no hay duda es de que las cosas no son como eran.
Recuerdo cuando la feria venía a mi pueblo, y nos conformábamos con un algodón de azúcar y un par de piruletas, y si por casualidad venían los ponys, montarse en ellos una sola vez era por sí mismo motivo de orgullo y tema de conversación hasta la feria siguiente. Ahora no, ahora los padres les dan a los niños todo lo que les piden, que quieren montarse en todos los cacharricos, pues a montarse, que quieren ponerse malos a dulces, ¿por qué no?. Yo ya se lo digo a Carmen continuamente, que no es bueno consentirlas, y que a veces viene bien pasar ciertas privaciones para apreciar el valor de las cosas, y no es que yo quiera meterme en la educación de mis nietas, Dios me libre, pero como abuela, por vieja, digo yo que no estaría mal que de vez en cuando alguien me escuchara en esta casa. Bueno, que ellos se las apañen. Ahora estoy de mal humor y no me apetece seguir escribiendo.

20 de Abril de 1985

La niña pequeña me ha pedido, para enseñárselo a su madre, un dibujo que según ella me hizo y me entregó hace unos días. Buscando entre los papeles de mi cajón he encontrado este pequeño diario, lo he leído, y he vuelto a sentir miedo, porque no recuerdo haberlo escrito. Incluso he llegado a pensar que podía ser una broma de alguna de las niñas, pero era mi letra. He ido al calendario y he mirado cuando fue el 11 de abril, y he preguntado, fingiendo un pequeño despiste, que día era hoy, aunque creo que ya no engaño a nadie, 20 de Abril, hace nueve días. Hoy, por primera vez pienso, o tal vez no por primera vez, que fue una buena idea comenzar esto, y he decidido seguir haciéndolo, probablemente con mucha más convicción que cuando lo empecé. Pondré recordatorios por toda la habitación para saber donde está, para saber que tengo que escribir y estar segura de que en algún lugar de mi habitación, si me busco, puedo encontrarme. Mi hija es muy respetuosa con mi intimidad, y se guarda de hurgar en mis cosas privadas, en eso la eduqué bien, en esto puedo estar tranquila, y es ella la única que entra en mi habitación. Hace unos minutos discutimos, por su culpa creo, pero cuando la busco siempre la encuentro, cuando estoy perdida, porque suelo estar perdida, solo tengo que buscarla. Me divierte pensar que ahora yo soy la hija y ella la madre. Bueno, no me divierte.
Ya no recuerdo los nombres de las niñas por más veces que me los repitan, y ellas ya no vienen a jugar conmigo, porgue no sé jugar con ellas. Hasta hace poco era yo quien les enseñaba los juegos (eso me ha dicho mi hija hace un rato), esos mismos juegos que ya no recuerdo.

Me llaman para comer. Mañana, cuando vuelva a la habitación, sabré lo que he pensado hoy.

21 de Abril de 1985

He encontrado un modo de recordar las cosas que me pasan durante el día. En el bolsillo de mi bata siempre llevo una pequeña libretita con un bolígrafo enganchado, y una breve anotación en la primera página "escribe ahora, diario esta noche". Como tengo la incomoda costumbre de estar metiéndome continuamente las manos en los bolsillos buscando quién sabe qué, siempre acabo encontrando la libreta, leyendo el mensaje, y apuntando lo último que recuerdo haber hecho, o que ha hecho mi hija, o que ha hecho Juan, o que han hecho las niñas; y señalando si es por la mañana, o por la tarde, o por la noche. Hoy me ha funcionado, mañana no lo sé.
Esta mañana he estado en el mercado con mi hija, mientras ella compraba en un puesto, me ha llamado la atención una musiquilla que venia de la calle de al lado, me he acercado para oírla mejor y he estado un rato escuchándola, no sé cuanto tiempo, solo sé que de repente he visto a mi pálida hija correr hacia mí, y con sus manos tan frías como el mármol me ha sujetado mientras me gritaba que me había perdido, que le habla dado un susto de muerte, y que no volviera a separarme de ella. No me habla perdido, tan solo estaba escuchando la música, pero en el corto espacio de tiempo desde que la vi asomar por el fondo de la calle hasta que llegó a mi lado, miré a mi alrededor, y no reconocí donde estaba, ni recordé como había llegado hasta allí.

22 de Abril de 1985

Hoy también me ha funcionado, y tengo algo que escribir. Cada vez me resulta más difícil que mi hija me deje estar sola, porque ella también tiene miedo. Las niñas me extrañan, he oído como una de ellas, la mayor creo, le preguntaba a su madre que le pasaba a la abuela. No he oído su respuesta, pero a mí también me gustaría saberlo. Esta tarde casi no consigo encontrar el cuarto de baño, y esta junto a mi habitación. Hemos tenido visita de unos desconocidos, los hermanos de marido de mi hija. Me han enseñado fotos donde yo aparezco con ellos, y he fingido recordarlo. Se han marchado contentos. No recuerdo que herramienta se utiliza para cada comida, me fijo en ellos y los imito, a veces me equivoco, un despiste, pero suelo hacerlo bien.
Esta mañana no sabia que ropa ponerme, ni como ponérmela, ni por donde ponérmela. He intentado ayudar a mi hija en la cocina, pero me he quemado la mano con el fuego, porque el fuego, me ha dicho mi hija, quema. Después de comer estaba sola viendo la sony (eso ponía en una esquina) y he intentado cambiar de canal, no he podido; he intentado apagarla, no he podido. Y mañana, tal vez sea peor.

23 de Abril de 1985

Esta noche estoy contando las estrellas que hay en el cielo. Si soy capaz de llegar al final del día, por qué no voy a ser capaz de contarlas todas. Miro a través de la ventana de mi habitación y me pregunto como se llamará esta ciudad, y la calle. Mi cara se refleja en los cristales y me resulta difícil reconocerme. La sonrío. Reconozco los ojos, pero no la mirada; reconozco los labios, pero no la sonrisa.
Hoy en mi libretita solo hay una cosa apuntada. Quiero a mi dama del laberinto, porque así es como interiormente llamó a mí hija. A menudo la sorprendo llorando por lo que a ella no le sucede, pero no me reprocha nada, al menos no me lo dice. Cuando estamos sentados en el salón, mientras ellos hablan de cosas que yo no entiendo, sus caricias me entretienen y me hacen sentir parte de una familia que hace tiempo que ya no es la mía, y cuando miro con ojos asombrados todo lo que me rodea, intentando reconocer lo que ya no recuerdo, intentando retener lo que aún me pertenece; y cuando agacho la cabeza y cerrando los ojos empiezo a pensar en mí madre y en mí abuela, y me pierdo en lo conocido, siempre siento su mano sobre la mía, y me tranquilizo, porque sé que ella me sustenta. Esto si lo recuerdo, y no sé por qué.

24 de Abril de 1985

Estoy contenta, porque hoy ha sido mi cumpleaños. Yo por supuesto no lo he recordado, pero si todos los demás, y tengo la libreta llena de cosas. Me han hecho una tarta enorme, y en medio, en vez de mi nombre, han puesto la foto que me hicieron en mi comunión, con mi precioso vestido blanco, la más guapa de todas, y no es solo por que yo lo diga, sino que aquel día fui la niña que más piropos recibí. Encima de la tarta pusieron dos velas, una con la forma de un seis y otra con la forma de un tres. Me ayudaron a apagarlas las niñas, porque yo ya estoy muy vieja para semejantes esfuerzos. Luego me han dado los regalos, las niñas una muñequita con cara de anciana y que dicen que se parece a mí, no lo creo, pero aún así la tengo junto a mi cama, y dormiré con ella, y mientras la abrazo, pensaré en mis niñas. Mi hija me ha regalado un pijama nuevo, para estar más calentita, como si yo no supiera arroparme. La he visto preocupada. Después hemos ido a un sitio muy grande con mucha gente, he apuntado el nombre, "circo", y allí había animales muy grandes con gente encima, y personas caminando sobre un alambre muy alto muy alto, y que me han asustado, porque creía que se caerían, y he gritado, y mi hija se ha puesto nerviosa, y no dejaba de mirar de un lado para otro, pero luego sus caricias me han tranquilizado. Y hombres pintados haciendo tonterías, con ellos si que me he reído mucho. Al final hemos comprado unas pelotitas blancas y saladas, muy ricas, y nos hemos vuelto a casa, a su casa.

25 de Abril de 1985

Ya no volveré a escribir en este inútil diario. ¿Cómo puedo compartir una alegría que no recuerdo? Lo esconderé, quitaré los recordatorios y me abandonaré a mi hija, al menos, ella no me cuenta cosas de otros acusándome de ser mías.

11 de Mayo de 1985

¿Quién soy?, ¿Quién ha escrito lo que acabo de leer?, ¿Qué casa es esta?, ¿Donde vivo?, ¿Quién es esa mujer que me observa, de frente, a los ojos, cuando me asomo por los cristales de la ventana cerrada?. He intentado hablar con ella, pero nunca me ha respondido. ¿Y quienes son esas personas de ahí fuera, siempre pendientes de mí, y que no conozco?. Si estuviera loca, estas personas serían mi familia, y el lugar donde escribo, mi casa. Si estuviera loca me llamaría Rosario, y hace dos años habría muerto mi marido, habría estado casada. Si estuviera loca, yo habría escrito este diario, y la letra que ahora escribo coincidiría con la ya escrita. No, no, no puede ser cierto, alguien juega conmigo, alguien me ha dado un golpe en la cabeza y me ha escondido aquí intentando engañarme. Han escrito esto falsificando mi letra para convencerme de que he sido yo, de que lo que aquí se cuenta es cierto. Pero si esto fuera cierto yo estaría loca. No, intentaré escapar. Iré a la policía y les contaré la verdad, que me han secuestrado. Ahora no recuerdo mi familia, ni donde vivo, ni quién soy, por el golpe en la cabeza, seguro. En la policía tendrán alguna foto mía, me habrán dado por desaparecida, habrán denunciado. Cuando vea mi nombre escrito lo recordaré todo, y esto no habrá sido más que una horrible pesadilla. Pero entonces, por qué la mujer de ahí fuera me trata con tanto cariño, y me llama mamá; por qué el golpe en mi cabeza no ha dejado rastro, ni dolor ni herida, por qué este diario estaba tan escondido, si querían que lo encontrara.
Tengo frió, y miedo. Estoy sola sentada en el desván, y desde aquí puedo oír los gritos de la mujer extraña llamándome. ¿Mi hija?, aún más extraña resulta esa palabra cuando acabo de pronunciarla, y ni siquiera parece que sea yo quién la haya dicho. Esconderé el diario que nunca debí encontrar, y lo esconderé en un lugar donde no pueda volver a encontrarlo, por si es cierto. Pero no puede ser cierto, no puedo estar loca.

25 de Febrero de 1987

Hola mamá, por primera vez hablo contigo, o más bien te escribo, desde hace casi dos años, y estoy muy nerviosa. La mudanza, gracias a ella tuvimos que vaciar el desván, y en el fondo de una de las cajas más polvorientas, más escondidas, arrugado, y a punto de ser tirado a la basura, encontré tu diario. Si supieras que estuve removiendo toda la casa en busca de este diario durante los seis meses después de..., después de tu muerte, y no conseguí encontrarlo. Sabía que existía por los papelitos que durante unos días tuviste colgados por todos sitios, y que aunque alertaron un poco mi curiosidad, no llegué a darle importancia, hasta que ya era demasiado tarde, y no estaba en tu cajón. Entonces me odié por no haber prestado más atención, porque entonces necesitaba desesperadamente cosas tuyas.
Encontré tu diario hace una semana, leí la primera línea y me dio un vuelco el corazón, caí de rodillas, inerte, y rompí a llorar. Juan me acompañó a la habitación, y me obligó a que guardara cama, con el diario apretado entre mis manos, él no lo vio, sin atreverme a volver a abrirlo en toda la tarde, ni en toda la noche, ni en toda la mañana siguiente. Por la tarde, con las niñas en la escuela y Juan en el trabajo y armándome de unas fuerzas que pensaba ya no tenía, levanté la tapa con cuidado, temblando mis manos, y dispuesta a compartir mi soledad contigo.
Después de aquella tarde, volvieron las noches en vela, las negras ojeras y los pies arrastrados, volvieron las peleas con Juan, y los gritos a las niñas, volvió la soledad buscada y acompañada siempre del llanto. Volví a necesitarte, y volví a echarte de menos.
No sé donde estas, ni si estás en alguna parte desde donde puedas verme, oírme o sentirme, pero necesito contártelo. Cuando nos dejaste, dos meses después de la última fecha que hay apuntada en tu diario, empecé a buscarte, porque me negaba a creer que hubieras abandonado la casa, y detrás de cada puerta, y en cada rincón, y en cada oscura habitación, al prender la luz, esperaba encontrarte ensimismada, perdida, usando cualquier excusa para justificar tu escondite, pero eso nunca ocurrió. Después empecé a buscarte en los retratos, en las fotos, en el cuadro del mueble del salón, ese que te hizo un pintor callejero en media hora y que para mí siempre había sido el que mejor te reflejaba. Pero ahí tampoco te encontré, solo era capaz de distinguir trazos, colores, formas, pero no a ti. Entonces me parecía que era una mujer desconocida la que sonreía en mi salón, porque no conseguía verte detrás del retrato, y del mismo modo que un dibujo solo esbozado, donde aún no se distingue la forma, tu, mi madre, mi madre conocida, estabas desapareciendo lentamente de mí, porque no conseguía reconocer a aquella mujer tan vital que me cuidaba de pequeña, en esa otra mujer que vivió los tres últimos meses en mi casa, porque no te comprendía, porque no sabía que te estaba pasando, y mi miedo y mi dolor me cegaban, y me limitaba a seguirte, a cuidarte, sin comprender.
Cuando la tarde del martes, del martes pasado, volví a leer tu diario, durante unos días reviví el martirio de tu ausencia, y de nuevo fui tan débil como entonces. Hasta ese momento había conseguido acostumbrarme, en la casa las cosas iban mejor con Juan y con las niñas, porque no me apetecía gritar ni discutir, porque todos decían que tenía que acostumbrarme, así que los gritos airados se convirtieron en lágrimas silenciosas, y todo iba mejor.
Sin embargo, a medida que iban pasando los días, después de leer tu diario, empecé a entender poco a poco, sin que yo lo buscara deliberadamente, por qué tu dolor era tan profundo, y por qué tu incomunicación conmigo. Empecé a encontrar respuestas impresas a preguntas que nunca me atreví a hacerte, pero que rondando provocaban mi desesperación, empecé a sentir lo que tu veías en mi, y no pude evitar sentirme orgullosa; y mientras, en mi mente, tu recuerdo se iba haciendo cada vez más claro, más preciso, y con la nitidez recién llegada, una fugaz idea me hizo dar un salto de la silla, me dirigí al salón corriendo y mirando tu retrato te reconocí al instante, ahí estabas, tanto tiempo escondida, o tal vez solo esperando que yo te encontrara, como tantas veces en casa, incluso fui capaz de adivinar lo que estarías pensando mientras posabas, detrás de tu serena sonrisa.

Gracias mamá, porque al escribirte a ti misma me has devuelto la vida. Sé que ahora, cuando vuelva a releer lo que he escrito, me asaltarán las lágrimas, e incluso puede que moje el papel con ellas, pero no me importa, porque estas lágrimas serán distintas, estas lágrimas, estarán vivas.

Texto agregado el 14-11-2002, y leído por 3408 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 yo ya habia leido esto antes... y sigo pensando lo mismo. KAReLI
15-12-2005 Me encanta desvariar y olvidar me paresco tanto a Rosario pero con que placer!!! Estulticia
15-12-2005 Excelentes detalles hermosa perdida de la memoría y el desvario me hace amarlos más Gracias!!! Estulticia
12-09-2005 es perfecto, llegué aqui a través de la biografía de rnahimla y vaya, no pensé que este cuento me haría saltar las lágrimas. Es realista al cien por cien, muy bien contado tanto el punto de vista de la madre como de la hija, me hizo revivir antiguas historias. En este cuento se ve con creces la realidad que viven las personas acechadas por el alzheimer, la permanente tristeza en que quedan sumidas las personas que lo sufren tanto desde dentro como desde fuera. Mis mas sinceras estrellas burbuja
10-04-2005 Me encantó muy bien logrado excelente narración, muy vívido. exae
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