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A sus veinticinco años Julio vivía despreocupadamente y obtenía casi cualquier cosa que su capricho imaginaba, tales como buenos vehículos y la posibilidad de hacer apuestas en los casinos de Ciudad Hollimburg. Mientras que la situación no era nada igual para la mayoría de sus amigos graduados en la misma universidad y que se afanaban por conseguir un empleo seguro en las dos compañías que su padre dirigía: una de ellas fabricaba envases de plástico y otra que agrupaba una cadena de tiendas de artículos para la caza y la pesca. Este particular detalle permitía Julio, acomodar a varios de sus amigos en algún puesto de cualquiera de las empresas que su padre, Eugenio Remes, precedía prestigiosamente, razón por la cual era bien recibido en cualquier lugar y nunca le faltaron amistades. Pero al joven Remes, hijo único, una extraña sensación comenzó a invadirlo: no sólo incrementó su pasión por las apuestas, ahora una vez al mes se iba de cacería con cuatro de sus amigos. La primera vez, según se recuerda hoy todavía, estaba afanado buscando venados y por equivocación le disparó a una osa que iba con su cría y la guardia forestal lo detuvo de inmediato. Afortunadamente la osa fue tranquilizada con un dardo y le curaron la herida, volviendo ese mismo día con su osezno. Menos afortunado se sintió Eugenio Remes, que tuvo que pagar una fianza para liberar a su hijo. Pero su padre comenzó a tomar medidas para evitarse dolores de cabeza y no lo apoyó más económicamente y ahora tendría que buscarse su dinero, no ya como gerente de la fábrica de envases de plástico, sino más bien en otra empresa competidora y ganando menos dinero que antes. Muchos de los amigos que frecuentaban su compañía al verlo en esa nueva posición se fueron alejando de él y su prestigio entre ellos disminuyó a casi hasta el olvido, tanto que de los cuatro amigos que iban con él de cacería, sólo uno, llamado Félix seguía con él. La tranquilidad se fue alejando de las criaturas del Bosque Verdeante en las afueras de Ciudad Hollimburg mientras Julio y su compañero hicieron más intenso su afán por la cacería adentrándose en tierras consideradas parque nacional pero donde ya no habían guardias forestales cerca. Su necedad también fue creciendo. Hasta que una tarde se encontraron en tierras de Los Lirios De Plata, cerca de las Montañas Del Olvido, cuyos dominios se decía eran de la reina Vadelét, que siempre vigilaba que la flora y la fauna se armonizaran con todo y en todos. Dos horas después, Julio y Félix estaban frente a una fogata y se preparaban para una cacería nocturna _Quiero a ese oso gris. Decía Julio mientras Félix reflejaba en sus ojos las lenguas de fuego como en un espejo. _Mañana tendré su piel en mi nueva casa.¿Ves esto? Son dos millones de los grandes y tengo en el Jeep algunas joyas que me llevé de mi antiguo hogar: a mi familia ya no le hacían falta._ Dijo Julio riéndose a carcajadas. Algo en el bosque parecía estremecerse, lejos aun Vadelét volaba por encima de los árboles del bosque. Más cerca estaba un elfo oyendo los planes que Julio y Félix tramaban para matar al oso gris que solía merodear cerca de la Laguna De Los reflejos. Muy indignado el elfo y conociendo los males que habían hecho antes a las criaturas del bosque, decidió ponerle fin a sus maldades. Vadelét se acercaba a la laguna, donde el oso gris acostumbraba pasearse en las noches de luna llena, cuando de repente una voz que vibraba en frecuencias especiales y que parecía venir de las montañas y de la misma tierra llegó al oído de Vadelét y ningún otro oído pudo escucharla. Por un segundo el hada pareció detenerse ante curiosa y potente voz y en un instante se transformó en un haz de luz y como una estrella fugaz atravesó el bosque y al llegar a donde estaba Dufdee se hizo invisible y le dio al elfo el mensaje que le fuera encomendado reproduciendo el mensaje con su magia tal como lo hace el sapiens con sus grabadoras: “No toques a mi amigo Julio, está bajo mi protección” _decía la voz. Confundido aun, Dufdee se coloca frente a los muchachos, quedando la fogata entre él y ellos. Curiosamente Félix no logra ver ni oír nada_ ¿A qué has venido? Preguntó Julio. Dufdee contestó_ Venía a terminar con tus maldades pero cuando ya me dirigía hacia acá una voz me dijo que eras su amigo y que no te tocara porque estás bajo su protección. Con el asombro, Julio pareció cambiar su rostro: _ ¿De veras me llamó amigo suyo? Preguntó._ Pero en ese mismo momento. Félix, seguro de que su amigo hablaba solo, le propinó en la cabeza un fuerte golpe con la culata de su rifle de caza. Tómo la alforja de billetes y encendiendo el Jeep dijo: _ A nadie le importará que un loco como tu muera en el boque. Al día siguiente Julio fue encontrado vivo por un guardia forestal y lo llevo a un hospital. Cinco meses después Félix murió en un tiroteo oponiendo resistencia ante un grupo de policías que lo buscaba por varios delitos incluyendo el del robo a su amigo Julio. Pasaron los años y Julio Remes heredó la fortuna de su padre pero antes de morir lo convenció para que transformara la tienda de artículos de caza en tienda para excursionistas. Julio caracterizó su vida por sus insistentes campañas conservacionistas ayudando a recuperar la flora y la fauna en peligro de extinción. Un buen día, el gobernador de Ciudad Hollimburg y altos funcionarios públicos le estaban preparando un homenaje especial en reconocimiento a su ardua labor a favor de los bosques de la región, pero cuando ya estaba todo listo, no lograban dar con su paradero. Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, Don Julio Remes camina con dificultad cerca de la Laguna De Los Reflejos. Débil y cansado, se sienta en un gran leño seco, cuando de repente una pequeña figura se detiene ante él mirándolo fijamente_ Finalmente has vuelto por aquí_ Le dijo el pequeño Dufdee. Con difícil respiración Don Julio contestó: “He venido aquí… en busca… de mi amigo” Después de lo cual murió a sólo treinta metros de la seductora laguna.

Texto agregado el 13-02-2005, y leído por 191 visitantes. (2 votos)


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