Como un montón de basura,
acumulada en una esquina olvidada,
de un barrio que murió hace tiempo
en la memoria de los vivos,
esos cuerpos que deambulan por las veredas
y pueden sentir el correr de su sangre
por sus huesos.
Como el grito de un mudo,
que aun sueña con escucharse,
como la mirada del ciego,
que se quedo en una calle
esperando una mano amiga
que nunca llegó.
Ella se desliza por su garganta
quebrada de esperanzas
que no fueron.
Ella se abraza con fuerzas
al rosal lleno de espinas
y la sangre le recuerda
que aun vive,
en medio de esa tormenta
irrespetuosa,
en medio de esa quietud
que se hace nido en su alma
y la exilia de su propia agonía.
Ella no se refleja en los espejos,
su figura se achata,
su boca se transforma
en la mueca fatal
de una derrota anunciada.
Ella abre sus brazos
en forma de una cruz
y una lanza le perfora el corazón
que ya no tiene...