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Era lunes

No encuentro un término para nombrar lo que pasó.

Parece que el primero que se enteró fue Justo. Se había levantado temprano porque le tocaba tañer la campana de aviso para el trabajo comunal. A las seis, hora de cumplir su misión, conoció la noticia y se desvió, olvidándose de la campana. Mucho después, cuando lo recordó, ya no necesitaba tocarla porque toda la gente del pueblo estaba en pie.

El cura, quien salió más temprano para ir a recoger limones de su chaco, fue el que lo supo más tarde porque volvió, empapado en sudor, cerca del mediodía. Se había levantado a las cinco y por costumbre vistió la sotana recién planchada; luego recordó que no era el día de decir la misa y ya no tuvo el valor de desabrochar los cuarenta botones. Salió así a recoger al muchacho que lo ayudaba en las labores del chaco. Cuando iban por la vereda del monte, el cura, preocupado por esquivar la arena que ese viento cerrero le metía por las faldas hasta el ajustado cuello de celuloide, no se asombró de no escuchar la campana.

Don Samuel había dormido tranquilo, seguro de despertar a tiempo, siempre un segundo antes del primer tañido. Pero cuando el repiqueteo no llegó, pensó que era mucho mas temprano. Con calma preparó la moto que le había alquilado a la gringa de la blusita, para llevarla a tomar fotos al lugar donde el río muere para siempre. Salió en su moto a buscarla pensando que Justo se había dormido, pero en alguna esquina conoció la noticia y ya no se supo más de él hasta el día siguiente que lo vieron borracho como una cuba y sin la moto., nadie se enteró nunca donde estuvo ni él quiso contarlo.

La gringa esperó andando arriba y abajo en la puerta del Centro Campesino donde había dormido. Vestía unos pantaloncillos muy grandes y una blusa muy chica, colgaba a la espalda la mochila haciendo contrapeso adelante con su cámara fotográfica. Esperó hasta que se hastió de limpiarse la arena que se metía por todos los poros del cuerpo y entonces, aprovechando que pasaba la camioneta de los de la Forestal se trepó y se fue sin parar hasta el tren, luego al avión y finalmente se metió en su cama en un confortable departamento de New York, con la cinta fotográfica virgen y el ánimo agriado para siempre. Y eso que ella no se enteró jamás de la noticia que conmocionó al pueblo.

Los de la Forestal se enteraron tarde pues ellos casi no compartían con los comunarios. Llegaban en sus camionetas 4x4 embarrados hasta el copete, pero llevando su cocinilla portátil, su radio portátil, su lámpara portátil, su agua portátil y sólo salían del cuarto que tenían asignado en la Casa Campesina, el tiempo necesario para dictaminar que las plántulas del vivero se estaban muriendo por falta de riego. Esa mañana, encerrados en su cuarto desayunaron huevos de granja fritos, con jamón alemán, pan dietético y café soluble. Recién al salir, preparados para volver a la capital, conocieron la noticia. Las veredas del pueblo estaban desiertas y, cosa inusual, las casas tenían las puertas y ventanas cerradas a piedra y lodo. Cuando se enteraron partieron levantando nubes de polvo, olvidándose de despedirse ni dar las gracias al Comité del Pueblo. Sólo pararon para recoger a la gringa de la blusita y eso fue únicamente porque no encontraron excusa para dejarla equilibrando entre la mochila y la cámara en medio de la ventolera.

A las diez Felicia salió a buscar agua de la bomba de la plaza, cargada de sus dos baldes verdes y ya algunas mujeres estaban volviendo presurosas a sus casas. En la bomba de agua alguien le contó el suceso y entonces ella, olvidando sus baldes corrió por la vereda del monte a llamar a Martín, quien volvía presuroso. Sin intercambiar una palabra se fueron corriendo al rancho donde se encerraron, trancando puertas y ventanas.

Cuando el cura volvió del chaco, cerca del mediodía, el viento hacía una danza de colores con los baldes vacíos, llevándolos lentamente hacia el seco lecho del río. Se asombró del silencio y el ambiente de catástrofe que reinaba en el pueblo, quiso preguntar a l muchacho, pero entonces se dio cuenta que el viento traía nubes negras de tormenta y los relámpagos alumbraban sin cesar el horizonte, hacia el sur. Recogió sus faldas con las dos manos y corrió a rezar todas las oraciones que conocía y otras que inventó sobre la marcha para mayor efecto.

Fue así como el cura jamás se enteró de la noticia que puso al pueblo patas arriba. Y después que cayó la lluvia y la gente comenzó a salir tímidamente de sus ranchos, nadie habló de lo que había pasado. Borraron ese día del calendario y en ese mes de octubre tuvieron una semana sin lunes. Lo olvidaron. Sin embargo, después de ese día fatídico, el pueblo nunca volvió a ser el mismo.

Silvia Betancourt

Texto agregado el 24-07-2003, y leído por 306 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-01-2004 Silvia, me agrada mucho lo que escribes. Es un placer leerte. Gracias por tus trabajos. superalfa
16-08-2003 Excelente relato, muy bien logrado; que más te puedo decir que no este dicho. Felicidades pedromarca
28-07-2003 Muy bueno, Te felicito, me gusto mucho ese ambiente Mocondeano. ruben
25-07-2003 Excelente factura. He puesto 5, a saber 1) Por el tema, abordado con desarrollo de crónica 2) Por la ubicación que se le brinda al lector para que transite cómodo en el color local 3)el desarrollo de los personajes, acabado y rico, 4) La medida. Es un cuento que con facilidad podría extenderse sin por eso ganar en contenido, 5) Por las imagenes, de gran belleza y acabado estilo. Bien hecho cielo. Un beso y un abrazo, gracias por compartirle hache
24-07-2003 Excelente, de una tremenda factura, con todos los ingredientes de un notable cuento. El ambiente es de película, los personajes prístinos. Notable trabajo. le felicito muy sinceramente. Quedo ansioso a la espera de más. Tdoas las estrellas son para usted, ha sido un grato descubrimiento. Saludos. cao
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