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El temporal se acerca , el viento sopla fuerte afuera de la humilde cabaña del pescador.
Martín, sentado junto al brasero, tiembla de miedo. Con cada trueno la casa parece venirse abajo.
El viejo lobo de mar que es su abuelo toma la tetera que está sobre las brasas y se prepara un mate.

Los ojos negros de Martín brillan con cada relámpago y el corazón ya no le da más de angustia. Entonces los fuertes brazos de su abuelo lo alzan en vilo y lo sientan entre sus rodillas y con la misma delicadeza que ponía al tejer las redes, enredó las manos nervudas en el pelo lacio del niño y lo acarició con cariño. La voz ronca del anciano, gastada de tanto dar órdenes a gritos, se suavizó para dar tranquilidad a su nieto.

- ¿Tienes miedo Martín? Pequeño bribonzuelo - le dijo
- La verdad abuelito es que me dan mucho miedo los truenos y relámpagos. ¡Me gustaría ser como tu TÚ que no le temes a las tormentas!
- Te entiendo hijo - pero a mi también me asustaban las noches como éstas hasta que me sucedió algo maravilloso...
- ¿Qué te pasó abuelito? ¡ Cuéntame! – le pidió el niño.

El abuelo bebe un gran sorbo de mate y lo saborea con los ojos cerrados, como para que el sabor amargo le traiga a la mente cansada los recuerdos de esa noche.

- Debo haber sido un poco más grande que tú, cuando mi padre me dijo un día: “Hijo ya tienes edad suficiente para trabajar en la pesca y esta madrugada debes acompañarme”. Como comprenderás yo estaba feliz pues había esperado mucho ese momento y esa madrugada cuando aún estaba oscuro nos hicimos a la mar en una frágil embarcación llamada Esperanza.

Tiramos las redes al llegar a alta mar y nos sentamos a esperar que hicieran su trabajo. No sé cuanto rato habrá pasado, pero de pronto mi padre me anunció muy preocupado que debíamos recoger las redes pues se acercaba una tormenta y teníamos que volver a tierra lo antes posible. A pesar de la prisa que pusimos la tormenta nos sorprendió antes de alcanzar la costa. El pequeño bote se agitaba de un lado a otro y amenazaba con volcarse. Yo estaba aterrorizado, era la primera vez que salía a pescar y ya estaba a punto de ser un náufrago. Mi padre hacía grandes esfuerzos para mantener la embarcación a flote. Y sin saber cómo una mano gigante nos arrancó del bote con sus dedos salados. Mi pobre papá gritaba desesperado que no le soltara la mano para no perdernos, pero fue imposible, la mar embravecida no quería vernos juntos. Yo luchaba por mi vida contra las olas y el frío, sin embargo me desmayé rendido por el cansancio.

Desperté en la orilla de la playa, la tormenta había pasado. A pocos metros de mí una hermosa mujer bailaba con los pies descalzos y su pelo al viento, solo iluminada por el claro de la luna.
Recuerdo haber pensado que estaba soñando. La mujer se acercó sonriéndome amistosamente y me regaló una estrella mar y sin decir palabra se alejó para sumergirse en el agua. Me quedé harto rato esperando que saliera, pero eso nunca sucedió.
Al poco tiempo escuché la voz de mi padre y de mis tíos que me llamaban, corrí al encuentro de ellos y mi papá me dio un abrazo tan fuerte que casi me rompe las costillas y no dejaba de repetir: “hijo mío ¿cómo te salvaste?
¡ Gracias a Dios que estás bien! Yo traté de explicarle, pero se armó tal confusión que nadie puso mucha atención en mí y por eso decidí guardar silencio hasta ahora.

Los ojos de Martín se iluminaron con un chispazo del brasero y se da cuenta que la tormenta había pasado. Corre hacia la ventana y aplasta la nariz contra el vidrio helado. En medio de la noche, el mar con su tranquilo vaivén le va regalando hilos de espumas a la playa y sobre ésta la luna resplandece, silenciosamente blanca, cómplice del secreto que ahora Martín también conoce y que guardará para siempre, soñando con el día en que el mismo pueda vivir una aventura parecida.

Texto agregado el 17-02-2005, y leído por 660 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-02-2006 Un texto en verdad original, pero más que el texto, me gustó el mensaje de trasfondo, como queriendo despertar a todo aquel lector aletargado con una suave palmadita en la espalda, me hubiera gustado saber como hizo el padre para salvarse, pero me conformo. Saludos. Natalie_Barnes
08-02-2006 La Pincoya lo salvó, que lindo!! Es una hermosa historia muy bien contada. Un abrazo. loretopaz
25-05-2005 Me encantó el relato, la cadencia y su contenido. El mensaje es precioso. Ahora, yendo a la parte más técnica, lamento informarte que el braSero contiene las braSas. En un segundo intento de crítica literaria, te ruego consideres mantener la unidad temporal. La expresión: "Los ojos de Martín se iluminaron con un chispazo del bracero y se da cuenta que la tormenta ha pasado. Corre hacia la ventana y aplasta la nariz contra el vidrio helado." Te recuerdo que todo el cuento está escrito en tiempo pasado, y que en esta oración cambias el tiempo al presente. No obstante, continúas en presente en la siguiente oración, lo que no es poco. Igualmente no creo que corrijas el texto aunque éste quedaría mejor. Mis **** Entrador
22-05-2005 si alguien escuchara hablar a los abuelos la juventud no haria cosas tan disparatadas con sus vidas silpivipiapa
20-02-2005 Buen texto, bienvenida,por lo menos para mí, recién hoy te descubro. Bravo!!! NINIVE
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