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Un pedacito de tu alegría

No la podías dejar de ver. Desde la primera vez que pasamos por ahí, y todos los días siguientes, la mirabas con añoranza. Yo sabía que la querías, que deseabas sacarla de ahí y llevártela a casa. No creás que no lo noté. Lo sabía, pero no podía decirte nada. No podía y sé que vos tampoco. Muy en el fondo, sabías que tenerla era casi imposible.

Sé que no empezaste a quererla con todas tus fuerzas de golpe. Todo fue un proceso. Todavía me acuerdo la mañana en que yo te llevaba de la mano y, sin querer, la viste y solo te llamó la atención por ser bonita, pero no pasó a más. Me di cuenta de que algo había causado en vos pero tu silencio también me hizo callar a mí. Está de más decirte que me sentí mal, muy mal. No sabía qué hacer.

En los días siguientes, era inevitable ver cómo te perturbaba. Lo malo era que teníamos que pasar por ese camino todas las mañanas. Y la mirabas, y yo miraba que la mirabas. Pero, como siempre, callábamos.

Un día en el trabajo lo pensé bien. No podía quitar tu imagen de mi mente y lo decidí. Debías tenerla y yo iba a ayudarte. Es que estaba perdiendo tu sonrisa. El brillito de tus ojos ahora solo aparecía cuando pasábamos frente a ella y la mirábamos. Porque yo también la miraba. La miraba y te comprendía, o trataba de hacerlo. Ese día hice lo que nunca había hecho. Después de la hora pesada, le dije al jefe que me diera la tarde libre y un adelanto de mi escaso sueldo. Le mentí de forma vil. Le dije que estabas enfermo y que iría a atenderte. El aceptó, si yo pedía permiso, es que era serio.

Salí rápido y me fui a la calle donde la mirábamos todas las mañanas. No iba a dudar en entrar. No ahora, porque sabía que te la merecías. Porque tu mirada me la pedía. Porque yo te la quería dar desde que supe que te gustaba. No me iba a detener, y no lo hice. Entré. Fui directo a ella y la agarré, la miré. La vi cerca por primera vez. Comprendí que tenía en mis manos un pedacito de tu alegría. Claro que no me detendría.

Caminé despacio y, sin decir nada, la llevé hasta la puerta. Ahí estaba un señor con una expresión interrogadora. La emoción me embargaba. La tenía bien agarrada.
- ¿Se la lleva?- me preguntó. Yo afirmé con la cabeza.
- Verdad que es para el niño con el que pasa viéndola todas las mañanas.- yo volví a afirmar con una leve sonrisa.
- Es bonita la pelota.- dijo.
- Pero de las más caras.- terminé mientras le pagaba los veinte pesos de adelanto que días antes no me atreví a pedir.


Texto agregado el 26-07-2003, y leído por 284 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
19-12-2005 me gusta, de veras, de un asunto sencillo hiciste un lindo relato, con emocion aguas
 
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