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Me veo transitar los pasillos del hospital. Entrar a clase. Escuchar que la gente se muere por falta de camas para su atención. Recitar el tipo de endocarditis infecciosa habitual en los adictos. Extranjera. Me siento extranjera en esta tierra mía. Veo a un compañero que se sientaa mi lado. Hace tanto tiempo que no miro a un hombre. Tomamos el colectivo juntos. Nos ubicamos en la misma parada. No le hablo. Extranjera en un país propio. Genuina habitante de mis sueños, lo que llaman "la realidad", ese sueño colectivo, me roza apenas. Entro a casa. Suena el timbre. Llega una amiga. Hablamos de literatura. Arlt versus Macedonio Fernández. Su pesimismo congénito contra mi también congénito, y hereditario, idealismo.
En un segundo, irrumpe mi madre. No sé qué comentario se cuela en la charla, y cuando quiero recordar cómo fue, no lo consigo. Allí estamos otra vez, yo reclamando el respeto y la autenticidad para mi visión, ellas explicándome lo terrible que es volverse psicótica.
Cómo hablar de estrellas que te hacen señales. A quién contarle películas prmonitorias. Psicótica, psicótica, psicótica. No olvides, nunca olvides, que la única realidad es la que avala la mayoría. Cuándo vas a callarte. Cuándo, Tu sueño no le interesa a nadie. El dólar está estable, la bolsa alta, y yo me conseguí un nuevo laburo. Esa es la realidad, dice mi amiga. Y sigue: AUNQUE HAYA TANTAS REALIDADES COMO PERSONAS EXISTEN, la única norma a respetar es que tu realidad no transgreda los cánones de plausibilidad del resto. No está prohibido el sueño. Sólo TU sueño. Para qué tomás antipsicóticos, si estás tan convencida de que lo que "viste" era tan válido como el saco que teje tu mamá o la crítica que yo escribo. ¡Hay que escribir como Arlt, eh? Hay que disfrutar de lo que yo disfruto. Más allá de la física no hay nada. Sólo pobres promesas para tipos que carecen de la capacidad de transformar en arte esta vida asquerosa. Llamame mañana, ahora que te quedó claro que tenés una lamentable relación de dependencia con tu madre y juraste sobre mis Santos Evangelios de la Sensatez seguir mis juiciosos e irrevocables consejos. Ah, y no te olvides de buscarte un analista. Me parece que tus volátiles ilusiones quedaron desprotegidas cuando dejaste la terapia. ¿Yo? Ah,no...Yo no tengo guita. Iría, si tuviera, pero como no tengo no voy a ir. Después de todo, yo soy una persona sensata: jamás generalizo, la vida es una mierda y cada uno vive como puede. ¿Te queda claro, entonces? Llamame mañana, así controlo como seguís. Y nunca pienses de mí que yo te censuraría, porque no existe tipa más piola que yo. ¿Te queda claro, no?
Por suerte, aunque con cuentagotas, hay otra gente. Y a la noche, Carolina, esa playa donde ningún barco tiene prohibida la entrada,esa isla en la que uno no tiene miedo de decir vi mi futuro en una película, un año antes de que sucediera. Se llamaba Pesadillas.
Entonces ya no importa si soy extranjera, ni de qué tierra vengo, ni que visiten mi casa, cada tanto, luces de colores, ni que una estrella me haga señales.
Pero sobre todo ya no importa que Freud y Lacan y toda (o casi toda) la Facultad de Humanidades y Arte intente sin éxito rastrear en mi infancia un terrible trauma inexistente, ni que viaje, en silencio, no a mi infancia, sino a la Acrópolis de Atenas, donde una musa liviana me sopla un poema y desde el siglo XX mi mítico papá me susurra "Adelante, Jandrina, ladran, Sancho, señal que cabalgamos" (quién dijo que el quijote nunca lo dijo?).
Entonces desaparecen los nubarrones que albergaban mis ojos, y, mirando el mismo cielo, lo descubro estrellado, como un largo poema, permanente, y , sin embargo, siempre cambiante. Presente. Presente y sin ruido, como el corazón de las cortezas de otoño, conscientes de su mudo esplendor y abiertas a la primavera que,.como alguien dijo sabiamente, siempre llega.
Tal vez esté aprendiendo, con dolores de parto,
pero aprendiendo, a abrir los brazos y cerrar la boca. Tal vez, sin darme cuenta, haya empezado, al fin, a gestionar mi carta de ciudadanía en este extraño país llamado Tierra, donde la cordura comienza en los bolsillos, y el milagro de la naturaleza es apenas un decorado. Tal vez no sea tan grave mi colapso ideológico. Tal vez la idea importe infinitamente menos que mis brazos abiertos. Tal vez ya no haga falta gritar, sino aprender a callar. Los oídos atentos perciben en susurros, y los otros, los que no quieren oír, sólo piden respeto. Sea.

Texto agregado el 22-02-2005, y leído por 274 visitantes. (0 votos)


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