Cayó al suelo jadeando, casi sin aire; cayó exhausto y se durmió en la oscuridad de la cueva.

Una gotera caía insistentemente sobre su mano, despertó y se incorporó, buscó con la mirada un haz de luz en la cavernosa oscuridad, y el ritmo cardíaco se le aceleró y la boca se le llenó de saliva cuando los ojos codiciosos vieron el altar del cuchillo. A 50 metros se alzaba una escalinata de mármol que llevaba al altar: un cilindro de piedra sobre el cual descansaba la leyenda.
La habitación del colmillo estaba cubierta en bronce, y talladas en el bronce había figuras de pavos reales, tigres de bengala, lluvias de pétalos de loto, y frente al altar, los guardianes de la reliquia: grandes como osos, los 3 leones parecían haber inspirado el escudo nacional, esculpidos, uno, en oro, otro en plata y el tercero en Jade.

Subió la escalinata recordando la leyenda que versaba sobre cómo Ganesh se arrancara el colmillo, cómo el olímpico Efesto usara ese colmillo para crear una armadura entera, y cómo con la punta se esmerara en crear el mas perfecto puñal.

Nada de esas estupideces le interesaba sino por que incrementaban el valor del puñal, al llegar frente a la daga hizo una pausa, relamiéndose los labios y dando suspenso a su triunfo. Tomó el puñal de marfil, la sangre le galopaba en el pecho, lo levantó incrédulo, y con los ojos cerrados lo apoyó en los labios.

Cuando abrió los ojos toda la luz de la cueva se había ido, se tocó con la mano los párpados para saber si los tenía verdaderamente abiertos, la negrura era tan inmensa como el silencio, hasta que un gruñido hizo eco en la cueva, los leones de oro plata y jade se despertaban, los rubíes en las cuencas de los ojos refulgían mientras se abalanzaban sobre el ladrón que gritaba de pánico y enloquecía en la honda negrura de la cueva.