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-¡Nadie saldrá de aquí hasta que hayamos resuelto este asunto!- la voz del juez tronó de un modo desacostumbrado. En su pequeño despacho, los dos únicos espectadores callaron inmediatamente. De pie, con los puños sobre la mesa, ligeramente inclinado hacia delante, su mirada intimidatoria no dejaba lugar a la replica.
-No me importa el tiempo que debamos permanecer encerrados. Este careo no finalizará en tanto no lo estime oportuno- La mesa, y los ojos expectantes, sintieron como la tensión se iba aliviando. El juez se dejó caer lenta, cansadamente, en su maltrecho sillón de piel. Propietario de la plaza en un pequeño pueblo desde hacía más de 30 años, siempre había soñado con poder intervenir en algún proceso realmente digno de mención. Ávido lector de la prensa nacional, seguía con desmedido interés las carreras de los llamados “superjueces” que actuaban en la capital. Tráfico de drogas, asesinatos múltiples, terrorismo. Juicios en los que se habría dejado cortar un brazo por poder intervenir. En el pueblo, algunos robos menores de José, el ratero, y un misterioso asesinato, que finalmente resultó ser un chapucero suicidio, jalonaban su trayectoria. Pero ahora, se enfrentaba a una sorprendente denuncia que había sido interpuesta en su juzgado por Manuel, el pescador. Aparentemente descabellada, en ella se acusaba a un forastero que merodeaba por el pueblo desde hacía un mes de cometer numerosos robos, si bien éstos no tenían nada de ordinario. Por su cantidad, y por su carácter, cobró toda la atención del juez, y encontrando cierto apoyo en sus primeras pesquisas realizadas sobre los perjudicados, se decidió a establecer un careo entre el denunciante y el acusado. La noche anterior durmió mal, como un colegial ante un examen final. Por su mente circulaban atropelladamente imágenes de su éxito. Su fotografía en los periódicos nacionales, alabanzas a su valentía por parte de las principales figuras de la judicatura, alguna recompensa económica, y por supuesto, un juez de semejante valía no podía seguir pudriéndose en un pueblucho, su traslado a la Audiencia Nacional en la capital.

Consciente de las dificultades que el caso estaba planteando, y ante la necesidad de reconducir el careo, decidió, en contra de su costumbre, dar un golpe de autoridad.

-Señor juez, si me permite, ¿qué edad tiene?- La pregunta, formulada por el acusado, le dejó atónito un par de segundos.
-No me parece que sea ese tema de su incumbencia- respondió secamente- ni del asunto que aquí nos trae, así que volvamos a...
-¡Pero si ya está todo dicho!- interrumpió Manuel- Ha quedado bien claro que sólo él ha podido ser el autor de esos robos. Su presencia en el pueblo, su contacto con los perjudicados, todo esto me parece evidente, así que claramente él es el responsable.
-Demuéstrelo- Su indiferencia se dejó notar en la levedad del volumen de su voz, y en la brevedad de su mirada, que de nuevo se dirigió hacia el juez.
-¿Tiene usted familia, señor juez?.
-¿Qué quiere decir?- preguntó amenazadoramente.
-No me malinterprete, señor juez, pero la tristeza de su mirada me hacía presagiar que no estaba casado usted, ni tenía hijos. Realmente sólo era una pregunta de cortesía. Disculpe si le ha molestado.
-Olvídese de las preguntas de cortesía, y céntrese únicamente en contestar a mi interrogatorio. ¿Admite usted conocer a las personas ya mencionadas, y haber mantenido contacto con ellas en el último mes?.
-Lo admito
-¿Admite usted...- pero la pregunta decisiva, como una espina malintencionada que se quedara prendida en su garganta sin posibilidad de salir, le obligaba a utilizar circunloquios que nada le permitían aclarar-...admite usted...- y la propia duda que todo el proceso le había generado desde el principio se le hacía más patente.-...admite usted...- para terminar formulando la pregunta de un modo tan ingenuo que no se habría echo acreedor ni del más novato e inexperto de los jueces -...admite usted ser el autor de los robos que se le imputan?-.
Una leve sonrisa se dibujó en los labios del acusado.
-¿Qué robos señor juez?,¿Puede realmente decirse que se haya producido algún robo más allá de lo que la calenturienta mente de este caballero haya sido capaz de maquinar?. Me considero culpable de haber venido a este pueblo, y mezclándome con sus habitantes, conocer sus preocupaciones. Me considero culpable de haberme interesado por sus sufrimientos, y si mis palabras les fueron útiles o no, lo desconozco, pero nadie salvo este caballero ha levantado palabra en contra mía. Y son estas relaciones, señor juez, las que me han permitido saber del respeto del que usted goza en este pueblo, al que se ha hecho acreedor por sus equilibradas decisiones en todos estos años, y he podido conocer que todos ellos desean que pudiera usted vivir por siempre para poder ocupar este puesto-.
-¡Maldita sea!- gritó Manuel, y fuera de sí, levantándose de un salto, comenzó a gesticular amenazadoramente- ¡No escuche a este farsante, él lo hizo, él es el ladrón, el peor ladrón que pueda existir sobre la tierra, y merece la más dura de las condenas!-.
-¡Siéntate Manuel!- envarándose, el juez volvió a ponerse en pie- tranquilízate o te hago desalojar del despacho-.
-¡Echarme a mí!- la mirada suplicante, impotente- ¡Yo que he perdido lo único que me quedaba, pero no dejaré que siga haciendo su mal, si usted se rinde- y un dedo índice marcó de lejos la cara del juez –yo lo impediré!-.
-Está bien, ¡Alguaciles, vengan inmediatamente!- la entrada en tropel de dos figuras uniformadas- ¡desalojen al instante al señor Manuel de la habitación-

Brazos que luchan con brazos, brazos sujetos, piernas que golpean, se retuercen, piernas golpeadas, lastradas, voces que se insultan, que gritan de dolor. Voces que dejan paso al silencio, y en el silencio de un cuerpo arrastrado fuera de la habitación, aún incorporado, una palabra, sosegada, pronunciada por el reo, es capaz de detener a los guardianes, un nombre- José-, el nombre del juez, en boca de Manuel- José, tú nos conoces desde hace mucho tiempo, sabes los nombres y apellidos de todos los habitantes de este pueblo, nuestros trabajos, nuestras familias, nuestras pequeñas faltas y nuestras aspiraciones- y la voz, dulcificada por la derrota, fluye en manantial cristalino, evocador, hechizando a sus oyentes, a casi todos- Él es el peor de los ladrones, porque nos ha quitado nuestra posesión más preciada, nos ha robado nuestros sueños. ¿Recuerdas que María la panadera quería comprar un local más grande y comenzar a hacer repostería; y Juan, el hijo del carnicero, que quería ir a estudiar a la ciudad?. ¿Acaso no sabes también que la costurera iba a empezar a importar telas de la capital y quería llevar sus vestidos a los pueblos cercanos?. Y Luis, el hijo del médico, ha dejado de intentar enamorar a Soledad, y Soledad ya no busca a su “príncipe azul”, y Carmen, la zapatera, ya ha dejado de intentar concebir ese hijo que tanto anhelaba, y yo- las lágrimas arrasan su cara, la voz se quiebra- yo ya he dejado de esperar que ella vuelva. Lo creía posible hasta que le conocí, lo mismo que le sucedió a los demás. Y no sé porque soy el único en reconocerle. Ahora, todos caminamos como sombras, sin ser capaces de ver más allá de lo que nos muestran nuestros ojos. Él nos ha robado nuestros sueños, José, y has de intentar que no continúe.

El juez ensombreció su mirada, volviéndola hacia sí. A sus cincuenta y nueve años, le quedaba poco tiempo de ejercicio. Si conseguía llevar el caso adelante, sin mujer, sin hijos, sin nadie que realmente le importara, ¿quién compartiría sus éxitos?. Ponía en juego toda su reputación, ganada con gran esfuerzo. ¿Y si no lo conseguía?. Levantó su mirada, opaca, hacia Manuel, y sin apartar la vista, a través del cuerpo que tenía frente a sí, pronunció una última palabra dirigida a los alguaciles.
-Llévenselo.

Texto agregado el 28-07-2003, y leído por 320 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-08-2003 Hace dos mil tres años condenaron a morir en la cruz, a alguien tan culpable como el. La justicia y los jueces no a cambiado. ElTigre
12-08-2003 Carlos, este trabajo es superior. El relato es estupendo, la idea es brillante, pero el desarrollo es sencillamente genial. Rayos!!! que bien. Como diria el gran dion zagal Felicidades!He puesto 5, que de modo alguno son estrellas, son pedidos de Bis hache
28-07-2003 que buen relato en torno a una muy buena imagen de hombre construida en torno al Juez, uno puede sentir ese pesar del juez y el arrebato. Me gustó mucho su cuento, una historia de esas que hacen pensar en la esencia de lo humano. CaroStar
 
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