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DOCE ROSAS.

Allí estaba ella, inmóvil sobre aquella cama, con su palidez resaltada por las impolutas sábanas blancas que la rodeaban. A su alrededor, todo tipo de extraños aparatos médicos no paraban de emitir insolentes sonidos mientras los tubos que la mantenían con vida se estiraban hasta su cama, introduciéndose en su cuerpo y robándole parte de su deliciosa humanidad. A su lado, sus padres y hermanos la observaban con los ojos inundados en lágrimas, lamentando el día en el que aquel triste suceso había irrumpido en sus vidas de tan brusco modo, descubriéndoles la fragilidad de la existencia humana. Aquel trágico accidente de autobús había estado a punto de acabar con la vida de su pequeña, y aunque Ellen seguía viva, los esfuerzos de los médicos no conseguían resultados positivos y permanecía en un profundo coma que amenazaba con arrancarle los pocos restos que aún poseía de su vida. Su hermana más joven, horrorizada ante la imagen que se encontraba ante ella se derrumbó en lágrimas, abrazándose a John, uno de los mejores amigos de Ellen, que había estado con ella desde el accidente.

La tristeza se apoderaba de la habitación. Nadie podía creerse lo que estaba ocurriendo. El doctor les había advertido de la necesidad de un trasplante urgente de algún tipo de organismo o materia que el padre no había logrado memorizar. Había insistido en que era una operación muy delicada en la que el donante podría correr grandes riesgos, y que eso reducía de modo drástico las posibilidades de conseguir uno. El padre se había ofrecido en el acto para dicha operación, pero el no era apto para ella. Los días seguían pasando, lenta pero inexorablemente, y toda esperanza parecía perderse con ellos.

Pero cuando ya todo estaba perdido, y la familia comenzaba a comprender que no podrían recuperar a su hija, un rayo de esperanza golpeó tras las nubes de la desesperación sobre la familia de Ellen. Un donante había decidido ofrecerse voluntario para la operación, y esta había sido realizada con éxito. El milagro había acontecido y todos esperaban ansiosos al pie de la cama de Ellen a que esta abriera los ojos. El padre besaba una y otra vez una pequeña medalla que llevaba al cuello con una imagen de Cristo en ella, agradeciendo entre murmullos al señor lo que no podía ser otra cosa más que un milagro. En ese momento Ellen abrió los ojos. Todos se agolparon alrededor de ella.

“d..dd..dond..e estoy…?” pregunto aturdida.
“Tranquila, todo va bien, estas con nosotros, con tu familia” contestó el padre entre lágrimas, justo antes de que la madre se abalanzara sobre ella en un abrazo cargado de dolor y alegría, el sabor agridulce de una victoria a la muerte.

Todos se abrazaron y celebraron su recuperación, mientras le explicaban a Ellen los motivos por los que había acabado en aquel hospital. Tras unos minutos de charla, el doctor obligo a todos los familiares a abandonar la habitación, argumentando que la paciente necesitaba descanso. Estos asintieron de mala gana y se fueron.

Cuando se encontró sola, Ellen observó a su alrededor. Las frías paredes de la habitación que se encontraba contrastaban con el intenso rojo de un ramo de rosas que se encontraba en la mesita, justo a su lado. Acerco su mano a ellas, y tras rozar los pétalos de una de ellas, recogió la tarjeta q se encontraba sobre la mesa. “Por tu pronta recuperación” leyó en ella. Firmado: John. ¡Ah, seguramente las habrá dejado hoy mismo! Ellen sonrió al recordar a aquel chico tímido y asustado que era su amigo. Siempre cerca de ella, siempre con una palabra de ánimo cuando las cosas se ponían feas…

Las semanas de recuperación fueron pasando poco a poco, y pronto llego la hora de que Ellen volviera a su casa. Allí estaba toda su familia, esperándola para recibirla con una gran ovación. La alegría se había apoderado de cada esquina de aquel pequeño apartamento en el que antes la desolación había instalado su pesada carga. Todos sonreían y cantaban, intentando abrazar y besar a la recuperada hija perdida. Ellen preguntó por sus amigos.
“te están esperando en el bar para darte la bienvenida” apuntó su madre. Ellen sonrió. Estaba deseando verles. Se puso algo de ropa más adecuada para la ocasión, y tras despedirse de su familia se fue al bar en el que solían parar habitualmente.

Cuando llego todos se abalanzaron sobre ella. La locura era colectiva. Casi no podía respirar ante tal alud de efusividad.Ellen miró a su alrededor en busca de John, estaba deseando abrazarlo, y agradecerle su constante preocupación. No lo vio. Todos se extrañaron al percatarse, tras preguntar ella por él, de que no estuviera allí. “No nos habíamos dado cuenta. Como suele ser tan tímido a veces ni sabes si está o no” dijo alguien entre risas. Ellen sonrió. ¡Que cierto era aquello! John era uno de esos chicos que disfrutaba escuchando a las personas. A veces pasaba tan desapercibido que parecía que tenía el don de hacerse invisible. Sin embargo, era muy extraño que no estuviese allí. Siempre era extremadamente puntual.

El teléfono móvil de Ellen interrumpió sus cavilaciones. “ahí está. Seguro que llama para advertir que se retrasa por algún motivo importante” pensó. En el momento en el que lo descolgó, un murmullo gélido atravesó la mesa en la que todos estaban sentados, mientras Ellen palidecía hasta casi convertirse en un espectro. Una lágrima resbaló por su mejilla.

“¿Qué ocurre?” preguntó preocupado uno de sus amigos.
“Es John” dijo ella balbuceando aturdida “ha muerto””una complicación en un trasplante reciente”
Todos se quedaron boquiabiertos. ¿Un trasplante? ¿De que? Solo Ellen sabía la respuesta a esa pregunta, y sus lágrimas impedían que las palabras pudieran salir de su boca.

A la mañana siguiente se celebró el funeral. Era un día gris, amenazante de lluvia. Los familiares y amigos fueron uno a uno abandonando el cementerio. Ellen espero hasta el final, y cuando ya no quedo nadie, se acercó a la tumba y depositó sobre ella un ramo de doce rosas del rojo más intenso que nadie jamás hubiera imaginado, el rojo de su propia sangre.

Texto agregado el 27-02-2005, y leído por 157 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-09-2005 hermoso relato, me has hecho recordar algunos días de espera de esos estados de coma y el verme frente a una tumba sola...hermosa historia de amor, aunque triste, evidencia el amor humano, John murio feliz lo sé, yo feliz si hubiera podido, dono hasta mi alma...ya voy entendiendo el significado de las rosas..un abrazo gordo para ti...gracias por este texto..... kuthelia
09-08-2005 no entiendo como nadie te felicitó ni votó por tu cuento!!..es increible..realmente hermoso en cierta forma, oscuro, bello,melancólico. Felicitaciones!!..tienes mis *s!! sweet_666
 
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