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APARENTEMENTE REAL.

Solo tras haber experimentado la soledad sabes disfrutar de la compañía.

Continúo caminando. No puedo detenerme ahora, a pesar de que mi cuerpo no resista más este ritmo. Mi vida ha sido un constante caminar a ningún lado, un deambular cadencioso y tétrico, amargo y necesario, por el oscuro empedrado de mi existencia.

Levanto la cabeza y observo a mí alrededor. La vieja ciudad, languideciendo en un atardecer imposible, oscureciendo en sombras las ya de por si deprimentes calles que la conforman. El neón comienza a asaltar cada pequeño rincón, como una mancha de sangre que se expande lentamente por el afilado filo de un cuchillo. No ofrece el calor que la luz debiera ofrecer, pero en su lugar un débil halo espectral de muerte y horror, un tinte de mortecina palidez que inunda las calles y las ahoga en un escenario opresivo y desolador.

Continúo arrastrando mis cansados y heridos pies por el pavimento. El dolor punzante del vacío inunda cada vez más mi oscura alma, ya desgarrada por los fantasmas de un pasado incapaz de cicatrizar en mi mente. Continuo con a mirada fija en el entorno. Observo como cientos de seres de forma humana pero oscuros como la muerte deambulan a mí alrededor, mirándome fijamente. Huelo su muerte, huelo su terror. Sus vacíos cuerpos se mueven al ritmo de la macabra música que marcan sus putrefactos corazones, ahora lento, ahora rápido… Me observan fijamente. Son capaces de sentir mi cansancio, de oír mis gritos de desolación, de oler la derrota que me rodea. Esperan pacientes a que detenga mi camino.

Enciendo una nube contra los nervios y continuo mi lenta y amarga marcha. El humo dibuja extraños pensamientos ante mí mientras desaparece en un cielo en otros días estrellado y brillante, hoy oscuro como mi alma. Mis pies vuelven a quejarse ante su constante castigo. Mi mente insiste en que debería detenerme a descansar por un momento. Pero ¿Cómo detenerse ahora, después de 21 años de camino? No, no puedo detenerme, debo seguir mi camino.

Acelero el paso y me subo los cuellos de la chaqueta ante la fuerte brisa que comienza a soplar y que me llega hasta los mismísimos huesos. Entro en un parque. Las escasas luces me permiten observar en un estanque de putrefactas aguas algunos cisnes de blancos plumajes. Sin embargo, sus ojos inyectados en sangre se clavan en mi mente, me agobian, me presionan. Siento el miedo golpear cada pequeño rincón de mi cuerpo mientras observo como una pareja de esos muertos que siguen mis pasos se detienen ante ellos y les lanzan algo de comida. Los restos aún sangrientos de lo que debía ser algún tipo de carne caen sobre el agua tiñéndola de un mortecino color rojizo que comienza a extenderse por la orilla y empieza a teñir la vegetación que rodea el estanque. Me aparto aterrorizado y continuo mi camino mientras la pareja continua alimentando tan macabro escenario.

Salgo del parque y llego a una pequeña plazoleta en la que una estatua ecuestre aparece iluminada por una tenue luz verde. Una serie de bancos rodean la estatua. El calor comienza a ser agobiante, así que me quito la chaqueta y saco un pañuelo para limpiarme el sudor de mi frente. El pañuelo se tiñe de rojo con mi sudor. Mis manos enrojecidas con él, también, se tambalean sobre mi camisa intentando eliminar el horrible tono en esta, consiguiendo ensuciarla igualmente. El calor es realmente agobiante, mis pies no pueden más, mi cuerpo no resiste un paso más, es hora de descansar repite constantemente mi mente, un par de minutos sentado no pueden hacerte daño.

Me tumbo en uno de los bancos y siento como todo mi cuerpo se relaja sobre él. La luna ha aparecido en el oscuro manto que cubre la ciudad, pero con un horrible y espeluznante tono amarillento que me hace sentir nauseas. Miro de nuevo a mi alrededor y observo como cientos de esos seres comienzan a acercarse a mí. Se acercan lentamente, con una sonrisa en su cara, con un brillo diabólico en sus ojos. Han sentido mi derrota, han presentido mi final y se acercan dispuestos a abalanzarse sobre mí para acabar con mi ya renqueante y patética vida. Deseo levantarme y huir, pero mi cuerpo no me obedece, está demasiado agotado para hacerlo. Cada vez están más cerca y ya puedo sentir sus alientos fétidos sobre mí. Me observan con sus rostros bañados en la indiferencia, con sus sonrisas sarcásticas, muestra de una victoria largamente deseada. Al fin había caído, al fin era uno de ellos. Todo estaba preparado.

Mi mente se revela contra el cuerpo, me exige un movimiento, me exige que salga de allí, pero mi cuerpo parece no querer responder. Me revuelvo, me resisto, invierto mis últimas fuerzas y al fin, con un esfuerzo infrahumano, consigo levantarme. Los espectros a mi alrededor se apartan aterrados, siento el terror en sus miradas, el pánico en sus rostros. He conseguido vencerles una vez más. Me levanto dando tumbos y consigo reiniciar la marcha. Todos se apartan ante mi nuevo empuje, algunos incluso huyen emitiendo extraños sonidos guturales muestra de su terror.

Continúo caminando, un paso más, un metro más, un día más. Tan solo es cuestión de tiempo. Un día no podré levantarme de mi descanso, no podré resistirme más a una realidad que me rodea e intenta engullirme y me convertiré en uno de ellos. Un día todo acabará. Pero hasta que ese día llegue seguiré caminando, metro a metro, paso a paso, día a día, caminando hacia mi final.

Texto agregado el 27-02-2005, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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